El rock argentino está cimentado por una historia riquísima en artistas y eventos.
En el iniciático rock´n roll de la década del 50, atrás de Bill Haley & His Comets y Elvis Presley, aparecieron en este pintoresco rincón del mundo Eddie Pequenino convertido en Mr Rock y sus Rolls o mismo Sandro, un Elvis de Valentín Alsina, con Los de Fuego. Quizás la diferencia la hizo el hecho de que en USA atrás de Presley y Haley aparecieron Chuck Berry y Gene Vincent, el de “Be Bop A Lula”. Por aca, atras de nuestros dos ilustres hizo su aparición una cabalgata de freaks mas televisivos que transeúntes de escenarios llenos de chicas gritando y saltando. Y ya se sabe que donde hay muchas chicas hay más chicos todavía. La mesa para encarar el negocio estaba servida. Aunque ya no se use tanto.
No fuimos de ninguna manera ajenos a la Beatlemania, ese fenómeno mundial que desde la música cambió todo. Ligados a ese fervor juvenil nacen Almendra y Los Gatos. La historia conocida, hoy discutida, de la balsa para naufragar de Los Gatos o la balsa que nunca zarpó de Artaud de Spinetta. Sea lo que sea, el rock argentino de ahí en adelante solo creció.
Claro que sacarlo del ghetto fue más que difícil.
El rock no era popular, era cosa de chicos. Tímidamente empezaron a asomar por la tele en programas como Sótano Beat, el cine tomó “El extraño del pelo largo”, la genial creación de La Joven Guardia, el grupo beat más avanzado, aunque para actuar en la película llamaron a Los Gatos. El beat y el rock todavía no estaban peleados, eso era lo mejor. Esa pelea arruinó todo. Fogoneada por pasquines y discursos casi políticos, esa vanguardia joven que venía dispuesta a arrasar con todo el establishment, se dividió y perdió. Una discusión estúpida y prejuiciosa que acabó debilitando el espontáneo movimiento adolescente. Música progresiva o música complaciente era el dilema, aunque jamás me pudieron explicar cuál era el concepto de progresismo musical, ni quien se complacía más allá de los sentidos con algún estilo artístico.
Las revistas del rock acentuaban estas diferencias, fundamentadas más que desde lo musical, desde lo personal, con tipos que destrozaban artistas porque quizás no les dieron una nota, o criticaban ferozmente un nuevo disco porque los de la otra editorial lo habían halagado. Hippies sin osde pero con ganas de mansión mirando al río, flasheandose extranjeros esperando el bondi en la parada de Av. San Martín.
Estas cosas también empezaban a aparecer con frecuencia.
Como me dijo una tarde el Negro González: " Pasa que no todos tenían los discos, a veces ni acceso a ellos. Así que se hablaba mucho al pedo...”. Un sabio el Negro querido siempre atrás del contrabajo.
Y el cambio vino desde las radios.
Cuando las nuevas canciones empezaron a escucharse en el aire radial, los términos del dilema cambiaron.
Hubo dos programas que fueron los indicados, los elegidos por ese complejo público compuesto de nuevos jóvenes y viejos oyentes.
Hasta ahí las radios estaban programadas musicalmente con folklore, tango y algunos programas de jazz bien entrada la noche.
Tengo el recuerdo de mi padre después de cenar, sentándose en su sillón vaso en mano, mirando el aparato de radio del comedor mientras se servía un trago, esperando que el conductor anunciara el inicio de la noche del jazz.
El mismo aparato que a la mañana le daba duro al tango, para meterse con la argentinidad folklórica hasta la hora de los noticieros por la tarde.
El rock todavía no estaba en el menú de los preferidos. Por tanto la difusión era escasa, los rockers estaban en otra, más preocupados en componer y en grabar discos, como debe ser. Mientras que los acólitos eran extremadamente jóvenes como para tener acceso a los medios, así que la musicalización radial estaba en manos de tipos poco avezados en este nuevo sonido. Más que poco avezados, poco interesados en el rock.
Estamos hablando de 1967.
Llegué por primera vez a una radio diez años después, exactamente con 17 años, y esos tipos todavía estaban musicalizando radios. Trabajadores oficinescos que llegaban de saco y camisa, con un portafolios donde metían sus vinilos personales, los que no dejaban en la discoteca de la radio, y cumplían un horario estricto. Recuerdo mis ganas de verlos elevarse hasta más allá de las nubes, así podríamos usar esa discoteca para algo mas divertido. Pero no era el momento. 1977.
