Tienen 75 años y son amigas desde los 13: la historia de una hermandad de toda la vida

Adriana, Maripé, Graciela, Cachi, Mónica y Silvia se conocieron en primer año del colegio. Pasaron por todo juntas: de las fiestas de 15, hasta los nietos. ¿Cómo se sostiene una relación por tanto tiempo? ¿Por qué se siguen eligiendo después de 60 años?

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Las seis amigas tienen 75 años y se conocen desde los 13. Arriba: Cachi y Graciela. Abajo: Maripé, Adriana, Silvia y Mónica. Falta Delia, que estaba de viaje (Foto: Adrián Escandar)
Las seis amigas tienen 75 años y se conocen desde los 13. Arriba: Cachi y Graciela. Abajo: Maripé, Adriana, Silvia y Mónica. Falta Delia, que estaba de viaje (Foto: Adrián Escandar)

Están reunidas, como casi todas las semanas. Están juntas, como hace sesenta años. Los mejores y peores momentos de sus vidas (“los quince, los casamientos, los nacimientos de nuestros hijos, las muertes de nuestros padres, las vacaciones, las separaciones, las enfermedades, los nietos…”) los pasaron entre las seis, acompañándose. Asegurándose siempre de seguir riéndose de todo, aunque a veces fuera difícil. Siendo el refugio donde se podía llorar cuando afuera había que mantenerse fuertes. Recordándose a cada paso quiénes fueron para reafirmar quiénes son.

Adriana, Maripé, Graciela, Cachi, Mónica, Silvia. El recorrido de cada una es distinto: otras carreras, otras ideas, otras decisiones y otra suerte. Pero siempre se siguieron eligiendo. Tienen 75, se conocen desde los 13.

En tercer años del Normal 6 de la calle Güemes, todas sentadas en la primera fila
En tercer años del Normal 6 de la calle Güemes, todas sentadas en la primera fila

Ahora me dicen que también registre las discusiones sobre lo que pasó y en qué momento, los “no fue así, ¿no te acordás que…?” con los que construyen cotidianamente su historia colectiva. Y es que las amigas de siempre también son eso: las guardianas de nuestra memoria, nuestra brújula.

El primer recuerdo juntas: revisar las listas con los nombres y las clases asignadas para las que habían aprobado el examen de ingreso al Normal 6, en la cuadra de Güemes entre Aráoz y Julián Álvarez que tantas veces caminaron en grupo. “Me acuerdo que me estaba fijando y había chicas que lloraban: ‘Me tocó en 1º 2ª, ¡tenemos a la Balsa!’”, cuenta Adriana, que es trabajadora social y también la artífice de este encuentro. Es la que me llamó y me dijo que había una historia que podía interesarme, la historia de una amistad, de 62 años de festejar juntas su día cada 20 de julio.

Cachi, Maripé, Adriana y Silvia en el viaje de egresadas a Bariloche en 1965
Cachi, Maripé, Adriana y Silvia en el viaje de egresadas a Bariloche en 1965

“La Balsa” era la profesora de matemática, de esas severas y hasta temibles: “Pelo canoso, mocasines marrones, los anteojos en la mitad de la nariz, mala, malísima”, dice Graciela, la abogada del grupo. “Yo no me acuerdo, pero seguro que era de las que lloraba, porque lloré tres años seguidos con esas clases”, se ríe Maripé, la dueña de casa, docente de ojos clarísimos que ofrece café y chocolates.

Silvia es arquitecta y habla suave y pausado. Dice que se hicieron amigas “por la cercanía, porque todas teníamos la misma altura: éramos las bajitas y nos sentaron al lado”. “Y si queremos ser más esotéricas, porque la mayoría somos signos de fuego”, dice Graciela. “Además, sólo Silvia tiene hermanas mujeres. Las demás somos hijas únicas o tenemos hermanos varones”, explica Adriana. Así fue como ese lugar lo ocuparon ellas.

