Las crisis económica hizo que el mítico Bar Plaza Dorrego de San Telmo cerrara sus puertas en el 2019. Luego, se sumó la pandemia y los sueños de reapertura se adormecieron aún más.
En ese período en el que el Covid-19 atemorizaba a todos, los mozos históricos intentaron trabajar con delivery para solventar algunos gastos y mantener viva la llama del bar.
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No alcanzaron los intentos de los 8 empleados históricos del bar que formaron la cooperativa y hasta solían dormir en el local para abrirlo muy temprano. Así ofrecían desde el desayuno a la cena. No lo lograron. En ese momento, en 20 días lograron facturar apenas unos 2.000 pesos.
Así, el mítico bar parecía cerrar para siempre en su histórica esquina de Humberto 1° y Defensa.
Tras la salida de la cuarentena por el coronavirus y el auge del turismo internacional en la Ciudad, revivieron muchos proyectos. Y este local con su piso en damero blanco y negro y su mostrador de madera robusta en forma de ele era ideal para que reabriera sus puertas nuevamente.
Lo primero que se hizo fue para un evento especial porteña, que fue La Noche de los Bares Notables del viernes 14 de julio. El café ya había sido declarado como bar notable en el 2004 y sitio de interés cultural en el 2011.
Durante esa jornada, el bar reabrió al público con una muestra de obras de arte. Ahora, sus nuevos dueños, se dedicarán a la puesta en valor que incluye la ampliación de la cocina. La idea es reabrir dentro de un poco menos de un año. El proyecto está a cargo de Pablo Durán y Daniel Prieto, una dupla que ya mejoró la cara de varios cafetines porteños. Junto a ellos trabajará una empresa de café que por ahora se mantiene en secreto.
Durán tiene una relación especial con los bares porteños. Es un recuperador especialista en volver a darle vida a estos locales que cuentan con gran historia. Desde muy joven, este hombre trabajó en gastronomía en el sur de la Ciudad, momentos en que el Bar Plaza Dorrego era el local más importante de San Telmo. Allí iban las parejas a tomar algo y los amigos se juntaban a comentar los partidos del domingo de Boca o River.
Entre las miles de historias que atesoran sus pisos históricos y sus mesas de madera, está el reencuentro entre Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato ocurrido en el caluroso verano de 1975, con el General Juan Domingo Perón ya fallecido y la dictadura militar a punto de tomar el poder.
El periodista que logró reunirlos fue Alfredo Serra, quien narró detalles de ese encuentro en una nota de Infobae publicada en 2019.
“La idea implicaba la reunión de mucho más que dos enormes escritores, eran dos ídolos de la literatura argentina. No fue fácil”, explicó Serra en la nota. Borges y Sabato, amigos alguna vez, llevaban 20 años sin hablarse por razones políticas.
“Recrear aquella charla y reconciliación es una lección para la clase política, casi siempre separada por mezquindades y casi siempre alejada del bien supremo: el país y su gente”, contaba Serra en la publicación.
“Sucedió un martes. Sabato tenía zapatos anchos, pantalones grises, saco azul, camisa colorada. Borges interrumpía el azul profundo de su traje con una corbata verde y amarilla”, describió el periodista que fue testigo del encuentro.
El diálogo completo
Borges: -La vida es soportable porque ocurre en tajadas. Uno se levanta, se afeita, desayuna. Va haciendo las cosas lentamente. Por eso la vida es menos espantosa…
Sabato: -Claro. Imagínese un hombre que se pasara toda la vida afeitándose. O diciendo “Buenos días”. Mucha gente supone que los hombres famosos nunca dicen “buenos días” o toman café con leche, como cualquiera. Si los ven tomar café con leche ya no creen en su fama. La gente parece ignorar que el hombre no siempre escribe El Quijote. A veces paga impuestos.
B.: -Es cierto. Lo mismo que esos que dicen: “A fulano lo conocí cuando era de este alto”. Bueno, ¿qué pretenden? ¿Que naciera siendo gigantesco?…
S.: -Muchas señoras de la época habrán dicho algo similar de Proust: “¿Quién iba a decir que Marcelito escribiría una obra maestra?”. Los famosos no pueden vivir a la vuelta. Tienen que vivir en el país de ninguna parte.
