A 30 años de la masacre de la iglesia Saint James: disparos, explosiones y espanto en un templo de Sudáfrica

El 25 de julio de 1993, un grupo armado del Ejército Popular de Liberación de Azania irrumpió en el sitio de Ciudad del Cabo, donde había cerca de 1.500 feligreses. Los atacantes mataron a 11 personas e hirieron a otras 58, pero debieron escapar antes de quemar el edificio por la decidida reacción de un hombre. El doloroso recuerdo de una adolescente que convenció a sus amigos para que la acompañaran a escuchar a coro

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Todo ocurrió muy rápido, pero el saldo fue para el horror: sobre el piso de la iglesia quedaron once muertos – entre ellos Bonnie Reeves y Richard O’Kill - y 58 heridos
Todo ocurrió muy rápido, pero el saldo fue para el horror: sobre el piso de la iglesia quedaron once muertos – entre ellos Bonnie Reeves y Richard O’Kill - y 58 heridos

Los tres adolescentes discutieron sobre el programa de la tarde del domingo 25 de julio de 1993. Ciudad del Cabo les ofrecía muchas alternativas de entretenimiento, pero Lisa Robertson, una chica blanca de 16 años, insistió en asistir al oficio religioso vespertino de la iglesia de Saint James, en Kenilworth.

Sus amigos Bonnie Reeves y Richard O’Kill, los dos de 17 años, no se mostraron muy convencidos con el programa, hasta que Lisa les explicó que habría un recital de canciones durante la ceremonia. Eso cambió todo, el coro de la Iglesia era muy bueno y hacía una versión del himno More than wonderful que era realmente de primera. A los tres chicos les gustaba mucho la música.

Cuando llegaron – un poco mojados, porque llovía bastante y soplaba un viento fuerte en la ciudad - la iglesia estaba colmada. Casi mil quinientas personas estaban arracimadas en su interior. Lisa reconoció a muchos fieles de siempre, los de la congregación, y le llamó la atención la presencia de un grupo de marineros rusos, parte de la tripulación de un barco que había atracado en el puerto, a los que el pastor les dio la bienvenida.

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El momento del ataque

Lina no olvidaría nunca que estaban, precisamente, escuchando su himno favorito cuando cuatro hombres encapuchados entraron en la iglesia. Al verlos, con pasamontañas cubriendo sus caras y rifles en las manos, creyó que era una broma… hasta que empezaron los disparos y los gritos. Y también comenzaron a estallar las granadas.

La persona que repelió el ataque se llamaba Charl van Wyk, misionero de la iglesia, pero también hombre de armas llevar. Rara vez se separaba del revólver .38 especial que portaba en una tobillera
La persona que repelió el ataque se llamaba Charl van Wyk, misionero de la iglesia, pero también hombre de armas llevar. Rara vez se separaba del revólver .38 especial que portaba en una tobillera

Vio cómo la gente empezaba a caer a su alrededor y sintió un tirón. “Richard me empujó hacia abajo. Fue todo muy rápido. Bonnie todavía estaba de pie, estaba histérica, riéndose de los hombres. Rich se levantó de nuevo para tirar de ella hacia abajo ... Fue entonces cuando la bala lo golpeó”, recordó veinte años después, ya una mujer madura, el día del aniversario del atentado.

Recordó también el olor de la pólvora y de la sangre, y el momento preciso en que creyó que moriría.

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“Uno de los hombres le estaba disparando a la gente en el suelo. Me apuntó con el arma. Pensé que todo terminaría allí, tirada entre los bancos. El tiempo parecía detenerse. Pero fue entonces cuando alguien comenzó a dispararles, y el hombre comenzó a correr”, explicó.

La persona que repelió el ataque se llamaba Charl van Wyk, misionero de la iglesia, pero también hombre de armas llevar. Rara vez se separaba del revólver .38 especial que portaba en una tobillera. Se arrodilló, lo empuñó y empezó a disparar contra los atacantes, obligándolos a escapar. No esperaban encontrar a alguien armado dentro del templo.

Todo ocurrió muy rápido, pero el saldo fue para el horror: sobre el piso de la iglesia quedaron once muertos – entre ellos Bonnie Reeves y Richard O’Kill - y 58 heridos.

Horas después, el Ejército Popular de Liberación de Azania (APLA, por sus siglas en inglés) se adjudicó el atentado que quedó en la historia como “la masacre de la Iglesia de Saint James”.

Horas después, el Ejército Popular de Liberación de Azania (APLA, por sus siglas en inglés) se adjudicó el atentado que quedó en la historia como “la masacre de la Iglesia de Saint James”
Horas después, el Ejército Popular de Liberación de Azania (APLA, por sus siglas en inglés) se adjudicó el atentado que quedó en la historia como “la masacre de la Iglesia de Saint James”

“El año de la gran tormenta”

En 1993 corrían vientos de cambio en Sudáfrica. Nelson Mandela estaba en libertad después de pasar 27 años en la cárcel y el año anterior se había dado por terminado el régimen de apartheid. Sin embargo, todavía no se había llamado a elecciones libres para formar el primer gobierno democrático, sin exclusiones, lo que recién ocurriría en 1994.

Pese a los cambios que se estaban produciendo en el país, el Ejército Popular de Liberación de Azania – ala militar del Congreso Panafricanista - seguía actuando.

Con la consigna “Un colono, una bala”, venía realizando ataques contra civiles, sin darle importancia a las negociaciones en curso de la Convención por una Sudáfrica Democrática. Al contrario, en 1993 su comandante en jefe, Sabelo Phama, anunció que ese “sería el año de la gran tormenta”, en el que la organización “apuntaría con sus armas a los niños, para herir a los blancos donde más duele”.

