Masacre de Trelew: los errores de la fuga del penal y los 16 guerrilleros fusilados en la base naval

El plan conjunto entre las FAR y el ERP era liberar a 120 presos de la cárcel de Rawson. La confusión por una señal lo hizo fracasar en parte. Sólo 6 -entre los que estaban Mario Santucho y Enrique Gorriarán Merlo- pudieron escapar. Otros 19 que llegaron hasta el aeropuerto fueron detenidos. El 22 de agosto fueron acribillados en las puertas de sus celdas y sólo 3 sobrevivieron

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Los 19 que llegaron tarde al aeropuerto, lo tomaron y negociaron su rendición y su vuelta al penal de Rawson
Los 19 que llegaron tarde al aeropuerto, lo tomaron y negociaron su rendición y su vuelta al penal de Rawson

El error, aquel 15 de agosto de 1972, modificó la relojería de la fuga organizada por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que había sido planeada a la perfección: la toma del penal por los propios guerrilleros presos, la entrada del Ford Falcon, una camioneta y dos camiones para sacar a un centenar de ellos, el copamiento de un avión de línea por otro comando guerrillero y la fuga de la totalidad hacia Chile.

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Seis guerrilleros –los de más alto nivel en las estructuras del ERP, las FAR y Montoneros – llegaron al aeropuerto de Rawson y lograron abordar el avión que los llevaría a Chile. Otros 19, luego de esperar infructuosamente a la camioneta y los camiones, llamaron remises desde un teléfono del penal y pudieron llegar en ellos hasta el aeropuerto cuando ya era tarde: los del avión, creyendo que no llegarían, habían ordenado despegar al comandante. El resto quedó en el penal, donde debieron rendirse luego de exigir la garantía de sus vidas.

Los 19 que llegaron tarde al aeropuerto, lo tomaron y negociaron su rendición y su vuelta al penal de Rawson. Pese a las promesas de los militares que los rodeaban, los trasladaron a la Base Naval “Almirante Zar”, en Trelew, donde siete días más tarde, el 22 de agosto, serían fusilados. Solamente tres sobrevivieron, gravemente heridos.

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-Yo cometí un error, que es lo que siempre me atormentó: creí que había habido un problema y que estaban avisando que suspendiéramos. Cuando llegamos con los camiones, avisamos a los compañeros de adentro para que comenzara la fuga. Después de eso, no había ninguna señal pautada. A las 18:45 entró el Falcon. Y entonces aparece una señal que alguien hace agitando una frazada, o algo parecido, desde una de las ventanas de un pabellón del penal. Nosotros teníamos que entrar después del Falcon. Pero cuando veo eso, decido que nos retiremos. Dimos la vuelta, los dos camiones y yo. Paramos a los 10 kilómetros y me doy cuenta de que el Falcon había entrado y no había pasado nada. Que el plan seguía. Entonces volvemos. Pero mientras nosotros volvíamos a la cárcel, con la camioneta y los dos camiones, los que pudieron escapar en el Falcon y en taxis se estaban yendo al aeropuerto. Y ahí se pudre todo –contaría Jorge Lewinger más de treinta años después de la fuga del penal de Rawson.

Marcos Osatinski, de las FAR, Roberto Mario Santucho, del ERP y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros en La Habana, adonde llegaron procedentes de Chile luego de la fuga
Marcos Osatinski, de las FAR, Roberto Mario Santucho, del ERP y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros en La Habana, adonde llegaron procedentes de Chile luego de la fuga

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Aeropuerto de Trelew, uno de los escenarios de la operación
Aeropuerto de Trelew, uno de los escenarios de la operación

La toma del penal

Cuatro grupos de apoyo colaboraban con la fuga, en Buenos Aires, Trelew, Comodoro y Rawson: cada uno de ellos estaba en contacto telefónico con los otros y se comunicaba con los presos o los militantes por medio de señales establecidas. En Rawson, alguien parado frente al penal había hecho una señal con el pañuelo, a las 17.00, para confirmarles a los presos que su grupo había recibido la información de que el avión había salido de Buenos Aires hacia Comodoro. Eso significaba que tenían que estar preparados pero sin entrar en operaciones. La segunda señal decía que el avión había iniciado el tramo de vuelta: Comodoro-Trelew-Buenos Aires. Esa señal marcaba el inicio de la acción y debía llegar entre las 18 y las 18.20. La hora límite tenía una razón de peso: a las 19.30 venía el cambio de guardia, y desde media hora antes empezaban a llegar agentes penitenciarios de todos lados.

