El quid de la cuestión vino de la mano del artículo 11 de la casi recién estrenada Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que de forma explícita daba la garantía del derecho de los y las porteñas a ser diferentes. A partir de 1996, entonces, la jurisdicción emancipada se comprometió a remover los obstáculos que limitaban la igualdad, la libertad e impidieran el pleno desarrollo de las personas y la efectiva participación en la vida política, económica o social de la comunidad.
“Lo que se discutía en ese momento era el alcance de la autonomía de la ciudad y en la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) aprovechamos el debate para acercar a la Legislatura un proyecto de Ley de Unión Civil, que había sido redactado por la jueza de Cámara Graciela Medina, que le otorgaba a Buenos Aires la facultad de regular uniones de hecho. Ese documento original hablaba de familias del mismo o diferente sexo, pero los legisladores de la comisión de Derechos Humanos pusieron como condición para tratar el tema hablar de `parejas´ porque el término `familia´ estaba custodiado por la Iglesia y era heterosexual”.
Te puede interesar: Murió César Cigliutti, el presidente de la Comunidad Homosexual Argentina
Quien comparte la cocina de una ley que marcó la historia de la Argentina y del mundo es Marcelo Suntheim, a 20 años de haber pasado por un Registro Civil de la ciudad de Buenos Aires para firmar la unión civil con César Cigliutti, convirtiéndose así en la primera pareja homosexual de la Argentina reconocida por el Estado.
La importancia de la ley
“Lo que se me viene a la mente enseguida es el contexto internacional, que le da más valor a la conquista porque recién en el año 2001 Holanda aprobó una ley de matrimonio y Bélgica a finales de 2002. En España y en dos o tres estados norteamericanos se estaba discutiendo la unión civil. O sea, en el mundo los países que tenían algún tipo de regulación de parejas del mismo sexo estaban contados con los dedos de una mano y específicamente no había ningún antecedente en América Latina y el Caribe. Y después estaba el contexto nacional, que era de una crisis gigante. El estallido de la economía, el corralito y el grito de `Que se vayan todos´. Frente a la pérdida de credibilidad de los políticos aumentó la credibilidad de los luchadores sociales y César Cigluitti, que era el presidente de la CHA, aparecía como uno de los más creíbles”.
Te puede interesar: Un bar gay, una redada policial y una rebelión: Stonewall, la noche que marcó el inicio del Día Internacional del Orgullo
La Ley 1004, que establecía la figura de la unión civil, fue sancionada en la madrugada del 12 de diciembre de 2002 por la Legislatura porteña y establecía la creación de un registro público exclusivo para uniones civiles formadas “libremente por dos personas, con independencia de su sexo u orientación sexual”. La posibilidad de inscribirse en ese registro les otorgaba a las parejas (tanto homosexuales como heterosexuales) el derecho de obtener un certificado de acreditación de la convivencia y de esta manera el acceso a beneficios: obra social, créditos en común y días de licencia por enfermedad de la pareja.
“Uno de los problemas que resolvía la ley al reconocer nuestros vínculos tenía que ver con la discriminación en el cuidado de la salud que afrontaba la comunidad LGBTIQ. En los 70, 80 y 90 con la pandemia del VIH-Sida moría mucha gente. El cóctel era muy precario y además había muy baja adherencia a los tratamientos. Las pastillas eran tan fuertes que se abandonaban los tratamientos. Entonces, no solo las complicaciones de tener SIDA, con el estigma que eso significó siempre e ir a internarse al hospital, sino que encima tu pareja no podía visitarte. Muchísimas personas no pudieron acompañar en el lecho de muerte, sobre todo a quienes fallecieron por VIH, porque la médica o el médico no nos aceptaba como familia o como alguien que tuviera derecho a entrar a la terapia intensiva. Lo mismo ocurría frente a un accidente. Nuestras familias que no nos dirigían la palabra y nos habían echado de nuestras casas por ser putos, tortas y travas eran los únicos que tenían la facultad de decidir sobre nuestra salud. La pareja que nos había cuidado de pronto no era nadie frente a la ley para decidir si te operaban o te transfundían sangre”, recuerda Marcelo.
