El viernes 15 de julio de 1977 las tapas de los diarios argentinos no informaban sobre los crímenes que, en las sombras, cometía la dictadura que se había instalado hacía ya más de un año en el país. Las noticias eran el apagón de más de 15 horas que el día anterior había sufrido Nueva York, con saqueos y detenciones incluidas; el anuncio de un aumento del 25% a las alicaídas pensiones de los jubilados y la ajustada victoria de Boca Juniors sobre Libertad de Paraguay en una de las semifinales de la Copa Libertadores de América.
Como todos los días, ese viernes a las dos y media de la tarde, el físico nuclear Daniel Lázaro Rus salió de su trabajo en la sede de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), en las avenidas de los Constituyentes y General Paz, en la Ciudad de Buenos Aires.
A punto de cumplir 27 años, era uno de los científicos más promisorios de esa área, por la que se había apasionado desde casi el mismo momento en que empezó a estudiar la carrera.
Hijo de madre polaca sobreviviente de Auschwitz y militante de la tendencia revolucionaria del peronismo, Rus seguía trabajando a pesar de que la CNEA venía sufriendo, desde el comienzo de la dictadura, una sangría que no solo se medía en la cantidad de científicos que la dejaban para irse del país sino también en los que desaparecían, secuestrados por los grupos de tareas de la represión ilegal.
Daniel Rus no se había alejado mucho de la puerta de la CNEA cuando, a plena luz del día, un grupo de hombres armados lo subió por la fuerza a un auto y se lo llevó con rumbo desconocido.
Su amigo Gerardo Strejilevich no demoró en enterarse del secuestro de Daniel. También trabajaba en la CNEA, en el Departamento de Reactores Nucleares del Centro Atómico Constituyentes, a la vez que preparaba su tesis de Licenciatura en Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
La desaparición de Daniel hizo sonar todas las alarmas en la cabeza de Gerardo. Por prevención, esa noche se fue a dormir a la casa de su amigo Manuel Rosa, en la calle Mateo Echegaray al 4900 de Caseros, en el oeste del Gran Buenos Aires.
Eso solo le sirvió para demorar unas pocas horas su secuestro. Esa noche, en un raid siniestro, un grupo de tareas irrumpió primero en la casa de sus padres, de donde se llevó a su hermana Nora, y más tarde, el mismo grupo, o quizás otro, rodeo la casa donde la novia de Gerardo, Graciela Barroca, que también trabajaba en la CNEA y vivía con sus padres.
Cuando la joven, de 24 años, llegó esa noche a la casa, la estaban esperando para llevársela. De allí, el mismo grupo se dirigió a Caseros, donde finalmente secuestró a Gerardo y a su amigo Manuel.
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Un recurso estratégico
Cuando Daniel Rus, Gerardo Strejilevich y Graciela Barroca fueron secuestrados, la Comisión Nacional de Energía Atómica llevaba más de 25 años investigando y desarrollando energía nuclear con fines pacíficos en la Argentina.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial con el brutal recursos del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, las armas nucleares quedaron restringidas a un grupo muy reducido de naciones y prohibido siquiera su desarrollo para el resto.
Aunque la Argentina no formaba parte de ese selecto grupo, Juan Domingo Perón le dio una gran importancia al tema y decidió abocar recursos al desarrollo de la energía atómica. En secreto, en 1948, la espléndida isla Huemul -en pleno Nahuel Huapi- fue escenario de la creación de un par de laboratorios para explorar la generación de energía nuclear.
Dos años después, en mayo de 1950, creó la CNEA, y luego un instituto de excelencia destinado a estudiantes de grado y postgrado en Física e Ingeniería orientados a esa especialidad. La dirección de esa unidad académica recayó en el físico José Antonio Balseiro, quien inauguró las clases el 1° de agosto de 1955.
El país era un polvorín. En junio de ese año la aviación naval había bombardeado la Plaza de Mayo matando 300 personas. El oficial de la armada Emilio Eduardo Massera, era por entonces asistente del ministro de Marina Aníbal Olivieri, uno de los hombres detrás del complot.
Sin la traición de aquel ministro y su staff, el bombardeo hubiera sido imposible. Y sin las amenazas del almirante Isaac Rojas de bombardear Mar del Plata con la flota, quizás el resultado del golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955 hubiera sido diferente.
Perón fue derrocado exactamente 46 días después de la inauguración del Instituto. A pesar del golpe, Balseiro y el equipo docente siguieron impartiendo clases y tres años después, pese al terremoto político, egresaron los primeros científicos de aquel centro de excelencia instalado en una de las zonas más bellas de la cordillera de los Andes.
Balseiro moriría poco antes de cumplir 43 años, en marzo de 1962, y el Instituto pasó entonces a llevar su nombre.
Massera y la CNEA
Durante los meses previos al golpe del 24 de marzo de 1976, los comandantes en jefe del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea - Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti- distribuyeron entre sí las áreas de influencia de cada fuerza, no solo como bastiones de gestión y poder sino también como territorios de cacería humana.
En ese reparto, Massera se quedó, entre otros sectores clave, con la Cancillería y la Comisión Nacional de Energía Atómica.
Para dirigir a esta última eligió capitán de navío Carlos Castro Madero, que además de hacer la carrera militar en la Armada había estudiado Física en el Instituto Balseiro. Cuando Castro Madero se hizo cargo, el lunes 29 de marzo, ya había tenido tiempo para indagar las capacidades científicas del personal y, por supuesto, sus historias políticas y afinidades ideológicas.
El capitán reportaba directamente a Massera y tenía claro que no podía filtrarse información sensible en el contexto de la eliminación física de los opositores.
Así, la Armada se hizo de la investigación y producción de la energía atómica, una de las áreas más sensibles en plena Guerra Fría. Los proyectos de Massera y Castro Madero para enriquecer uranio debían hacerse de modo que ni siquiera pudieran meter las narices los agentes de inteligencia de los Estados Unidos.
Massera había logrado que el presupuesto para energía nuclear se multiplicara por cuatro. Ambiciones de quien quería fabricar armas atómicas y necesidades de un país que enfrentaba el desafío de diversificar y aumentar su capacidad energética.
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Las víctimas del terror atómico
Mientras Castro Madero avanzaba con el proyecto que la Armada tenía para la CNEA, los grupos de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada se ocuparon, por orden de Massera, de hacer la “limpieza de elementos subversivos” allí y en el Instituto Balseiro.
Al final de la dictadura, las víctimas de ese objetivo específico del terrorismo de Estado se contaban por centenares. Los grupos de tareas secuestraron a 25 científicos, profesionales y trabajadores de la Comisión Nacional de energía Atómica, 15 de los cuales continúan desaparecidos. También fueron secuestrados tres ex alumnos del Instituto Balseiro de Bariloche, que también continúan desaparecidos.
Además de los secuestrados y desaparecidos, la gestión de Castro Madero echó a 107 integrantes de la planta de la CNEA y otros 120 fueron cesanteados dejando sin efecto sus contratos.
Por el clima de terror imperante, entre 1976 y 1978 renunciaron 370 personas, entre ellas muchos científicos de excelencia formados en el país, una fuga de cerebros muy superior a la provocada una década antes, por la dictadura de Juan Carlos Onganía después de la tristemente célebre Noche de los Bastones Largos perpetrada en la Universidad de Buenos Aires.
Los datos provienen del trabajo de la Comisión de Derechos Humanos del Personal de CNEA, constituida apenas asumió Raúl Alfonsín en diciembre de 1983. Participaron los delegados de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE), del Sindicato de Energía Atómica (SEA), de la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN), de la Asociación de Profesionales de la CNEA, de la Asociación de Técnicos de la CNEA, y también de la Asociación Física Argentina, la AFA.
Los tres del 15 de julio
Manuel Rosa y Nora Strejilevich fueron llevados a un centro clandestino de detención donde fueron torturados y permanecieron varios días hasta ser liberados. En cambio, Daniel Lázaro Rus, Gerardo Strejilevich y Graciela Barroca forman parte de la lista de detenidos desaparecidos por la dictadura en la Comisión Nacional de Energía Atómica.
Según testimonios de sobrevivientes, Graciela Barroca fue vista en el centro clandestino de detención conocido como “Club Atlético y en las catacumbas de la Escuela de Mecánica de la Armada.
Por el testimonio de su hermana y otros sobrevivientes, se pudo establecer que Gerardo Strejilevich también pasó primero por el Club Atlético y después por el centro clandestino de detención de la ESMA.
Daniel Rus también permaneció detenido desaparecido en la Escuela de Mecánica de la Armada por un período que no se ha podido determinar. Algunos testimonios lo ubican, además, en el Club Atlético.
Poco después de su desaparición, su madre, Schejne María Laskier de Rus (Sara Rus), sobreviviente del campo de concentración nazi de Auschwitz, se sumó a las Madres de Plaza de Mayo.
El capitán de navío –luego ascendido a contraalmirante– Carlos Castro Madero estuvo al frente de la Comisión Nacional de energía Atómica durante los más de siete años que se prolongó la última dictadura.
Nunca fue citado por la justicia a declarar por los crímenes de lesa humanidad perpetrados contra las víctimas de la CNEA.
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