Los días que siguieron al martes 9 de julio de 1816 fue todo jolgorio en Tucumán. Hubo bailes, recepciones brindadas por el gobernador Bernabé Aráoz en homenaje a la independencia, alegría de los indígenas en las calles ante la posibilidad de tener un rey inca como jefe de gobierno, y quién dice que residiese en Cuzco y no en Buenos Aires, donde todo pasaba y se decidía.
Declararnos independientes había sido el primer paso. Aguardaban a los diputados un largo temario que incluía qué forma de gobierno debíamos darnos y diversas cuestiones referidas a la economía, la educación y la milicia. Era el “Plan de materias de primera y preferente atención para las discusiones y deliberaciones del Soberano Congreso” que cada congresista tenía.
Había que discutir un modelo de país.
Fue el diputado Esteban Agustín Gascón, un abogado nacido en Oruro un 9 de julio de 1764, quien puso en el tapete la cuestión de la bandera. Gascón, cuyo nombre había integrado la lista de candidatos a director supremo, en el que finalmente resultaría electo Juan Martín de Pueyrredón, argumentó que la bandera celeste y blanca ya era utilizada, pero que no existía una norma legal que fundamentase ese uso.
Fue por una iniciativa de Belgrano que se creó la escarapela por una cuestión práctica: evitar que sus soldados, muchos sin uniforme se identificasen en el campo de batalla y no se matasen entre ellos. La solicitó el 13 de febrero de 1812 y el 18 el Primer Triunvirato la autorizó. Así una escarapela de dimensiones, celeste y blanca, comenzó a lucirse prendida del pecho de los combatientes. Luego la Asamblea del Año XIII aprobó el 12 de marzo de ese año el Escudo Nacional. Dos meses después el mismo cuerpo sancionaba por aclamación la letra del Himno, fruto de la inspiración de una noche sin dormir de Vicente López y Planes, la persona a la que siempre llamarían cuando las papas quemaban.
La bandera era la asignatura pendiente de los símbolos patrios. Envalentonado por la aprobación de la escarapela, Belgrano se animó a darle forma a una enseña, cosida por la vecina María Catalina Echevarría de Vidal, una mujer de 29 años hermana de Vicente Echevarría, un abogado amigo de Belgrano. María Catalina había sido criada por una familia que tenía un almacén de ramos generales, y de ahí obtuvo las telas. Esa bandera, Belgrano la hizo jurar a sus soldados frente a las baterías a orillas del río Paraná en Rosario, el 27 de febrero de 1812. La izó por primera vez el vecino Cosme Maciel.
Al conocer la noticia, el Primer Triunvirato, especialmente Bernardino Rivadavia no le gustó nada. Es que entonces contábamos con el auxilio de Gran Bretaña para lograr el retiro de las tropas portuguesas de la Banda Oriental, siempre y cuando no disgustemos a España, aliada entonces de los ingleses. No era el momento oportuno para tener bandera propia. Rivadavia le pidió que la escondiese.
Pero como las comunicaciones demoraban semanas o meses en llegar, el 25 de mayo Belgrano, aprovechando el segundo aniversario de la Revolución de Mayo, la había hecho bendecir en Jujuy por el cura Juan Ignacio Gorriti. Para tranquilizarlo, le respondió al gobierno que destruiría la enseña.
Pero los vientos políticos estarían a favor de Belgrano. El 8 de octubre de 1812 por obra de la Logia Lautaro y de la Sociedad Patriótica cayó el gobierno y asumió el Segundo Triunvirato, que dio un nuevo impulso al movimiento independentista. Belgrano, perseguido por las tropas de Pío Tristán, llegó al río Pasaje. Este curso de agua nace en las cumbres de Acay, en Salta y luego de cruzar la ruta nacional 34, había una bajada usada por las carretas y pasajeros, que cubrían el trayecto entre Buenos Aires y Potosí. Allí mujeres nadadoras ayudaban en el cruce a viajeros y a carretas.
Belgrano llegó a ese lugar entre el 8 y el 10 de febrero y levantó campamento sobre la margen norte del río. Entusiasmado por las noticias de los triunfos de Rondeau en la Banda Oriental y de José de San Martín en San Lorenzo, hizo jurar a sus hombres, a orillas del río, la bandera que había hecho bendecir en Jujuy. En esa ceremonia, la bandera fue conducida por el mayor general Eustaquio Díaz Vélez, escoltado por una compañía de granaderos, al son de la banda. Luego de leer el oficio del gobierno, cada uno de los soldados la besó. “Yo no puedo manifestar a Vuestra Excelencia cuánto ha sido el regocijo de las tropas y demás individuos que siguen a este ejército...” escribió Belgrano.
Desde entonces ese río se llama Juramento.
Declarada la independencia en Tucumán, era momento para un pronunciamiento sobre la bandera. Como Gascón pretendía que la cuestión se aprobase, puso en consideración el tema de lograr el visto bueno a una insignia menor.
La bandera menor era la de uso civil, que no incluía las armas del país porque hasta entonces no nos habíamos puesto de acuerdo sobre la forma de gobierno que adoptaríamos. ¿Tendría que incluir el escudo de un monarca inca, tal los deseos de Belgrano? Ya habría tiempo de abocarse a la discusión sobre el diseño de una bandera mayor cuando se hayan establecido la forma de gobierno. El 20 de julio Gascón presentó el proyecto que fue aprobado el 25 por unanimidad. “…será su peculiar distintivo la bandera celeste y blanca de que se ha usado hasta el presente, y se usará en lo sucesivo exclusivamente en los ejércitos, buques y fortalezas, en clase de bandera menor, ínterin, decretada al término de las presentes discusiones la forma de gobierno más conveniente al territorio, se fijen conforme a ella los geroglíficos de la bandera nacional mayor”.
Ese mismo 25 se celebró la independencia en Tucumán y soldados, milicianos y pobladores se reunieron en el campo de batalla donde dos años antes se había derrotado a los españoles.
En cuanto a la bandera mayor sería aprobada el 25 de enero de 1818, cuando se le incluyó, a propuesta del diputado Luis José de Chorroarín, el sol de mayo.
El 24 de septiembre de 1816, en ocasión del cuarto aniversario del triunfo sobre los realistas en Tucumán, el creador de la escarapela presentó la enseña patria al Ejército del Norte. Se había hecho justicia, como con María Catalina Echevarría, que quedó inmortalizada en una representación en el Monumento a la Bandera, y con Belgrano, que cumplió su palabra de que escondería la bandera, pero nada dijo que no la usaría.
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