Por una demora entre los enlaces, la segunda señal no llegó a las 18.00. Se hicieron las 18.10 y los del comité de fuga seguían esperando tranquilos. Pero cuando se hicieron las 18.20 y la señal no había llegado, el comité de fuga analizó sus dos opciones: suspender todo para otra oportunidad -que no sabían si llegaría alguna vez- o estirar el plazo. Santucho y Osatinsky decidieron esperar cinco minutos más.

A las 18.22 llegó la señal y los presos se pusieron en marcha: en ocho minutos, los grupos operativos tenían que agarrar las pocas armas y disfraces que tenían: algún uniforme militar, sacos y corbatas, uniformes de guardiacárceles. A las 18.30 empezó la toma del penal. En diez minutos, sin tirar un tiro, habían tomado los puntos neurálgicos, incluida la sala de armas. Habían reducido a unos sesenta guardias; los ciento veinte presos se estaban pertrechando.

Cuando uno de los grupos operativos fue hacia el puesto armado que estaba a unos cien metros del edificio de la cárcel, cerca de la salida, un guardiacárcel sospechó del grupo que llegaba, agarró su arma y les dio la voz de alto.

-Identifiquensé. ¡Quietos ahí!

Cuando el suboficial se preparó para tirar, desde el grupo le dispararon una ráfaga de FAL. Eran las 18.45. En la puerta de la Conserjería, camino a la salida de la cárcel, cayó muerto el cabo Juan Valenzuela, la única víctima del copamiento.

Berger, Pujadas y Bonet, tres de los militantes fugados, dialogan  con periodistas en el aeropuerto . Berger fue una de las tres sobrevivientes
Berger, Pujadas y Bonet, tres de los militantes fugados, dialogan con periodistas en el aeropuerto . Berger fue una de las tres sobrevivientes

El error

Los presos tenían previsto que se produjera alguna resistencia y evaluaban que los disparos no iban a alertar a los gendarmes y a los efectivos del Ejército que estaban a tres cuadras del penal: era común que se escapara un tiro o una ráfaga en el penal. Pero Lewinger oyó los tiros, miró hacia la cárcel y le pareció ver que en una ventana agitaban una frazada: interpretó que con esa señal le decían que todo había fracasado y dio la orden de retirada a sus vehículos. La decisión fue un error grave: el plan no preveía ninguna señal para que los camiones se retiraran.

Carlos Goldenberg estaba al volante del Falcon esperando que llegaran los camiones para sumarse a la caravana y entrar en el penal. Cuando escuchó los disparos siguió en su lugar, sin moverse. Los camiones no llegaban. Pocos minutos después, cuando vio que se abría la puerta del penal, recorrió con el coche los cien metros que lo separaban de la entrada de la cárcel y se encontró con el grupo de seis que tenía que llevar al aeropuerto: Santucho, Fernando Vaca Narvaja, Osatinsky, Roberto Quieto, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna. Carlos no llegó a darse cuenta de que, dos minutos antes, los dos camiones y la camioneta se habían ido. Osatinsky y Santucho le preguntaron por ellos.

-Deben estar por entrar, estaban ahí, no sé.

-Vamos a buscarlos – dijo Osatinsky

Los siete se subieron al Falcon. Uno de ellos llevaba uniforme del oficial de Ejército, podía dar la impresión de estar en un operativo militar. Los otros seis no tenían ningún disfraz. Estaban amontonados y llevaban armas saliendo por las ventanillas. Dieron una vuelta de cinco minutos por los alrededores: se cruzaron dos veces con el mismo patrullero sin que pasara nada, pero no encontraron los camiones. No había lugar para consultas ni vacilaciones. Osatinsky dio la orden:

-Al aeropuerto.

El momento en que los fugados que no habían podido alcanzar el avión que llevó a sus jefes entregan sus armas en el aeropuerto
El momento en que los fugados que no habían podido alcanzar el avión que llevó a sus jefes entregan sus armas en el aeropuerto
La rendición en el aeropuerto de Trelew, en los diarios
La rendición en el aeropuerto de Trelew, en los diarios

“¡Pará, chango, somos nosotros!”

A las 19.25, mientras llegaban al aeropuerto, los siete guerrilleros en el Falcon manejado por Carlos Goldenberg pensaron que el boeing de Austral ya se habría ido: era demasiado tarde. Tampoco había rastros del grupo que tenía que recibirlos. Corriendo, uno de los guerrilleros entró a buscarlos al hall del edificio. Desde allí vio el avión en la cabecera de la pista y pensó que estaba a punto de despegar. No podía saber que Carlos, Víctor y Alejandro ya lo habían copado. Lo primero que se le ocurrió fue correr a la torre de control y ordenar, escudado en el uniforme militar con que se había disfrazado:

-¡Rápido, paren ese avión! Lleva una bomba, si no lo paran va a saltar en pedazos. ¡Rápido, la radio!