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Las 6 con dos de los futuros maridos: Guillermo, el de Maripé –"único histórico"– y Reynaldo, el de Cachi, que fue la primera en quedar viuda
Las 6 con dos de los futuros maridos: Guillermo, el de Maripé –"único histórico"– y Reynaldo, el de Cachi, que fue la primera en quedar viuda

“Como en todas las relaciones, en tantos años hemos tenido altibajos –dice Maripé–. Hubo épocas en que nos veíamos más y otras en que nos vimos menos. Estudiamos carreras diferentes y cuando nos casamos no fue tan fácil integrar a los maridos. Con el tiempo se han ido domesticando y han sido buenos amigos también”. “¡Además algunas tuvieron varias parejas! Hubo rotación de stock”, dice Mónica, que estudió Computadora Científica –un equivalente a lo que hoy sería Ciencias de la Computación o Informática– y es la única del grupo que rescata las enseñanzas de La Balsa. Graciela levanta la mano: “Esa soy yo, ¡yo pasé por todos los estados civiles!”.

La primera que se casó fue Maripé. Tenía 20 años: “Yo la veía y lloraba, porque parecía una nena que estaba por tomar la Comunión”, dice Graciela y va guiando la conversación. El cuento de cómo conoció Maripé a su marido también las involucra: “Habíamos ido a una fiesta del club Banco Nación –dice Adriana–. Yo estuve con un chico y Maripé con otro, yo le dí mi teléfono al chico, pero ella no. Así que este chico me llamó, pero porque el amigo quería el teléfono de Maripé. Ellos se pusieron de novios y nosotros no”.

Jugando al Burako en la quinta que alquilaba Mónica y donde se juntaban todos los veranos
Jugando al Burako en la quinta que alquilaba Mónica y donde se juntaban todos los veranos

A la vez, Graciela le presentó a Cachi –psicóloga y una de las primeras en casarse después de Maripé– al que iba a ser su marido: “Es que yo hablo hasta con las paredes, y estaba en la cola del Automóvil Club por un trámite y me puse a charlar con un tipo que me invitó a salir. No me gustaba mucho, pero fui, y a la siguiente salida le pregunté si no tenía un amigo así íbamos de a cuatro. Él llevó a su hermano”. Cachi la interrumpe entre risas: “Nosotros nos casamos y ellos no, pero fueron testigos del civil los dos”.

¿Cómo se sostiene una relación por tanto tiempo? “Es un acto de voluntad, de querer seguir adelante y obviar cosas que a una no le gustan”, reflexiona Maripé. “Con respeto, entendiendo que somos diferentes y no buscando cambiarnos”, dice Silvia. “Estando atentas, a veces hablando entre nosotras de lo que le pasa a otra a la que vemos mal, no por chusmerío sino para ver cómo nos ayudamos”, suma Graciela. “‘¿Qué le pasa a fulana que no llama, vos hablaste?’, esa preocupación está desde siempre porque nos conocemos y nos damos cuenta cuando hay algo raro”, dice Adriana.

En Pinamar, donde suelen ir de vacaciones para encontrarse
En Pinamar, donde suelen ir de vacaciones para encontrarse

Un momento de quiebre que recuerdan todas: “Tuvimos una pérdida de años, a Silvia no la vimos por mucho tiempo”, cuenta Maripé. “Es que yo tuve un matrimonio muy difícil y él no quería compartir nada con mis amigos. Después me divorcié con mis tres chicos muy chicos todavía y me daba cosa, porque me sentía culpable de haber permitido que nos alejara. Además antes uno se casaba para toda la vida, no era fácil enfrentarlo”, confía Silvia. “Es que no se decía: cuando íbamos al colegio, si los padres eran separados se decía ‘se fue de viaje’”, dice Maripé.

“Nosotras somos anteriores a los setenta, ya fumar era una transgresión para una chica, y eso que éramos todas de armas tomar”, dice Graciela. “Si cuando nos fuimos de viaje de egresadas –en 1965– los padres nos pedían ‘no fumen mucho’”, se ríe Adriana. “Somos de la generación que aprendió a manejar, las de las pastillas anticonceptivas y la pollera corta. Mi papá le decía a mamá: ‘¡A tu hija le van a tocar el culo!’, ¿Quién me lo iba a tocar? Yo sabía que iba a defenderme –resume Graciela–. Crecimos rompiendo mandatos: si no te casabas a los 25, eras una solterona. No había divorcio, y hasta salir con un separado era un pecado para nuestros viejos. Después se acostumbraron a tener a las divorciadas en su casa”.

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Bailando en el casamiento del hijo de Adriana
Bailando en el casamiento del hijo de Adriana

Recuperar a Silvia fue lo más fácil. Se encontraron todas en un café y se sentaron a hablar como si se hubieran visto el día anterior. “La amistad estaba intacta”, dice ella. Y de paso, trajo a una amiga nueva, la que la había acompañado en esos años de ausencia y que ahora es parte del grupo: Delia, que esta vez faltó a la cita porque está en Alemania visitando al hijo.

