Era conocido como “mate cosido” por una cicatriz que le había marcado la cabeza para siempre. Dicen que fue por una golpiza que le dio un comisario cuando se enteró que había tenido amoríos con su esposa. De ahí en más, en su Tucumán natal, la policía lo tuvo de hijo. Las entradas y salidas de la comisaría se hicieron más frecuentes. A veces lo pescaban en faltas menores.
Se llamaba Segundo David Peralta y también dicen que por sus asaltos y secuestros, en 1938 se creó el cuerpo de Gendarmería.
Había nacido el 3 de marzo de 1897 en Monteros, Tucumán. Como sus hermanos fue a la escuela y a los 13 años se empleó en una imprenta. Empezó a trabajar como obrero gráfico y se hizo simpatizante de las ideas anarquistas.
Llegó el día en que decidió que no podía permanecer más en su terruño y en 1926 viajó a Chaco. A los 29 años ya tenía antecedentes de pequeños robos. Estuvo preso cinco años en Resistencia junto a su cómplice, el calabrés Antonio Rossi.
Cuando quedó en libertad regresó a su provincia, pero la policía no se había olvidado de él, se la tenía jurada y, a pesar de los ruegos de su madre de que dejase la senda del delito, se mudó nuevamente al Chaco. Armó una banda con su compinche Rossi y con el vasco anarquista Eusebio Zamacola, a quien había conocido en la cárcel.
Se dedicaron a asaltar negocios y trenes. En 1935 su socio Rossi murió en un tiroteo en un asalto a un almacén.
Mate Cosido y Zamacola se dedicaron a asaltar las oficinas de La Forestal, Bunge & Born y Dreyfus, empresas establecidas en el litoral, de capitales extranjeros, donde sus trabajadores sufrían distintos grados de explotación. El hecho de que eligiesen como blanco a estas empresas causó empatía en la población. Es más: a veces compartían el botín con los campesinos.
Los testigos que lo conocieron lo recordaban como una persona humilde y educada. Muchos lo llamaban “el bandido de los pobres”.
Peralta planeaba minuciosamente los golpes. Tenía sus propias reglas: no se tiroteaba con la policía y en los asaltos no se debía disparar a las víctimas.
La policía no podía encontrarlo, ya que la población local lo cobijaba. Mate Cosido vestía y vivía como ellos, y así pasaba desapercibido. A veces solía disfrazarse de viajante de comercio y disponía de varios documentos con diversas identidades.
El presidente Agustín P. Justo, ante el reclamo de las empresas, decidió cortar por lo sano: mandó al Congreso el proyecto de ley de creación de la Gendarmería Nacional: su primera misión sería la de terminar con los bandidos del Chaco.
En 1937 Juan Bautista Vairoleto “el pampeano” se unió a Peralta. Eran casi de la misma edad. Se habían conocido en Buenos Aires, al parecer en una reunión de la logia masónica Hijos del Trabajo, que funcionaba en Barracas.
Ambos bandidos decidieron golpear a una subsidiaria de La Forestal, a las que asaltaron en marzo y mayo de 1938. Pero ignoraban que un traidor en la banda los había delatado, y los esperaban. En un tiroteo murió el empleado Oscar Mieres. Era la primera víctima de los asaltos de Peralta. Después de esos dos golpes, Mate Cocido y Vairoleto se separaron.
En el interín, el cómplice Zamacola fue detenido en Córdoba. En la cárcel estudió contabilidad y cuando quedó en libertad dejó para siempre la delinciencia.
El 28 de julio de 1938 fue creada, por ley 12367, la Gendarmería Nacional, que no solo debía cuidar las fronteras sino que comenzó su actuación como policía militarizada federal.
Su primera misión fue la de terminar con las correrías de Mate Cosido en esa extensa región del Chaco, Formosa y norte de Santa Fe, que a esa altura se había volcado a secuestrar gente y pedir rescate. Su primer jefe fue el general de brigada Manuel Calderón, que venía de presidir un tribunal militar que condenó a degradación y cadena perpetua al mayor Guillermo Mac Hannaford, acusado de espía y de traidor a la Patria.
En los primeros años, esta fuerza dependía del Ministerio de Guerra. La primera unidad que abrió fue en Las Lomitas, en la provincia de Formosa.
Cuando comenzó a actuar Gendarmería Nacional, las cosas cambiaron. Y Peralta debió refugiarse en el monte. Su cabeza tenía precio: ofrecían 2.000 pesos de recompensa.
El 22 de diciembre de 1939 fue su último golpe conocido. Ese día secuestró al estanciero Jacinto Berzón, y pidió un rescate de 50 mil pesos moneda nacional. El dinero debía ser arrojado el 7 de enero desde una formación del ferrocarril General Belgrano antes de que llegase a la Estación Berthet, en el sudoeste del Chaco.
Pero los gendarmes los estaba esperando. Desde el mismo tren dispararon a los miembros de la banda y Peralta fue herido en la cadera. Aún así logró escabullirse y un farmacéutico lo habría curado.
Y desapareció de la escena.
La última noticia que se tuvo de él fue a fines de marzo de ese año cuando envió una carta a la revista Ahora:
“Estoy enterado de la oferta de dos mil pesos que la Gendarmería promete por mi captura, pobre recurso de fracasados, eso es lo mismo que hacer confesión de incompetencia, lástima que mi detención haya sido cotizada a tan bajo precio, yo creía que a estas horas mi vida valía mucho más. Mis amigos chaqueños se ríen de la oferta y yo confiado duermo a veces en sus hogares, en la certeza que no seré vendido así nomás, algunas veces charlan conmigo al respecto y vierten opiniones, unos critican la bonita moral que quieren enseñar al pueblo, ser un traidor”.
La Gendarmería lo buscó por todos lados, pero fue inútil. Quedaron su esposa Ramona Romano, que tenía 14 años cuando había conocido a Mate Cocido y Mario, el hijo que habían tenido juntos. Prontuariada por la policía, se fue a vivir a Roque Sáenz Peña, donde dicen que en una oportunidad Peralta los mandó a buscar, pero que la mujer se negó, no quería ese tipo de vida para su hijo.
Enseguida alrededor suyo se tejieron mil historias: que estaba viviendo en Asunción del Paraguay, amparado por un militar, que estaba en Rosario dedicándose a la política o que había muerto de cáncer. Sin embargo, de su paradero no se supo nada, y lo único que sobrevivieron fueron sus leyendas.
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