Temperaturas entre veraniegas y primaverales, familias con chicos excitados por los animales, expositores excitados por el aluvión de potenciales compradores, intenso olor a chacra, candidatos presidenciales en campaña -ayer fue el turno de Patricia Bullrich-, gastronomía carnívora, músicas regionales, algarabía general: la Expo Rural 2023 volvió a mostrar, este fin de semana, su argentinidad campera al palo. En medio de multitudes que abarcaban toda la pirámide social, los visitantes tomaron contacto con personajes diversos.
A vuelo de pájaro -recuerden que esta edición es sin aves por la gripe aviar-, nos posamos, para empezar, en uno de los puntos más elevados del microcosmos ferial palermitano: frente a Carlos José “Pepe” Pestalardo Guerrero, 33 años, asesor genético ganadero, sexta generación de descendientes de Carlos Guerrero, introductor de la raza Aberdeen Angus en la Argentina en 1879. Nos cuenta: “Mi abuelo, Carlos Guerrero (homónimo a la vez de su abuelo, aquel pionero ganadero del siglo XIX), es propietario de la cabaña Charles de Guerrero. Al haber tenido siete hijas, Paula, Inés, Soledad, Pía, Camila, Agustina y Emma, yo, que soy el hijo mayor de Inés, quedé a cargo de la empresa, un gran desafío y un enorme placer al mismo tiempo”.
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Pepe nos explica que la pasión por la ganadería fue pasando de generación en generación, que su cabaña está “en la punta de la pirámide de producción de carne en la Argentina” y que su principal función es mejorar la genética de los animales para que, con el menor alimento, cada vaca “produzca carne de la mayor calidad”. Empezó estudiando Agronomía. “Y durante nueve veranos trabajé y me formé en la cabaña más importante de los Estados Unidos, Schaff Angus Valley, con Kelly Schaff, que es el Bill Gates de la ganadería. Tiene el récord mundial: vendió el 80 por ciento de un ejemplar en 1.600.000 dólares. En cuanto a mi familia, hace 144 años fuimos los que importamos el Aberdeen Angus desde Escocia; hoy lo exportamos a Europa, a países como Portugal, mejorado gracias a los avances genéticos. Y seguimos siendo una cabaña de élite, de las más importantes del país”.
La peona rural
María Eugenia Bustos tiene un oficio poco común en mujeres: es peona rural de la Estancia La Tranquila, en Olavarría, donde nació y se crió. “Cuando empecé a trabajar en el campo, le preguntaron a mi patrón: ¿Qué hacemos, la ponemos de cocinera?. Él contestó: ´Preguntale dónde está trabajando, si está en la cocina o está en el potrero´ . Luego, les dijo: ´Ponela como peón, porque es peón´”, cuenta ella. “Mi papá siempre trabajó en ese campo y yo seguí su camino. Siempre viví en esa estancia con él, mi mamá y mi hermana. También fui a la escuela, a quince kilómetros. Ahora estoy estudiando en la universidad para licenciada en administración”.
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En el campo hace los mismos trabajos que sus colegas hombres. “Me dedico a la yerra, vacunadas, recorridas, pariciones, les doy de comer a los animales, los cambio de potrero. En el tiempo de parición, con las vacas de primer servicio, me encargo yo, porque es un trabajo más delicado; asisto a los animales primerizos, a los que llamo mis bombones”. Según ella, las diferencias de género no se notan, “gracias a mi patrón, mi papá y mis compañeros”, dice. Y agrega: “Si bien soy un poco la encargada de llevar adelante la estancia, porque mi patrón vive en Buenos Aires, él me encarga que busque gente para las distintas tareas; el equipo lo armo yo, y es un equipo que me respeta y me cuida”.
María Eugenia, que tiene una hermana que también se crió en el campo, pero que “eligió tener un gabinete de belleza”, participa de “Mujeres Rurales en Red. “Lo importante es saber que las mujeres podemos hacer trabajos en el campo y hacerlos bien; igual o mejor que un hombre”, remata.
Productora de aceite y camionera
Mónica Carrizo de Milich, trabajadora todoterreno, es productora de aceitunas -nada que envidiarles a las mediterráneas- y de aceite de oliva agroecológico en su finca de Villa Mazán, departamento de Arauco, La Rioja. La marca se llama Lorenzo Cabrera, en honor a su abuelo materno. “Él llegó a ser sheriff en Villa Mazán. Empezó a trabajar la tierra a los cinco años, porque su padre murió cuando él era un niño y la madre se casó con otro miembro de la familia Cabrera; luchó hasta convertirse en productor regional de aceitunas carnosas. Mi marido y yo continuamos con este oficio; nuestros productos orgánicos, sin químicos agregados, ganaron premios en la Argentina, Brasil y España”, se enorgullece.