La primera en ser madre también fue Maripé, y Patricio fue el bebé de todas. “Yo manejaba el Falcon de mi viejo, que tenía esos asientos enteros; adelante íbamos tres y atrás las otras tres con Patricio”, dice Graciela. “Tenía los ojos de Maripé, así que era un muñeco, nuestro muñeco, porque éramos chicas, teníamos 21 años”, dice Silvia. “Pasaba de mano en mano, aparte era un señorito inglés, se sentaba con nosotras, lo llevábamos a todos lados y siempre se portaba bien”, suma Adriana.

Cuando se le quemó el departamento por un cortocircuito, Adriana recibió el apoyo incondicional de sus amigas: "Ellas me sacaron adelante". Y Graciela, que le presentó el marido a Cachi (Adrián Escandar)
Cuando se le quemó el departamento por un cortocircuito, Adriana recibió el apoyo incondicional de sus amigas: "Ellas me sacaron adelante". Y Graciela, que le presentó el marido a Cachi (Adrián Escandar)

Con los maridos ya “domesticados”, durante años se juntaron a comer y a jugar a lo que fuera con ellos y sus hijos. Hasta hicieron grandes fiestas con sus padres y sus hijos, como en el Año Nuevo del 2000, donde reunieron a sus padres –que también fueron amigos– y sus hijos en sectores separados de la casa: “Nosotras teníamos 50 y pusimos las mesas en sectores separados de la casa, los chicos por un lado, los viejos por otro y nosotros en el medio”. Pero dicen que ahora están “en un período crítico, porque los maridos están grandes”.

“Ahora nos fuimos de viaje solas con Cachi y otra amiga y no hubo ni un sí ni un no. Si hubiéramos llevado a los maridos tendríamos que haber estado atendiéndolos, pensando qué querían comer, a qué hora desayunar, si querían salir o quedarse en el hotel…”, cuenta Graciela. “La pasamos mejor cuando no vienen”, aseguran entre risas, pero es lo que hicieron siempre: reírse para sobrellevar juntas los malos momentos.

Maripé fue la primera en casarse y en ser madre. Las amigas dicen que su hijo, Patricio, fue un poco "de todas" (Adrián Escandar)
Maripé fue la primera en casarse y en ser madre. Las amigas dicen que su hijo, Patricio, fue un poco "de todas" (Adrián Escandar)

Como cuando murió el marido de Cachi, “la primera viudez y la primera gran pérdida en el grupo”, dice Maripé. “Fue muy abrupto –una embolia–, ellas estaban juntas en Pinamar y nosotras en el country”, dice Adriana. “Teníamos 60 y fue muy impactante: la muerte nos tocaba de cerca por primera vez”, dice Graciela. “Fue una pérdida para el grupo y para todas nuestras familias, porque los hijos también estaban muy tristes”, dice Mónica. Maripé volvió a Buenos Aires con Cachi y acá la esperaban todas para abrazarla hasta que, como dice Cachi, “siguió la vida”.

Hubo otras primeras veces difíciles, como las separaciones de los hijos, y algunas mucho más felices, como las fiestas de casamiento de los chicos y la llegada de los primeros nietos. “En ese acompañarnos también vamos visualizando lo que nos va a pasar a las demás”, dice Maripé. “Compartimos lo que pasa en las familias de las otras porque también son las nuestras: somos como una familia grande, o mejor, porque no hay herencia”, se ríe Graciela, que fue la abogada de la hija de Maripé en su divorcio.

Por un tiempo, Silvia se alejó del grupo porque a su marido no le gustaba. Cuando se divorció volvió a formar parte: "La amistad estaba intacta". A su lado, Mónica, para quien el encierro por la pandemia "nos jorobó la vida" (Adrián Escandar)
Por un tiempo, Silvia se alejó del grupo porque a su marido no le gustaba. Cuando se divorció volvió a formar parte: "La amistad estaba intacta". A su lado, Mónica, para quien el encierro por la pandemia "nos jorobó la vida" (Adrián Escandar)

Dicen que en algún momento fantasearon con una casa de retiro donde vivir todas juntas, pero también que eso es “un mito”. “La vejez es más complicada. Yo tenía una casa grande donde podía alojarnos a todas y siempre era el chiste, pero en la realidad es imposible”, dice Maripé. “Ahora la cabeza nos da, pero supongo que con el tiempo vamos a empezar a tener diferencias motrices o mentales y entonces ya no es tan fácil, porque los hijos de la que esté mal por ahí deciden otra cosa y ya no es una decisión nuestra, se pierde autonomía”, opina Graciela.

