Ya hemos observado cómo la radio fue una pata fundamental en la mesa servida del rock argentino.
Medio siglo atrás la socialización de hechos y novedades, si de música hablamos, se divulgaba desde algunos programas de radio.
Todavía las discotecas y boites no demostraban interés en empatizar con los demás. Así que les importaban poco los disc jockeys y artistas que hacían lo suyo en el lugar. Ya tenían su público cautivo que sábado tras sábado les llenaban los bolsillos a los dueños. Las revistas eran el negocio de un cuarteto de vivillos que vendían no sólo las publicaciones en el kiosco, sino las notas en las páginas pares o las calificaciones de los discos que salían. Los lectores que se la banquen.
En la televisión, en blanco y negro, solo había lugar para los artistas de sellos que pagaran sus publicidades religiosamente todos los meses en las arcas de los canales.
Aunque todo parecía ser una mierda, los chicos se las arreglaban para encontrar los recitales, comprar discos importantes y empezar a agitar la chatura artística que imperaba en los medios. Con sólo llenar lugares o moviendo el pequeño mercado, hacían de Artaud de Pescado Rabioso, La Biblia de Vox Dei, Vida de Sui Generis, entre muchos otros, verdaderos éxitos de ventas.
Te puede interesar: La historia de El Tren Fantasma, el programa de radio que cambió la forma de programar rock en Argentina
Éxitos de ventas, no de difusión.
Trato de imaginar la aparición de Soda Stereo en las redes y plataformas de hoy, pero no me da la cabeza.
La nueva cultura urbana joven que desfilaba en los distritos del rock se informaba en las calles, los colegios, las disquerías o los fines de semana en la orilla del río. También en los parques y los bares. Todo segmentado y en forma inconexa.
No obstante lo cual, diría Pappo, la cosa crecía.
En el subsuelo ardía el magma. Un concepto muy rocker conjeturado de Las Enseñanzas de Don Juan de Castaneda, libro que inspiró a gran parte de la generación de babyboomers ya transformados en adolescentes setentistas
Ciertamente había programas musicales, lo que no había era especialización. Se pasaban discos sin onda ni estilo, con locutores recibidos en el ISER con menos creatividad que una planta de escarola. Hasta que llegó Modart en la Noche, y Música con Thompson & Williams. En esos envíos fue donde el rock se empezó a soltar de la mano de las olas populares, para crear su propia popularidad. El Tren Fantasma fue Neil Armstrong al pisar la luna por primera vez, un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la humanidad. La impronta de Daniel Morano musicalizando y Omar Cerasuolo locutando era distinta, mejor y más divertida que todas las demás juntas. No había como empardarle la jugada al Tren.
Por si no alcanzara, fue uno de los primeros programas en aparecer por la frecuencia modulada. La nueva arma de las chicas, ahora las canciones se escuchan en estéreo. Una ilusión ok, pero ya no sonaban chatas, planas, rotas por las malas transmisiones a través de antenas baratas. Ahora la música tenía graves y agudos. Repartidas por los parlantes, uno se encontraba con la guitarra de John Lennon en una oreja y la voz de George Harrison en la otra. Con las líneas de cuerdas por un lado y las bases rítmicas en el otro.
No eran muchos los que tenían aparato para escuchar FM, pero a la larga todos nos procuramos uno. Era indispensable, como un celular para los jóvenes ahora.
Todas las generaciones desde la mitad el siglo pasado, tenemos un aparato transicional para pasar del margen a la hoja. Para abandonar el distrito de la tribu convirtiéndonos en sociedad.
El rock de acá ya tenía ganados algunos espacios, los ya nombrados, a los que podemos agregar “Alternativa”, primer programa en difundir solo rock nacional, conducido por Wilmar Caballero. Iban sacándole punta al lápiz que terminaría dibujando 10 años después una escena que derribaría fronteras influyendo seriamente a todo el continente hispanoparlante.
Ahora bien, que todo hay que decirlo, la FM crecía discrecionalmente en todos lados. Eso determinaba que los productores que dirigían las más encumbradas productoras radiales tomaran por asalto los nuevos estudios. Empezaron a tomarle el pulso a la difusión de discos y el mercado que se dilataría hasta quién sabe dónde. Las grandes marcas de ropa, perfumes, cigarrillos y aerolíneas se impulsaban siendo los anunciantes exclusivos de audiciones que traían lo nuevo para la gente nueva. Los que pronto serían nuevos clientes en parte para diferenciarse de los que estaban con las viejas olas.
