Marzo 2020. Una cama de hospital. Y el techo. Los enfermeros no son los de antes, son como astronautas venidos del futuro. No hay casi contacto con otros seres humanos mientras las máquinas están alertas a cada aliento insuficiente. Eso se llama saturar mal. Neumonía. Fiebre. Escalofríos. Lo que antes podría haber sido una gripe, hoy es una amenaza internacional que mata a miles de seres humanos. Quizá mañana te duerman y no te despiertes, quizá te pongan boca abajo o claven un tubo en tu garganta para que tus pulmones reciban suficiente oxígeno. Esas dos nuevas palabras, coronavirus y pandemia, son una pesadilla. Y estas solo o sola con tus miedos. Sabés que podés morirte y que nadie puede acompañarte. Es la peste. Como en las películas de ciencia ficción donde el terror colectivo se desparrama con facilidad y la soledad adquiere su cara más pavorosa. Protocolos, cuarentenas, guantes, máscaras de plástico y capas de barbijos. Es la humanidad deshumanizada cuando la muerte pasa lista.
Pienso en el papá de Rosa, que es manicura, y lo vio irse desde lejos cuando se lo llevaban desde su casa, en una ambulancia, a un hospital de La Plata. Nunca más volvió a verlo. Pienso en los tres entierros a los que no pude ir a acompañar a amigas que inhumaron solas a dos maridos y a una madre. Pienso en los que miraban ese techo blanco acompañados de pitidos mecánicos, sin la mano querida que les tocara la frente. Aterrador. Pero, con el paso del tiempo, nos fuimos enterando de algunas excepciones a la regla y que, aun en ese escenario, hubo quienes se revelaron con inteligencia contra la extrema rigidez de las medidas y consiguieron que las despedidas sucedieran. De eso va esta historia, de un hospital municipal de la provincia de Buenos Aires donde, con responsabilidad pero con comprensión y empatía, las pusieron en práctica.
“Todo lo malo de este país sale enseguida en los medios, pero lo bueno muchas veces no sale en ningún lado”, dice con pasión el doctor Omar Recchi (ex Director del Hospital Municipal San José, de Capilla del Señor, partido de Exaltación de la Cruz, durante cuatro años). Asumió en su cargo poco antes de que se declarara la pandemia. Cuando comenzaron las estrictas cuarentenas, a los pacientes que ingresaban a los hospitales no se los podía visitar por los protocolos que se habían implementado.
“A todos en el hospital nos conmovió mucho cuando tuvimos el primer muerto por covid, un vecino que había llegado de los Estados Unidos y, luego de pasar por su departamento de Recoleta, se había venido solo a su casa de Cardales. Se descompensó y un vecino lo trajo al hospital. Fue terrible. Con las semanas empezamos a ver en televisión gente que quería visitar a sus familiares internados, darles un beso de despedida, a un padre, a una madre, a un hermano, a un hijo… y no podían. Era desesperante. Nos empezamos a preguntar por qué pasaba eso… ¿era por miedo? ¿por ahorrar en equipos de protección personal? Si entraban las empleadas de limpieza, entraban los médicos, entraban los enfermeros, entraban las personas de cocina… ¿por qué no iba a poder entrar un familiar para darle un beso y poder conversar un rato con un enfermo? Era un absurdo. Me angustié mucho y esa noche llamé a Guadalupe Bravo, la secretaria de salud del municipio. Le pregunté si podíamos hacer algo para permitir visitas. Ella entendió y pensó lo mismo, pero necesitábamos el permiso del intendente porque había un protocolo provincial que respetar. Por suerte, nos dio el okey. Entonces implementamos un programa al que llamamos Humanización del Coronavirus: eran visitas de 20 minutos y al familiar directo que entraba le dábamos todo el equipo de protección necesario. Intentábamos, en lo posible, que siempre fuera el mismo familiar. Pero también pasaba que el padre o la madre querían ver, por ejemplo, a su hijo. Había que ser un poco elásticos. En pediatría internábamos a la mamá con su hijo. ¡Las madres no querían separarse de ellos! Si me hubiese pasado a mí con mi propio hijo no me sacaban ni a patadas. Esta práctica resultó extraordinaria. Primero, porque bajamos la presión de la gente con todos los informes que se hacían por WhatsApp que se pedían en la guardia. Segundo, porque ellos se quedaban mucho más tranquilos después de ver a su familiar. Y, tercero, porque ayudaba a los pacientes que se sentían mejor y más acompañados. Pensá en el miedo que tenían sabiendo que estaban atravesando un virus con el que la gente se moría y, encima, solos. Los resultados fueron excelentes. Todos sabemos cómo influye en la recuperación de un enfermo su estado de ánimo y la importancia de la contención familiar. La verdad es que en ese momento lo hicimos con la aprobación, pero un poco en silencio, ya que iba en contra de los protocolos vigentes”.