Para Suntheim, la nueva norma fomentaba a la vez un verdadero respeto por las diversidades: “Lo que se reclamaba era la protección legal de nuestras parejas y el respeto por nuestro estilo de vida en pareja. No se buscaba la asimilación a todas las familias o tener conductas parecidas a los heterosexuales. Lo que buscábamos era una ley que diera derechos y que protegiera nuestro propio estilo de vida”.
Plan de lucha
“Estamos hablando de inicios del siglo 21 y la visibilidad todavía tenía muchísimo costo. Muy poca gente salía a decir con nombre y apellido `yo soy gay´ o `yo soy lesbiana´. El costo era la pérdida de los vínculos familiares, de las relaciones laborales, los amigos se apartaban. Había también un fuerte rechazo institucional. Si un maestro o una maestra por ejemplo decía que era gay o lesbiana en general era apartado o apartada del cargo por la queja de muchos padres y madres. La mayoría lo tenía visibilizado en un pequeño entorno: dos o tres amigos o quizás el padre o la madre, pero siempre bajo condición de no hacerlo público. Cuando lo hacías público, la familia era señalada y por eso te pedían que te fueras de la casa. En el peor de los casos no te volvían a hablar más”, explica Suntheim.
Marcelo Suntheim empezó a colaborar en la CHA en 1997. Repartía revistas y atendía el teléfono, nada que necesitara blanquear su nombre o mostrarse abiertamente. En la CHA conoció a César Cigliutti, su gran amor, activista y referente histórico de la comunidad LGBTIQ.
“A medida que el proyecto de ley avanzaba, en la CHA entendimos que si se aprobaba había que realizar la primera unión civil para evitar que la ley cayera en desuso. Pero precisamente por el alto costo que tenía mostrarse, nadie lo quería realizar -recuerda Marcelo-. Así es que en una asamblea la CHA me pidió que considerara el enorme esfuerzo de salir a los medios de comunicación con mi nombre y apellido para poder contar las dificultades cotidianas que vivíamos con César como pareja, poder ser entrevistados juntos, multiplicar la difusión y sensibilizar a la sociedad. La estrategia era conseguir la empatía de la sociedad para que eso después se refleje en la votación de los legisladores. Obviamente, nadie tuvo que convencerme. En esa asamblea contesté `por supuesto, yo acompaño a César hasta la muerte. Donde él va, voy´. En consecuencia, César y yo utilizamos la ley por primera vez el 18 de julio de 2003″.
Días antes de la primera exposición mediática, Marcelo llamó a su papá y a su mamá para contarles que era gay y que iba a pelear por sus derechos. El resto de la familia y sus amistades se enteraron por los diarios.
La exposición mediática
“Mi papá me ayudaba económicamente para que me pudiera dedicar a estudiar Ingeniería, que es una carrera muy exigente. Pero después de esa conversación las relaciones se cortaron y tuve que salir a buscar empleo. Cuando empezaron las salidas mediáticas se hizo más difícil. No conseguí trabajo durante casi siete años después de la unión civil. Una vez, un amigo me consiguió una entrevista con el jefe de personal de la compañía química alemana donde trabajaba. Este hombre me entrevistó, me hizo pruebas y preguntas de química, y me dijo que estaba muy bien calificado para el ingreso. Al otro día, sin embargo, me llamó para disculparse porque por mi alta exposición no me podían contratar. Como todos iban a saber que soy gay sería el blanco de risas y de burlas y la causa de muchos problemas para la empresa”.
Pero el aluvión de odio tuvo su contrapeso. El amor de César y Marcelo contagió amor.
