Edwin Vose Sumner sí que era un tipo aguerrido. Había sido el oficial superior de más edad en ambos bandos en la guerra civil norteamericana. Se había ganado el apodo de “toro”, no se sabe si por su vozarrón o porque en una oportunidad un proyectil de fusil increíblemente le rebotó en su cabeza.
En el estado de Nuevo México, a unos 460 kilómetros al norte de Ciudad Juárez, levantaron en 1862 un fuerte que lleva su nombre. Uno de los escenarios de la guerra de Secesión y luego en la lucha contra navajos y apaches, hoy es un próspero poblado donde una de las principales atracciones lo constituye un museo dedicado a Billy The Kid, un bandido que allí encontró la muerte, y que Hollywood, la literatura y el periodismo contribuyeron a forjar su imagen en modo de leyenda.
Nació el 23 de noviembre de 1859 en Nueva York como Henry McCarthy, aunque también sostienen que se llamaba William Booney. A los tres años, la familia se radicó en Kansas City, un punto que recién era colonizado y donde predominaba la ley del más fuerte. Tal fue así que su padre fue muerto en un duelo y su madre Catherine decidió hacer las valijas y mudarse a Silver City.
Estuvo junto a su hermano Joe en el casamiento de su progenitora, de 43 años, con William Henry Antrim, de 30 años, celebrado en la Primera Iglesia Presbiteriana. Veinte meses después, ella moriría víctima de la tuberculosis. Billy llevaría un tiempo el apellido del padrastro.
Los dos chicos quedaron a cargo del padrastro, quien se ausentaba por largas temporadas. Billy era un niño callado, bajo y flaco para su edad. Con su hermano se criaron en la calle.
Su primer delito fue robarle a un ranchero varios kilos de manteca que distribuyó entre los comerciantes. Fácilmente descubierto, fue dejado libre con la promesa de no meterse más en problemas.
Tenía apenas 12 años cuando se convirtió, casi sin querer, en un delincuente. Pasaba mucho tiempo con George Schaefer, un borracho buscavidas que, al robar una lavandería, le dejó a Billy el botín y escapó. El muchacho fue acusado como autor del delito y el día que debía ser juzgado -solo para asustarlo porque no dejaba de ser un menor- huyó por una chimenea.
Los siguientes dos años no se supo de él. Se había afincado en Camp Grant, un puesto de caballería cercano al monte Graham, al sudeste de Arizona. En el rancho de los Hooker, donde aprendió el oficio de vaquero, no duró demasiado ya que el capataz terminó echándolo.
Junto a un amigo se dedicaba a robar monturas y caballos de los soldados que iban a la cantina del pueblo, hasta que en una oportunidad un sargento siguió su rastro, lo descubrió y lo encerró. Como intentó escapar arrojándole sal a los ojos al carcelero, le pusieron cadenas. Esa misma noche le informaron al sargento que, no se supo cómo, había desaparecido.
En el verano de 1877 regresó a Fort Grant. Vestía con buenas ropas y estaba armado con un revólver de seis tiros. Frank Cahill, el herrero del pueblo, tenía la costumbre de ridiculizar a los que veía más débiles, y se la tomó con él. Hubo una pelea, y Billy le disparó en el vientre. Al día siguiente, Cahill falleció.
Había matado por primera vez.
El muchacho desapareció de Arizona, ya que lo habían encontrado culpable. Se estaba transformando en un joven delgado, ágil, sesenta kilos y un metro 68 centímetros. Se había dejado crecer el bigote y la barba, que apenas asomaban en su rostro.
Se dirigió al este de Nuevo México, al condado de Lincoln, donde pasaría los siguientes cuatro años, los últimos de su vida. Vivió un tiempo en Fort Stanton, una guarnición de vigilancia de los indios apaches. No demoró en incorporarse a la banda más famosa de ladrones de Nuevo México al mando de Jesse Evans. De esa época adoptó la identidad de William H. Bonney, nadie supo por qué eligió ese nombre. Pasó a ser conocido como Billy Bonney o The Kid, “El Niño”.
Era hábil en el manejo de las armas y cabalgando, donde había adquirido la habilidad de en pleno galope descolgarse para recoger un pañuelo en el suelo o disparar con sorprendente puntería casi cayéndose de la montura.
Cuando en una guerra entre ganaderos asesinaron a John Tunstall, un ranchero inglés para el que trabajaba Billy, se desencadenó en 1878 la guerra entre dos facciones de ganaderos de Lincoln. Se unió a una banda con el objetivo de vengar la muerte de su patrón. Así William Brady, un representante de la ley que se suponía había sido sobornado por los asesinos de Tunstall, fue muerto en una emboscada ideada por el propio Billy. El sheriff fue atravesado, por lo menos, por una docena de proyectiles de Winchester, en un tiroteo en el que él fue herido en una pierna.
Junto a algunos de sus compañeros, luego de un tiempo en Fort Sumner, regresaron a Lincoln con la idea de hacer las paces con la ley.