El operador transmitió el mensaje al capitán del boeing. Fernando le ordenó que le dijera que no se moviese, que esperara ahí, quieto al final de la pista.

El coche se metió en la pista, a cien por hora, hasta donde estaba el boeing. Adentro, Alejandro Ferreyra los vio llegar y por un momento creyó que eran militares, que todo estaba perdido y venían a agarrarlos. Quiso impedir que una azafata abriera la puerta del avión, pero llegó tarde: se puso en posición de fuego frente a la puerta y, cuando entraron sus compañeros, estuvo a punto de tirar. Santucho, que lo conocía, le pegó el grito:

-¡Pará, chango, somos nosotros!

Una vez que todos estuvieron adentro, decidieron esperar diez minutos por si llegaban otros. Pero pronto iban a aparecer los marinos de la Base: seguir ahí era suicida. Entonces le ordenaron al piloto que levantara vuelo:

-Al aeropuerto de Santiago de Chile.

Desde el aire, intentaron comunicarse con la torre de control, con la idea de volver a buscar a alguien en caso de que llegara, pero no lo consiguieron. Empezaba otra etapa: no era seguro que el gobierno de Salvador los dejara seguir viaje a Cuba, donde querían pedir asilo político.

En el avión, los diez escapados miraban por las ventanillas, con miedo de que apareciera algún caza de la marina que tratara de desviarlos: seguramente no lo harían, porque el boeing estaba lleno de pasajeros, pero todo era posible. Y su estado de ánimo era confuso: habían conseguido fugarse, pero no sabían qué podría pasar con los demás.

Crónica del 23 de agosto de 1972
Crónica del 23 de agosto de 1972

Los otros 19 fugados

Los otros presos que trataban de fugarse eran unos ciento diez: tenían el penal bajo control, pero estaban a pie. Mientras mantenían la esperanza de que volvieran los camiones decidieron llamar a taxis de la zona. Al rato se presentaron cuatro coches, y se subieron los diecisiete militantes que seguían a los seis primeros en las listas de prioridades que habían hecho las organizaciones. Cuando ya estaban todos en los autos, Pedro Bonet, que mandaba la retirada, comprobó que había lugar y llamó a dos más:

Y Alberto Del Rey y Alfredo Kohon salieron corriendo y se sumaron, a último momento, a los fugitivos. En el camino, uno de los coches, con problemas mecánicos, tuvo que ir muy despacio: los demás decidieron mantenerse a su ritmo, para no abandonarlo. Ese retraso fue fatal. A las 19.45, cuando llegaron al aeropuerto, descubrieron que el boeing de Austral había despegado unos minutos antes.

Al mismo tiempo, vieron otro avión que bajaba y se preparaba para aterrizar: si conseguían tomarlo, estaban salvados. Pero el avión, ya muy bajo, volvió a levantar vuelo: le habían avisado por radio y siguió viaje. Los fugitivos pensaron que si hacían volver el avión de Austral para recogerlos no podrían asegurar que despegara de nuevo, y prefirieron garantizar la huida de sus jefes. En el aeropuerto no había más aviones. Los fugitivos tomaron posiciones en el edificio: eran catorce hombres y cinco mujeres. Un batallón de infantes de marina, comandado por el capitán de corbeta Luis Sosa, llegó pocos minutos después.

El sitio duró horas. En el aeropuerto había muy pocos pasajeros, y algunos empleados de las aerolíneas, personal técnico, changadores y los dueños del bar. Los militantes, bien armados, se instalaron en distintas ventanas y puertas para tratar de controlar la situación.

Los diecinueve fugados resolvieron atrincherarse en el aeropuerto, hacer pública la noticia y negociar con la autoridad militar el regreso al penal. Creían que era la mejor forma de garantía de sus vidas.

Ricardo Haidar, María Antonia Berger y Alberto Camps en una conferencia de prensa tras recuperar la libertad en 1973
Ricardo Haidar, María Antonia Berger y Alberto Camps en una conferencia de prensa tras recuperar la libertad en 1973

Negociaciones y rendición

Por teléfono, los guerrilleros del aeropuerto dijeron a los sitiadores que estaban dispuestos a entregarse en presencia de un juez, un médico y la prensa para garantizar que no serían maltratados. Sabían que no tenían salida, pero querían conseguir la mejor rendición posible. Mantenían la calma y, para eso, suponían que la disciplina era importante: consultaban cada movimiento con los responsables de las tres organizaciones: María Antonia Berger por la FAR, Mariano Pujadas por los Montoneros, Pedro Bonet por el ERP.