“Yo me sentía desamparado frente a los medios de comunicación. Agarraba a César de la mano cuando teníamos entrevistas y temblaba porque sabía que estaba hipotecando mi futuro. Lo que pensaba era que si salía mal me iba a tener que ir del país porque nunca más conseguiría empleo. Pero frente al miedo de un mundo tan desesperanzado, una parte de la sociedad empatizó con nosotros. En especial, chicas y mujeres jóvenes que en la calle nos gritaban que nos amaban, que nuestra pareja era hermosa. Veían romanticismo en esto de jugarse por amor. Recordemos que en esa época ser puto era malo, era feo, era inmostrable. Por ende, dos putos saliendo a decir que se amaban y perdiendo todo por amor fue considerado un acto gigantesco. Esa empatía que produjo el amor nos contuvo muchísimo y ayudó a entender que nuestro amor tiene tanto valor como cualquier amor”, dice Marcelo.
La primera unión civil entre dos varones en América Latina fue noticia para medios nacionales y extranjeros, que viajaron exclusivamente al Registro Civil de la calle Uruguay al 700 en la ciudad de Buenos Aires a retratar el momento. César y Marcelo se vieron en tapa de un diario ruso y en The New York Times, entre otros. El despiole de cámaras, de organizaciones y de sueltas y sueltos obligó a cortar el tránsito, y terminado el acto formal estalló una lluvia de papel picado.
“La CHA llevó unas sidras para brindar en la vereda por nuestra unión civil. Había mujeres que nos abrazaban llorando o que nos pedían beber un sorbo de nuestras copas para poder encontrar al amor de sus vidas”, recuerda Marcelo.
Meses después, legisladores de Estados Unidos, de Inglaterra y de otros países de Europa aterrizaron en Argentina para estudiar las condiciones y estrategias que habían permitido aprobar el proyecto de unión civil entre personas del mismo sexo en un continente bastión del catolicismo.
Incluso una visa militar fue gestionada en tiempo récord para contar la experiencia cara a cara.
“Ni bien nos unimos civilmente, César y yo fuimos invitados al programa Don Francisco presenta, que era una leyenda, y a El show de Cristina, que equivalía a una Susana Giménez. Eran divo y diva de mucha repercusión en Norteamérica. Yo no tenía trabajo ni propiedades a mi nombre pero igual me consiguieron una visa militar por cinco días. De esos dos programas se hicieron eco otros programas importantes de distintos países latinoamericanos. Nos pedían que habláramos de nuestro amor porque eso marcaba la diferencia”.
Hablar del amor fue lo no previsto. Pero la CHA sí había definido ciertas estrategias que apuntaban a lograr la aprobación de la ley de unión civil en la ciudad de Buenos Aires: estrategias parlamentarias, estrategias sociales y estrategias mediáticas.
La estrategia parlamentaria que se propuso fue abordar cuerpo a cuerpo, legislador/legisladora por legislador/legisladora explicando/detallando los problemas cotidianos que enfrentaban las parejas convivientes homosexuales.
“Nunca se había hecho eso antes. Parece una obviedad pero no lo es, ni siquiera al día de hoy. Es un trabajo muy arduo que lleva tiempo. Recuerdo que hicimos la cuenta de los días hábiles de cada mes y del año, y cuántas entrevistas por semana necesitábamos para llegar a hablar con los sesenta y pico de legisladores. Teniendo en cuenta además que muchos no querían recibirnos. Si eso ocurría íbamos a los diarios a denunciar que tal legislador discriminaba. En el contexto del `Que se vayan todos´ era socialmente muy reprochable que los políticos no se reunieran o no trataran proyectos”.
“Los medios de comunicación han sido aliados de los derechos LGBTIQ en Argentina. Han llegado al grado de complicidad. Y dentro de los medios siempre hubo periodistas, mujeres y varones con nombres y apellidos, que cumplieron la específica función de promover avances de derechos. Por eso las organizaciones sociales sabemos la fuerza que tiene salir en medios de comunicación para ciertas cosas”.
El 18 de julio de 2003 se concretó lo imposible. Una quijotada que facilitó los caminos de otras quijotadas, porque la Ley 1004 de Unión Civil de la ciudad de Buenos Aires fue un antecedente regional para el tratamiento de diferentes normas de protección civiles y matrimoniales para parejas del mismo sexo conquistadas más adelante. Los avances son escalados y este fue un valiente primer peldaño.
Seguir leyendo: