En el atardecer del sábado 29 de julio de 1826 Guillermo Brown dio la orden de poner proa a Quilmes, donde esa mañana se había avistado 19 buques de guerra brasileños, que amenazaban dirigirse a Buenos Aires. En su cámara de la 25 de Mayo, reunió a sus oficiales y les dio la orden de aplastar a su vanguardia y terminar con esa flota como fuera.
Desde diciembre de 1825 estábamos en guerra con el Brasil cuando este país invadió la Banda Oriental. Fue un conflicto que no solo se desarrolló en tierra, sino también por mar. Y el marino irlandés, al frente de la escuadra patriota, debió enfrentarse a una poderosa flota brasileña que había impuesto un bloqueo en el Río de la Plata.
La escuadra patriota estaba formada por la fragata 25 de Mayo, barco insignia al mando del joven Tomás Espora, de 25 años; la barca Congreso, comandada por el irlandés Gerardo Fisher, 20 años; los bergantines República, mandado por Clark; Independencia con el capitán británico Guillermo Bathurst a su frente, de 30 años; el Balcarce, con el griego de 40 años Nicolás Jorge como su capitán; las goletas Sarandí, al mando del porteño José María Pinedo, quien estaba cumpliendo los 31 años; el Río de la Plata, con Leonardo Rosales, de 37 años y Pepa, barco hospital al mando del italiano Víctor Dandreys. Completaban la flota ocho balandras cañoneras. Después se incorporaría el buque corsario Oriental Argentino, dirigido por el capitán francés Pedro Dautant, de 36 años. En número equiparaban a los brasileños.
El almirante estaba confiado.
Su plan era sorprender al enemigo esa misma noche. Pero en el trayecto tuvieron un encuentro con la goleta Doña Paula, a la que dejaron fuera de combate, pero se perdió el efecto sorpresa.
El almirante James Norton, un inglés de 37 años veterano de las guerras napoleónicas, al mando de la escuadra enemiga, maniobró con la nave insignia Niterói para atacar a la 25 de Mayo, que quedó secundada solo por la goleta Río de la Plata, ya que los bergantines Balcarce e Independencia habían quedado rezagados. A las diez y media de la noche, Brown había sobrepasado la línea enemiga y había entrado en la boca del lobo.
En medio de una oscuridad densa y profunda, durante una hora ambos buques intercambiaron disparos de cañón y metralla con los enemigos. Brown, cuando pudo eludir el cerco, se indignó con sus comandantes que no habían ido a su auxilio. A los gritos, decía que necesitaba hombres de corazón y no cobardes. “¡Mañana mismo los echaré a tierra!”, una promesa que no cumpliría.
Por sus ayudantes, envió a sus comandantes las instrucciones de combate que librarían al día siguiente. Les indicó que debían esperar la orden para abrir fuego y que, llegados a la zona de combate, tendrían libertad de acción. Al amanecer del 30, las 23 naves brasileñas estaban en formación de guerra.
Brown estaba exultante. Llevaba su catalejo bajo el brazo y en su mano una bocina. Iba de un lado para el otro animando a todos, alentando a los artilleros, a los que les prometió raciones extras de grog -un bebida a base de ron con agua, azúcar y limón- cuando finalizase la lucha. “Espora, hoy tendremos un día glorioso si todos lo nuestros cumplen con su deber, como espero lo haga este buque”, le dijo Brown mientras lo palmeaba en el hombro.
El almirante planeaba cortar la línea enemiga para luego destruir los barcos que perdieran la formación. Había varios de ellos que no podrían participar por su calado. Con los tambores de fondo tocando a generala, Brown arengó: “¡Es preferible irse a pique antes que rendir el pabellón!”, tras lo cual Espora hizo gritar tres vivas a la patria.
Cuando la 25 de Mayo y la goleta Río, comandada por Rosales, abrieron fuego, comenzó el combate.
Parecía que la historia del día anterior se repetía. Volvieron a quedar solos. Por una avería, la Congreso enfiló a Punta Lara, acompañada no se supo por qué por la Sarandí y el bergantín República. El Independencia, el Balcarce y el Oriental Argentino, al ver la maniobra de esos barcos, retrocedieron.
Brown se percató de la situación pero no estaba en sus planes retroceder. Así la 25 de Mayo y la Río se abalanzaron sobre los brasileños que comenzaron a rodearlo y descargaron toda su artillería sobre ellos. Los muertos y heridos en los buques patriotas se multiplicaban.
Los brasileños no quisieron abordar el buque, porque temían que Brown lo hiciera estallar por los aires. El inglés John Grenfell, comandante del Caboclo, lo exhortó a rendirse y lo invitó a tomar té en su recámara. Como respuesta dispararon una salva que mató a varios marineros y que le sacó el brazo derecho al propio Grenfell, que lo obligaría a viajar a Gran Bretaña a recuperarse.
En la 25 de Mayo Espora, su comandante, había sido seriamente herido y no se dejaba curar. Sangrando y afiebrado repetía que si el barco era tomado por el enemigo que arrojasen su cuerpo al agua. Estaba tan mal que el propio Brown lo había dado por muerto.
El barco estaba prácticamente destruido. Tenía 34 impactos en su casco, con agua entrándole por todos lados. Mástiles partidos, sin timón y casi sin artillería, su cubierta estaba llena de muertos y heridos. Aún así disparaba con cuatro de sus cañones, mientras la bandera argentina seguía flameando atada al palo de mesana, porque una bala le había destruido la driza.
Las cañoneras la remolcaron, escorada sobre babor, con su comandante Espora tirado en una camilla, en medio del fuego enemigo, escoltadas por las goletas Sarandí y Río, que disparaban a los enemigos que los perseguían.
En la Río, cuando se les agotaron las municiones, los fusileros improvisaron cartuchos con pólvora y con pedazos de telas de sus ropas.
Dos horas después de este combate llegaron las naves argentinas que antes se habían alejado. Brown, herido en su mejilla, pasó al República. Estaba enfurecido. Con su sable en la mano le espetó al comandante Clark: “Siento tanto verlo con nuestro uniforme, como al frente de este buque. Salga usted de mi presencia porque no reconozco más valientes que Brown, Espora y Rosales”.
Como pudo, la escuadra argentina enfiló hacia el fondeadero de Los Pozos, perseguidos por los brasileños, quienes se retiraron cuando vieron que las aguas no eran profundas y sus barcos encallarían.
Solo la 25 de Mayo había tenido 14 muertos y 23 heridos. El almirante fue felicitado por el gobierno, quien presentó este combate como un triunfo, ya que los brasileños habían abandonado cobardemente su posición, proclamaron.
“Debimos haber reportado un triunfo completo en ese día, si no hubiésemos sido abandonados por los demás barcos de nuestra escuadra”, se lamentaría más tarde el marino irlandés.
Mientras remolcaban a la 25 de Mayo, se desató un pampero que terminó con ella. Se le sacaron los cañones y quedó amarrada. Una marea alta la inundó y se hundió frente al Retiro.
Guillermo Finley, un tripulante inglés de la 25 de Mayo le dedicó a Brown y al buque una composición poética, en el que relató el combate. El mismo había sido uno de los heridos.
El 20 de mayo de 1836, en su agonía en el pueblo de Carmelo, Rosales le pidió a su amigo el capitán Escola que lo enterrasen en Buenos Aires y, en caso de que hubiera problemas con Rosas, indicó que sus restos fueran puestos en una bolsa con un peso y arrojados en el lugar donde se había hundido la 25 de Mayo.
En 1935, mientras una draga trabajaba en la dársena de Puerto Nuevo, dio con los restos del buque, y se extrajeron 14 cañones, proyectiles y dos anclas, testigos silenciosos de cuando el almirante Brown prefería irse a pique antes que rendir el pabellón.
Fuentes: Guillermo Brown, de Felipe Bosch; Guillermo Brown, de Guillermo Oyarzábal; Historia Naval Argentina, de Teodoro Caillet-Bois
Seguir leyendo: