Cinco años de guerra se cerraron en siete minutos. Fue el jueves 21 de julio de 1938 y la ciudad donde se firmó la paz entre Bolivia y Paraguay, que entre 1932 y 1935 se habían desangrado en los montes calcinantes del Chaco boreal fue Buenos Aires, que se vistió de fiesta para la ocasión.
Hacía mucho que la guerra se veía venir. Los problemas de conflictos limítrofes entre estas dos naciones llevaban años. A comienzos del 1900, ambos países ya habían levantado una serie de fortines para la defensa de un vasto territorio de miles de kilómetros cuadrados que creían propio.
A comienzos de 1930, el clima que reinaba en Bolivia y Paraguay era de guerra total, pero en el primero se palpaba odio hacia Argentina, que en los papeles se mostraba neutral ante el desenlace inminente del conflicto armado pero que por debajo de la mesa era más que notoria su ayuda al Paraguay.
Por cuestiones estratégicas, geopolíticas y por intereses económicos en común, nuestro país apoyó al Paraguay. Argentina no toleraría el plan de Bolivia de convertirse en ribereña occidental del río Paraguay -desde el río Negro al Pilcomayo- ya que afectaría sus intereses.
Los lazos entre argentinos y paraguayos eran notorios. El presidente Eusebio Ayala había sido asesor de empresas argentinas radicadas en ese país, como fue el caso de Casado y Mihanovich. Vicente Rivarola, el embajador paraguayo en Buenos Aires estaba emparentado, por su esposa, con altos oficiales del ejército argentino. Por su parte, el almirante Manuel Domecq García, de madre paraguaya, era amigo de la familia del mariscal Estigarribia, el jefe militar paraguayo. El marino era el tutor de Graciela, su hija.
La guerra era un hecho y Paraguay estaba ávida de armamentos, municiones, ropa y medicinas. La ayuda argentina no se materializó a través de los canales oficiales, ya que el canciller Carlos Saavedra Lamas insistía en no comprometer la neutralidad. Pedro Segundo Casal, el ministro de Marina, tranquilizó al embajador paraguayo: “Este asunto lo debemos tratar ahora fuera de la Cancillería y entre nosotros”.
El embajador paraguayo Vicente Rivarola estaba exultante: “Obtuve en diversas oportunidades préstamos efectivos por un valor de 8 millones de pesos argentinos, absolutamente libre de gastos y, sobre uno de ellos obtuve un beneficio en cambio de $626.000 que pasaron a engrosar las arcas maltrechas del Banco del Paraguay”.
El presidente Justo estaba al tanto de la guerra a través de su ministro de Guerra, el general de brigada Manuel Rodríguez, considerado el ejecutor de su política militar.
Su ayudante de campo era entonces el mayor Juan Domingo Perón, de 36 años. El joven oficial, de acuerdo a testimonios aportados por el embajador Rivarola, dejaron constancia de su participación: “Estoy seguro de que con una sola ejecución feliz del plan no les quedará a los bolivianos deseos de seguir aprovisionándose de Formosa. Por otra parte las fuerzas militares que cubren la frontera no dificultarán la operación ni molestarán sino para cubrir las apariencias, a sus ejecutores, según me aseguró el mayor Perón”.
Muchas de las operaciones militares paraguayas se programaron en Argentina. En la sala de situación del edificio del Estado Mayor del Ejército, ubicado en la calle Paso 547, se cerraban ventanas, sacaban al personal, y se desplegaban los mapas de la zona de guerra.
En 1929 se había creado una comisión de neutrales para llegar a una conciliación entre los dos países. Esta comisión estaba formada por los dos países en conflicto, más Estados Unidos, Colombia, Cuba, México y Uruguay. Argentina había decidido quedar al margen.
La comisión no llegó a ningún lado y la guerra estalló en junio de 1932. Entonces nuestro país decidió tomar la iniciativa: en agosto, junto a Brasil, Chile y Perú hizo un llamamiento a deponer las armas. Quería anular la influencia de Estados Unidos, donde funcionaba la comisión de neutrales y llevar las negociaciones a la Sociedad de las Naciones, surgida en 1919 luego de finalizada la Primera Guerra Mundial, donde las opiniones de la Argentina eran consideradas. Eran tiempos en que nuestro país tenía peso diplomático en la región.
