El problema de los jóvenes que no pueden emigrar de la casa familiar: causas y efectos de una emancipación postergada

La hostilidad del mercado inmobiliario, la oferta expulsiva de los alquileres y la pérdida del poder adquisitivo de los nuevos adultos obligan a una recomposición de los hogares. Radiografía de un nuevo paradigma habitacional y el fenómeno de inquilinización: estadísticas oficiales y testimonios de jóvenes, autoridades y sociólogos

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Juan Weidemann tiene 29 años
Juan Weidemann tiene 29 años y vive en Versalles, ciudad de Buenos Aires, en la misma casa que su mamá Patricia y su papá Carlos (Luciano González)

La última vez que Juan y Camila buscaron alquileres fue hace seis meses. Era la segunda vez que lo hacían. Recordaron automáticamente por qué lo habían desechado, cómo se habían espantado la primera vez. Son novios hace dos años y medio. No conviven. Él vive en la casa de sus padres en Versalles, su hogar desde los catorce años. Ella vive sola en su departamento de Caballito, desde que su mamá murió en 2019. Podrían vivir juntos ahí, en un coqueto dos ambientes en la intersección de las calles Emilio Mitre y Pedro Goyena, pero a él lo cohíbe una inhibición: no quiere convivir en un lugar que le pertenece a ella.

La convivencia se suspende por una noción de intromisión de él, por la falta de un ambiente a la intemperie -vale balcón, mirador, galería, patio, terraza o cualquier espacio sin paredes y techo- y por una coyuntura socioeconómica que desintegra su interés. No tienen emergencias tampoco: Juan y Camila duermen y viven juntos buena parte de la semana en la casa de ella. Los días que no se despierta en Caballito, Juan se levanta en el barrio de Versalles, a cuatro cuadras de la cancha de Vélez, en la casa de su adolescencia y de su adultez, la que Patricia y Carlos, sus papás, compraron en 2008 y remodelaron para que él y Florencia, su hermana, tuvieran un cuarto para cada uno.

Juan es Juan Weidemann. Nació el 16 de abril de 1994, tiene 29 años y es psicólogo egresado de la Universidad de Buenos Aires: trabaja en el equipo de orientación del Perpetuo Socorro, el mismo colegio del que egresó en primaria y secundaria. Su carga laboral es de treinta horas cátedra, veinte horas reales. Atiende, por fuera de su empleo principal, seis pacientes particulares de manera remota. Su ingreso mensual no supera el valor de una canasta básica total, que según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) equivalía, al 21 de julio de 2023, 232.426,83 pesos.

El sueldo de su novia es superior y holgado: trabaja en una compañía multinacional. Pensaron en poner en alquiler ese departamento para reinvertir la ganancia en otro más amplio y confortable. Se sentaron frente a la computadora. Abrieron las páginas web del mercado inmobiliario. Bucearon las posibilidades con escozor y morbo. Les gusta la atmósfera de la avenida Pedro Goyena. Empezaron el rastreo con una expectativa alta, casi suicida. La mitad de los valores estaban en dólares. Eliminaron ese filtro. “Hay edificios muy lindos y carísimos -convalida-. Por un dos ambientes con balcón pedían 300 mil pesos, algo impagable para nosotros”.

Juan dice que vive tanto
Juan dice que vive tanto en su casa como en el departamento de Camila, su novia hace dos años y medio. No siente la desesperación por irse del hogar familiar (Luciano González)

Bajaron las pretensiones y, solo por curiosidad, relevaron opciones de monoambientes por el barrio de Caballito. “Recuerdo con mucho susto un monoambiente venido a menos en la calle Víctor Martínez a 140 mil pesos. Era la única opción alcanzable”, relata. Lo apuntó para conocer cuál era el piso de la oferta: terminó siendo el techo de sus posibilidades. Cerraron las páginas, descartaron las opciones. Se resignaron. Volverán a idealizar la mudanza en otro momento, con otro viento político. No tienen urgencias ni presiones. La convivencia es parcial y la intimidad está garantizada. Saben que, a su forma, son afortunados.

Juan no proyecta su emancipación en el corto plazo. Patricia, su mamá, le suele mandar un mismo mensaje por las tardes: “¿Hoy venís para acá o te vas a lo de Cami?”. Es una pregunta honesta. A veces lo esperan para cenar. Él procura coordinar las sesiones para hacerlas en la habitación de su casa, su sede. No concibe ni alcanza a imaginar una mudanza sin compañía. “Para alquilar solo un departamento tenés que contar con un ingreso no solo estable sino alto. Tenés que dedicarle al alquiler entre el 60 y el 80% de tu ingreso. Y después tenés que pagar los servicios y vivir. Es prácticamente imposible”, describe con pesar.