Los desafíos que planteó el covid
Omar Recchi nació hace 66 años en Ciudadela, dentro de una familia humilde: su papá era mecánico y su mamá ama de casa. No había médicos en ninguna de las dos ramas, pero la vocación surgió igual con contundencia. “Gracias a los estudios gratuitos, estudié en la UBA y pude ser médico”, explica. “De chico quería ser neurocirujano así que, cuando me recibí, empecé la residencia en neurocirugía. Pero después de cuatro operaciones, me di cuenta de que no me gustaba mucho la especialidad. Pensá que en esa época muchos pacientes morían o quedaban mal, no era como ahora. Decidí cambiar a pediatría. Luego estuve tres años en el Hospital Muñiz en la parte de infectología pediátrica. Eran los años 90 y el comienzo del HIV en pediatría. Todo un desafío”.
Se casó, vivió mucho tiempo en Chascomús, tuvo un hijo y se divorció. “Terminé viviendo en Pilar, a dónde me mudé para estar con mi hijo que hoy tiene 20 años y estudia ingeniería en petróleo”, relata. Fue director del Same de Escobar y director de un centro pediátrico en Ramos Mejía antes de ingresar como pediatra al Hospital Municipal San José en Capilla del Señor donde años después fue nombrado director.
Recchi dice que lo más importante en el área de salud es tener políticas sanitarias a largo plazo. Y que así como en países como Noruega y Finlandia tienen planes económicos a veinte años, la medicina tiene que ser igual. Con ese enfoque trabajan en el San José: “Todo se hace en equipo y hay una clara política sanitaria por la que las distintas gestiones trabajan para sumar a la salud pública y no para deshacer lo bueno que se hizo antes. En la gestión anterior a la mía se habilitó el servicio de hemodinamia que funciona muy bien. Fue un gran avance porque un vecino llega con un infarto, le destapan la arteria y le colocan un stent. Le salvás la vida. Cuando comenzó el covid, en el hospital hicimos una obra de 400 metros cuadrados cubiertos ocupando toda la manzana. Se aisló al hospital y se lo dividió en dos: una parte era de covid y, otra parte, la guardia limpia. Con dos entradas por distintas calles. Esa obra se iba a hacer en un par de años, pero con la llegada del covid la hicimos en dos meses. Trabajamos mucho. Llevamos los 16 consultorios externos a un centro de atención periférica y esos lugares quedaron para pacientes covid. Teníamos sector de hisopados, shock room de covid, internados covid adultos y chicos… pero había más desafíos. Una señora con cáncer de mama ¿qué pasaba? ¿no se podía atender? Si eras hipertenso y cardíaco, ¿no te iban a atender? Nosotros mantuvimos todas las especialidades. En estos años, además, compramos un mamógrafo con ecógrafo incorporado que te permite hacer punciones. También compramos un laparoscopio nuevo, un tomógrafo porque el otro se nos quemó por la cantidad de tomografías que hacíamos por día para evaluar las lesiones de covid y un resonador abierto. Ampliamos el laboratorio y se compró una mesa de anestesia nueva”, cuenta con orgullo.
“En ningún momento dejamos de atender las especialidades. Pusimos una guardia de odontología en Cardales y otra en Robles. La logística de horarios y estrategias fue enorme para que siguieran atendiendo todas las patologías. Pensá que los hospitales municipales están pensados para dar cobertura básicamente a los vecinos, pero llegaban de todos lados. Hace 15 años el hospital tenía un solo médico de guardia y el resto de las especialidades tenían guardias pasivas. Eso fue así hasta que llegó una autoridad visionaria que armó una guardia completa activa como la que tenemos hoy con traumatólogo, cirujano, anestesiólogo, terapista, ginecólogo, dos clínicos, pediatra y partera. En la época de covid sumamos, también, a los paramédicos para las ambulancias y así no dejar sin médico al hospital”.
La clave fue simplemente que no pararon nunca de dar atención, pero enseguida aclara que nada de esto podría haberse hecho sin la ayuda de las autoridades de turno y de la cooperadora de mujeres del hospital que junta dinero para esas onerosas adquisiciones de aparatos modernos. “Solo no podría haber hecho nada. Era un verdadero equipo”, aclara. “Estamos hablando de un hospital con 420 empleados, con tres quirófanos y unas 106 camas. Todas las habitaciones tienen camas automáticas, aire acondicionado y televisión. Es un hospital municipal modelo ¡y te diría que está entre los mejores!”.
Éxodo de médicos
Recchi revela que lo único malo de esta historia está en los problemas que se tienen actualmente para conseguir médicos para cubrir las guardias.
“El tema de hoy es el éxodo de los médicos. Esa fue mi asignatura pendiente: mantener una guardia estable como las que solía haber en el pasado. ¡Los médicos de antes faltaban si se moría su vieja o pasaba algo grave! Hoy te cuelgan la guardia porque en otra les pagan más o porque se volvieron a su país después de haberse formado acá. Yo entiendo, allá ganan ahora mucho más dinero... Todo esto comenzó a pasar por la coyuntura económica. Te diría que eso es lo que más me afectó, que falten terapistas y médicos de guardia. Hace un tiempo, entre el 40 o el 50 por ciento estaba cubierto por médicos extranjeros. Después de años de estar en la Argentina se habían formado bien, pero bueno es cierto que en dólares hoy no ganan nada y se fueron. Por eso, los directores de un hospital no están más detrás de un escritorio. Durante la pandemia yo me ponía el ambo e iba a colaborar. Hice muchísimos hisopados”.
Un corazón extranjero remendado
En julio de 2022 una noticia sacudió al país: un argentino había muerto en Bolivia luego de que le negaran la atención médica. Había tenido un accidente de tránsito y a quienes lo llevaron al centro de salud le pidieron un pago por adelantado para atenderlo y derivarlo a un hospital de mayor complejidad. Finalmente el docente salteño jubilado, Alejandro Benítez, falleció ante la impotencia de sus amigos.
Unas semanas antes había ocurrido un hecho diametralmente opuesto en la Argentina: en el Hospital San José le habían salvado la vida a un joven ciudadano boliviano. La paradoja la cuenta el doctor Recchi: “En junio del ‘22, a nosotros nos entró a la guardia un muchacho boliviano casi sin signos vitales. Venía desde Cardales. En un cumpleaños se habían emborrachado y en el medio de una salvaje pelea había recibido 21 puñaladas. En la vieja salita de Cardales el médico de guardia lo mantuvo con vida hasta que llegó la ambulancia que lo trajo hasta el hospital. Una de las puñaladas le había perforado un pulmón que estaba colapsado y otra había dañado el corazón. Eran las 5:30 de la madrugada cuando ingresó y justo el subdirector del Hospital San José, el doctor Bazán, es cardiocirujano. El paciente entró a quirófano donde lo operaron a corazón abierto durante seis horas. Estuvo siete días en terapia intensiva y, luego, siete más en sala común y se fue caminando a su casa. ¡Le habíamos salvado la vida en el hospital municipal! Era una muy buena noticia que, lamentablemente, coincidió con que en Bolivia habían dejado morir a un argentino. Pero esta noticia, la del joven que rescatamos de la muerte, tampoco se publicó en ningún lado”.
Ya sabemos que a Omar Recchi le gustan las buenas nuevas. Quizá las malas ya lo tienen agotado. Así que cuando le pido una anécdota de la época de la pandemia, él me manda un video con la primera embarazada con covid a la que le dieron de alta todos felices, entre aplausos y lágrimas. Alegría total que esa joven no integrara la terrible nómina de muertos que se sumaban día a día.
En enero de este año, Recchi renunció a su puesto. La hipertensión fue la causa. A esa mala jugada de la vida ahora la combate trabajando en su jardín. Luego de haber cumplido 41 años como médico, la calma le hace bien y le mantiene a raya la presión. En su legajo de ruta vital hay una curiosidad periodística y médica: a pesar de los miles de hisopados que hizo y de haber ido al hospital todos los días, él jamás se contagió de covid. Misterios biológicos que por ahora no tienen respuesta.
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