Que nadie podía creerlo, pero que sí, que era cierto; la noticia la había traído alguien que había estado por allá, que se lo habían dicho y había que creerlo: a Federico García Lorca una docena de fascistas lo habían ido a buscar a su casa y lo habían fusilado.
Entre el 17 y 18 de julio de 1936 estalló en España un golpe militar contra la Segunda República, El 20 se había producido la sublevación en Granada luego de muchas dudas del general Miguel Campins, vacilaciones por las que sería ejecutado. Reestablecida la mano dura, no se trepidó en firmar sentencias de muerte contra republicanos, izquierdistas y sospechosos de pertenecer a estas orientaciones. El nombramiento del teniente coronel Velasco Cimarro, ya retirado de la Guardia Civil, como secretario del gobernador de Granada, sería clave en el destino de García Lorca.
Al pie de la Sierra de Alfacar, a unos diez kilómetros de Granada, hay dos pueblos: Alfacar y Víznar. En este último, estaba el cuartel de la primera Falange Española de Granada. De ahí partían a las afueras donde se realizaban los fusilamientos y se enterraba a las víctimas. Allí, en un lugar que los testigos ni la historia pudo precisar con exactitud, fue fusilado Federico García Lorca.
Alrededor de los motivos de su muerte, se tejió una complicada red de viejas rencillas entre familias, cuestiones políticas, económicas y prejuicios típicos de la época.
Los biógrafos del poeta sostienen que el instigador de la muerte fue Horacio Roldán. Es que los Roldán estaban enfrentados a los García Lorca, tanto por motivos políticos como económicos. Entre los que fueron a detenerlo estaba Pepe el Romano, retratado por García Lorca en La Casa de Bernarda Alba quien, a través de la obra, atacó tanto a los Alba como a los Romano, y ahí también hay que buscar los motivos de por qué el poeta fue asesinado.
Velasco Cimarro, como integrante de la Guardia Civil, tenía un viejo encono hacia Lorca, desde que en 1928 publicó El Romancero Gitano, en el que incluyó El Romance a la Guardia Civil Española, en el que criticaba las actuaciones de este cuerpo.
Al granadino lo detuvieron el 16 de agosto de 1936, justo el día en que el gobernador estuvo fuera de la ciudad hasta la noche. Entonces Velasco Cimarro, la máxima autoridad a cargo, fue el que ordenó detenerlo y que fuera trasladado a Víznar. El 5 de junio había cumplido 38 años.
Estaba claro que era una venganza. García Lorca no era considerado ni una amenaza política, y menos armada. Nunca se había querido meter en política, resistía la afiliación al Partido Comunista, pero sectores reaccionarios no toleraban sus amistades de izquierda.
Cuando estalló la sublevación, que iniciaría la guerra civil y que abría a largas décadas de dictadura franquista, García Lorca estaba en Madrid. Asustado, su primera reacción fue la de tomarse el tren a Granada y quedarse con su familia, cosa que hizo el 16 de julio. Una semana después fue fusilado su cuñado Manuel Fernández Montesinos, casado con su hermana Concha. Era el alcalde local.
Por precaución, los Lorca estaban en su residencia veraniega de la Huerta de San Vicente, atemorizados por los excesos que cometían los falangistas.
El pecado de García Lorca fue el de haber firmado un manifiesto en apoyo al Frente Popular, una coalición electoral de partidos de izquierda que proclamaba la nacionalización de la tierra y de la banca y el subsidio al paro, entre otras cuestiones, y que por ello era señalado como “rojo”. Además su condición de homosexual no lo ayudaba en ese contexto, si hasta su familia lo condenaba por eso.
Su reacción fue la de buscar amparo en la casa de los Rosales. Luis, poeta como él, era su amigo pero lo que buscaba era la protección de José, el hermano mayor, referente de la falange local.
En su habitación quedaron las cartas de Margarita Xirgu, quien lo instaba, junto a otros amigos, a que viajase a México. La mujer le había enviado un giro para el pasaje y él se lo había devuelto.
Con Xirgu habían coincidido cuando ambos estuvieron en Buenos Aires. El poeta llegó el 13 de octubre de 1933 y las pocas semanas que pensaba quedarse se transformaron en medio año, gracias a su popularidad y el éxito de sus obras. Se alojó en la habitación 704 del Hotel Castelar, que con el tiempo se transformó en un pequeño museo a su memoria.
Sus amigos no estaban, pero sí la madre de ellos, Esperanza. Ella fue quien enfrentó a la docena de hombres esa tarde del 16 de agosto. Fue un descomunal operativo, con la manzana rodeada y tiradores en los techos. El jefe Ramón Ruiz Alonso, que odiaba al poeta, pidió por él. Estaba acompañado por Federico Martín Lagos y Juan Luis Trescastro.
La mujer exigió que estuvieran presentes sus hijos. Pero no hubo caso: a Federico se lo llevaron igual. A los Rosales les advirtieron que no insistieran con Lorca porque, en definitiva, ellos habían ocultado a un “rojo”, a quien además acusaban de espía ruso, masón y homosexual.
Quedó encerrado en la sede del gobierno civil, y cuando los hermanos Rosales lo fueron a buscar con la liberación firmada por el gobernador, ya se lo habían llevado.
