En 1955 la Revolución Libertadora lo persiguió y lo encarceló y fue uno de los fugados de la cárcel de Río Gallegos en marzo de 1957 que lograron llegar a Chile. En aquel país manejó un taxi para ganarse la vida y cuando regresó a la Argentina le cerraban la puerta en la cara cuando se enteraban de quién era. Sobrevivió como repartidor de galletitas y de vinos hasta que murió el 19 de diciembre de 1980, prácticamente olvidado, muy lejos de aquel palco donde ante dos millones de personas le pedía a la esposa de Perón que fuera candidata a vicepresidente. Se llamaba José Espejo y en las épocas que todo se vestía de peronismo fue secretario general de la Confederación General del Trabajo.
La idea de Evita candidata a vicepresidente para las elecciones presidenciales para el período 1952-1958 estaba en el ambiente, y los peronistas lo tomaban como algo natural e inevitable. Y ella no vio con malos ojos esa iniciativa que surgió de diversos sectores, y con mucha fuerza de la Confederación General del Trabajo, que además buscaba con esa nominación fortalecer el sindicalismo dentro del gobierno.
Desde febrero, ella se había involucrado en la campaña electoral con un acto del Partido Peronista Femenino. Días antes había suscripto una declaración que sostenía la necesidad de reelección de su marido. Se sorprendió o fingió hacerlo cuando a los días esas mismas mujeres comenzaron a sostener su nombre como candidata.
En julio de 1951 se dio a conocer que las elecciones, previstas para febrero, se adelantaban para el 11 de noviembre. Sería la primera elección presidencial en la que votaría la mujer. A comienzos de agosto la dirección de la CGT -que un año atrás se había incorporado orgánicamente al peronismo - aprobó la fórmula de Perón-Evita. Cuando le comunicaron al presidente la decisión, éste no se pronunció.
Fueron los militares los que le hicieron llegar el mensaje al presidente de que verían con desagrado una candidatura de Eva a la vicepresidencia. Nunca la habían tolerado y no permitirían que estuviera en la línea de sucesión presidencial y los alarmaba imaginar que algún día las vueltas de la vida la colocasen como comandante de las fuerzas armadas. El habría aceptado el reclamo de sus pares. Tal vez porque ya sabía de la enfermedad de su esposa. O por si algo no salía acorde a sus planes bien podría echarles la culpa.
Hacía tiempo que ella sufría decaimientos, desmayos y perdía peso. En enero de 1950 había sido operada de apendicitis. Cuando se confirmó el diagnóstico de cáncer de cuello de útero, se sometió a una operación. Ella nunca supo que fue el oncólogo norteamericano George Pack quien la operó. Fue en Policlínico Presidente Perón, de Avellaneda, construido por la fundación que dirigía y que llevaba su nombre.
En el tiempo en que se discutían las candidaturas para el próximo período, el entonces vicepresidente el correntino Juan Hortensio Quijano estaba enfermo, al exgobernador Domingo Mercante lo habían borrado de la escena política cuando pensó en ser candidato a presidente en tiempos en que Perón simulaba no estar interesado esperando el momento del operativo clamor. Quedaba ella como figura reconocida dentro del peronismo.
Al sanjuanino José Espejo, que desde el 3 de diciembre de 1947 era el secretario general de la CGT y además cercano a Evita, se le ocurrió armar una concentración popular para que la candidatura surgiese de una suerte de clamor popular.
Lo que todos ignoraban que a esa altura, Perón ya la había convencido de no aceptar, pero no quiso desarticular la movilización y dejó hacer.
La maquinaria partidaria, apoyada con los recursos del Estado, se puso en marcha y una intensa campaña publicitaria inundó el país, fogoneada por la central obrera y por la rama femenina del partido.
Espejo desechó realizar el acto en la Plaza de Mayo porque la consideró chica. Armaron un palco sobre la calle Moreno, frente al edificio de Obras Públicas, sobre la 9 de Julio, que miraba hacia el obelisco. Ese sería el escenario del Cabildo Abierto del Justicialismo. Todo estuvo a cargo de una comisión de festejos, surgida en el seno de la central obrera.
El día elegido fue el viernes 22 de agosto de 1951. La central obrera había declarado una huelga general para esa jornada. En los extremos del palco se exhibían dos grandes retratos de Perón y Evita y su centro estaba coronado con el escudo peronista. Se destacaba, en su parte superior, la leyenda Perón-Eva Perón, y debajo la frase “La fórmula de la Patria”. En la medianera de un edificio cercano, una gigantografía de la pareja señalaba que “Perón cumple, Evita también”. Un avión sobrevolaba la zona escribiendo los nombres del presidente y el de su esposa. Se descontaba que se proclamaría la fórmula esperada por todos los peronistas.
Pasado el mediodía, una marea humana -calculada en unos dos millones de personas- movilizada por el aparato partidario y el sindicalismo, ocupaba la 9 de Julio hasta la avenida Corrientes. Se habían contratado trenes y colectivos para traer a la gente del interior, hubo espectáculos gratuitos desde los días anteriores y a la gente se la asistió en lo que necesitase.
La multitud estalló cuando a las cinco y media de una tarde templada y soleada vieron a Perón aparecer en el palco, acompañado por ministros, legisladores y líderes sindicales. Espejo hizo denodados esfuerzos para hacerse oír por las tremendas ovaciones de la gente, que se largaron a entonar la marcha peronista.
