Durante unos cuatro meses entre su renuncia al ejército español y su llegada al Río de la Plata, José de San Martín estuvo en Gran Bretaña. En ese tiempo en Londres, en 1811, se relacionó con políticos, intelectuales y con logias masónicas. Vivió en el número 23 de Park Road, en el distrito de Westminster. Fue en esa ciudad que adquirió, de segunda mano, el sable corvo que dicen es un fiel reflejo de su personalidad. Se destaca su sencillez, la ausencia de destalles en oro o de piedras preciosas. Su empuñadura es de ébano, su largo total es de 95 centímetros y se llegó a determinar que habría sido forjado en el Lejano Oriente.
En su cláusula tercera de su testamento, redactado en enero de 1844, estableció que “el sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina D. Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarla”.
Se refería al bloqueo que fuerzas combinadas inglesas y francesas habían impuesto en el Río de la Plata.
Cuando Rosas se exilió en Southampton, lo conservó y a su muerte quedó en poder de su yerno. Fue en 1896 cuando su hija Manuela lo donó al Museo Histórico Nacional, llegó al país el 28 de febrero de 1897 a bordo del vapor inglés Danube y desde entonces se exhibió allí.
Hasta que en 1963 la historia cambió.
En la década del sesenta, el peronismo sentía los años de proscripción que arrastraba desde 1955 y sus militantes, especialmente la juventud, veían cómo se cerraban los espacios democráticos de participación. En ese año se habían celebrado las elecciones presidenciales en las que el radical Arturo Illia había resultado ganador, gracias a los apoyos que recibió en el colegio electoral. La otra estrella del comicio había sido el alto porcentaje del voto en blanco, que escondían a las voluntades peronistas. Es en ese contexto que un grupo de jóvenes militantes se reunieron para idear qué se podría hacer para darle un ímpetu a la moral militante.
Se les ocurrieron tres acciones: volar a las islas Malvinas, izar la bandera argentina y cantar el himno; robar las banderas argentinas que los franceses exhibían como trofeo de guerra en el Museo de los Inválidos en París, y que habían capturado en el combate de la Vuelta de Obligado en noviembre de 1845, o hacerse del sable corvo de José de San Martín..
Con las banderas que permanecían en Francia, estaban urgidos ya que un par de ellas habían terminado deshilachadas por el paso del tiempo y hubo otra que un soldado alemán se la llevó de recuerdo durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo acceder a esa bandera? Conocían al representante argelino de la Liga Árabe y, a través suyo, se armaría el operativo. Pero enseguida vieron la inviabilidad del plan, lo mismo que el viaje a las Malvinas. Quedaba solo una opción.
Robarían el icónico sable corvo del general San Martín.
Se conformó un grupo formado por Osvaldo Agosto y Alcides Bonaldi, a los que se sumaron Manuel Félix Gallardo, un ex policía, Luis Sansoulet y un tal Emilio, cuyo apellido ha quedado en el anonimato.
Se dio la casualidad que en esos días se contactó con el grupo Héctor Villalón, por entonces delegado de Juan Domingo Perón, exiliado en Madrid. Les traía el mensaje del líder desde España de la necesidad de unificar la resistencia y a encarar acciones en conjunto. Pero ellos ya tenían sus propios planes y no iban a echarse atrás.
Decidieron robarlo el lunes 12 de agosto. Por la tarde, se reunieron en un bar a unas pocas cuadras del Museo Histórico Nacional. Agosto, correctamente vestido de traje, golpeó la puerta pasados diez minutos de las 19. El museo ya estaba cerrado. Así se lo hizo saber el ordenanza Roberto Jiménez, de 72 años que esperaba que se hicieran las 20, la hora en que llegaba el sereno. Agosto explicó, en forma educada, que deseaban poder entrar, que eran estudiantes tucumanos y que esa misma noche regresaban a la provincia. Cuando Jiménez entreabrió la puerta, lo empujaron violentamente y lo encañonaron.
Se dirigieron a la sala de San Martín, a la que conocían ya que habían estado anteriormente. El sable se exhibía en una mesa octogonal. Rompieron el cristal, envolvieron el arma en un poncho y salieron. Antes cortaron el cable telefónico y cerraron la puerta de entrada, dejando la llave del lado de afuera.
