Cada vez que se presentó una oportunidad, por más vértigo y temor que sintiera, Sebastián Crespo fue en la búsqueda de mejorar su calidad de vida y la de su familia. En las últimas dos décadas experimentó varios cambios radicales, primero cuando se quedó sin trabajo en 2001, y luego cuando ingresó a un rubro del que no tenía ningún conocimiento previo. En 2009, siendo padre de cuatro hijos tomó la decisión de empezar una carrera universitaria, y el esfuerzo dio sus frutos tiempo después, cuando tras muchos “no”, llegó el “sí” que tanto esperaba. En plena pandemia su rutina volvió a dar un giro rotundo cuando asumió un nuevo desafío laboral: se mudó junto a su familia desde Buenos Aires a la provincia de Corrientes.
En un mano a mano con Juli Puente, que fue transmitido en el canal de streaming República Z, Sebastián contó que actualmente tiene seis hijos y se desempeña como Jefe Comercial de Litoral Norte en YPF, pero empezó como jefe de estación hace 18 años, cuando atravesaba un momento de incertidumbre. “Venía haciendo una trayectoria muy linda, a los 26 años estaba al frente de la sucursal de un comercio cerca del Obelisco, y sufrí saqueos, posterior quiebra, y despido”, contó. Aunque siempre fue de alma inquieta, en esos tiempos su vida se puso en pausa y los siguientes tres años todo parecía gris, con trabajos temporales que no le brindaban proyección a futuro.
Siempre tenía a mano su currículum en un sobre de papel madera, al igual que su esposa, gran protagonista y compañera de sus logros. “Un señor fue a visitar a su jefe al lugar donde trabajaba mi mujer, y ella escuchó que trabajaba en una estación de servicio, entonces sacó de su maletín uno mis currículums, y se lo entregó”, relató. Años después supo el nombre de aquel hombre que de manera solidaria hizo la conexión que Sebastián necesitaba, y ese gesto hizo que su teléfono sonara.
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“Es alguien que nunca conocí en persona, y le debo un agradecimiento eterno, porque en septiembre de 2004, seis meses después de que mi señora le diera el sobre, me llamaron”, reveló. Luego de las cinco etapas de selección, con entrevistas grupales e individuales, lo contrataron. “No hay persianas en una estación, nunca para ni cierra, entonces al principio no entendía nada; venía de otros negocios completamente distintos y de repente tenía que tener clarísimo la instalación al detalle, pero después me apasioné y aprendí tanto que llegué a ese famoso ‘techo’, en el que ya no iba a poder seguir creciendo porque con el secundario completo no podía aspirar a más”, confesó.
La idea de formarse y capacitarse siempre le atrajo, y lo consideraba un pendiente que lo movilizaba internamente. “Siempre que en los formularios había que tildar el casillero de ‘universitario’ me dolía tener que poner la cruz en ‘no’”, comentó. Llevaba cinco años en la empresa cuando se sentó con su esposa a charlar sobre la posibilidad de estudiar una licenciatura en administración. “Fue una revolución familiar, porque había que invertir tiempo y dinero, yo ya tenía cuatro hijas en ese entonces, la más chiquita tenía 2 años, y tampoco quería perderme momentos de su infancia porque iba a estar hasta las 11 de la noche en la facultad”, recordó.
Lo evaluaron juntos y eligieron seguir adelante para alcanzar la meta académica que lo iba a habilitar a otros puestos en el futuro, y al año siguiente en que se anotó en la universidad lanzaron una beca para jefes de estación que lo ayudó a solventar los gastos. “Fui del primer grupo de beneficiarios, que era un reconocimiento por recibo de sueldo, y pude cursar con otra tranquilidad, con mucho apoyo tanto en casa como en el trabajo”, explicó. A los 38 años se graduó, cuando su hija menor estaba empezando la primaria, y lo primero que pensó fue en recuperar tiempo de calidad en familia.
Con el título de grado en mano, empezó a aplicar a búsquedas internas, y aunque cada tanto se encontraba con ofertas en otras provincias del país, no lo contemplaba como opción. “No podía mudarme por el trabajo de mi esposa, hasta que en la pandemia se transformó en teletrabajo, y de pronto, un fin de semana largo de agosto en plena cuarentena, nos sentamos todos juntos, ya con mis seis hijos y mi señora, a hablar sobre la chance de mudarnos al Norte”, expresó. Una de sus hijas había cursado todo el último año de secundaria en medio del aislamiento obligatorio, por lo que no tuvo ni viaje de egresados ni los eventos típicos del fin de la etapa escolar, y fue la primera que rompió el hielo en la conversación y opinó: “Vayamos a vivirlo”.
“Era patear el tablero de la vida y jugarse por salir de la zona de confort multiplicado por cuatro, porque las dos más grandes ya tenían hace bastante su camino independiente armado en Buenos Aires y estaba decidido que se quedaban, pero los cuatro más chicos, mi mujer y yo, nos íbamos a Corrientes”, rememoró. Los cuatro días que siguieron fueron de aceptación, y empezaron a hacerse la idea de que iban a dejar la casa de Avellaneda donde vivieron por 20 años para recomenzar en otro lugar, sumado a todas las personas de su círculo social y familiar que iban a extrañar.
Con la ayuda de amigos y colegas, en poco tiempo confirmaron que había sido la decisión correcta, y para afrontar la distancia con sus seres queridos hacen videollamadas muy seguido y planifican con tiempo viajes relámpago para volver de visita. “Hoy veo que mi familia encontró la plenitud, que ellos están bien, y claro que no todo es color de rosa porque no fue fácil, pero la tranquilidad que se vive en el interior nos gustó mucho, cada vez que podemos hacemos turismo local porque hay lugares muy lindos en todo el país, algunos a 20 minutos por ruta, y todo eso compensa los sacrificios que conllevó”, sostuvo.
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