Pero su vida como emprendedora no es fácil. “Con mi marido vivimos en Carlos Paz, Córdoba, donde hacemos el fraccionamiento, envasado, etiquetado y distribución. En La Rioja, el trabajo es duro. Para la cosecha, que es manual, a las cinco de la mañana levanto a cosecheros golondrina que vienen de Bolivia, Paraguay y de varias provincias argentinas. El trabajo es a mano, artesanal; usamos agua de riego de la precordillera. Uno de los problemas son los robos, la entrada de bandidos rurales que, de a caballo o en motos, se llevan las aceitunas en morrales. Se llevan hasta el agua. Este año, por ejemplo, nos saquearon la cosecha”.
Como su marido sufrió cáncer -del que se recuperó-. Carrizo se puso al frente de la empresa familiar. No sólo enfrenta los hurtos; también levanta huano con pala para usarlo de abono (“Es de cabras silvestres que se alimentan del algarrobo”) y hasta maneja, desde hace seis años, un camión en el que transporta su mercadería. “No hay muchas mujeres camioneras en La Rioja ni en Carlos Paz, y al principio me miraban raro. Yo sé hacer de todo. Amo el proceso de fabricación casera del aceite, un producto exquisito que además sirve para bajar los triglicéridos, el colesterol malo y el ácido úrico. Para el litro de nuestro aceite extra virgen premium usamos entre siete y diez kilos de aceitunas negras. Nuestra principal oferta en la Expo Rural 2023 es un litro de aceite de oliva y un kilo de aceitunas verdes o negras griegas a 3.000 pesos”.
Mujeres apasionadas
En el stand de Mendoza, se destacan los vinos marca “Apasionadas”, producidos por “Mujeres de la Viña”. La historia es llamativa y también se centra en mujeres que tomaron roles que solían ser exclusividad de los hombres. “Nos juntamos veinte pequeñas productoras mendocinas del Valle de Uco, de entre 38 y 73 años, muchas separadas o viudas, que teníamos viñas de entre 1 y 9 hectáreas que habíamos heredado de padres o maridos, y empezamos a fabricar buenos vinos -explica Alicia Caraballo-. Nos apasionaba el tema, pero casi todas nos dedicábamos a otras cosas; había, hay, desde costureras hasta contadoras. En 2018 empezamos a producir un malbec de alta calidad y luego pasamos al blend de tinta. Uno de nuestros objetivos es llegar a la bodega propia”. La promoción en la Expo es una botella por 3.500 pesos; dos por 6.000; tres por 8.000; cuatro por 10.000 y seis por 14.000. Los visitantes pueden probar estos vinos artesanales -tintos y blancos- en el stand.
Y seguimos con las mujeres, en este caso madre e hija. Ayer, los petisos argentinos tuvieron un día especial en la muestra. La raza, que está en pleno desarrollo en el país, se caracteriza por la mansedumbre y es ideal para las prácticas deportivas infantiles. Sofía Benedit y su hija, Josefina Filgueira Benedit, de 16 años, dueñas de la cabaña La Josefina, hablan felices por el premio que acaba de recibir L.J. Calandria, un ejemplar nacido el 2 de septiembre de 2019. Josefina, que vive y estudia en CABA, pasa los fines de semana en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, dedicándose a la cría de sus petisos.
“Básicamente, se trata de tener contacto con los caballos desde que nacen, para amansarlos desde potrillos -explica Josefina, cuya madre es miembro de la Comisión Petisos Argentinos-. Ese contacto con los animales, que se mantiene hasta que agarran confianza, me encanta. Cuando tenía dos años, me regalaron mi primera petisa, Cartonera, que mi familia se la había comprado a un hombre que la usaba para tirar de su carro. Más adelante me regalaron petisos de cabañas; crié la primera petisa a mis once años, una actividad maravillosa. Me fascina todo lo rural; otro de mis hobbies es jugar al pato, un deporte en el que no hay tantas chicas”.
Razones de los visitantes
En medio de estos expositores y de muchos otros, miles de visitantes se movieron con curiosidad durante todo el fin de semana. Emanuel, porteño pero con pasado en Entre Ríos, compartió la tarde del domingo con sus tres hijos: Santiago, de 13 años; Catalina, de 11, y Agustina, de 8, que no paraba de subirse a tractores. “Nos gusta mucho el campo y esta es una oportunidad de tomar contacto con él, sobre para que los chicos puedan ver a los animales; en internet encontramos una promoción por la que pagamos 7 mil pesos las entradas para los cuatro”, explicó Emanuel.
Lucas, de Quilmes, acompañado por Agustina, Melinda y Alex consiguió cuatro entradas también por vía digital, a 7.500 pesos. Con un escudo de Malvinas en el pecho, que le dieron en el stand “Malvinas, educación y valores”, dijo que su interés principal era que su hijo, Alex, pudiera entrar en contacto con los animales y dar una vuelta en pony. Un estudio hecho por la consultora W para la Rural, en base a datos de la edición 2022, estableció algunos parámetros de la muestra anual, por ejemplo que 7 de cada diez visitantes eligen la Expo “por ser una tradición familiar”, que el 80 por ciento se queda en la feria entre tres y seis horas, que mucho público repite la visita y que las familias que viven en zonas urbanas buscan el contacto de los más chicos con los animales y la naturaleza.
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