Volviendo a lo importante, al nuevo sonido le faltaba una pata, la difusión popular.
Entonces aparecen dos programas que hicieron remontar el barrilete, que fueron el transportador espacial que deja al cohete en la estratósfera. De distinta extracción, pero parejos en el fervor de los oyentes que nunca pararon de crecer también.
Como pasa siempre en este bendito lugar del planeta, los archivos brillan por su ausencia.
Nada se guardaba, todo se tiraba, se prohibía, se regrababa arriba, lo que sea, pero nada quedaba para los que vinieran después. Quiero decir, amaría hoy poder reescuchar alguno de esos espacios dedicados al rock de esos años in situ, sin historia aun, sin datos desmenuzados. Pero no hay nada en ningún lado.
Te puede interesar: Cultura pop: del rock de los ‘50 a la música urbana actual, los jóvenes se abren camino con las nuevas tecnologías
Así que dependemos de las memorias personales. Y como se sabe la memoria personal de cada uno es selectiva, así que no son confiables. Pero están.
De verdad, comprobable todavía, fui un baby boomer que a sus 13 años agarraba de noche la Spica y desde abajo de mi almohada lograba hacerme conocer canciones que no conocía ni entendía al principio, desde Bob Dylan al Glam Rock, pero eran lo mejor que podía escuchar.
He usado las palabras Baby Boomer, Spica y Glam Rock a manera de statement personal, sabiendo que están en total desuso. Bueno, joderse.
También las usé para que noten que me fallan muchos asuntos, pero la memoria está intacta.
A mis 13 años había dos shows nocturnos por radio que se comentaban al otro día en el patio del colegio. Modart en la Noche y Música con Thompson & Williams. Eran programas sponsoreados por las dos grandes sastrerías porteñas. Cada uno en la suya, cuidándose de no boicotearse los mensajes ni las músicas. Conviviendo felices en la noche de Buenos Aires, y en muchísimas ciudades del interior del país donde esas emisoras tenían sus repetidoras. Allí se difundían discos a nivel mundial. Programas buenísimos, refinados, elegantes en su emisión, cuidados y vanguardistas.
Y fundamentales para el desarrollo del rock vernáculo.
Por lo que pude averiguar, el primero fue Música con Thompson & Williams, del genial Adolfo “Fito” Salinas, productor, conductor, musicalizador y empresario.
Comenzó sus emisiones en 1967 con el nombre de Música con Ton, Son y Williams. Alguna avivada bien argenta habría en la jugarreta del nombre, pero no supe nada más que esto.
El programa fue de gran suceso desde el comienzo, sobre todo porque no solo pasaba canciones nacionales como Sandro y Los de Fuego sino porque también pasaba música negra americana, de Motown y otras por el estilo. De hecho, apoyando el espacio sacaron los de RCA un disco con Marvin Gaye, Stevie Wonder, Gladys Knight & the Pips y 4 Tops, sin temas nacionales, con una tapa dibujada con un avión que en un ala decía Detroit y en la otra Buenos Aires.
Te puede interesar: “Charly García Corner”, el homenaje que la ciudad de Nueva York prepara para los 40 años de Clics Modernos
En el principio el programa era conducido por los debutantes Juan Alberto Badía y Hernán Rapella, que se fueron enojados con alguno en 1968. Hasta el 70 entonces la conducción recayó en manos de Carlos Beillard, locutor muy de moda en ese momento junto a su hermano Jorge, que conducía en la tele Sótano Beat, donde tocaban Almendra y Manal. Ya con la nueva década se dedica a conducirlo Fito Salinas, que le dio un toque inigualable. Empiezan a pasar Vox Dei, Pappo´s Blues, Arco Iris, Pescado Rabioso. Ahí toma vuelo Música con Thompson & Williams. Tanto que el propio Fito Salinas se reúne un mediodía con el capo de RCA para decirle que apoyar a estos nuevos músicos propios redundaría en beneficios incalculables para ellos, para todos. Vuelan a Italia a conseguir el aval de la casa central regional de RCA y todo se aprueba. El incipiente rock argentino consigue apoyo para su difusión y todo toma otro color.
Nota casi al margen.
Con más de 40 años en el medio, me atrevo a afirmar que la frase que más escuché para cerrar cualquier discusión artística, laboral o administrativa, definitivamente, inapelablemente, en la radio, es la siguiente… “Nos conviene a todos.”-
Atrás de eso no hay nada más.