Para eso había que tener atracciones novedosas, de manera que la irrupción de chicas seductoras a los micrófonos era lo que había que hacer.
La radiofonía estaba llena de chabones cancheros y divertidos. De día a todo doble sentido y de noche susurrando con voces de faso y whisky. Era lo que se usaba.
Cuando encararon con fundamento, las radios de frecuencia modulada fueron distrito de jóvenes conductoras en sus comienzos. La conducción femenina empezó a cambiar, hasta ahí las locutoras eran acompañantes de los conductores, reían festejando sus chistes o actuaban en las locuciones comerciales. De vez en cuando aparecía alguna voz de mujer que indefectiblemente terminaba en la televisión.
Pero una tarde la mano hábil de un productor descubrió que la sensualidad que podía otorgar una bella dicción, sin estridencia ni alegría forzada, sino más bien todo lo contrario. Sería imbatible apoyada con la irrupción de esa sonoridad que permitía suspirar al aire y que se oiga. Amalgamado con buena piezas artísticas y músicas programadas con refinamiento, el producto sería infalible.
Acá es donde aparecen esas powerpuff girls sin rostro ni cuerpo, pero con voces que eran por si mismas, música para los oídos de los oyentes.
En su gran mayoría adolescentes que crecían como podían, en medio de pacaterías que aburrían la vida de cualquiera.
Días en donde lo que no estaba prohibido, era obligatorio.
A estas chicas no podían prohibirlas, porque eran demasiado geniales para mentes obtusas. Se las arreglaban para seducir con textos de Borges o Cortázar. Sumadas a canciones elegidas a puro oído, que se secuenciaban al aire armando climas distintos cada 15 minutos. Cosa que en la radiofonía dejó de existir hace, por lo menos, dos décadas. El clima, esos sonidos envolventes que te sacaban del tedio habitual cerrando los ojos y escuchando enriquecedores textos entre músicas de Ella Fitzgerald y Yes.
Fueron varias las que aparecieron marcando el nuevo pulso de las FM´s. Que no dejaba de ser el pulso de la purretada.
Grace Mancuso que fue la mano derecha de Juan Alberto Badía en cuanto programa emprendía, Estelita Montes de San Pedro, compañera de viajes al ISER de Lalo Mir.
Te puede interesar: El rock nacional, la radio y dos programas indispensables que nos hicieron abrir los oídos
Pero por sobre todo el trío conformado por Betty Elizalde, Nucha Amengual y Nora Perlé.
Ellas fueron las voces que hicieron crecer las nuevas formas de escuchar radio. Les salían imitadoras y contratiempos todos los días, pero contra vientos y mareas, las chicas se las arreglaban para aumentar sus audiencias desmesuradamente.
Es muy lamentable que no haya archivos de esos programas, es muy triste lo que hacemos con nuestros pasados colectivos, sobre todo porque quienes no fundamentan su histori, están destinados a una ignorancia que jamas los hará sentir íntegros como personas.
Como que siempre faltarán figuritas en sus álbumes.
Nucha Amengual ya venía trabajando desde los 60 en Radio Libertad de Alejandro Romay. Ahí hizo con Edgardo Suarez “Libertad en la Noche” el antecedente inmediato de “Modart en la Noche”, donde también estuvo al lado de Manito Mansilla, para después conducir “Trasnoche ... Modart”. En los 70´s vio debutar a Juan Alberto Mateyko, pasó por muchas radios hasta que se convirtió en una de las tres puntas de la gran estrella de las FM´s. De ahí en más grabó discos recitados con músicas calenchus de fondo, ganó todos los premios que daban. Además trabajó en cine y televisión convirtiéndose en una referencia infaltable cuando hablamos de radiofonía.
Betty Elizalde era otra, icónica conductora de “Las 7 Lunas de Crandall”, Crandall era un perfume de varón, que hasta la aparición del programa no conocía nadie. Ella debuta a los 18 años pasando enseguida de la radio a la tele, aunque volvió enseguida a la radio que fue su verdadero amor mediático. Trabajó siempre hasta que se murió hace un par de años.