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Lo planificado es la convivencia. Pero el escenario inmobiliario de alquileres es prohibitivo. Entiende que someterse al pago de un alquiler exigiría un recorte presupuestario que atacaría su idea de bienestar: “Implicaría perder cierto nivel de vida que tenemos hoy”, expresa. Hizo el cálculo: sacrificaría cenas afuera, salidas de ocio y viajes de placer. “Nos comprometeríamos a un gasto que quizás en algún momento no podamos asumir. Buenos Aires se convirtió en algo para pocos: es una ciudad más expulsiva que inclusiva”, dice crítico. No es una discusión sino un consenso: para Juan y Camila alquilar significaría perder. Ella seguirá viviendo en el departamento que compró con su madre, él continuará en su casa de siempre y juntos compartirán días, noches y momentos de la semana.

Juan es, a los 29 años, un caso más de aquellos jóvenes que no pueden emigrar de la casa de sus padres: el espejo de un proceso de emancipación que corre la frontera etaria cada vez más. Están los que nunca pudieron irse, están los que emigran a viviendas comunitarias y están los que tuvieron que volver a compartir techo y gastos con sus padres. La causa macro es la misma: la pérdida del poder adquisitivo y los precios restrictivos de las viviendas en alquiler.

Juan es hincha de River,
Juan es hincha de River, cumplirá 30 años en abril de 2024, es psicólogo y trabaja en el mismo colegio donde cursó la primaria y la secundaria (Luciano González)

Alejandro Bennazar, presidente de la Cámara Inmobiliaria Argentina, describió el panorama actual de los alquileres porteños como un “desmadre”. A comienzos de agosto -cuando era inimaginable que Javier Milei fuera a ser el candidato presidencial más votado y cuando el dólar blue esperaba agazapado por debajo de los 572 pesos- informó que había “936 propiedades en alquiler para siete millones de personas” en la Ciudad de Buenos Aires, 30% menos de la oferta del mes anterior y apenas un 5% de la disponibilidad para inquilinos de 2020, antes de que se promulgara la ley de alquileres, vilipendiada por las inmobiliarias, acusada de haber distorsionado el mercado y parido precios récord. La ecuación es sencilla: el resultado de una oferta baja y una demanda alta redunda en precios exorbitantes.

José Rozados, de Reporte Inmobiliario, le confió a Infobae en una nota publicada hace seis días -en aquel país pre PASO- que “la reducción de la oferta formal de alquileres es el resultado de la imposibilidad de actualizar el monto de alquiler en un período de menor al año, obviamente con inflación que supera el 110% anual, quien mantiene un ingreso congelado durante ese lapso pierde poder adquisitivo mes a mes. Así a medida que la inflación se acelera el perjuicio es cada vez mayor y cada vez son menos propietarios quienes están dispuestos a aceptar esa condición”. Parte de esas viviendas vacías se mudaron al servicio de alojamientos temporarios para turistas o estudiantes extranjeros, donde la renta es en dólares y la oferta sí supera la demanda.

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Un informe de Zonaprop detalla que un monoambiente en territorio porteño se alquila, en promedio, a 143.825 pesos por mes, una unidad de dos ambientes rodea los $176.244 y un departamento de tres ambientes y más de setenta metros cuadrados cuesta por encima de los $230.178. Pero estos valores envejecieron rápido. Con la volatilidad del tipo de cambio pos elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias y con la inestabilidad de la economía, los precios desaparecieron, se frenaron, se remarcaron. Los de los alquileres también. Mariano García Malbrán, presidente de la Cámara de Empresas de Servicios Inmobiliarios (Camesi), informó que “tanto en la ciudad como en el Gran Buenos Aires y en La Plata no hay oferta. Las viviendas que se alquilaban hasta el viernes salieron del mercado y si hay dueños que aceptan alquilar sus inmuebles piden cifras que no condicen con la ley vigente”. El mercado aún carece de precisiones: se estima que tras el salto del dólar libre, la siembra de incertidumbre en las inmobiliarias y los propietarios, los valores que ya cargaban con un alza interanual de 140% subieron un 20 por ciento más. La inflación queda por debajo de la línea de aumento de los alquileres.