B.: -Sí, en Utopía. Las palabras tienen trampas. Uno dice: “Ese lugar es estupendo”. Y “estupendo” parece provenir de estúpido…
S.: -Yo inventé la palabra “afroidisíaco”, que es una combinación de Freud y “afrodisíaco”.
B.: -Yo conocí una orquesta de zíngaros. Pero en realidad no eran tan zíngaros. Eran apenas “gríngaros”.
S.: -El portugués es un idioma deshuesado. Las consonantes fuertes han ido desapareciendo, y parece que le faltaran huesos. En cambio, el alemán es fuerte. Los carteles de prohibición, en los trenes, gritan: “¡Verboten!”. Así, entre signos de admiración, como diciendo: “Cuidado que aquí atrás está el gobierno!”. Los italianos son más ceremoniosos, más explicativos.
B.: -¿Estamos en Parque Lezama?
S.: -Sí. Me gustaba más antes, cuando no estaba tan endurecido por las veredas, cuando los caminos eran de tierra.
B.: -El Parque Lezama me trae muchos recuerdos… ¿Hay escalones ahora?
S.: -Los peores. Hay escalones que no parecen escalones…
B.: -Es lo que sucede en la oscuridad.
S.: -¿Cuál es la mejor traducción que usted conoce, Borges? La mejor traducción de cualquier cosa.
B.: -Es difícil…
S.: -Dicen que la Biblia es una gran traducción. Y Proust al inglés, también.
B.: -Es posible. Sin embargo, el traductor de Proust empezó mal. En busca del tiempo perdido no responde al original. Es una cita de Shakespeare.
S.: -Es cierto. Suena un poco absurdo.
B.: -Hace un instante alguien me recordó que yo escribí en un prólogo que la única cifra que recordaba del catálogo de Bruselas (un catálogo para bibliotecarios) es el número 213, que corresponde a Dios. Ya había olvidado ese número, en realidad…
S.: -Doscientos trece. Es un número bastante cabalístico, sin embargo. La suma es seis. Está formada por los tres primeros números (uno, dos, tres). Empieza por el par, que es la dualidad del mundo. Termina con el tres, que es la Trinidad. En fin, la cosa no está tan mal. Para principiante de bibliotecario le fue bastante bien, Borges.
B.: -Hablamos el otro día de sabiduría popular. De adagios…
S.: -Los adagios aciertan siempre. Uno dice: “Al que madruga Dios lo ayuda”. Y otro: “No por mucho madrugar amanece más temprano”. Claro, así es fácil. Si no acierta por un lado, acierta por el otro.
B.: -Es el caso de “Más vale pájaro en mano que ciento volando” y “Más vale buena esperanza que ruin posesión”, que es lo contrario.
S.: -Claro, adagio y contraadagio. La sabiduría de los adagios es una especie de perogrullada. Además, algunos son siniestros, canallescos. Por ejemplo: “La caridad bien entendida empieza por casa”. Hablar de sabiduría de un pueblo sobre bases semejantes es una iniquidad…
B.: -Me acuerdo de una frase feliz de Paul Groussac. Decía que Sarmiento sabía el latín y sospechaba el griego…
S.: -Suele decirse: “Fulano domina varias lenguas”. Generalmente, uno no domina ni la de uno.
B.: -Más bien está dominado por ellas…
S.: -Es que hay lenguas insospechables. Algunos lectores, aunque no se conozca el idioma, pueden sospecharse. Pero en Hungría, por ejemplo, uno nunca sabe si el cartel dice “Caballeros” o “Prohibida la entrada”. El húngaro es terrible…
B.: -Podríamos tomar una caña…
S.: -Bueno. Enfrente hay un almacén.
B.: -¿En qué esquina?
S.: -Defensa y Humberto Primo.
B.: -¡Ah! Muy cerca. Recuerdo que hay una iglesia danesa que parece de juguete. Y también una iglesia rusa.
S.: -Recién, cuando estuvimos sentados en la plaza Dorrego, Serra dijo que ese momento le parecía histórico…
B.: -Bueno, todos los hechos son históricos.
S.: -¿Le parece? Yo creo que si un hombre se acerca y dice: “Buenos días, caballeros. ¿Me permiten venderles unos tapices?”, no está protagonizando un hecho histórico.
