El presidente Ortiz logró sorprender a propios y a extraños. Si bien había accedido al poder gracias al fraude, anunció que en adelante que su gobierno y las prácticas democráticas transitarían por la senda de la legalidad. Esto, dicho en plena Década Infame, tuvo sus efectos.
Jaime Gerardo Roberto Marcelino María Ortiz nació el 24 de septiembre de 1886. Descendiente de vascos, primero cursó dos años de Medicina, y fue vacunador en el Instituto Jenner. Sin embargo, cuando la facultad debió ser cerrada por una protesta estudiantil, estudió Derecho y se recibió en 1909 en la Universidad de Buenos Aires, donde integró el Comité Universitario Radical. Antes había participado de la revolución radical de 1905.
Se casó el 11 de mayo de 1912 con María Luisa Iribarne, con quien tuvo tres hijos: María Angélica, Roberto Fermín y Jorge Luis.
Se especializó en economía, finanzas y asuntos públicos, que le sirvieron en su trabajo como abogado de ferrocarriles de capitales británicos durante la década del treinta.
A los 20 años se afilió a la Unión Cívica Radical, aunque desde los 13 años tocaba el acordeón en los actos partidarios. Primero, en 1918, fue concejal en la Ciudad de Buenos Aires, donde resultó electo cuando por primera vez se aplicó la ley Sáenz Peña; renunció para asumir como diputado nacional, donde presentó 34 proyectos de ley. Al finalizar el mandato, ocupó un cargo ad honorem en la Comisión Nacional de Casas Baratas, luego fue director nacional de Impuestos Internos y en 1925 ministro de Obras Públicas en la gestión de Marcelo T. de Alvear.
Luego del golpe de Uriburu, fue uno de los que pretendió reorganizar el partido. En 1935 fue ministro de Hacienda del presidente Agustín P. Justo, cargo al que renunció en 1937 cuando lanzó su candidatura a presidente de la Concordancia.
“La función de gobierno sólo es posible, ahora como entonces, con el concurso de hombres de todos los partidos”, dijo en el lanzamiento de su candidatura en el Luna Park, el 6 de julio de 1937. Dio pistas de lo que haría: “Son la cobardía individual y colectiva que se consuman mediante el abandono de la función fiscalizadora, mediante la adulteración de la voluntad popular, las únicas causas que estimulan las ideas malsanas y que permiten que la expresión electoral legítima sea torcida por organizaciones antidemocráticas”.
Asumió el 20 de febrero de 1938. Su compañero de fórmula era el catamarqueño Ramón Castillo -que se impuso por sobre la preferencia del candidato de Justo, Miguel Angel Cárcano-, un dirigente conservador que venía del mundo judicial, y era escasamente conocido. Pero ya sobrevolaban rumores del estado de salud de Ortiz, y lo consideraron como un buen reemplazante, en caso de necesidad.
La fórmula Ortiz-Catillo obtuvo 1.100.000 votos; Alvear-Mosca, la fórmula radical 815.000
“Como candidato, afirmé; como presidente ratifico mi confianza en la democracia”, sostuvo cuando juró. En su proyecto de transparentar la política, se alió con viejos radicales yrigoyenistas. Fue todo un gesto, teniendo en cuenta que se identificaba con el antipersonalismo.
Cuando en las elecciones de 1940 en la provincia de Buenos Aires se cometió fraude, decretó la intervención, lo que terminó con el reinado del conservador Manuel Fresco. Antes había intervenido la provincia de Catamarca, donde los conservadores habían impuesto a su candidato por medio de elecciones arrregladas. También mandó interventores a San Juan y Santiago del Estero.
Fue tal el rencor de Fresco que, hasta su muerte, conservó en su escritorio un retrato de Ortiz con la cabeza para abajo.
En el escándalo de El Palomar, en que se comprobaron que diputados cobraron coimas para incluir en el presupuesto nacional el importe de la compra de tierras con un importante sobreprecio, fue Fresco el que le pasó al senador jujeño Benjamín Villafañe el dato del negociado, y éste -que odiaba a los radicales- se ocupó de que estallase todo por los aires.
Fue el comienzo del fin. Ortiz había sido el que había puesto la firma final y se sintió responsable. “He creído un ineludible deber de conciencia devolver el poder que me confirió el pueblo, pues prefiero ser un ciudadano con dignidad que un presidente tildado de no haber cumplido con las más delicadas obligaciones de su cargo”, señaló en su dimisión.
La denuncia fue un duro golpe a esa cruzada por la legalidad institucional. Ortiz le recomendó a los investigadores “ir hasta el fondo, caiga quien caiga”.
El primer mandatario presentó su renuncia, pero la asamblea legislativa, luego de seis horas de deliberación, la rechazaría por 170 votos contra uno, el del senador Matías Sánchez Sorondo.
Sin embargo, el presidente no estaba bien de salud. Era un enfermo diabético que no se cuidaba -se asegura que comía una docena de merengues por día que compraba en la confitería Del Molino- más aún después de la muerte de su esposa en abril de 1940. Su médico el doctor Pedro Escudero lo había sometido a una estricta dieta.
El 3 de julio de ese año debió delegar el mando en Castillo, que planeaba continuar con el fraude e imponer sus propios candidatos. “Desde el forzado retiro he percibido con inquietud cómo el panorama político de la República se ensombrece”, escribió desde su casa, desde donde seguía haciendo política. “Pareciera que para algunos políticos todos los problemas nacionales se reducen a usufructuar siempre las posiciones que el pueblo no les otorga o niega”.
La Segunda Guerra Mundial estaba en pleno desarrollo en Europa y los proaliados, con Estados Unidos a la cabeza, hicieron lo imposible para que regresase al poder, ya que el vice Castillo tenía simpatías hacia el Eje.
Cuando el 30 de noviembre de 1936 el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt vino al país para participar de la conferencia ordinaria de la Unión Panamericana, lo conoció.
Cuando se enteró de su enfermedad, le envió al mejor oftalmólogo que había en su país, Ramón Castroviejo Brione, un español de 37 años que se había nacionalizado norteamericano y que era una eminencia en trasplante de córneas.
Uno de los hijos de Ortiz fue el que se ocupó de ultimar los detalles con el embajador Norman Armour. El médico llegó a Buenos Aires el 11 de mayo de 1942. Luego de revisarlo, se convenció de que no podía operarlo. Ortiz ya había sufrido un ataque al corazón. Aún así Roosvelt le ofreció viajar a Estados Unidos para tratarse allí.
El diagnóstico del oftalmólogo fue terminante y el 24 de junio renunció como presidente. Falleció el 15 de julio de 1942. Tenía 55 años.
El vicepresidente Castillo vio que el panorama político se aclaraba: el 23 de marzo de ese año moría Marcelo T. de Alvear, el referente del radicalismo y el otro competidor de peso, Agustín P. Justo fallecería el 11 de enero de 1943.
Sin embargo, nadie previó lo que se venía. El golpe del 4 de junio de 1943 daría vuelta el mapa político argentino.
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