De ese soporte del sello internacional, salió un presupuesto especial para el desarrollo de nuevas bandas de rock argentino, se contrataron los estudios ION para que se graben ahí los discos con gran calidad de audio, equiparon a Vox Dei, a Manal, a Luis y a Lito Nebbia y pusieron en alta rotación a muchos músicos argentinos, que entraban en las listas cada noche con Carpenters y Bread. Todo gracias a la gestión de Fito Salinas.
El programa duró hasta 1975, cuando a Salinas le diagnosticaron algo que terminó sacándolo de la radio. Pero lo suyo ya estaba hecho y su aporte a la difusión de músicas novedosas argentinas hasta popularizarlas mas que a todas fue innegable.
Modart en la Noche era menos popular que Música con Thompson & Williams, era más cool también, más sofisticado. También hay que dejar claro una diferencia esencial entre ambos. Música con Thompson & Williams salía por radio Mitre (al principio lo hizo por Splendid) y Modart en la Noche por radio Del Plata. Hay cosas que nunca cambian.
Modart en la Noche era un producto del invicto Ricardo Kleinman que era el dueño de la sastrería, productor de músicos de rock y de beat argentino, como Pappo, Sabú y Cacho Castaña. Tener un programa de radio propio era un aspiracional para cualquier negocio que tenga que ver con la moda. En 1966 compra el espacio en la nueva radio Del Plata. Ya había como diez programas de sastrerías, así que para diferenciarse tiene la brillante idea de poner de conductor a un locutor que hablaba neutro con una voz impresionante, Pedro Anibal Mansilla, Manito Mansilla para toda la radiofonía.
Manito había llegado de Pirca, Perú, en los 40´s para estudiar medicina. 40 años tardó en recibirse de médico, 50 años trabajó en la radio. El charladiscos se hacía llamar. El fue la marca más profunda de Modart en la Noche, fue su cenit y el de los musicales de sastrerías.
Modart... marcó el futuro sobre todo por la musicalización, a cargo de varios renombrados musicalizadores de radio. Los iban cambiando y muchos, a lo largo de los años, usurparon el mérito de haber estado allí. Solo voy a nombrar a los comprobables, brillantes, hermosos disc jockeys radiales Quique Foglia, Juanjo Fernández Padrón y al final del ciclo Marcelo Bello. Todos bajo la batuta de Kleinman, ponían al aire músicas bien secuenciadas, con refinado esmero podías escuchar a los Beatles con Pescado Rabioso, David Bowie, Trocha Angosta, Jimi Hendrix, Mina, Sabu, Bob Dylan, Jorge Ben , Adriano Celentano y Thin LIzzy en la misma noche.
Recuerdo haber escuchado en Modart en la Noche por primera vez a T Rex haciendo “Metal Guru”, “Trabajando en el Ferrocarril” de Pappo´s Blues y “Café La Humedad”. Me veo casi niño, llegando a la adolescencia, sobresaltado por lo que había escuchado, pensando que eso era un tango, y si, ¿por qué no un tango?. Eso era Modart en la Noche.
También editaban discos muy best sellers. El primero nunca lo vi, pero mis primos hippies tenían el volumen II, que se llamaba como el programa, también de tapa dibujada, algo muy de la época. Estamos hablando de 1968.
Traía canciones de Trocha Angosta, Pappo´s Blues, Roberta Flack & Donnie Hathaway, Seals & Crofts, Tony Ronald, Santiago Elizalde, The Spinners y Sabu.
Era una lista de temas que bien podría haber salido al aire alguna noche.
También estaba en mi casa el volumen V, de 1969, con The Who, Herve Vilard, Frankie Valli, Bee Gees y “Purple Haze” de Jimi Hendrix Experience.
Quienes me conocen en la radio, y los que escuchan mi programa Tao saben que eso es lo que quiero, justamente. A nadie le robé más artilugios que a los musicalizadores de Modart en la Noche, ellos fueron los que me inculcaron abolir mis prejuicios a la hora de musicalizar una radio.
Y fue otro gran musicalizador y conductor de radio, Hector Larrea, quien me dijo que para musicalizar radios había que dejar los gustos personales de lado. Y a veces hasta el buen gusto también, lo importante es mantener siempre el interés sorpresivo de los que están escuchando, con estilo siempre, eso sí.
Eso eran Modart en la Noche y Música con Thompson & Williams, lo que sea se emite, pero sin perder el estilo.
Seguir leyendo: