Hacía rato que había caído la noche del viernes 29 de julio de 1966, pero la Facultad de Ciencias Exactas hervía por dentro. el decano había convocado a una reunión urgente de graduados, docentes y alumnos para tomar posición sobre la intervención de la Universidad de Buenos Aires decretada ese mismo día por la dictadura de Juan Carlos Onganía.
Como si fueran los primeros compases de una larga sinfonía del terror, las tropas de la guardia de infantería de la Policía Federal al mando del general Mario Fonseca se desgranaron por los alrededores de la histórica Manzana de las Luces, por entonces sede de la facultad.
Hacía exactamente un mes y un día que Onganía se había calzado la banda presidencial que los votos habían otorgado al radical Arturo Illia. Sus planes contemplaban quedarse veinte años en el poder. Para su concepción del país y del mundo, las universidades eran “cuevas de ratas marxistas, judías y anticlericales” que buscaban subvertir el orden natural de las cosas.
Por eso, esa tarde había promulgado el decreto ley 16.912 que determinaba la intervención de las universidades, prohibía la actividad política en las facultades y anulaba el gobierno tripartito, integrado por graduados, docentes y alumnos. Para seguir en sus cargos, los rectores debían transformarse en interventores a las órdenes del Ministerio de Educación. Acostumbrado a los emplazamientos militares, Onganía les había dado 48 horas para decidirlo.
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La UBA, que el mismo día del golpe había dado a conocer un comunicado de repudio firmado por el rector Hilario Fernández Long, resistió. Y ese viernes 29, autoridades, docentes y estudiantes confluyeron en las sedes de las facultades de Ciencias Exactas, Filosofía y Letras, Medicina, Arquitectura e Ingeniería para decidir medidas de resistencia al decreto que violaba la autonomía universitaria.
Las tropas del general Fonseca marcharon hacia esos mismos lugares, pero la “Operación Escarmiento”, como la bautizó, tuvo su epicentro en la Manzana de las Luces.
La foto pasó a la historia: los ocupantes de la facultad son obligados a salir a través de dos hileras de policías que, armados con bastones, los golpean con saña. Hay más de cuatrocientos detenidos.
“La historia de los palazos que nos hicieron pasar entre una doble fila de policías ya la conocen todos, pero es curioso, porque a uno le quedan ciertos detalles sin importancia. Por ejemplo, recuerdo que yo usaba sombrero y lo tenía puesto, así que cuando pegaron los palos, el sombrero atenuó los golpes, que no me parecieron gran cosa, pero después, en la comisaría, pasé frente a un espejo donde me vi la cara ensangrentada. Y me lavé, porque me daba vergüenza estar en esa situación. La verdad es que fue verdaderamente notable con tantos palos que dieron que no hubieran matado gente, porque pegaban bien, pegaban con habilidad”, recordaría muchos años después el matemático Manuel Sadosky, vicedecano de la Facultad.
La carta de profesor norteamericano
Al día siguiente de la irrupción policial en las facultades, el profesor estadounidense Warren Ambrose, invitado extranjero en la Facultad de Ciencias Exactas, escribió una carta al editor de The New York Times, que no dudó en publicarla.
Aterrorizado por lo que acababa de vivir, Ambrose relataba:
“Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas, que resultaron ser gases lacrimógenos. Los soldados (N de R: confunde policías con soldados) nos ordenaron, a los gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde se nos hizo permanecer de pie, con los brazos en alto, contra una pared”.
A continuación, hablaba de los golpes que había recibido:
“El procedimiento para que hiciéramos eso fue gritarnos y pegarnos con palos (…) todo el mundo (entre quienes me incluyo) estaba asustado y no tenía la menor intención de resistir. (…) Nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles (…) yo, como todos los demás, fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo, y en donde pudieron alcanzarme”.
Luego de ser publicada en The New York Times, la carta de Ambrose fue reproducida por otros diarios América Latina, Europa y los Estados Unidos.
Fuga de cerebros y complicidades
El resultado fue el esperado por Onganía. La mayoría de los decanos y vicedecanos renunciaron, y a ellos se sumaron más de un millar de docentes. En los meses siguientes, más de 300 científicos dejaron el país.
