“Siempre le había dicho a Estela ‘yo te voy a encontrar a tu nieto’ así que cuando me sonó el teléfono y me comunicaron que las pruebas genéticas del chico daban en un 99,9% que era él, me emocioné muchísimo”. En los nueve años que pasaron desde aquel día de agosto de 2014, la jueza federal María Romilda Servini jamás contó la historia del momento en que le comunicó a Carlotto que finalmente el hijo de su hija había aparecido. Hasta ahora.
Sentada en el mismo sillón de su despacho del Palacio de Tribunales en el que le reveló a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo la noticia había que esperado oír durante 36 años de búsqueda y angustia, Servini relata lo que recuerda de aquella escena, la conmoción que les generó a ambas la novedad y el manto de tristeza con el que, asegura, se quedó desde el momento que Estela salió de su oficina y que le dura hasta estos días como consecuencia de acusaciones cruzadas en su contra por la forma en que dio la información.
La jueza tuvo un rol crucial -y de protagonismo- en la investigación de la desaparición de Ignacio Montoya Carlotto y, también, en la revelación de la noticia del hallazgo. Al estar a cargo de la causa, fue de las primeras personas en enterarse. Recibió el aviso de la titular del Banco Nacional de Datos Genéticos de aquel momento, María Belén Rodríguez Cardozo y tuvo el privilegio histórico de ser la persona que le avisó a la familia. Aunque un debate sigue abierto todavía hoy: ¿debería haberle contado antes al propio Ignacio?
“Fue una alegría mía y de todos, de mi secretario, de mi secretaria. Era como si fuera un nieto nuestro. Y entonces llamamos a Estela”, cuenta a Infobae mientras le da sorbos breves a un café con bastante leche.
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Para Servini la aparición de Ignacio cerraba un círculo que había empezado en 1982, todavía bajo el oprobio de la dictadura, mientras era jueza de Menores: fue la primera magistrada en restituir dos nietos apropiados en 1976 y 1977, Cecilia Méndez y Emiliano Huaravillo.
“Había adopciones ilegales por todos lados en esa época, se compraban y se vendían bebés, pero además se agregaba este hecho atroz y yo los expedientes que veía sospechosos de que fueran chicos robados por la dictadura los escondía en mi caja fuerte porque la situación era delicadísima, peligrosa”, relata a este medio y señala con un gesto con el mentón un cofre metálico del tamaño de una heladera ubicado entre repisas y bibliotecas y revestido en decenas de imanes similares, todos con una misma figura: la lechuza.
Hay lechuzas por todos lados en la oficina de Servini, de 86 años. Lechuzas y viejos libros jurídicos, entre portarretratos y diplomas que, si tuvieran la capacidad humana de la escucha, el habla y la indiscreción podrían narrar algunas de las escenas más trascendentales de las últimas cuatro décadas de la historia argentina.
La tarde del 5 de agosto de hace nueve años, entonces, Servini estaba en su otro despacho, el de Comodoro Py, que corresponde oficialmente al Juzgado Federal 1 (el de Tribunales oficia para el Juzgado Electoral) cuando le sonó el teléfono y del otro lado Rodríguez Cardozo le avisó: “Doctora, hemos encontrado al hijo de Laura Carlotto, el nieto de la señora Estela de Carlotto. Se llama Ignacio, vive en Olavarría y es hijo, además, de Walmir Montoya, un joven desaparecido a los 25 años”.
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El protocolo que habían establecido entre el Banco de Datos Genéticos y la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI), era que, para resguardo de las víctimas, al primero que se le avisaba era al nieto, con el fin de que asimilara la noticia sin los efectos que inevitablemente vendrían luego: el impacto mediático y la emoción de la familia biológica. En el caso del nieto de Estela, más.
“Inmediatamente llamé a Estela. Pero no le dije nada. Le pedí que viniera a mi despacho de Tribunales y con mi secretario nos fuimos para allá”, relata. También fue convocada la presidenta del Banco Nacional de Datos Genéticos, Servini llegó primero y luego apareció Carlotto. Para sorpresa de la jueza, entró sola. “Vino solita, con un chofer que se quedó en la calle”, cuenta la magistrada, quien semanas después, sin dar demasiados detalles sobre el episodio, le reconoció al diario Perfil: “No debí haber llamado a Estela”.
Los secretarios de la jueza se sentaron en el sillón marrón de tres piezas, Servini en el individual, enfrente, a su izquierda Rodríguez Cardozo y a su derecha, a pocos centímetros, se ubicó Estela de Carlotto, en una silla de madera robusta, pero sin apoyabrazos.
Ese detalle lo recuerda nueve años después un colaborador de Servini que también vio cómo fue la situación porque al escuchar de boca de Servini la novedad, Estela lógicamente se conmocionó. “Me levanté y la abracé de atrás para que no se cayera de la felicidad”, cuenta el hombre. “Entonces le conté que sabíamos que se llamaba Guido, que vivía en Olavarría y que su papá era Walmir Montoya. Me acuerdo que ella se sorprendió porque no lo conocía ni había escuchado hablar de él”, agrega Servini.