Comprar es una alternativa descartada. “Desafíos de la planificación territorial, el acceso al hábitat y a la vivienda” es un diagnóstico firmado por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), la organización Techo y la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ). En él, indagan sobre el déficit habitacional. Dicen: “En un contexto de primacía de la vivienda como activo financiero y reserva de valor, la falta de regulación del mercado del suelo y de los bienes inmuebles profundizan las prácticas especulativas y aumentan los precios del suelo y de la vivienda. Esto conlleva un desfasaje entre el precio de los inmuebles y los ingresos de la población que restringe aún más las posibilidades de acceso a la vivienda, tanto en propiedad como en alquiler”.

Según Alejandro Bennazar, presidente de
Según Alejandro Bennazar, presidente de la Cámara Inmobiliaria Argentina, a comienzos de agosto había 936 propiedades en alquiler para siete millones de personas

El informe rescata una estadística de Reporte Inmobiliario de brutal contraste: mientras que durante la década del noventa se necesitaban cuatro años de ingresos medios para la compra de un departamento usado de cuarenta metros cuadrados, en 2020 se precisaban 18,5 años de ingresos medios para ser dueño de una unidad modesta. “A raíz de estas dificultades para el acceso a la vivienda en propiedad, y de la mano de cambios en los modos de habitar de los hogares, en Argentina se evidencia una tendencia marcada de inquilinización”, titulan.

Del último censo nacional de población, hogares y viviendas del Indec se extrae una deducción. En doce años -entre el último relevamiento de 2022 y el anterior de 2010- la cantidad de personas que alquilan aumentó un 70 por ciento: en 2010 representaba el 16% de la población y en 2022 trepó al 27 por ciento. La tendencia se revirtió, no siempre fue la misma. En 1947 había un 67,7% de hogares inquilinos. En 2001, la proporción se había aplacado al 11,17 por ciento. El fenómeno de inquilinización del nuevo siglo promete trazar una curva ascendente y vertiginosa.

De acuerdo a un análisis realizado por Inquilinos Agrupados, los doce años entre censos coinciden con el período en el que más viviendas se construyeron en todo el territorio nacional. La población total del país creció un 14,8% desde principios de siglo hasta 2022. La cantidad de viviendas se incrementó, en el mismo lapso, un 28,5 por ciento: desde 11.677.152 hasta 17.780.210. La lectura aguda devuelve una evidencia: en 2001 había una vivienda cada 3,1 personas y ahora se distribuye una vivienda cada 2,6 habitantes. La ecuación vuelve a simplificarse con un razonamiento lógico: la cantidad de viviendas crece, el flujo de propietarios baja, la concentración inmobiliaria se vuelve cabal.

“La situación de los hogares inquilinos en el AMBA” es una investigación realizada a fines de 2022 por la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), el Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR/CONICET), la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios (EIDAES) y el Instituto de Geografía de la Universidad de Buenos Aires. Entre sus resultados se destacan dos conclusiones: que el 63% de los inquilinos está endeudado -y seis de cada diez destinó la deuda a abonar el alquiler- y que el 32% de los hogares reconoció que invierte más de la mitad de su ingreso mensual familiar al pago del alquiler.

"Tenés que dedicarle al alquiler
"Tenés que dedicarle al alquiler entre el 60 y el 80% de tu ingreso. Y después tenés que pagar los servicios y vivir. Es prácticamente imposible", considera Juan Weidemann (Luciano González)

El trabajo publicado por el CIPPEC en abril de 2023 incorpora una encuesta. La población consultada debía atestiguar si suponía que su futuro habitacional empeoraría: el 28,4% asume que sí en el Área Metropolitana de Buenos Aires, mientras que en las villas y los asentamientos el porcentaje escala al 42 por ciento. De este colectivo de argentinos resignados, el 42,4% afirma que compartirá vivienda con otros parientes, el 34,3% cree que se mudará a una casa más pequeña, el 16,1% piensa que se alejará de su lugar de residencia y el 7,2% supone que se instalará en una vivienda más precaria. “Estos datos dan cuenta de una precarización de las condiciones habitacionales, en particular, y del empeoramiento en las condiciones de vida, en general, que, como vimos, afecta mayormente a los hogares más vulnerables”, define el estudio.