B.: -Es posible. ¿Tomamos esa caña, entonces? ¿Por dónde estamos?
S.: -Por el Obelisco.
B.: -¿Y cuándo nos conocimos nosotros? A ver… Yo he perdido la cuenta de los años. Pero creo que fue en la casa de Bioy Casares, en la época de Uno y el universo, ¿no?
S.: -No, ese libro es de 1945. Creo que nos conocimos antes. Sí, en casa de Bioy, pero un poco antes, a raíz de un trabajo que publiqué en Sur sobre La invención de Morel. O sea… debe de haber sido por el 40. ¡Qué barbaridad! Entonces hace treinta y cinco años.
B.: -Esas reuniones… Recuerdo que podíamos estar toda la noche hablando sobre literatura o filosofía. Era un mundo diferente. Ahora, me dicen, se habla mucho de política. Pero a la gente le interesan los políticos. La política abstracta no. Nuestras preocupaciones eran otras…
S.: -Yo más bien diría que en aquellos encuentros hablábamos de nuestra pasión: la literatura, la vida… Pero no porque no nos preocupara la política; a mí, al menos.
B.: -Es que no se hacía ninguna referencia a los diarios, a las noticias cotidianas, fugaces…
S.: -Sí. Tocábamos temas permanentes. La noticia cotidiana se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y es lo más viejo al día siguiente.
B.: -Claro, eso está escrito para ser olvidado. Nadie piensa que deba recordarse lo que está escrito en un diario. Ellos mismos se encargan de borrarlo al día siguiente. Eso no puede ser muy importante, ¿no? Un diario, digo, se escribe para el olvido, deliberadamente para el olvido.
S.: -Dígame si no sería mejor publicar un diario cada año, cada siglo tal vez. Quiero decir: cuando sucede algo verdaderamente importante, nuevo. ¿Cómo se puede pensar que haya hechos trascendentes todos los días?
B.: -Es que no se sabe de antemano cuáles son. La crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió.
S.: -Imaginemos un título a toda página: “EL SEÑOR CRISTOBAL COLON ACABA DE DESCUBRIR AMÉRICA”.
B.: -Como yo nunca he leído un diario, siguiendo el consejo de Emerson…
S.: -¿Quién? Ah… Emerson. Yo casi no los leo. Apenas cuando considero que algo es importante.
B.: -Ese tiempo parece muy lejano. Sí, claro, cronológicamente es lejano. Sin embargo, pienso en aquello como si fuera contemporáneo…
S.: -El tiempo no existe, claro… ¿Se acuerda, Borges, que aparte de la literatura y la filosofía, usted y Bioy sentían una gran curiosidad por las matemáticas? La Cuarta Dimensión, el Tiempo… aquellas discusiones sobre Dunne y el Universo Serial…
B.: -¡Caramba! Claro. Los números transfinitos, Kantor…
S.: -Y el Eterno Retorno, Nietzsche, Blanqui…
B.: -¡Y los pitagóricos!
S.: -Las aporías, Aquiles y la Tortuga… Nos divertíamos mucho, sí. Recuerdo cuando Adolfito leía los cuentos de Bustos Domecq recién salidos del horno. Pero a Silvina Ocampo no le gustaban, permanecía muy seria, ¿no?
B.: -Silvina solía leer esos textos con indulgencia, casi con gesto maternal.
S.: -¿Le parece? Yo creo que sentía fastidio. A veces se iba a otra parte a escuchar a Brahms.
B.: -A mí, sin embargo, los cuentos de Bustos Domecq me causaban gracia, a pesar de que esa gracia después no fuera compartida por nadie.
S.: -Vamos, Borges, no embrome. Y también se hablaba mucho de Stevenson. Eso de los silencios de Stevenson. Lo que calla a veces es más significativo que lo que expresa.
B.: -Claro, los silencios de Stevenson… Y también Chesterton, Henry James… Se hablaba menos.
S.: -Al que le interesaba mucho era a Pepe Bianco.
B.: -Sí. El había traducido The Turn of the Screw. Mejoró el título, es cierto. ¿Otra vuelta de tuerca es superior a La vuelta de tuerca, no?