Por lo general los condenados eran enviados a “La colonia”, ubicada a siete kilómetros de la ciudad de Granada. Durante el gobierno de la República había sido un sitio de veraneo para estudiantes granadinos y cuando estalló la sublevación se le cambió el uso. Allí los detenidos llegaban de noche y eran encerrados. Les daban la oportunidad de confesarse con el cura párroco de Víznar, José Crovetto Bustamante. Al amanecer, se dirigían al campo y se los ejecutaba.
Los pelotones de fusilamiento lo integraban voluntarios que los unía las ganas de matar. Integraban lo que se llamaba la “Escuadra Negra”.
Los cuerpos permanecían en el lugar donde habían caído. Luego venían los enterradores, que eran prisioneros o individuos que se habían salvado de terminar en el paredón y realizaban su trabajo.
Se asegura que García Lorca pasó sus últimas horas en ese lugar, que lo llevó alguien a quien le decían “El panadero”. Que cuando llegaban los prisioneros para calmarlos les decían que al día siguiente serían llevados a trabajar en unas fortificaciones, pero horas después les confesaban la verdad, y les daban la posibilidad de tener la asistencia de un cura o de escribir una carta.
Durante la que sería su última noche, el poeta se dedicó a animar a sus compañeros de infortunio, mientras fumaba un cigarrillo detrás de otro.
Quiso confesarse cuando se enteró de que lo matarían. Pero ya era tarde, el cura ya había partido. Un guardia, llamado Jover Tripaldi lo ayudó a rezar un Padrenuestro, que el poeta tenía medio olvidado.
Le hicieron escribir una nota dirigida a su padre, en el que le pedía que le entregase mil pesetas al portador, como donativo para las fuerzas armadas. Después de matarlo, uno se presentó para cobrar el dinero y el padre del poeta, pensando que así salvaba la vida de su hijo, se lo dio.
A la madrugada del 18 o 19 lo llevaron junto a otros tres: los banderilleros anarquistas Joaquín Arcollas Cabezas y Francisco Galadí Mergal. Cerraba el grupo Dióscoro Galindo González, un maestro, rengo, del pueblo de Pulianas, quien había sido denunciado por “rojo”. Cuando en febrero de 1936 el Frente Popular ganó las elecciones, los republicanos desfilaron frente a su casa y gritaron “¡Viva el maestro nacional de Pulianas!” Tenía las horas contadas.
A los detenidos los condujeron en un vehículo hasta Fuente Grande, un manantial de increíble agua fresca. Recuerdan que García Lorca llevaba una corbata de lazo.
“Se le vio, caminando entre fusiles, / por una calle larga, /salir al campo frío, /aún con estrellas de la madrugada. /Mataron a Federico /cuando la luz asomaba.”, escribió Antonio Machado en su poema “El crimen fue en Granada”.
No se sabe el lugar exacto donde lo mataron. Mencionan cerca de un pinar y de un viejo olivar, y no mucho más. Pero sí aseguran que el lugar está lleno de fosas comunes con restos que esperan ser identificados.
Se presume que a él y a Galindo González los enterraron juntos. Sin conocer aún el desenlace, su amigo el músico Manuel de Falla acudió ante autoridades falangistas que conocía para pedir por la vida del poeta, pero le respondieron que ya estaba muerto. La iracundia que provocó en las autoridades las preguntas del compositor hizo que lo sacasen al patio para fusilarlo, tuvo la suerte de que un oficial lo reconociera y a los empujones lo llevó a la calle. De ahí fue a la casa de la familia del poeta con la triste noticia.
Como lugar de enterratorio, en el tiempo que mataron al poeta, a los ajusticiados se los enterraba a la vera del camino que unía Víznar y Alfacar. Luego se eligió un barranco en el que la arcilla era más blanda, y no costaba tanto trabajo cavar las fosas.
Dicen que Juan Luis Trescastro fue uno de los que había ido a buscar al poeta, usando su auto y era uno de los que se jactaba de haber participado en su ejecución. “Don Gabriel, esta mañana hemos matado a su amigo, el poeta de cabeza gorda”, le dijo al pintor Gabriel Morcillo. “Yo le metí dos tiros en el culo por maricón”, según le escuchó decir Angel Saldaña, declaración reproducida por Ian Gibson en su libro El asesinato de Federico García Lorca.
Por años estudiaron el terreno, se realizaron excavaciones. Se tenía la certeza de que buscaban dos cuerpos, uno de ellos rengo (se dijo entonces que se lo había enterrado con sus muletas). Hasta meses antes de morir, Francisco Franco seguía requiriendo precisiones de las últimas horas del poeta y dónde había sido enterrado. Que la familia lo había desenterrado y ocultado en un lugar seguro; que se lo habían llevado del país o que los propios falangistas lo desenterraron y lo volvieron a sepultar en una fosa común, mezclándose con otros restos y así ocultar el crimen.
La realidad es que sus restos no aparecen y aún siguen buscando a la vera del camino a Víznar, tal vez cerca de un pinar y de un viejo olivar, donde colocaron un monolito, con la leyenda “Lorca eran todos”, testigos silenciosos de cuando acallaron para siempre al hombre, pero no al poeta.
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