María Laura Vázquez y Carlos González son la dupla detrás del proyecto “Viajar en foco”, que nació en 2015 cuando salieron a la ruta por primera vez. Ella es profesora de geografía y él es fotógrafo, profesiones que se complementan a la hora de comunicar las historias que van conociendo en cada uno de los pueblos que visitan en la Provincia de Buenos Aires. Crecieron juntos desde la niñez, como vecinos en Valentín Alsina, y se pusieron de novios después de la adolescencia. Formaron una familia, y más adelante reorganizaron sus vidas para hacer escapadas los fines de semana, y de lunes a miércoles retomar la rutina laboral. “Esto nos salvó el matrimonio, y también a nivel personal e individual, porque encontramos un mundo que no sabíamos que existía”, confiesan en diálogo con Infobae.
Los números de sus redes sociales vienen creciendo sin parar desde hace siete años: en Instagram superan los 192.000 seguidores, en Facebook -la primera red social donde volcaron sus contenidos- tienen más de 115.000, y en su canal de YouTube alcanzan los 68.000 suscriptores. Hoy, más que nunca, son compañeros de ruta, y entre risas cuentan que han pasado por casi todos los roles: amigos, novios, marido y mujer, padres, y desde que empezaron a grabar videos, se sumó la faceta de socios. “Resulta que ahora tenemos reuniones de producción, que muchas veces son arriba del auto, y no nos imaginamos la vida separados”, expresa María Laura, y cuenta que se conocen de toda la vida.
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“Vivíamos uno al lado de la casa del otro, desde que teníamos 6 y 8 años -él es casi tres años menor-, nos enamoramos, y nos costó aceptar que estábamos enamorados, por haber sido tanto tiempo amigos, pero un día le dije: ‘Me está pasando algo con vos’; por suerte a él también le pasaba y me salió bien”, dice risueña. Cuando los dos habían terminado la secundaria empezó su noviazgo, que luego de transformó en matrimonio y tuvieron dos hijos, Ignacio y Ailén. “Ahora ya son grandes, estudian, trabajan y para ellos es re natural que nosotros salgamos a recorrer parajes y localidades rurales, saben que nos hace felices y que tiene un fin que nos llena el alma”, comentan.
Vocación y cambio
La docencia siempre fue una pasión para María Laura, que desde chica sentía la necesidad de compartir lo que aprendía. Era la que le explicaba a los compañeros cuando no entendían un tema, y pronto descubrió que la geografía era la materia que más le gustaba y la que más curiosidad le generaba. “Por cuestiones económicas no pude empezar el profesorado inmediatamente, pero con ayuda de mi familia y de las autoridades que me becaron en su momento porque yo ya tenía mis hijos, pude recibirme, y me emociona porque hace 23 años que soy profesora”, relata. Se le ponen los ojos llorosos porque se acuerda de que se le caían las lágrimas en las clases cuando escuchaba a los profesionales hablar de los conceptos que soñaba con enseñar.
Actualmente trabaja en dos escuelas de Avellanada, y sus alumnos ven los videos que comparten en la cuenta. “Muchos adolescentes les dicen a la familia: ‘La profe fue a tal pueblo, me gustaría ir’, y después me muestran fotos de los lugares a donde fueron, me dicen que soy ‘influencer’, les divierte, y lo súper respetan”, asegura. En tiempos donde los estudiantes pasan mucho tiempo conectados al mundo virtual, la sorprendió gratamente que los contenidos que suben -en Instagram @viajarenfoco y en Facebook “Viajar en Foco”-, les resulten atractivos.
“Ellos ya vienen con un montón de conocimiento previo, pensé que les iba a aburrir, pero les gusta, y me parece que está bueno porque las nuevas generaciones están entendiendo que estos lugares tienen muchos por contar y mucho de lo que tenemos que aprender”, resalta. Y agrega: “Creo que no se puede enseñar si no se genera un vínculo con la persona que está aprendiendo, y la persona que aprende no está sola, está en un grupo familiar; entonces el vínculo con la familia también se tiene que construir, y afortunadamente tengo contacto con sus familias cada vez que voy a la escuela”.
Para Carlos, la búsqueda fue distinta. Siempre le gustó la fotografía, pero estuvo a punto de seguir los pasos de su padre, arquitecto, que estaba ilusionado con que sus hijos continuaran con el legado. “El día que se estaba por ir a anotar a la facultad para hacer la carrera de arquitectura, mientras estaba viajando en el colectivo vio un cartel que decía Escuela de Bellas Artes de Fotografía, se bajó y se anotó ahí, porque fue fiel a su deseo”, revela su esposa, que lo define como “un excelente fotógrafo”, y lo admira profundamente por su talento.
“Tiene una habilidad increíble para poner el ojo en el lugar preciso, y él me enseñó a mí a hacer fotos; es un profesor muy exigente”, comenta con humor. Hay un punto en común que unió sus vocaciones: las ganas de comunicar, ya sea a través de las imágenes o de las palabras. Y esa conexión se hizo más fuerte desde que hicieron un cambio de vida. “En 2015 estábamos cansados de la rutina, agobiados, sentíamos que no estábamos dejando nada en lo que íbamos haciendo en nuestros trabajos ni en nuestras vidas, no nos podíamos encontrar entre nosotros, hace muy poquito habíamos comprado nuestro auto y pensamos: ‘Salgamos los domingos para desconectarnos un poco, salgamos a recorrer, vamos a la ruta a ver qué pasa‘”, rememora, y explica que uno de los tantos motivos por los que hicieron esa primera salida fue para que ella practicara sus nuevos conocimientos sobre composición fotográfica.
Allá fueron. Cinturón de seguridad, cámaras en los bolsos, mate, bizcochitos y folklore para musicalizar un momento que iba a ser épico. “Empezamos a ver los carteles de los parajes, nos metimos en los caminos de localidades que no conocíamos, y me emocioné mucho porque encontré un poco de mi infancia, al ver a los abuelitos sentados en la vereda tomando fresco, a los chicos andando en bicicleta por la calle, tranquilos, como cuando éramos chiquitos, verlos que entraban a las casas de los vecinos como si fueran propias; y Carlos siempre me dice que encontró su lugar en el mundo”, relata. Él, por su parte, desarrolló su arte a través de los videos, desde la edición de las imágenes y el sonido, hasta la creación de contenido inédito.
“Lo lindo es que muchas veces nos cuentan historias que no están escritas, entonces nos vamos enterando de cosas gracias a la gente del lugar”, explica. Consideran los tesoros más valiosos de esas experiencias el recuperar el contacto cercano, la conexión con el presente, recuperar la costumbre de mirarse a los ojos, y que los propios residentes los inviten a conocer los alrededores para hacerles un tour por sus recuerdos.
De pueblo en pueblo
Tienen miles de anécdotas, y reciben mensajes muy conmovedores que los recargan de energía para ir tras un nuevo destino cada fin de semana. A la hora de revelar cuántos pueblos han recorrido, ella confiesa que perdió la cuenta, pero Carlos se asoma y acota con seguridad: “Ya van 300, y todo está registrado″, haciendo referencia a su canal de YouTube -@ViajarenFoco-. “Yo soy la profe de geografía, pero el mapa lo tiene él en la cabeza, conoce todas las rutas”, se sincera María Laura entre risas, mientras observa la pila de cuadernos que tiene el living, donde guarda las anotaciones de los datos que van recopilando en cada viaje.
Una de las primeras localidades que los impactó fue Villa Epecuén, que se encuentra en el partido bonaerense de Adolfo Alsina. Fundado en 1921 a orillas del lago del mismo nombre, Epecuén quedó sepultado por el agua un 10 de noviembre de 1985, tras una lluvia torrencial que se combinó con las obras inconclusas en la regulación de canales que provocaron la inundación. “Está en medio del sistema de lagunas las Encadenadas del Oeste, y nos contaron lo que pasó, la negligencia humana, la solidaridad de los vecinos en medio de la catástrofe, y al caminar por sus ruinas entendimos que había muchas historias por contar y sentimos la necesidad de compartir no solamente cómo llegar, dónde comer, y dónde alojarse, sino también darle voz a las personas que no son tapas de revista, y contribuir a que cada vez más gente sepa que existen seres maravillosos en cada rincón de nuestra Argentina”, sentencian.