S.: -Representa con más calidad la idea de la obra. Al revés que con ese libro de Saint-Exupéry llamado Terre des homes, traducido como Tierra de hombres. Como quien dice Tierra de machos, cuando lo que en realidad quiere significar (además lo dice literalmente) es Tierra de los hombres, la tierra de estos pobres diablos que viven en este planeta. No sólo ese traductor no sabe francés sino que no entendió nada de Saint-Exupéry.
B.: -La enormidad de las traducciones… Hay un filme inglés cuyo título original, The Imperfect Lady, lo tradujeron aquí como La cortesana. Perdió toda la gracia, naturalmente…
S.: -¿Y qué me dice de La mujerzuela respetuosa? ¡A lo que puede llegar la cursilería!
B.: -Mujerzuela… una palabra que ya nadie usa.
S.: -La misma mojigatería con la obra de John Ford: Lástima que sea una perdida. ¿Se imagina? Nada menos que un autor como Ford, un tipo de esa época de piratas.
B.: -¡Sí! Precisamente altera el título, que es donde más ha trabajado el autor. Cuando eligió uno es porque lo ha pensado mucho. Nadie, ni el traductor, debe creerse con derecho a cambiarlo.
S.: -¿Y acaso el título no es la metáfora esencial del libro? Del título podría decirse lo que se ha afirmado de los sistemas filosóficos, que casi siempre son desarrollo de una metáfora central: El río de Heráclito, La esfera de Parménides…
B.: -Claro, suponiendo que los títulos no sean causales… Bien, se supone que los libros no son causales…
S.: -Con optimismo a veces… A propósito, pienso en las editoriales y las comparo con los bancos. Son instituciones paradójicas. El banco le presta dinero al señor que no lo necesita. El editor le publica al escritor que todos se disputan. Eso hace difícil cualquier comienzo. Sin embargo, es extraño, uno ve los estantes de las librerías y es como una invasión de títulos. Debe de haber más autores que lectores, creo. Y otro fenómeno: el de los quioscos. Desbordan libros. Antes, por el año 35, solamente Arlt se vendía en los quioscos…
B.: -¿Libros en los quioscos…?
S.: -Sí, El Aleph, Ficciones y también los clásicos. Sí, Borges, y me parece bien que sus libros estén allí en la calle, casi al paso de cada lector. Se han multiplicado las posibilidades de acercarnos.
B.: -Pero… Es que antes no era así, claro…
S.: -Pero mucho antes, ¿recuerda que los almacenes de campo, cuando hacían sus pedidos a Buenos Aires, junto a las bolsas de yerba y a los aperos, pedían algún ejemplar del Martín Fierro?
B.: -Martín Fierro no es precisamente un personaje admirable, sino admirable el poema como arte. No, Martín Fierro no es un ejemplo, claro…
S.: -Para usted es una especie de antihéroe, creo…
B.: -Un desertor que deleita a los militares. Porque el Martín Fierro es la historia de un desertor. Pero si usted le dice eso a un hombre de armas, se indigna. Hasta Ricardo Rojas, en la Historia de la literatura argentina, lo defiende con argumentos inexistentes. Alega que en el libro se ve la conquista del desierto, la fundación de ciudades. Francamente no he leído una sola palabra de eso, ¿no?
S.: -Es que Fierro es un iracundo, un rebelde ante muchas de las injusticias de su tiempo…
B.: -Mi abuela, en 1872, vio a los soldados en el cepo. Hernández no conoció nada de eso. Se documentó, se basó mucho en el libro de su amigo Mansilla. Pero no aceptó que Martín Fierro fuera un mensaje de protesta social; es más bien un alegato contra el Ministerio de la Guerra, como lo llamaban entonces. No creo, no, que Hernández ansiara un nuevo orden social. Además era rosista, y jordanista después…
S.: -Importa sí el significado del canto. Pienso que el poema es el exilio de los gauchos, un canto para los pobres en su propia patria. No sé cuál habrá sido el propósito deliberado de Hernández al escribirlo, y eso no importa. Usted sabe que los propósitos siempre son superados por la obra cuando se trata del arte. ¿Quién recuerda en qué acceso de patriotismo Dostoievski se propuso escribir un libro titulado Los borrachos, contra el abuso del alcohol en Rusia? Le salió Crimen y castigo…
B.: -Si El Quijote fuera simplemente una sátira contra los libros de caballería, no sería El Quijote. Si al final, cuando termina la obra, el autor piensa que hizo lo que se propuso, la obra no vale nada.