“Estábamos todos contentos y Estela agarró su celular, casi no podía marcar, y llamó a su hija Claudia”, narra la jueza. Pero ese llamado modificó la escena de alegría. Claudia Carlotto ya era presidenta de la CONADI y quien se encargaba de comunicarles la noticia a los nietos identificados. Así había sido en las decenas de casos anteriores que le tocó estar. En este caso, el 114, encima era su propio sobrino. La jueza niega: “El protocolo decía que debían avisarme a mí y yo avisar a la familia. Siempre fue así, pero bueno, Claudia se enojó muchísimo”.
“Fue una locura lo que hizo, una falta de respeto total”, declaró días más tarde Claudia Carlotto a la prensa. Servini recuerda que la voz de la hija de Estela se escuchaba por el auricular del teléfono. “Estaba enojada porque Estela estaba sola”, admite la magistrada, quien también recuerda que unos minutos más tarde, Carlotto se fue “y lo primero que hizo al salir fue llamar a Cristina”, en referencia de la por entonces Presidenta de la Nación.
Laura Carlotto, hija de Estela y hermana de Claudia, fue secuestrada embarazada en 1977 y asesinada en agosto del año siguiente junto a Carlos Lahitte en Isidro Casanova. Su cuerpo fue entregado a su familia, que decidió que fuera enterrada en el cementerio de La Plata. Más tarde, en 1985, sus restos fueron exhumados por el Equipo Argentino de Antropología Forense para realizar pericias que confirmaran que había dado a luz mientras estaba secuestrada.
Por testimonios de sobrevivientes, se supo que Laura estuvo detenida en el centro clandestino de detención “La Cacha” y que el 26 de junio de 1978 dio a luz un niño al que llamó Guido en el Hospital Militar. Luego del parto, fue regresada al lugar donde estaba cautiva, sin su bebé.
Al niño le cambiaron la identidad y fue entregado a Clemente Hurban y Juana Rodríguez, sus padres apropiadores, a quienes Ignacio defendió siempre al sostener que ellos nunca supieron de dónde había llegado él y porque siempre lo criaron con amor.
Pero la jueza Servini citó enseguida a indagatoria a Hurban, a Rodríguez y al médico Julio Luis Sacher, de la Policía Federal, acusados de falsificar el certificado y la partida de nacimiento. “Pero a Claudia le molestó lo que hice y me sacaron la causa”, asegura Servini.
Lo cierto es que el caso estuvo en manos de Servini desde 1991, pero tras el hallazgo de Ignacio, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación presentó una nueva denuncia y se abrió otro expediente en La Plata, ya que “La Cacha” estaba ubicado allí. Abuelas de Plaza de Mayo apoyó la decisión del Gobierno. Sin embargo, Servini siempre rechazó el pedido de inhibición. Eso llevó a la intervención de la Cámara Federal que resolvió el apartamiento de la magistrada.
La jueza sospechó que las Abuelas “quieren desviar la investigación para que no se toque al padre de crianza” y esas declaraciones fueron utilizadas por la defensa de Clemente Hurban, para pedir la recusación de Servini por falta de imparcialidad, ya que la jueza había afirmado que “para mí son apropiadores hasta que no me demuestren lo contrario; si me lo demuestran, no lo son”.
En 2015 se confirmó el apartamiento de Servini y en marzo de 2017, el juez federal Marcelo Martínez de Giorgi resolvió procesar a Hurban, su esposa Rodríguez y al médico Julio Sacher por los delitos de “falsedad ideológica” y “alteración del estado civil de un menor”.
“Yo no discuto que el chico (por Ignacio) tenga cariño por los padres sustitutos porque ellos lo criaron y si no sabían, no sabían”, dice ahora. Sobre las apropiaciones de niños en dictadura, Servini considera que fue “una atrocidad lo que inventaron, no les costaba nada devolver a los chicos a sus familias”, y cuenta que “la idea fue de un agregado militar en Argelia que fue a darle la idea a Videla, creo que era un coronel, no era conocido”.
Servini recuerda todo aquello con nostalgia, orgullo y también cierta tristeza. “Estela no tenía ninguna sospecha de que lo que yo tenía para decirle era que apareció su nieto, vino sin saber. Estábamos todos con la piel de gallina, contentísimos todos, estábamos de fiesta. Y cuando le dije ella hizo “¡ahhh!”, fue una alegría inmensa, el solo hecho de hacer un bien te hace sentir alegre”, consideró la jueza.
Servini apoya su taza de té. La observan cientos de lechuzas de cerámica, madera, plástico. “Puedo decir que me dejó una tristeza porque cuando uno transmite una alegría y después pasó lo que pasó... me dejó una tristeza”.
- ¿Le gustaría poder hablar con Estela y con su hija Claudia para aclarar las cosas?
- A la hija no la conozco, jamás la vi, pero claro que me gustaría. Con Estela sí porque es una señora que ha luchado muchísimo, ha sufrido mucho, es una mujer muy golpeada por la vida, demasiado. Ella dejó su vida para encontrar a su nieto.
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