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En el camino de regreso no tuvieron dudas de que iban a asumir esa meta. Ella estaba estudiando una Licenciatura en Educación y decidió hacer una pausa para concentrarse en el flamante proyecto que luego se llamó Viajar en Foco. “Pensamos: ‘Nuestro destino es este, tenemos que empezar a difundir estos lugares’, y lo hicimos desde nuestro humilde lugar, porque somos personas comunes que no teníamos experiencia en esto, pero queríamos crear un espacio para que esas historias no se olviden”, indican.
Otra de las paradas que los sorprendió fue Cazón, en el partido de Saladillo, Provincia de Buenos Aires. “Fuimos porque nos invitó a una pareja que hizo un domo para dormir en el pueblo del millón de árboles, empezamos a caminar por las calles y la gente nos empezó a contar: ‘¿Ustedes saben que hace muchos años el cielo acá se cubría de un hollín verdoso y violeta porque están los hornos de carbón de leña que funcionaron acá?’, y nos dijeron que no podían tener sábanas ni cortinas blancas porque quedaba con esos colores, y empezamos a buscar información, a tocar puertas. Hablamos con un vecino que nos mostró cómo le quedó el dedo manchado porque trabajó en los hornos, que son como iglús de ladrillo bastante anchos, donde se talaba la leña, se encendía, se tapaba y después de muchos días se producía carbón vegetal”, narran.
Desde que son viajeros vivieron experiencias que antes ni siquiera podían imaginar. “Nos pasa que nos convocan para que vayamos a mostrar lugares, leemos todos los mensajes, después buscamos información para saber antes de ir, y después cuando finalmente vamos siempre hay más por descubrir”, aseguran. El fin de semana pasado estuvieron en el partido de Magdalena, en la localidad de Bavio, donde los recibió el dueño de una estancia que los invitó a recorrer los alrededores. “Nos íbamos hacia el río al Río de la Plata, y nos pidió que fuéramos mirando el piso en el camino, y resulta que había restos fósiles marinos, porque miles de años atrás ese suelo estaba cubierto por el mar y llegaba hasta el Río Paraná. Cuando el mar se retiró quedaron en el suelo conchillas marinas, y nos encontramos caracoles en lo que sería la pampa húmeda, algo que no sabíamos y nos maravilló”, manifiesta.
Aseguran que el aprendizaje es constante y de áreas variadas: historia, geología, arqueología, biología, geografía, arquitectura, entre otras. Y sobre todo, se interiorizan en una materia que nunca se deja de rendir en la vida: los valores. “La comunidad te abre las puertas de su casa, te llevan un mate, son transparentes, bondadosos, amables, y con que te sientes a conversar, ya son felices, al punto de que no quieren que nos vayamos y lloran cuando nos despedimos”, expresa sobre la parte más difícil de la misión social que emprendieron.
“Nosotros también lloramos en la vuelta, muchas veces nos volvemos en silencio con un nudo en la garganta porque nos cuesta mucho irnos”, confiesan. Les piden que vuelvan pronto, e incluso los llaman para pedirles que se muden de manera definitiva. “Es increíble, nos dicen: ‘Se vende una casita, hay un terrenito, vengánse’, y hasta nos han ofrecido ir a vivir a sus propias casas; nos escriben: ‘Acá es grande, tengo lugar, vengan a mi casa’”, revelan con asombro. Aunque actualmente son aficionados del turismo rural, no descartan que alguna de esas localidades que hoy visitan se convierta en su hogar en el futuro.
“El deseo es en algún momento echar raíces en algún pueblito o en algún paraje dentro de la Provincia de Buenos Aires y terminar nuestros días ahí, porque es donde nos sentimos más cómodos”, proyectan. “Hay mucho por conocer en cada lugar y a las personas se les llenan los ojos de lágrimas cuando hablan de su pueblo, y eso es lo que a nosotros nos emociona, porque muchas veces uno siente que está en este planeta para hacer algo, buscamos sentirnos útiles, dejar una huella, poner un granito de arena, y haciendo esto creemos que vamos en ese camino”, expresan.
El ritual de emprender travesías juntos los renovó como pareja, y saben que cada vez que hacen un viaje, vuelven sin ser los mismos: traen consigo más aprendizaje, más vivencias y un manto de cariño que perdura en sus corazones. Es tanta la gratitud que les transmiten en cada sitio que visitan, que sienten que todavía queda mucha retribución por delante, y con gusto seguirán concentrados en su objetivo a corto plazo, resumido en una frase: “Ayudar, conocer, escuchar y mostrar historias de gente como nosotros”.
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