Nora Perlé es la que falta, un ejemplo de profesionalismo y permanencia. Aun tiene su musical nocturno en Radio Mitre. Su “Musica con Miss Ylang” marcó tendencia.
Más allá de ellas, estaba la música, que si bien no estaba emparentada por el rock, ni argentino ni extranjero, eran además de novedosas, inéditas en este oscuro rincón del planeta. Desde James Taylor a Marvin Gaye, de Steely Dan a Gino Vanelli. Todo lo que el rocker medio argento necesitaba. Es que sus productores, entre otros el enorme y eterno Julio Moyano o Roberto Victor Cicuta, se las arreglaban para hacerse de discos importados semana tras semana.
Voy a lo que me cuenta mi admirada Nora Perlé.
-Tengo apenas 63 años de radio. Llegué cuando las locutoras solo estaban para el HTH (Hora, temperatura y Humedad) y hacerle la derecha a los conductores, siempre hombres. Hasta que salimos del ISER tres muchachitas jóvenes que hablaban suave, sin amaneramientos, sin estridencias, con cierto toque sensual. Obviamente sin trazos gruesos. Eramos Betty, Nucha y yo. Salvo honrosas excepciones como Paloma Efron “Blackie” antes, hasta ese momento no hubo mujeres que rompieran ortodoxias radiales. Otras que rompieron fueron Beba Vignola y Rina Moran al lado de Cacho Fontana primero y Hector Larrea después. pero hasta acá llegamos.
A partir de ahí nos llamaron a las tres. Comenzó la saga de programas musicales donde estábamos en distintos espacios y diferentes radios nosotras tres. Eran musicales pero con contenidos, reflexiones, con la mejor música contemporánea y los mejores productores. Con Roberto Victor Cicuta durante 10 años hice “Miss Ylang y su Musica”, salía hasta en otros países latinoamericanos. Eran 5 horas de música de lunes a viernes. Acá se emitía por Radio Continental. Al mismo tiempo me contrataban otros productores como Angel Bosch con el que grabábamos programas de media hora auspiciados por marcas importantes.
Cuando llegó Julio Moyano todo pegó un cimbronazo. Era el número uno, con su producción los espacios tomaban vuelo alto. Nos convocó a Betty y a mi, ahi nacía “Las 7 Lunas de Crandall”. Betty lo hizo los dos primeros años, después lo seguí yo 16 años más. Para mi ese programa me marcó antes y después. aun hoy en mi programa actual de Mitre me llegan memoriosos de ese inolvidable sueño que fue “Las 7 Lunas...”. Hoy me doy cuenta que lo que hago y lo que hice lo aprendí de esos grandes maestros.
Obviamente con Nora Perlé podría hablar semanas.
Ella fue una de las grandes maestras para mi generación. Verlas trabajar era una ceremonia superior.
Siempre voy a rescatar de Elvis Presley, más allá de que su música me guste o no, que fue el primer rock star de la historia entera. Hasta que Elvis apareció en la televisión para hacer la suya con actitud, su sonrisa displicente de costado mas sus caderas bamboleantes, nadie sabía cómo se comportaba una estrella de rock.
Con estas chicas pasaba lo mismo, antes de ellas no había conductoras de radios musicales. Ellas nos mostraron no solo como se trabajaba, sino como teníamos que comportarnos.
Esa fue una bendición para nosotros, tener a Betty, Nora y Nucha de referencia y no a otros cuadrúpedos de voces agradables que afortunadamente en esos días estaban en otra.
Nora Perlé tiene su programa hace como 20 años en Mitre, “Canciones son Amores”, desde hace un par de años acompañada de Andrea Estevez Mirson, siempre adelante de canciones que van desde Frank Sinatra a Los Nocheros. Nótese la amplitud de criterios que ella se encarga de fusionar hasta hacerlos iguales en su programa.
Actualizada y reina de la persistencia, en 2022 me ganó el Martin Fierro al mejor musical radial, ella estaba nominada por “Canciones son Amores” y yo por “Tao”.
Desde mi casa, cuando la nombran a Nora como ganadora, levanté la copa y dije: “¡Bien hecho!”.
Y ciertamente ese no es un rasgo habitual en mi.
Pero con Nora Perlé si.
Seguir leyendo: