Todavía recuerda intacta la mañana en que llegó a la selva de Karawari, en el oeste de Papúa Nueva Guinea, y sintió la sensación de que viajaba en el tiempo. Después de alojarse en un lodge al que accedió en avioneta, Andrés Salvatori, el “Pollo”, ingeniero civil, docente, incansable viajero y conductor de “Correcaminos”, programa que se emite por canal 7 de Bahía Blanca, recorrió la región durante varios días y pudo contemplar una selva interminable. Según dicen, la selva ininterrumpida más grande del mundo.
Todavía no lo sabía, pero poco después iba a protagonizar uno de los episodios más escalofriantes desde que se lanzó a recorrer el mundo en 2009.
“Comenzamos a interactuar con personas de una tribu alejada que pocas veces había visto hombres blancos. Sentí que me miraban asombrados, como si fuera de otro planeta. Eran hombres muy curiosos y de aspecto físico similar, no muy altos y de brazos musculosos producto de que navegan y reman continuamente a bordo de sus botes. Les pregunté cómo se alimentaban y me hablaron del casuario, una especie de ave parecida al avestruz. Quise indagar un poco más y consulté qué sabor tenía esa carne. La respuesta me dejó helado: me respondieron que era más amarga que la carne humana. Inmediatamente terminé el cuestionario y pegué la vuelta’”, evoca en diálogo con Infobae.
En ese mismo lugar, un rato antes, contempló el rito de iniciación de una niña al llegar a la pubertad; aprendió a construir viviendas y cocinó junto a la comunidad.
“En esa región se hablan 850 idiomas diferentes. Y en una de esas charlas comprendimos que nuestro planeta a veces nos sorprende en muchos de sus rincones. El temor siempre estuvo, sobre todo en relación a las enfermedades, porque en Karawari los adultos no tienen una gran esperanza de vida, especialmente por la malaria, contra la cual no hay vacunas, sino pastillas que no se pueden tomar eternamente y que, en algún momento, se muestra implacable con los lugareños. Algunos habitantes, en cierta manera, están acostumbrados a ver gente de afuera, pero otros no, y a medida que nos alejábamos del alojamiento sentíamos que nos veían como dioses. Es que ese es el único contacto con un mundo ajeno al suyo, dos o tres veces por año y desde la costa, saludando con sus manos en alto”, repasa, y cuenta que los niños se muestran desnudos hasta que son un poco más grandes y que le llamó la atención cómo juegan continuamente, por ejemplo, arrojándose desde lo alto de los árboles hasta las aguas del río”, relata el viajero.
Atesora en su haber nada menos que 55 países recorridos en 14 años. Y cerca de 500 ciudades, cada una con una historia.
Fue en 2008, por una experiencia particular, cuando terminó de comprender que a la vida había que vivirla y disfrutarla.
“Por supuesto que con responsabilidad, pero no dejar para más adelante sueños que a veces nos cuesta concretar. Podría haber ganado mucho más dinero ejerciendo mi profesión de ingeniero, pero preferí avanzar por la vida haciendo algo que me apasiona. Hoy hago todo lo que atañe al programa, desde producirlo hasta contactar gente. Valoro y agradezco el apoyo de mi familia, Inés, Gina y Branco, que me bancan en esta locura. Pero, sobre todo, disfruto cada momento en el que estoy recorriendo rincones del planeta porque, estoy seguro, será lo único que me llevaré de esta vida”, reflexiona.
- ¿Cómo te definís ¿ingeniero, viajero, conductor…?
- Como una persona que supo combinar su profesión con una forma sustentable de poder viajar y, más aún, de conocer lugares y personas que, de otra forma, hubiera sido muy difícil. Gracias a este trabajo conocí países, algunos muy lejanos y exóticos, e innumerables pueblos y ciudades. A la Argentina la conozco de punta a punta. Sigo siendo docente en la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad Nacional del Sur. Más, sería imposible porque no me dan las horas. Llevo adelante todo excepto la cámara, que lo hace mi esposa. De la difusión en las redes sociales se encarga mi hijo.
- ¿Qué otra vivencia interesante recordás de estos últimos 14 años?
- Una de las más impresionantes experiencias fue interactuar en Etiopía con una enorme manada de monos de una especie llamada Gelada. Fue en un parque nacional y estuvimos codo a codo con 200 o 300 monos viendo cómo se divertían, jugaban, se relacionaban en una pradera donde suelen permanecer durante todo el día para, luego, a la noche, bajar por un acantilado para dormir protegidos de los depredadores naturales. Antes de esa suerte de “convivencia” nos advirtieron que no hiciéramos movimientos violentos y que tampoco los mirara fijo. En otra oportunidad, en Amán, capital de Jordania, quise filmar un teatro romano cercano al hotel y empecé a trabajar concentrado con el trípode. De repente, alguien me tocó la espalda, era un policía federal que me pidió que lo acompañara. Me encerraron en un cuarto mientras discutía con otros efectivos en la habitación contigua, en un idioma imposible de entender. Había pasado un rato, no se ponían de acuerdo, así que me asomé, no había gente alrededor y me escapé corriendo. Aún me quedaban dos días en esa ciudad, que fueron los más largos de mi vida. Un recuerdo triste de 2011 es el aire de duelo que se respiraba en Oslo el día posterior a los atentados del 22 de julio, cuando una persona detonó una bomba y luego atacó a fuego abierto en un campamento de verano provocando la muerte de 77 adolescentes.
- ¿Cuántos sellos tiene tu pasaporte?
-- Muchos, no sé cuántos, porque los he perdido, renovado, cambiado, tanto al argentino como al italiano. Pero las ganas de viajar están intactas. Empiezo a pensar el viaje siguiente cuando estoy volviendo a casa.
- ¿Cuál es tu visión acerca de la Argentina con tantos lugares recorridos?
- Soy un enamorado de Bahía Blanca y de mi país y me da un poco de bronca ver cómo, con todo lo que tenemos a favor, no podamos vivir tranquilos. Donde va un argentino, si respeta las reglas, triunfa. No hay forma de que no lo haga porque estamos acostumbrados a vivir en la “selva” y generamos tantos anticuerpos que estamos capacitados para vencer todos los obstáculos que se nos presentan. Creo que en Argentina vivimos increíblemente bien en algunos aspectos, pero en otros tenemos mucho por mejorar.
- ¿Cuáles son las etapas cada vez que viajás?
- Cada viaje tiene tres etapas principales. Primero soñarlo, imaginarlo, empezar a esbozar el destino al que queremos ir. Después, planearlo, al menos los rasgos principales, si vamos a volar, alquilar un auto, dónde vamos a dormir, armar la logística --en mi caso, cuanto más precisa la hago más me permite sacar provecho y obtener material—y, por último, concretarlo, poner en el campo eso que imaginamos y planeamos. Suelo agregar un cuarto paso; la vuelta a casa. Me encanta volver a mi lugar, a mi tierra, recargar energía para más adelante volver a partir.
No podía faltar Messi
Como todo argentino que se precie, Andrés lleva con orgullo la bandera del país de Leo Messi. Abundan las historias en relación al ídolo, algunas graciosas, como cuando en el Barcelona lo vio jugar casi de casualidad. A ese capítulo de su libro lo llamó “Tapas en la casa de Dios”.
“Soy re futbolero, me había fijado si justo jugaba Messi en el Barcelona, pero no, el día que yo iba a estar no jugaba, así que fui a comer unas tapas y luego a dar una vuelta en el colectivo turístico. Cuando el micro llegó al estadio estaba lleno de gente, me bajé, pregunté y me dijeron que jugaba por la Champion. Claro, cuando salí de la Argentina todavía no había ganado la instancia previa, por eso no estaba la fecha, de modo que me enteré ese mismo día. Pagué un valor obsceno por aquella entrada, pero me dí el gusto, ganó 3-0 y convirtió dos goles. Fue una locura, algo verdaderamente increíble”, rememora.
En su libro se detiene en la grandeza que encierra la simplicidad de la gente común que con actos solidarios y atentos hace la diferencia. Recuerda, por ejemplo, a Kidane, un adolescente africano que soñaba jugar con Messi mientras pateaba una pelota de trapo en Lalibela, Etiopía. El chico lo invitó a casa de su tía, una vivienda casi vacía y con pisos de tierra, a tomar café. Esto lo conmovió profundamente. Es que, para Andrés, dar, cuando se tiene, es una buena acción, pero dar todo lo que se tiene, es algo diferente. Y hacerlo por un extraño es la excepción que, si fuera regla, cambiaría el mundo.
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