De la pileta de chapas en pandemia al Mundial para sordos: el nadador que nunca paró y tuvo su premio

La historia de Sebastián Galleguillo (21), deportista hipoacúsico, se conoció en 2020 cuando sus padres le armaron un andarivel con plásticos, troncos y climatizado en su casa para que siguiera entrenando. Tras el fin de las restricciones se fue a vivir al CENARD. Y esta semana compitió para el equipo nacional con muy buenos resultados

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Sebastián Galleguillo en su hábitat: la pileta olímpica del CENARD (Crédito: Franco Fafasuli)
Sebastián Galleguillo en su hábitat: la pileta olímpica del CENARD (Crédito: Franco Fafasuli)

La prueba de 200 metros en la especialidad pecho requiere a los nadadores mucha destreza: además de velocidad y fuerza, es determinante la capacidad para resistir. Y si de algo sabe Sebastián Román Galleguillo es de resistencia. El martes pasado terminó sexto en la final del Mundial de natación para sordos en esa categoría, que se juega en Buenos Aires. Recorrió la distancia en 2 minutos 34 segundos 71 milésimas. Pero ese fue apenas el último tramo de una carrera que empezó hace mucho tiempo antes y que no tiene fin.

Arrancó en el invierno de 2020, cuando Marta y Edmundo, sus padres, le construyeron una pileta climatizada a leña hecha de chapas, plásticos y troncos para que no baje los brazos. Estábamos en el pozo más profundo de la pandemia e Infobae encontró y narró su historia.

O tal vez la carrera empezó mucho antes, cuando tras la sugerencia de una médica que le trataba su retraso madurativo y la hipoacusia, Sebastián se tiró a una pileta. “En el agua soy otra persona, soy una persona completa”, contó Sebastián a este medio en julio de aquel año. El aislamiento provocado por el coronavirus hizo que Galleguillo no pudiera ir más a entrenar al club La Patriada, de su Florencio Varela natal, y su salud empezó a deteriorarse, como si la falta de contacto con el agua lo secara por dentro. Transcurrieron más de 70 días sin tirarse a la pileta y sus padres lo empezaron a ver cada vez más triste, desconectado y callado. Por eso decidieron romper las leyes de la naturaleza y hacer literalmente lo imposible: un andarivel en el jardín de su propia casa.

Sebastián Galleguillo en julio de 2020, en pleno entrenamiento en la pileta "casera" de su casa: desde afuera lo ayuda Marta, su mamá (Foto: Franco Fafasuli)
Sebastián Galleguillo en julio de 2020, en pleno entrenamiento en la pileta "casera" de su casa: desde afuera lo ayuda Marta, su mamá (Foto: Franco Fafasuli)

Como el nadador del cuento de John Cheever, que atraviesa las piletas de su barrio en una carrera sin fin con el objetivo de dejar atrás sus demonios, Sebastián nadó y nadó pero para iluminar su vida. Es parte del equipo argentino de natación para sordos y esta semana que pasó cumplió finalmente el sueño de jugar un Mundial. La competencia se hizo en Buenos Aires y el joven 21 años corrió en tres distancias de pecho, su mejor estilo, y también en la carrera colectiva de postas.

No tiene sentido analizar los resultados pero si ese fuera el caso, podemos decir que Galleguillo es uno de los mejores nadadores sordos del mundo. Para eso entrenó full time. Eso incluyó dejar la casa de sus padres, en la zona de quintas de Florencio Varela.

En 2021 fue seleccionado para vivir en Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CENARD) para integrarse al seleccionado nacional. Desde aquel momento entrena doble turno cada día (muchas de las mañanas lo hace en River, a 300 metros de allí) y además estudia: primero se recibió de guardavidas y ahora está con el curso para ser profesor de natación.

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Sebastián Galleguillo en su casa de Florencio Varela en julio de 2020: sus padres le construyeron una pileta con tronchos y chapas

En el último tiempo su objetivo fue buscar las finales del mundial, especialmente en 200 metros. Una carrera contra el reloj y contra él mismo. “Cuando nado no miro a mis costados, ni siquiera miro la línea azul del fondo de la pileta, voy para el frente y corro contra mi tiempo”, cuenta, sentado en la plataforma desde donde saltan al agua en cada carrera en la pileta olímpica del CENARD, la misma por la que lanzaron sus brazadas José Meolans, Delfina Pignatello y tantos otros referentes del deporte en Argentina. “No lo puedo creer”, ríe Sebastián.

“La verdad que siento mucha emoción, representar a la selección es el sueño de todo deportista”, dice Galleguillo. Marta, su mamá, de quien Sebastián heredó no solamente el parecido físico sino también una determinación a prueba de toda dificultad, cuenta: “Yo le digo, cuidado hijo con lo que deseás porque puede pasarte”, ríe desde Varela.

A finales de aquel 2020 la entrenadora del equipo nacional de natación para sordos, Marcela Belviso, que ya lo tenía en el radar, lo contactó y presentó un proyecto a la Federación para que lo integren a la vida cotidianda de deportistas en el CENARD porque entrenar a primer nivel en Florencio Varela se hacía difícil. Cinco meses después le dieron la noticia de que había un lugar para él en el barrio de Núñez.

Sebastián (abajo, el primero desde la izquierda) junto a sus compañeros y entrenadora del equipo nacional de natación para sordos que compitió esta semana en el Mundial realizado en Buenos Aires
Sebastián (abajo, el primero desde la izquierda) junto a sus compañeros y entrenadora del equipo nacional de natación para sordos que compitió esta semana en el Mundial realizado en Buenos Aires

“Justo cuando terminé el curso de guardavidas me llamó y me dijo que había logrado conseguir el alojamiento y que me prepare que para entrenar todos los días en doble turnos”, cuenta Galleguillo. Y reconoce las dificultades de abandonar el nido. “Me costó separarme de mis papás. Los primeros meses me sentí demasiado solo, tuve momentos que me sentía muy solo. Los fines de semana me voy y paso el tiempo con ellos. Los sábados después del entrenamiento iba y me volvía el domingo a la tarde”, enumera. Cada fin de semana Sebastián se toma el tren a Retiro, de ahí el subte a Constitución, desde allí el tren Roca hasta la estación Bosques y finalmente el colectivo 148 hasta la casa de sus padres. Llegó a tardar cuatro horas por tramo.

Sebastián nació a los ocho meses de gestación. Pesó un kilo y vivió 20 días conectado a un respirador. Sus padres detectaron tiempo después dificultades en el proceso madurativo. Tenía problemas para comunicarse y convulsiones interiores que lo dejaban quieto mirando un punto fijo. Además le diagnosticaron hipoacusia. Fue un niño silencioso al que le gustaba mucho subirse a los árboles del terreno de su casa y ver el mundo desde ahí.

A los 11 años una médica le dijo a Marta que lo mande a natación para descongestionar su aparato respiratorio. Eso cambió todo para los Galleguillo. “Cuando entré a la pileta y no me ahogué, me di cuenta que eso me encantaba”, contó a Infobae, y amplió: “Me sentí cómodo. Era otro lugar, donde yo no dependía de la audición sino de lo que mi cuerpo pudiera llegar a aguantar y resistir”.

La práctica del deporte mejoró su salud y también su modo de relacionarse. Comenzó a tratar con otros chicos con capacidades diferentes que iban también a natación y eso hizo que mejore su forma de hablar, de forma de ser, de vincularse con los demás.

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Sebastián salió sexto en la final de 200 metros pecho en el Mundial de Natación para sordos (Crédito: Franco Fafasuli)
Sebastián salió sexto en la final de 200 metros pecho en el Mundial de Natación para sordos (Crédito: Franco Fafasuli)

Marcela Belviso es la entrenadora del equipo nacional desde 2017. Apenas asumió comenzó con una campaña de detección de talentos. Alguien le avisó que en Varela había un chico que nadaba muy bien. “Con mucho entusiasmo empezó a tener contacto conmigo pero vino la pandemia y este entusiasmo le generó una gran ansiedad. Acompañado por sus padres, que son unas bestias que van para adelante, hicieron lo de la pileta. Y Seba conmovió a todo el mundo. Fue impactante”, recuerda.

Belviso explica que necesitaban que Galleguillo entrenase en piletas de 50 metros y empezara a estudiar. “Me dieron una beca para él en el CENARD y a partir de ahí arrancó a nadar todos los días, que no era la posibilidad que tenía en Varela”, cuenta y detalla, con admiración: “Viene todos los días con una sonrisa, valora mucho lo que tiene. Es uno de los tres mejores nadadores que tenemos”.

“Vivo con un compañero de Tucumán, hace gimnasia y se llama Ivo y fue medallista en los Odesur, llegó al Panamericano. Aprendo mucho del esfuerzo y la disciplina que tiene”, cuenta Sebastián que desde que vive allí cambió su alimentación, dejó las frituras, el pan casero y los reemplazó por ensaladas y verdura. “Sin embargo no estoy flaquito, no entiendo”, ríe.

"Estoy en el CENARD, tengo todo", dice Sebastián (Crédito: Franco Fafasuli)
"Estoy en el CENARD, tengo todo", dice Sebastián (Crédito: Franco Fafasuli)

Se despierta a las 6, entrena de 7 a 9, después va al gimnasio de 9.30 a 11.40, luego a las 12 almuerza, duerme una hora de siesta y a las 14.30 a la pileta de nuevo, en el CENARD o en River. Entrena hasta las 17 y luego, la merienda. “Si los días son de trabajo muy fuerte llego muerto. Además curso lunes, miércoles y viernes de 18 a 23. Lo bueno es que es acá y no tengo que viajar”, enumera.

Pero hay premio para tanto esfuerzo. Cuando se conoció su historia de 2020, un fabricante de piletas le regaló una y se la llevó a la casa: llegó con 10 operarios, hicieron un pozo y le dejaron la pileta de regalo. La resistencia de Sebastián le da muchas satisfacciones. Cuando está en el agua, el nadador dice que no mira para los costados, ni para adelante, ni para atrás: nada contra su reloj interno. Eso, al menos en el caso de Seba, no le impide, fuera del material líquido, ver todo lo que consiguió a pura brazada.

“Yo quería estar en el Cenard y ahí estoy, así que tengo que disfrutar cada plato de comida, porque hay mucha gente que desea estar donde estoy, conocer a tantos campeones. De repente estoy nadando con el campeón de aguas abiertas, o en la merienda está la (yudoca) Peque Paretto, al mediodía me cruzo a Las Leonas. No lo puedo creer. Es muy lindo todo”, susurra y como cuando respira en el agua, saca su última bocanada de palabras: “A veces miro los videos de Infobae y veo lo poco que tenía y era tan feliz. Ahora tengo todo”.

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