Sobre la vitrina rota, dejaron un sobre lacrado con la siguiente nota:
“Al pueblo argentino. Comunicado número 1. La Juventud Peronista, pocas veces como hoy, señala una crisis moral y espiritual y por ello ha comprometido más entrañablemente el honor de la Patria y la felicidad del pueblo. En efecto, en pocas coyunturas como en ésta, la soberanía argentina ha sido tan vejada, la economía nacional más entregada, y la justicia social más negada. Frente a esta realidad angustiosa y vejatoria, la elección del 7 de julio fraudulenta en su proceso y realización, difícilmente pueda dar las soluciones honradas y profundas que la realidad de la Nación exige imperiosamente. A pesar de ello, los beneficiarios del pueblo han prometido reivindicar el honor de la Patria y los derechos del Pueblo, produciendo los siguientes actos: nulidad por decreto de los infamantes contratos petroleros suscriptos por el gobierno radical del Dr. Frondizi; ruptura con el FMI; nulidad de los convenios leoninos con SEGBA; levantamiento de la proscripción que pesa sobre la mayoría del pueblo argentino. Se afirma que a los argentinos solo nos queda para venerar la figura del general San Martín su símbolo, el sable glorioso que remontó los Andes para llevar su mensaje de libertad y fraternidad, y aquella espada volverá a ser el santo y seña de la liberación nacional. El sable del general San Martín quedará custodiado por la juventud argentina, representada por la Juventud Peronista, y juramos que no será arrancado de nuestras manos mientras los responsables directos o indirectos de esta vergüenza que nos circunda no resuelva anular los contratos petroleros, anular los convenios con los trusts eléctricos; decretar la libertad de todos los presos políticos, gremiales y Conintes, y dar al pueblo la libertad para pensar y ejercer su voluntad al amparo estricto de la ley. El pueblo argentino no debe albergar ninguna preocupación: el corvo de San Martín será cuidado como si fuera el corazón de nuestras madres. Dios quiera que pronto podamos reintegrarlo a su merecido descanso. Dios quiera iluminar a los gobernantes”.
Emilio los esperaba en el auto, con el motor en marcha. Debían encontrarse con Aníbal Demarco, quien se ocuparía de esconder el sable. Llegado al punto de reunión, comprobaron que Demarco no estaba, y lo llamaron usando un teléfono público. Había confundido la hora y quedaron en encontrarse en una feria.
Una vez con el sable en su poder, Demarco viajó por la Ruta 2, y en una estancia ubicada entre Maipú y Mar del Plata, dejaron el preciado tesoro.
Los diarios informaban sobre “sujetos que se titulan peronistas…”, destacando la “irresponsabilidad e irreverencia incalificables”.
En el tiempo en que estuvo en su poder, llevaban militantes a la estancia. Llegaban encapuchados para que no pudiesen identificar el lugar. Una vez frente a la reliquia, apuntándolo con su mano, juraban lealtad a Perón y al movimiento. Para ellos, era como una recarga de baterías para un peronismo que vagaba en la nebulosa.
¿Qué hacer con él? La idea original era enviárselo a Perón. Lo sacarían del país en lancha a Carmelo, luego irían a Brasil y de ahí en avión a España. Pero consideraban que en algunas de las aduanas las autoridades podrían descubrirlo, y descartaron el plan.
Se disparó una cacería en búsqueda de los autores del hecho. La policía, el Ejército y los servicios de inteligencia estaban detrás de la mínima pista que pudiera dar con el sable. El caso cayó en manos del juez federal Angel Bregazzi. En un primer momento, actuó la División Robos y Hurtos, pero cuando se comprendió que estaban ante un hecho político, tomó el caso Coordinación Federal.
Mientras tanto, se sucedieron las ceremonias de desagravio de instituciones como la Sanmartiana, la Belgraniana o la Liga Patriótica, entre tantas otras. Encima, se acercaba otro aniversario del fallecimiento del prócer, y el sable no aparecía.