A eso de las nueve empezó la conferencia de prensa. Berger, Pujadas y Bonet se enfrentaron a seis o siete micrófonos de periodistas locales y porteños.

-Nos vamos a entregar en presencia del juez Godoy, para garantizar nuestra integridad y nuestra seguridad física, no solamente para que no nos asesinen, como han asesinado a otros compañeros, sino tampoco caer bajo la tortura a la cual permanentemente las fuerzas represivas son adictas – dijo Bonet a los cronistas

La charla ya había durado como cincuenta minutos. Pujadas decidió suspenderla y pedirle al juez que fuera a parlamentar con los militares que tenían rodeado el aeropuerto. Diez minutos después, Pujadas, desarmado, salía a hablar con el capitán Sosa y volvió a pedirle que trajera un médico:

El capitán Luis Sosa, que capturó a los guerrilleros que se rindieron en el aeropuerto. Condenado a prisión perpetua, murió a los 80 años en 2016
El capitán Luis Sosa, que capturó a los guerrilleros que se rindieron en el aeropuerto. Condenado a prisión perpetua, murió a los 80 años en 2016

El capitán Sosa les dijo que los llevarían a la base Almirante Zar; los militantes se negaron: dijeron que si los llevaban a la base temían por sus vidas. Finalmente, Sosa les prometió que los devolvería al penal de Rawson. Veinte minutos después los diecinueve guerrilleros dejaron sus armas en el suelo y se rindieron a los marinos. El doctor Atilio Vilgione, un ex vicegobernador radical, los revisó uno por uno; después los subieron a un ómnibus naval.

Dejaron las armas en el suelo de la playa de estacionamiento y, dispuestos en fila, avanzaron con las manos en alto hacia el ómnibus de la Marina. Cada uno gritó su nombre y su organización de pertenencia frente a una cámara de televisión que registraba su paso.

Los militantes iban haciendo la ve de la victoria. Iban presos de nuevo pero se los veía contentos: habían conseguido la fuga de los jefes y, además, la operación había sacudido al país. En el ómnibus también iban el juez Godoy, el abogado radical Mario Amaya y dos periodistas locales. Un poco más allá, el teniente coronel Muñoz, jefe de las tropas de ejército que habían llegado hasta el aeropuerto, puteaba por lo bajo, aunque no tan bajo como para que los periodistas no lo oyeran:

El ómnibus salió, rodeado por otros vehículos militares, hacia la base Almirante Zar.

El martes 22 de agosto, a las tres y media de la madrugada, los guerrilleros detenidos en la base Almirante Zar fueron despertados por los marinos. Los hicieron formar a cada uno al lado de su celda. No podían hablar y dbían mirar al suelo. El capitán Sosa y el teniente Roberto Bravo revisaron la formación. Enseguida, empezaron los disparos de las ametralladoras PAM. Algunos prisioneros cayeron al suelo, otros saltaron hacia sus celdas, y en la requisa fueron rematados.

Bravo fue hasta la celda 10 e hizo poner con las manos en la nunca a dos presos heridos. A uno le preguntó si iba a declarar. Dijo que no. Y les disparó a los dos. Uno de ellos cayó herido en el estómago. Junto al resto, los dejaron para que se desangraran hasta morir.

Pasadas algunas horas, médicos y enfermeros inspeccionaron las celdas y subieron a la camilla a los heridos. Los dejaron en la enfermería. El personal que inició su servicio en la mañana encontró seis heridos: Berger, Haidar, Camps, Astudillo, Kohon y Bonet. Primero murió Alfredo Kohon, después Carlos Astudillo. Los demás no morían. Pasado el mediodía, después de casi diez horas de los fusilamientos, se decidió el traslado aéreo de Berger, Camps y Haider al hospital de la base de Bahía Blanca. Bonet fue el último en morir en Trelew.

Un día después, el diario La Opinión de Jacobo Timerman tituló: “Quince extremistas muertos y otros cuatro heridos durante un frustrado intento de evasión de la base aeronaval de Trelew”. Lo cierto es que habían sido acribillados. De los diecinueve que habían logrado ocupar días antes el aeropuerto de Trelew con la intención de fugarse a Chile, sólo quedaban tres con vida y en un comienzo se los dio por muertos.

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