S.: -Volviendo a lo de Martín Fierro, lo que usted dijo antes lo comparto en algo: no se lo debe valorar como testimonio de protesta. O diría, mejor, por el solo hecho de ser un libro de protesta, porque en este caso, cualesquiera que sean sus valores morales, no alcanzaría a ser una obra de arte. Pienso que si Martín Fierro vale es porque a partir de esa rebeldía accede a esos altos niveles y expresa los grandes problemas espirituales del hombre, de cualquier hombre y en cualquier época: la soledad y la muerte, la injusticia, la esperanza y el tiempo.
B.: -Además, Fierro es un personaje viviente, que, como pasa con las personas reales, puede ser juzgado muy diversamente, según se lo mire…
S.: -De allí las interpretaciones que permite. Sociológicas, metafísicas…
B.: -Yo no he dicho una palabra contra el Martín Fierro…
S.: -Es que ha habido reportajes, no siempre responsables, donde usted aparece diciendo otras cosas… Me parece útil que se aclare.
B.: -He dicho, sí, que proponer a Martín Fierro como personaje ejemplar es un error. Es como si se propusiera a Macbeth como buen modelo de ciudadano británico, ¿no? Como tragedia me parece admirable; como personaje de valores morales no lo es…
S.: -Prueba que un gran escritor no tiene por qué crear buenas personas.
B.: -Qué extraño. Ahora recuerdo que Macedonio Fernández tenía una teoria que yo creo errónea. El decía que todo personaje de novela tenía que ser moralmente perfecto. Desde esa perspectiva, sin conflictos, resultaría difícil escribir algo…
S.: -Parecería un chiste de Macedonio, realmente…
B.: -No, no. Era en serio. Bueno, sería como anular la novela, ¿no?
S.: -Basta mirar los grandes protagonistas de las novelas. Siempre marginados, tipos casi siempre fuera de la ley…
B.: -Hay una frase que Kipling escribió al final de su vida. Dice: “A un gran escritor puede estarle permitido inventar una fábula, pero no la moraleja”. El ejemplo que eligió para sostener su teoría fue el de Swift, que intentó hacer un alegato para el género humano y terminó haciendo Gulliver, un libro para chicos. Es decir: el libro vivió, pero no con el propósito del autor.
S.: -Es lo bastante complejo para ser un espantoso alegato y un libro de aventuras para chicos. Esa ambigüedad es frecuente en el arte.
B.: -Se me ocurre algo. Supongamos que Esopo existió y que escribió sus fábulas. Pero posiblemente le divertía más la idea de animales que hablaban como hombrecitos, que las moralejas, ¿no? Esas moralejas se agregaron después.
S.: -Ninguna obra de arte es moralizadora en el sentido edificante de la palabra. Sirven al hombre en un sentido más profundo, como sirven los sueños, que casi siempre son terribles… Sarmiento se propuso escribir un libro contra la barbarie y la conclusión fue un libro bárbaro. Facundo expresa lo que hay en el fondo del corazón de Sarmiento: un bárbaro.
B.: -Sí, sí. Es verdad.
S.: -Lo admirable del Facundo es la fuerza de sus pasiones. Está lleno de afectos sociológicos e históricos. Es un libro mentiroso. Y una gran novela…
B.: -Sólo cuando una obra no vale, cumple los propósitos del autor.
S.: -El artista es por excelencia un rebelde. Por eso en las revoluciones nunca le va bien, y mucho menos a los novelistas.
B.: -En Rusia, hicieron dos filmes de Iván el Terrible: uno, al comienzo, era contra el zarismo; el otro, cuando Stalin se había convertido en un nuevo zar, en favor del zarismo…
S.: -El artista sólo puede hacer arte grande en absoluta libertad. Lo otro es el sometimiento, arte convencional, y por lo tanto falso. Y por lo tanto no sirve al hombre. Los sueños son útiles porque son libres.
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