Las desventuras del ratón Belisario y el mono Juan: el viaje al espacio de los primeros “astronautas” argentinos

El roedor fue el primero en viajar en un cohete fabricado en Argentina en 1967. En tanto, en 1969 el otro animal cazado en Misiones llegó al espacio y volvió sin heridas. Cómo terminaron sus días

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El ratón en la cápsula y el mono minutos antes de empezar su viaje al espacio (Télam)
El ratón en la cápsula y el mono minutos antes de empezar su viaje al espacio (Télam)

Bill Nelson, un alto jefe de la NASA, estuvo en Argentina a finales de julio y aseguró que habrá un astronauta argentino que se entrene en Cabo Cañaveral y pueda llegar a pasar un tiempo en la Estación Espacial.

Las declaraciones del jefe de la NASA generaron alto impacto. Muchos ya imaginaron a algún piloto de la Fuerza Aérea que se calce el traje blanco y el casco para flotar en el espacio. Quizás hasta pueda aparecer la bandera celeste y blanca en el brazo izquierdo.

Pese a los sueños hacia el futuro, existió un pasado cercano en la que hubo “astronautas” argentinos que volaron al espacio con cohetes diseñados y construidos por la industria nacional.

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Fue durante la década del 60. Primero fue el turno del ratón Belisario. En diálogo con Infobae, el astrónomo platense Diego Bagú relata la historia de los inicios de la carrera espacial en el país. “Fueron parte del proyecto BIO de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales que se fundó en 1961, apenas 3 años después de la creación de la NASA”.

La primera experiencia fue en 1967. Varios años antes la CNIE tenía una serie de ratones de laboratorio. Divididos en 3 peceras: A, B y C. “Cada espacio tenía animales con nombres que empezaban por esas letras”, explica Bagú.

Los ratones de la CNIE fueron entrenados en la base de la Fuerza Aérea de Chamical, La Rioja, para ver cuál soportaba mejor el stress del vuelo
Los ratones de la CNIE fueron entrenados en la base de la Fuerza Aérea de Chamical, La Rioja, para ver cuál soportaba mejor el stress del vuelo

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El entrenamiento de Belisario

Los ratones de la CNIE fueron entrenados en la base de la Fuerza Aérea de Chamical, La Rioja, para ver cuál soportaba mejor el stress del vuelo. “Los arrojaban al aire y caían sobre unas colchonetas para evaluar si soportarían el despegue del cohete, por ejemplo”, explica el astrónomo que es docente en la Universidad de La Plata.

Los experimentos argentinos se dieron en el marco de la carrera espacial en la que estaban embarcados Estados Unidos y la Unión soviética durante los años de la Guerra Fría tras el final de la Segunda Guerra Mundial.

Antes de los vuelos tripulados por seres humanos, se probaron las cápsulas con animales para anticiparse a las consecuencias de los despegues y aterrizajes a altas velocidades. La perra soviética Laika, en 1957, fue reconocida por su viaje al espacio. El mono Ham fue un caso de la NASA. El chimpancé fue instruido para hacer unos movimientos básicos dentro de la cápsula en el momento del aterrizaje.

En ese sentido, Argentina formaba parte del grupo de los 5 junto a Estados Unidos, Unión Soviética, China y Francia de países que hicieron este tipo de experiencias aeroespaciales con animales.

Entre todos los ratones probados, el elegido fue Belisario de la pecera B. Este animal fue el que mejor resistió todas las pruebas a las que se sometieron los animales antes del primer viaje de un cohete argentino.

El ratón astronauta había nacido en el laboratorio del Instituto de Biología Celular de la Universidad de Córdoba.

El vuelo del ratón astronauta

El día del lanzamiento, a Belisario, que pesaba menos de 200 gramos, le colocaron un arnés y chaleco para evitar que se mueva dentro del cohete bautizado Yarará. “Este tipo de dispositivos era necesario porque la nave despegaba a muy alta velocidad y era peligroso para los órganos del animal”, resalta Bagú sobre el tema.

Era una mañana luminosa en el desierto de Chamical. Se podría haber filmado una película de esas épicas en la que un cohete lustroso espera el despegue. Esa mañana Belisario fue ubicado en el cubículo del Yarará, pero algo falló en los motores. En el despegue la nave alcanzó una aceleración inicial de 20 G, pero apenas una altura de 2300 metros. En ese momento, por alguna falla se abrió el paracaídas en apenas 28 segundos de vuelo.