Ahora, en cambio, muchas se sienten más autónomas que nunca: “Por lo menos a esta altura una ya despejó algunas preocupaciones, y además la época nos ayuda, porque se habla mucho de cosas que hemos vivido y callado y una puede repensarlas”, reflexiona Maripé. “Es un momento en que perdés los complejos, los miedos, el peso del ‘¿qué dirán?’, todo eso te importa menos y una quiere disfrutar”, suma Graciela, que sigue trabajando en su estudio, donde fue tomando como pasantes a varios de los hijos del grupo. “Bueno, la edad no es algo común para todos y algunos tienen una cabeza totalmente diferente. Esto es lo que nos pasa a nosotras, no puede generalizarse”, dice Cachi y el resto coincide en que ella es la que sabe de psicología –y también sigue atendiendo pacientes a diario–. La mayoría todavía trabaja: “No hay otra con estas jubilaciones, pero además nos hace bien ocuparnos de otra cosa que no sean la cocina, los maridos y los nietos”.

Cachi fue la primera de las amigas en enviudar. Estaba en Pinamar, y cuando llegó a Buenos Aires, estaban esperándola todas sus amigas para abrazarla (Adrián Escandar)
Cachi fue la primera de las amigas en enviudar. Estaba en Pinamar, y cuando llegó a Buenos Aires, estaban esperándola todas sus amigas para abrazarla (Adrián Escandar)

Tenerse cerca en la pandemia fue un apoyo fundamental. Sobre todo para Adriana, que sufrió el incendio de su casa por un cortocircuito y tuvo que mudarse a otro departamento con su marido, que ya tenía problemas de salud. “Mis hijos me sostuvieron y me ayudaron con todo lo que había que hacer, pero las que me sacaron adelante fueron ellas”, se emociona. “¡Y eso que estaba más loca que una cabra!”, la carga Graciela. “Es que fueron muchas devastaciones a la vez”, explica Cachi. “Por suerte tenemos todas talles parecidos, porque me trajeron ropa, zapatos, de todo. El otro día me puse un pilotín y Graciela me dice: ‘Ay, yo tengo uno igual’, ¡era el de ella!”, cuenta Adriana.

En medio del encierro, se las arreglaron para poder verse y acompañarla: “Un día agarramos termo con café, servilletas de papel, alcohol y unos alfajores, y nos fuimos a las mesas que hay abajo del tren de Barrancas de Belgrano. Limpiamos las mesitas y tomamos nuestro café”. “¡Me sacaron!”, repite Adriana. Así empezaron a romper con un aislamiento que les resultaba intolerable pese a la insistencia de los hijos y los nietos que les recordaban que eran “de riesgo”. “El encierro nos jorobó la vida, y eso que ninguna tuvo Covid”, dice Mónica.

Silvia, Mónica, Maripé, Cachi, Graciela y Adriana. Se hicieron amigas, cuentan, porque tenían la misma altura. Eso fue muy útil cuando a Adriana se le quemó su departamento: enseguida todas le prestaron ropa (Adrián Escandar)
Silvia, Mónica, Maripé, Cachi, Graciela y Adriana. Se hicieron amigas, cuentan, porque tenían la misma altura. Eso fue muy útil cuando a Adriana se le quemó su departamento: enseguida todas le prestaron ropa (Adrián Escandar)

Por esos días el grupo de chat de “Las Chicas” estuvo más activo que nunca, aunque todas dicen que prefieren la cercanía del teléfono, escucharse la voz en vivo y en directo y saber lo que les pasa antes de decirlo. Todavía las unen, más allá de la historia en común, “la afinidad y el placer de seguir compartiendo”. Tienen el mismo plan que a los veinte: “Irnos todas juntas de viaje”, y ganas de hacerse tiempo para cumplirlo, finalmente. “Primero hay que ubicar a los muchachos –se ríen–. Pero aunque sea una escapada chiquita, algo vamos a organizar”, prometen. Sería una linda manera de festejar estas seis décadas en las que, más que amigas, fueron esas “hermanas elegidas”, una familia grande.

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