Este escenario hostil replica, ferozmente, en la expectativa de independencia de los jóvenes. Permanecer en el hogar familiar es un recurso para sostenerse económicamente, para no sacrificar poder adquisitivo, para no caer al estrato inferior en la pirámide social. Según la Encuesta Permanente de Hogares del primer trimestre de 2023 en 31 conglomerados urbanos, llevada a cabo por el Indec, el 26% de la población de 18 a 35 años son jefes o jefas de hogar y el 47,8% aún vive en el hogar familiar, cuya persona de referencia puede ser el padre, la madre o ambos.

La experiencia de Juan Weidemann es común a su grupo de amigos de la secundaria: sintetiza un recorte social de la clase media urbana. Son seis amigos, seis casos atravesados por la misma problemática, en las que la arbitrariedad se convierte en el método. Su mejor amigo, que vivió siempre a cinco cuadras de su casa, emigró de la ciudad de Buenos Aires: encontró en Ciudadela la única opción para vivir sin prescindir de calidad de vida. Otro amigo construyó su casa encima de la de su abuela, en una obra que le demandó tres años. Otro se mudó con su novia en un romántico recurso para dividir gastos. Otro recibió el beneplácito de una tía solidaria que le alquiló un monoambiente a mitad de precio. Solo uno consiguió un dos ambientes en la zona de Monte Castro, casi a estrenar, a 110 mil pesos. “Fue una ganga. Tal era la desesperación por agarrarlo que cuando lo vio no llegó ni siquiera a contarnos que ya lo había reservado”, narra Juan, aún absorto.

Son historias mínimas y aleatorias encerradas dentro de una coyuntura global que solo parece tener excepciones. Federico Cermelo, director del Observatorio de Familias y Juventudes de la Cámara de Diputados, lo percibe en su trabajo. Organiza visitas guiadas al Congreso para estudiantes secundarios y universitarios. Abordan la praxis legislativa, ensayan parlamentos juveniles y ligas de debates, generan encuentro de construcción ciudadana en los salones de la cámara y abren espacios para tratar temas de interés juvenil. Entre el medio ambiente, la salud mental y las nuevas tecnologías, se filtran inquietudes relativas al trabajo y la vivienda. “Ven muy difícil contar con su propia vivienda, ven cada vez más lejano conseguir alquileres. Buscan o tienen amigos que no encuentran a donde irse a vivir o les piden mucha plata o tienen que endeudarse para entrar. Lo viven con mucha preocupación”, remarca.

Juan y su mamá Patricia.
Juan y su mamá Patricia. Él nació en Ciudadela y cuando tenía 14 años, su familia se mudó al barrio de Versalles. Reconoció haber buscando un departamento para vivir con su novia en Caballito (Luciano González)

Cermelo rescata la vivencia de aquellos estudiantes que tienen posibilidad de trabajar de manera remota y se encuentran ante un desafío: el silencio, la intimidad. “Vienen y nos dicen ‘tengo la posibilidad de trabajar freelance, pero en casa necesito estar tranquilo, tener silencio o un espacio mío para poder diseñar’. Y en una convivencia familiar, con hermanos, con pocos ambientes disponibles, le genera una complicación”.

Julia Epstein tiene 21 años y es titular del Instituto Nacional de Juventudes (Injuve), el organismo oficial que trabaja, según su propia descripción, “para que las juventudes se desarrollen libremente en un marco de derechos para una sociedad más inclusiva y equitativa”. Identifica tres grandes problemáticas interrelacionadas: el empleo, la vivienda y la salud mental. “El empleo de los jóvenes -dice-, históricamente pero mucho más en este momento, siempre ha sido más precario, mal remunerado y con peores condiciones. Los números de desempleo a nivel nacional son bajos en este momento. Pero si uno pone la lupa en los trabajos de los jóvenes, existen niveles de desigualdad muy grandes. Eso implica que tengan problemas para independizarse, para irse a una vivienda digna, para elegir en qué momento irse de la casa de sus padres. Todo ese panorama termina impactando en la salud mental”.

María Teresa Pérez visitó el país en marzo de 2023 como directora general del Instituto de la Juventud de España. Julia, quien moderó el encuentro de Organismos Nacionales de la Juventud que se realizó en el Centro Cultural Kirchner como parte de las actividades del Foro Mundial de Derechos Humanos 2023, recuerda que su par española le graficó un escenario similar en su país: “Nos contó que el alquiler en España representa el 80% del sueldo más o menos, y que los jóvenes se van de su casa entre los 30 a 35 años para compartir una habitación”. “No es un problema solamente de la Argentina -interpreta-, es un problema más estructural. Se agrava en estos momentos por la inestabilidad económica y la nula capacidad de prever los gastos. Eso genera un rechazo a la política que no logra solucionar estos problemas”.