Ese año, el APLA ya había atentado contra el Highgate Hotel y matado a cinco personas, pero el ataque contra la Iglesia sería mucho más ambicioso.

La tarde del domingo 25 de julio, Sichumiso Nonxuba, Bassie Mkhumbuzi, Gcinikhaya Makoma y Tobela Mlambisa robaron un auto para realizar el atentado. El grupo estaba al mando de Noxuba, y llevaba granadas de mano M26 y rifles de asalto R4, además de bombas incendiarias con las que, después de atacar a los feligreses, pretendían quemar la iglesia.

Dejaron el auto frente a la puerta y entraron al templo disparando primero los rifles y lanzando las granadas después. Todo iba según los planes hasta que Charl van Wyk respondió el fuego e hirió a uno de los atacantes. Eso provocó su huida y también impidió que lanzaran las bombas incendiarias, lo que evitó una masacre mayor.

Lina Robertson no olvidaría nunca que estaban, precisamente, escuchando su himno favorito cuando cuatro hombres encapuchados entraron en la iglesia. Al verlos, con pasamontañas cubriendo sus caras y rifles en las manos, creyó que era una broma
Lina Robertson no olvidaría nunca que estaban, precisamente, escuchando su himno favorito cuando cuatro hombres encapuchados entraron en la iglesia. Al verlos, con pasamontañas cubriendo sus caras y rifles en las manos, creyó que era una broma

Los miembros de la congregación asesinados fueron Guy Cooper Javens, Richard Oliver O’Kill, Gerhard Dennis Harker, Wesley Alfonso Harker, Bonnie Reeves, Mirtle Joan Smith, Marita Ackermann, Andrey Katyl, Oleg Karamjin, Valentin Varaksa y Pavel Valuet. Los últimos cuatro eran marineros rusos que asistían al servicio como parte de un programa de alcance de la iglesia. Otro marinero ruso, Dmitri Makogon, perdió ambas piernas y un brazo en el ataque.

Capturados, juzgados y amnistiados

Makoma fue arrestado diez días después y condenado a 23 años de prisión por los once asesinatos. Nonxuba, Mlambisa y Mkhumbuzi permanecieron prófugos casi tres años, hasta que fueron detenidos y acusados en 1996.

En 1997, durante el juicio, Nonxuba, Mlambisa y Mkhumbuzi apelaron a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación para obtener la amnistía, junto con Makoma.

Se les concedió la libertad bajo fianza mientras esperaban su turno para declarar ante la Comisión, pero Nonxuba no llegó a presentarse, porque murió en un accidente automovilístico.

Los tres atacantes que quedaban vivos fueron amnistiados después de declarar ante la Comisión y, como resultado, Makoma fue liberado después de cumplir sólo 5 años y medio de su sentencia, y el juicio de Mkhumbuzi y Mlambisa nunca se completó.

En su declaración, los tres dijeron que no sabían que el objetivo seleccionado era una iglesia hasta que llegaron al lugar y que creyeron que todos los que estaban participando del oficio religioso eran blancos.

En 2013 se realizó una multitudinaria ceremonia para recordar a las víctimas del ataque y, también, ofrecer un perdón público de la Iglesia a los atacantes
En 2013 se realizó una multitudinaria ceremonia para recordar a las víctimas del ataque y, también, ofrecer un perdón público de la Iglesia a los atacantes

Al responderles, Dawie Ackerman, esposo de una de las víctimas, señaló que tal vez el 35 o el 40 por ciento de la congregación eran personas de color.

Por su parte, Letlapa Mphahlele, directora nacional de operaciones de APLA, asumió la responsabilidad de ordenar los ataques como parte de su solicitud de amnistía. Afirmó que había autorizado atentados contra civiles blancos tras el asesinato de cinco escolares negros por las Fuerzas de Defensa de Transkei en Umtata.

Recuerdos del horror

En 2013 se realizó una multitudinaria ceremonia para recordar a las víctimas del ataque y, también, ofrecer un perdón público de la Iglesia a los atacantes.

Lisa Robertson no quiso asistir. Entrevistada por un diario de Ciudad del Cabo, dijo que en todos esos años no había regresado al lugar y que no tenía la valentía necesaria para volver, ni siquiera en ese aniversario.

La tarde del domingo 25 de julio, Sichumiso Nonxuba, Bassie Mkhumbuzi, Gcinikhaya Makoma y Tobela Mlambisa robaron un auto para realizar el atentado. El grupo estaba al mando de Noxuba, y llevaba granadas de mano M26 y rifles de asalto R4
La tarde del domingo 25 de julio, Sichumiso Nonxuba, Bassie Mkhumbuzi, Gcinikhaya Makoma y Tobela Mlambisa robaron un auto para realizar el atentado. El grupo estaba al mando de Noxuba, y llevaba granadas de mano M26 y rifles de asalto R4

“Si atravieso las puertas de la Iglesia creo que volveré a ver los cadáveres de mis amigos… es algo que no podría soportar”, explicó.

Veinte años después, Charl van Wyk, el feligrés que había repelido el ataque del grupo terrorista, seguía portando su revólver .38 especial en la tobillera. Después del atentado se escribió un libro sobre el ataque del 25 de julio y promovió la creación de Gun Owners of South Africa (GOSA), un grupo civil que defiende la portación de armas y promueve manifestaciones públicas contra la Ley de Control de Armas de Fuego.

El día de la ceremonia contó en público que después de la masacre vivió semanas atormentado por la culpa.

“Pensé que podría haber hecho más. Que podría haber actuado antes... Cuando entraron por la puerta pensé que era una obra de teatro, fue solo cuando vi las balas atravesando los bancos de madera que me di cuenta de lo que estaba sucediendo”, relató desde el atrio.

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