En un trabajo que realizaron para los cincuenta años de La Noche de los Bastones Largos, la química Silvia Braslavsky y el matemático Raúl Carnota detallaron la sangría que sufrió la UBA a partir de allí: “En la primera semana de agosto [de 1966] se produjeron 1.378 renuncias de docentes en la UBA: 391 en Exactas y Naturales, 305 en Filosofía y Letras, 268 en Arquitectura y Urbanismo, 180 en Ingeniería, 66 en Derecho, 35 en Ciencias Económicas, 34 en Medicina, 20 en Agronomía y Veterinaria, 14 en Farmacia y Bioquímica, 2 en Odontología y 63 en los Institutos dependientes de Rectorado”, enumeraron.
El 29 de julio de 1966, Carnota cursaba sexto año en el Colegio Nacional Buenos Aires, en la misma Manzana de las Luces, se acercó con otros compañeros a la facultad de Ciencias Exactas: “Estuve ahí con un grupo de estudiantes del Nacional, en la doble fila de bastones y pasé la noche en la comisaría 22. Mi primer contacto con estudiantes de Exactas fue en la celda, sabía lo que estaba pasando pero igual escuchaba y me asombraba todo lo que decían sobre las circunstancias políticas”, relató al presentar el trabajo.
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La situación y las consecuencias no fueron iguales en todas las facultades. Mientras otras autoridades renunciaban, las de las facultades de Ciencias Económicas y las de Derecho y Ciencias Sociales no sólo se adaptaron a la nueva realidad impuesta por Onganía sino que pasaron a colaborar con la dictadura.
“En la Universidad de Buenos Aires, mientras se purgan cátedras, laboratorios, equipos de trabajo y se producen cientos de renuncias en algunas de sus Facultades, en otras se respetan más las continuidades, no hay grandes conmociones, incluso se puede encontrar el estrechamiento de vínculo”, explica el economista y doctor en Ciencias Sociales Martín Unzué en su trabajo sobre “La otra cara: los apoyos al golpe de Estado de Onganía en la comunidad académica de la Universidad de Buenos Aires”.
César Milstein y la dictadura
En 1984, cuando el doctor en Química César Milstein fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina por sus investigaciones sobre los anticuerpos monoclonares, en el país se lo celebró como un logro argentino.
La historia de la carrera de Milstein lo desmiente y puede ser vista como un antecedente de la fuga de cerebros provocada por la llamada Revolución Argentina luego de la Noche de los Bastones Largos.
Milstein se graduó en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA en 1952 como Licenciado en Química y cuatro años después obtuvo su doctorado. Eran tiempos de la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu y con una promisoria carrera científica por delante aprovechó una beca para continuar sus estudios en Cambridge.
Volvió en 1961, cuando gobernaba como presidente constitucional Arturo Frondizi, para hacerse cargo de la División de Biología Molecular del Instituto Nacional de Microbiología Doctor Carlos Malbrán. Sin embargo, un año después, cuando un golpe cívico militar destituyó a Frondizi, cerró el Congreso y lo reemplazó por el presidente provisional del Senado, José María Guido, Milstein vio cómo se cerraban las puertas a sus posibilidades como investigador y retornó a Inglaterra -donde obtuvo la nacionalidad británica– para trabajar en la División de Química, Proteínas y Ácidos Nucleicos de la Universidad de Cambridge, de la cual fue nombrado director en 1983. Un año después se le concedió el Premio Nobel.
Visto con perspectiva histórica, el retorno de Milstein a Cambridge en 1962 resultó premonitorio a la luz de los acontecimientos de apenas cuatro años después. En 1966, todos los profesionales del equipo de integraba en el Instituto Malbrán fueron despedidos, acusados de “comunistas” por la dictadura de Onganía.
Fue pocos días después del 29 de julio cuando, a fuerza de garrotazos, la llamada Revolución Argentina puso fin a un proyecto de universidad de excelencia que era vanguardia de formación e investigación científica en el continente.
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