Julia le asigna, en este contexto desfigurado del mercado, un rol preponderante a la figura del inquilino, una masa poblacional de la que nadie prevé que se reducirá en los próximos años. “Pasará a ser un actor clave en este momento -estima-. No es una cuestión de entregar banderas ni de resignarse, pero sí ser un poquito más pragmáticos a la hora de pensar que tal vez va a ser difícil que en los próximos años se pueda resolver el problema de los precios de la vivienda y la capacidad de comprar una. Es necesario que ese sujeto tenga un lugar social para discutir y pensar políticas públicas. Es lo que están pidiendo los pibes y las pibas”.

Juan integra el 47,8% de
Juan integra el 47,8% de los jóvenes de 18 a 35 años de 31 conglomerados urbanos que aún vive en el hogar familiar, según la Encuesta Permanente de Hogares del primer trimestre de 2023 (Luciano González)

Manuela Gutiérrez es socióloga recibida en la Universidad de Buenos Aires y doctora en salud colectiva egresada de la Universidad Autónoma Metropolitana de México. Repara en la noción del “nido lleno” y en las adversidades financieras de los nuevos adultos: “La situación actual de los y las jóvenes, en términos de independencia y autonomía económica, se encuentra inmersa en una crisis profunda, una situación que podemos contextualizar como el concepto del ‘nido lleno’. Este fenómeno, moldeado por las realidades económicas y las transformaciones sociales que han ocurrido en las últimas cuatro décadas, está intrínsecamente relacionado con la precarización laboral y su análisis expresa un escenario crítico que presenta consecuencias negativas”.

“La manifestación más destacada de esta realidad es la estrecha vinculación entre la precariedad laboral y la permanencia de los jóvenes en el hogar parental. A diferencia de una interpretación simple que lo atribuiría únicamente a la incapacidad de reunir los recursos necesarios para emprender una migración independiente, esta realidad se origina primero en la precariedad de la vida cotidiana. La imposibilidad de progresar materialmente, ya sea adquiriendo una propiedad, un auto, o asegurando un trabajo que brinde suficiente independencia financiera, culmina en un escenario en el cual compartir la vivienda con otros de la misma generación parece ser la única opción viable”, discierne la socióloga experta en juventudes.

Manuela Gutiérrez recupera un concepto vertido por Julia Epstein: la salud mental. Expone: “Es crucial comprender de qué modo esta dinámica no solo se traduce en términos materiales, sino que también desempeña un papel determinante en el desarrollo de la subjetividad y el tránsito hacia la adultez. En sociedades capitalistas, la realidad material no puede separarse de las experiencias emocionales y psicológicas. La ausencia de perspectivas de futuro y la incapacidad de proyectarse en términos personales y profesionales tienen repercusiones inmediatas en la salud mental de los y las jóvenes. La ansiedad y la depresión, a menudo exacerbadas por la sensación de estancamiento y la falta de oportunidades concretas para avanzar, emergen como manifestaciones preocupantes de esta situación”.

“Resulta imperativo no solo analizar esta dinámica desde un enfoque económico, sino también desde una perspectiva holística que considere la influencia de estas realidades en la formación de la identidad, la proyección personal y las condiciones emocionales de las jóvenes generaciones en el complejo tejido de la sociedad contemporánea”, sostiene.

"A raíz de las dificultades
"A raíz de las dificultades para el acceso a la vivienda en propiedad, y de la mano de cambios en los modos de habitar de los hogares, en Argentina se evidencia una tendencia marcada de inquilinización", expresa un informe del CIPPEC

Considera que la cohabitación prolongada entre generaciones introduce una dinámica novedosa en la estructura familiar tradicional. “Si bien esta situación puede brindar apoyo mutuo y fomentar la solidaridad familiar, también puede generar tensiones debido a las diferencias en valores, expectativas y la redistribución de espacios y recursos”, advierte. La socióloga distingue, en la convivencia multigeneracional, secuelas en las relaciones personales y en la intimidad de los jóvenes. “La limitación de la privacidad y la autonomía puede influir en la capacidad de establecer relaciones íntimas y en la exploración de la identidad fuera del contexto familiar. La coexistencia de distintas generaciones bajo el mismo techo puede requerir una renegociación de los límites personales y la adaptación de las prácticas cotidianas para acomodar las dinámicas familiares cambiantes”.