“Mi general, he aquí al pueblo reunido en cabildo abierto del justicialismo que viene a decirle a usted, su único líder, como en todas las grandes horas: ¡Presente mi general!”, expresó el sindicalista. “Mi general, notamos una ausencia, la ausencia de vuestra esposa, la señora Eva Perón, la sin par en el mundo, en la historia, en el cariño y en la veneración del pueblo argentino. Tal vez su modestia, que es quizá su más grande galardón, le haya impedido que se encuentre aquí presente, pero este cabildo abierto no podrá continuar sin la presencia de la compañera Eva Perón”.
Minutos después Evita fue ayudada a subir al palco y se abrazó con su marido. Vestía un traje sastre oscuro, lucía en su pecho un prendedor del Partido Justicialista, tenía el pelo atado con su clásico rodete, estaba visiblemente demacrada -durante el acto estuvo a punto de desmayarse- y cada tanto estrujaba en su puño un pañuelo. Lloraba. Se ubicó a la derecha de Perón, cuya sonrisa contrastaba con la seriedad de su mujer. Una ovación se hizo sentir cuando Espejo leyó el documento que consagraba las candidaturas de Perón y Eva.
Eva pronunció un encendido discurso pero sin referirse específicamente a la candidatura. La respuesta no se hizo esperar.
“Compañeros, Eva Perón aún no ha dado la respuesta que todos esperamos”, advirtió Espejo. Con el acuerdo de Perón y de Evita, pidió un cuarto intermedio hasta el día siguiente para dar una contestación. La multitud se negó y exigió un pronunciamiento ahí mismo. “Usted señora, debe aceptar este sacrificio que el pueblo le pide y la patria le demanda”, exigió Espejo.
“Mis queridos descamisados, yo les pido que no me hagan hacer lo que nunca quise hacer. Por el cariño que nos une, para una decisión tan trascendental, yo les pido me den, por lo menos, cuatro días para pensarlo”, pidió Eva. Pero la gente le hizo saber que quería conocer su decisión en ese momento. Con ambos brazos en alto, pedía silencio.
“Compañeros, yo no renuncio a mi puesto de lucha, renuncio a los honores”. Luego dijo: “Yo no quiero que mañana un trabajador argentino se quede sin argumentos cuando los resentidos, los mediocres que aún no me comprenden, digan que yo quería la vicepresidencia. Les pido, como amigos, que se desconcentren”.
Recibió una cerrada negativa. “¡Evita con Perón! ¡Evita con Perón”! coreaba la multitud. Por primera vez un acto peronista estaba por salirse de control. Quiso calmar a la multitud diciendo que al día siguiente, a las 12, daría a conocer su decisión. No hubo caso. Evita entonces pidió: “Son las siete y media, a las nueve y media contestaré por radio…”
Testigos escucharon murmurar a Perón: “Levanten este acto”.
Como el clamor de la gente continuaba, Espejo tomó la palabra: “La compañera Evita nos pide dos horas. Nosotros esperaremos aquí su resolución”.
Ella atinó a decir “compañeros, yo haré lo que el pueblo quiera”, y su esposo decidió dar un cierre a lo que parecía no tener fin: “Como hay muchas señoras y niños, desconcéntrense lentamente. Como siempre, que sean muy felices, les agradezco mucho y que les vaya bien”. La gente acató, desencantada.
Esa noche muchos permanecieron atentos a la radio esperando conocer una respuesta de Evita, cosa que no ocurrió.
El periodista y escritor Tomás Eloy Martínez escribió que Julio Alcaraz, el peluquero de Evita, estaba en un cuarto contiguo donde la pareja discutía la noche del 22 en la residencia presidencial. “Tenés cáncer. Estás muriéndote de cáncer y eso no tiene remedio”, lanzó cruelmente Perón a su esposa. Fue el dramático epílogo de un proceso que casi la llevó a un cargo oficial en el gobierno.
A las 11 hs del día siguiente Espejo fue a verla a buscar una respuesta. Ella le dijo que no podía ser candidata, que no estaba bien armar una fórmula presidencial con un matrimonio y que debía darle lugar al sector político aliado al justicialismo, como era el radicalismo renovador y parte del laborismo.
Cuando el 27, en un último intento del Consejo Superior del Partido Peronista firmó el acta de proclamación de la fórmula Perón-Perón, fue momento de cortar con la idea de la candidatura a vicepresidente. El viernes 31, por cadena nacional de radiodifusión Evita comunicó su decisión en un discurso que había grabado horas antes: “Quiero comunicar al pueblo mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron brindarme en el histórico cabildo abierto del 22 de agosto. En primer lugar declaro que esta decisión surge de lo más íntimo de mi conciencia, y por eso es totalmente libre y surge de mi voluntad”.
“Que de mi se diga, cuando se escriba el capítulo maravilloso que la historia dedicará seguramente a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevar al presidente las esperanzas del pueblo y que, a esa mujer, el pueblo la llamaba cariñosamente Evita”.
Los líderes sindicales anunciaron que, a partir de ese momento, el 31 de agosto sería recordado como “el día del renunciamiento”.
Ella estalló de emoción en el acto del 17 de octubre de ese año. El 6 de noviembre fue operada y el 11 votó por primera vez. Le llevaron una urna a la habitación y la gente la tocaba y la besaba.
El 1 de mayo de 1952 estuvo en la conmemoración del Día del Trabajo y el 4 de junio asistió a la jura de su marido como presidente. Veintidós días después falleció.
El primer 17 de octubre sin ella, el de 1952, fue dedicado a su memoria. El que había sido promotor de su candidatura, José Espejo, no pudo pronunciar su discurso por la intensa silbatina y abucheos de un grupo de obreros apostados cerca del palco. Con la muerte de Evita, había perdido su único apoyo político. Días después renunció como secretario general de la CGT. Pasó a engrosar la lista de muchos que caerían en desgracia en tiempos en que no votar a Perón o contradecirlo era traicionar al país.
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