En el momento del fin del vuelo, había viento cruzado y la cápsula con Belisario fue a dar afuera de los límites de la base aérea de La Rioja. Se dispuso un operativo de búsqueda para dar con el ratón astronauta que había hecho el primer vuelo tripulado de un cohete argentino.

En menos de una hora, un equipo militar halló a Belisario dentro de la cápsula, mojado en transpiración y muy nervioso, cerca de una zona de arbustos secos y cubierto por un poco de arena. Los estudios posteriores indicaron que había perdido apenas 8 gramos de peso durante el breve viaje al cielo de Chamical.

La base de La Rioja tenía un centro de control bastante completo, parecido a los que solemos ver en las películas sobre los vuelos de la NASA de la década del 60. Decenas de hombres de corbata y mangas de camisa arremangadas. En este caso, con mate en vez de café.

Desde ese sitio se controló los datos del cuerpo de Belisario de respiración y ritmo cardíaco.

Tras su vuelo de bautismo, el ratón volvió al laboratorio universitario de Córdoba. Allí tuvo crías sin problemas ni malformaciones genéticas. Cuando murió su cuerpo fue embalsamado y se exhibe en el Museo Aeroespacial de esa provincia.

Este segundo intento ocurrió el 23 de diciembre de 1969, cinco meses después de la llegada a la luna del Apollo XI
Este segundo intento ocurrió el 23 de diciembre de 1969, cinco meses después de la llegada a la luna del Apollo XI

Juan, el mono astronauta

Dos años después, Gendarmería Nacional cazó un mono caí en la selva misionera. Estaba en marcha el segundo vuelo con un ser viviente de la CNIE. Lo llamaron Juan, pesaba menos de 2 kilos y medía unos 30 centímetros.

Este segundo intento ocurrió el 23 de diciembre de 1969, cinco meses después de la llegada a la luna del Apollo XI. La noche que todos miraron en la tele el “pequeño paso para el hombre y el gran paso para la humanidad” de Neil Armstrong.

La Fuerza Aérea pudo perfeccionar este segundo cohete, tras las fallas del que llevó al cielo al ratón Belisario. El mono misionero viajó en una nave de 4 metros de largo que alcanzó los 90 kilómetros de altura. Juan había llegado al espacio.

“El animal estuvo sedado, pero despierto para evitar que sus movimientos lo pusieran en riesgo durante el vuelo –relata Bagú a Infobae-. Su cuerpo fue cubierto por un chaleco impermeable y fue sentado en un asiento diseñado especialmente para que le redujera los efectos de la aceleración sobre sus órganos. Cumplió la misión y regresó a la Tierra sano y salvo”.

Juan también fue conectado al centro de monitoreo, al igual que Belisario. Estos mismos sistemas se reutilizaron para chequear el estado de los pilotos de la Fuerza Aérea que realizaban entrenamientos durante esas décadas.

Sedado y con arnés, Juan fue sentado en la cápsula que tenía una reserva de oxígeno de 20 minutos
Sedado y con arnés, Juan fue sentado en la cápsula que tenía una reserva de oxígeno de 20 minutos

Sedado y con arnés, Juan fue sentado en la cápsula que tenía una reserva de oxígeno de 20 minutos. El cohete que lo llevó al espacio se llamó Canopus II.

El despegue fue exitoso y el mono llegó muy rápido a una altitud de 7.000 metros. En ese momento, un medidor registraba 800 grados centígrados en el exterior y 25 en el espacio en el que estaba Juan. Enseguida, la nave se elevó hasta los 82 kilómetros de altura. En ese momento, como en las misiones de la NASA, el motor se separó de la cápsula. Entonces empezó el aterrizaje con la apertura del paracaídas.

El oxígeno de la cápsula le alcanzó para mantenerse con vida. Cuando ya estaba a 3.000 del suelo, se abrió una pequeña escotilla. De esta manera, Juan recibió aire directamente. Luego se desplegaron otros dos paracaídas y su llegada a la tierra fue exitosa.

Esta vez, la cápsula por la magnitud del viaje cayó a 60 kilómetros de la base aérea de Chamical, en la zona de salares de La Antigua.

Los militares que fueron a buscarlo abrieron la escotilla y lo vieron con sus ojos bien abiertos, aunque se movía lento porque todavía estaba bajo los efectos de los sedantes. Todo el viaje duró apenas 15 minutos. En el caso de Juan, no regresó a la selva. Fue llevado al zoo de Córdoba. Así, pagó un alto precio por convertirse en el primer astronauta argentino que llegó al espacio. Murió dos años después en su jaula.

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