El 17 de agosto dieron a conocer el comunicado número 2, redactado por Agosto y por el periodista Julio Bordic. “Al cumplirse el 113 aniversario de la muerte del general José de San Martín la Juventud Peronista, custodio del glorioso sable libertador hasta que la Soberanía mancillada y la Justicia Social olvidada vuelvan a tener vigencia en la República Argentina, quiere volver a señalar los motivos por los que el intrépido sable de la Soberanía dejó su santuario para convertirse en bandera inmaculada de la lucha por la liberación nacional. Anulación lisa y llana de los convenios petroleros; de los convenios con Segba; ruptura con el FMI; levantamiento de las proscripciones; libertad de todos los presos políticos, gremiales y Conintes. La juventud peronista podría haber señalado otros puntos no menos justos que los enunciados en su comunicado 1, y que todo el pueblo argentino espera ver concretados: devolución al pueblo, para que guarde cristiana sepultura, del cadáver de Eva Perón; retorno a la Patria de su líder, General Perón; castigo para los militares que, manchando el uniforme y la memoria del Gran Capitán, ordenaron los fusilamientos de argentinos por argentinos, el 9 de junio de 1956; castigo para los esbirros que secuestraron y asesinaron a Felipe Vallese, Medina, Bevilacqua, Mendoza y tanto otros…” señalaba.
Al primero que detuvieron fue a Gallardo. Lo sorprendieron, junto a otros militantes, en un auto robado, camino a la planta transmisora de Radio El Mundo, con el propósito de tomarla.
Luego de ser torturado por policías de la Brigada de San Martín, delató a Agosto, quien también fue sometido a vejámenes durante una semana, aunque siempre negó su participación. A los investigadores le quedaba una carta: realizar un careo con Jiménez, el que les había abierto la puerta del museo. Pero fue inútil. Agosto había participado del golpe maquillado y con el pelo teñido.
Demarco era dueño de una compañía de seguros. Allí trabajaba el ex capitán Adolfo César Philippeaux, quien había sido dado de baja del Ejército por haber estado involucrado en el alzamiento del general Juan José Valle, de junio de 1956. Cuando Demarco le contó lo del sable, determinó que había que devolverlo.
Al principio, todos se opusieron. Pero la posición de Philippeaux fue la que se impuso. Llamó al general Tomás Sánchez de Bustamante, jefe del Regimiento 10 de Tiradores de Caballería Blindada Húsares de Pueyrredón, que estaba en Campo de Mayo, y le dijo que se había enterado dónde estaba el sable y que al día siguiente lo devolvería. Así lo hizo. Fue al regimiento, acompañado por Alfredo Oliva Day. “Restituyo ahora el sable del Libertador San Martín al ejército, por intermedio del 10 de Caballería. Este regimiento ha demostrado una línea de conducta que ha sido expresión de argentinidad y ejemplo para todos, amigos o adversarios”, dijo Philippeaux.
Sánchez de Bustamante comunicó la buena nueva al jefe de la guarnición, general Alejandro Lanusse y al general Pascual Pistarini y posteriormente al Secretario de Guerra. El arma fue envuelta en una bandera argentina y llevada al Regimiento de Granaderos a Caballo, donde se lo exhibió en el hall central. Esa misma tarde, el presidente electo Illia se hizo presente en el regimiento.
Una vez que el sable apareció, Agosto fue liberado de culpa y cargo, ya que nunca lo pudieron ligar con el hecho, aunque Gallardo fue procesado, al haber confesado su participación.
En 1969 Agosto viajó a Madrid a conocer a Perón. Este, en broma, le reclamó que no le había llevado el sable. Hubo un segundo robo el 19 de agosto de 1965, y devuelto meses después.
Los viejos miembros de la resistencia peronista quedaron conformes porque, a lo largo de los años, se fueron cumpliendo las acciones que se habían propuesto: en septiembre de 1966 un grupo aterrizó en Malvinas y cuando Jacques Chirac visitó Argentina en 1997 devolvió una de las banderas de Obligado, en los tiempos en que Rosas hacía valer la soberanía, y que moviera al anciano general San Martín, exiliado en Europa, a donarle ese famoso sable corvo que tanto había hecho por la liberación de América y que nunca imaginó que más de su siglo después sería usado para semejante disparate.
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