El canciller Saavedra Lamas logró interesar a Chile, Brasil y Perú para que Bolivia y Paraguay aceptasen una mediación y un arbitraje. La Sociedad de las Naciones convenció a Bolivia de que el Tribunal Internacional de La Haya se pronunciase sobre el origen del conflicto.
Hubo un borrador para sellar la paz que elaboró nuestro país, que tuvo muchas idas y vueltas, pero que fue el origen de un protocolo que fue firmado en Buenos Aires el 12 de junio de 1935.
Uno de los miembros de la misión norteamericana de aquellos años era Spruille Braden, quien en la campaña electoral de 1946, el peronismo lo presentó como el principal enemigo a vencer. La consigna “Braden o Perón” fue un lema por demás efectivo. Braden, de 41 años, pertenecía a una familia con intereses en explotaciones mineras en Chile y se dijo que era un lobista de la Standard Oil, instalada en Bolivia, y que había tenido mucho que ver con el estallido de la guerra.
El Pacto Antibélico argentino, con la muñeca diplomática de Saavedra Lamas y las negociaciones políticas del presidente Agustín P. Justo había dado sus frutos. La guerra había terminado. Habían muerto más de cien mil hombres.
Sin embargo, la estrella del momento era el titular de Relaciones Exteriores. Cuando el año siguiente viajó a Europa a una reunión de la Sociedad de las Naciones, fue elegido para presidirla. A su regreso, en noviembre, se enteró que le otorgarían el Premio Nobel de la Paz.
Este galardón habría provocado un distanciamiento entre el presidente y su canciller, ya que el primero consideraba que él debería haber sido el galardonado, por haber dado las directivas para que actuase la diplomacia y por sus negociaciones reservadas que había mantenido con las partes en conflicto.
Tan profundo fue el impacto, que Saavedra Lamas decidió recibir la distinción en su casa, en Quintana y Callao, el 6 de junio de 1937.
A fines de 1936 se reunió en Buenos Aires la Conferencia Panamericana para la Consolidación y el Mantenimiento de la Paz en América, en el que el invitado estrella fue el presidente norteamericano Franklin D. Roosvelt. Era la primera vez que un mandatario en ejercicio de ese país visitaba Argentina.
En esas reuniones, nuestro país logró imponer su posición frente al plan norteamericano de armar una comisión diplomática americana, mientras que Saavedra Lamas abogó por una unidad que no tengan restricciones continentales, abriéndole la puerta a Europa.
La nota discordante la dio Liborio Justo, el hijo del presidente quien, en medio del discurso del norteamericano, gritó “¡Abajo el imperialismo!”. Justo bajó la mirada y murmuró: “Este fue Liborio…”.
La firma del Tratado de Paz, Amistad y Límites se produjo el 21 de julio de 1938 en la ciudad de Buenos Aires. La ceremonia oficial fue en el Salón Blanco de la Casa Rosada, y también hubo una asamblea legislativa en la Cámara de Diputados, presidida por el vicepresidente Ramón S. Castillo.
Los paraguayos lograron incorporar a su territorio una importante porción del Chaco y Bolivia suscribió acuerdos con Argentina y Brasil para neutralizar el aislamiento en el que había quedado, por el terreno perdido. Otras diferencias las resolverían una comisión arbitral.
La ceremonia de la firma comenzó a las 15:15 y terminó a las 15:22. Fue suscripto por los cancilleres Luis A. Riart, de Paraguay y Tomas A. Elio, de Bolivia, y del que participó el presidente Roberto M. Ortiz -”esto es una victoria de la democracia”, dijo- todo coordinado por el ministro de Relaciones Exteriores argentino José Luis Cantilo.
Afuera, en la plaza de Mayo desfilaron 45 mil estudiantes secundarios de escuelas normales y de enseñanza especial luego de entonar el himno.
Luego en la histórica plaza se realizó un acto en el que se entrelazaron las banderas bolivianas y paraguayas, simbolizando un abrazo de dos naciones hermanas que se habían enredado en la peor locura, la de una guerra.
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