Este fenómeno, dice Manuela, concibe una nueva composición de las familias, “donde las líneas tradicionales entre generaciones pueden volverse más borrosas”, y dispone de suficiente peso para redefinir el concepto de “hogar”. Los desafíos económicos, los factores socioculturales y psicológicos influyen en la postergación de la emancipación, según su visión. “La extensión de la juventud contemporánea se relaciona con transformaciones en la educación, la transición hacia la vida laboral y las expectativas cambiantes sobre el matrimonio y la parentalidad. Las inseguridades y fragilidades pueden estar arraigadas en contextos socioeconómicos inciertos, pero también pueden ser moldeadas por cambios en las percepciones de la identidad y el sentido de pertenencia generacional”, apunta.

Jorge Catelli, psicoanalista, miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina, profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires, coincide en la lectura de la adolescencia tardía, “el período en el que ya está todo el crecimiento genésico del sujeto pero la dependencia simbólica y económica continúa y produce cambios en lo que son las dinámicas sociales y familiares, que postergan y prolongan la independencia, generando complejidades en lo que tiene que ver con el desarrollo de la sexualidad y la intimidad”.

Identifica, a su vez, un tamiz idiosincrático en la convivencia familiar. “En la cultura de los países latinos la migración de los hijos normalmente es mucho más tardía que en aquellos países sajones, una práctica que contiene simbólicamente un ritual de iniciación. En países sajones, tanto de Europa como en el norte de América, ya sea Estados Unidos, Alemania, Países Bajos, Inglaterra, Francia o Austria, nos encontramos con que un ritual de iniciación en la adultez joven que es la salida de la casa paterna, la salida hacia los nuevos centros de estudio, que son los que legitiman la posibilidad de tener una casa para vivir solos. Esto no es habitual dentro de las familias latinas. Tanto en Italia como en el sur de Europa, Portugal, España y por supuesto en Latinoamérica, donde somos herederos de esa cultura, los jóvenes tienden a alejarse de sus familias y tener un nuevo hogar o la experiencia de vivir solos mucho más tardíamente”.

Entre 2010 y 2022, la
Entre 2010 y 2022, la cantidad de inquilinos aumentó un 70% según información del Indec. Coincide con el período en el que más viviendas se construyeron en todo el país

Juan Eduardo Tesone, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina y profesor emérito de la Universidad del Salvador, replica este concepto identitario y cultural. Dice: “En Italia, a los jóvenes adultos que permanecen viviendo en casa de sus padres, ya sea por dependencia o por comodidad, se los llama, algo jocosamente los ‘mammones’. Como si permanecieran en un Edipo prolongado, no pudiendo confrontar al mundo externo desde la autonomía, en una eterna adolescencia. Actualmente, al menos en nuestro país, muchas veces conviven varias generaciones de adultos bajo el mismo techo por motivos económicos: la escasez de vivienda, los magros salarios, no permiten, aún con trabajo, independizarse”.

La doctora en sociología y directora de la carrera de sociología de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales Cecilia Arizaga teoriza sobre la composición de un paradigma social: “Los aspectos que en generaciones anteriores marcaban el ingreso a la vida adulta, como por ejemplo el irse de casa, llevar una vida económica independiente y el proyecto de formar una familia, están en retroceso, es un elemento cultural que está desapareciendo. Ha sido reemplazado por un estilo de vida adolescente móvil que hace de la inestabilidad y del cambio un valor en sí mismo”.

“¿Hasta qué punto es una elección y hasta qué punto tiene que ver con una adaptación a las condiciones de existencia? ¿Cuán vigente es hoy el ideal del techo propio en los jóvenes? -se cuestiona-. El techo propio era una marca de entrada a la vida adulta, una marca de movilidad social ascendente que suponía valores de estabilidad, de seguridad, cuestiones que hoy son residuales y que han sido de alguna manera reemplazados por otros ideales que hoy aparecen más ligados a un estilo de vida global y legitimado como ‘el buen vivir’”.

Su interés profesional radica en el debilitamiento moderno y juvenil de la consigna del “techo propio”. La socióloga se pregunta si es fruto de una elección consciente hacia un estilo de vida móvil, nómade y asociado a una imagen de plenitud -lo que identifica como “el buen vivir”- o resulta una conducta forzada a las condiciones de incertidumbre, de inestabilidad y de precariedad económica. “El irse de casa, como signo de ingreso a la vida adulta, deja de ser un ideal en la medida que se vuelve inaccesible para muchos jóvenes”, concluye Cecilia.

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