Ya era el bandido más buscado de la región, a tal punto que el gobernador de Nuevo México, ofreció un perdón para todos, menos para él. Quería que fuera juzgado por los asesinatos del sheriff Brady y de otro individuo llamado Perdigón Roberts. Igualmente costaba conseguir testigos de estos crímenes, temerosos de represalias de los mismos delincuentes.
Al propio Billy se le ocurrió una loca idea: él mismo, a cambio de un perdón, se presentaría como testigo del asesinato del abogado Houston Chapman. Una noche, en un encuentro secreto entre él con el gobernador Wallace y el juez Wilson le ofrecieron atestiguar a cambio de un perdón. Se haría un falso arresto, y así sería protegido. En el interin, los asesinos que debía señalar escaparon de la cárcel y Billy, si bien dudó sobre qué hacer, dio pistas a las autoridades sobre dónde atraparlos y declaró en el juicio.
Sin embargo, el fiscal lo tenía entre ojos y otro juez planeaba procesarlo por el asesinato de Brady, al considerarlo un crimen federal. Una noche de junio de 1879 decidió desaparecer de Lincoln.
Fort Sumner era el lugar ideal por estar alejado lo suficiente del poblado y de la ley, cuyos oficiales estaban demasiados ocupados en sus propios problemas. Estaba lleno de personajes que vivían al margen de la ley. Allí mató a otro hombre, Joe Grant.
En el otoño de 1880 llegó como sheriff de Lincoln Patrick F. Garrett, un cazador de búfalos de 30 años. Era alto, flaco, y los hispanos lo apodaron “Juan Largo”. Fue el elegido para imponer el orden y capturar al joven bandido y cuatrero más conocido, que era buscado, además por el asesinato de un herrero llamado Carlyle.
Los periódicos y folletines habían sobredimensionado su figura, sus acciones y de pronto lo presentaron liderando una verdadera banda de ladrones y asesinos. Hasta en la lejana Nueva York se leían con avidez sus andanzas.
La realidad era que vivía escondiéndose, viviendo con pastores hispanos que simpatizaban con él o con ganaderos extranjeros. Un pelotón al frente de Pat Garrett se había propuesto capturarlo.
Cuando fue rodeado en la cabaña en la que se escondía con algunos amigos, se entregó. Fue encerrado en la cárcel de Las Vegas y entregado a las autoridades federales. Le escribió varias veces al gobernador Wallace, para recordarle su promesa, pero no obtuvo respuesta.
El 13 de abril de 1881 fue condenado a morir en la horca, sentencia que se debía cumplir en el condado de Lincoln. Fue encerrado en una habitación al lado de la sala de justicia, ya que la cárcel no ofrecía ninguna garantía de seguridad. Aprovechando un día en que Garrett no estaba en la ciudad, pidió ir al baño, logró golpear al guardia, y mató a los dos ayudantes del sheriff, con un pico cortó la cadena que tenía en los pies y escapó.
El 7 de mayo llegó a Fort Sumner, donde contaba con muchos amigos, y se sentiría protegido. Vivió escondido, aunque por las noches aparecía por algún baile en el pueblo y se lo veía con mujeres.
El 10 de julio Pat Garrett, con un grupo de ayudantes, llegó al lugar. Supo que Billy descansaba en el rancho de su amigo Pete Maxwell. La noche del 14 de julio de 1881 rodearon la casa y Garrett entró.
El sheriff sorprendió a Maxwell. Le preguntó por el pistolero, y le respondió que estaba en las cercanías, pero no en su casa. En eso, se asomó una figura que preguntó insistentemente “¿Quién es?” Cuando esa persona creyó reconocer a Garrett, dio unos pasos hacia atrás y el sheriff disparó tres veces. Se escuchó un gemido dentro de la habitación.
Sus ayudantes le recriminaron que le había disparado a otro, que Billy no se escondería en un lugar así. Sigilosamente entraron en la habitación. En el centro había un hombre echado boca arriba. Al lado de su mano derecha había un revólver, y cerca de su mano izquierda una cuchilla de carnicero. Tenía una herida de bala en el lado izquierdo del pecho, arriba del corazón. Era el famoso delincuente.
Un grupo de mujeres reclamó el cadáver, que fue llevado al taller del carpintero. Lo depositaron sobre un banco y lo rodearon con velas. Luego lo vistieron, lo colocaron en un ataúd y el 15 por la tarde lo sepultaron en el viejo cementerio militar, que también usaba el pueblo.
Aún no había cumplido los 22 años.
Uno de los pistoleros que había cabalgado junto a él aseguró por 1948 que de esa época quedaban tres vivos: él, Jim McDaniels y el propio Billy, que vivía con el nombre de Ollie Roberts. Las versiones sobre lo ocurrido sembraron dudas y alimentaron con diversos matices una vida que fue contada con ribetes fantásticos en libros y folletines.
En el museo que lleva su nombre en Fort Sumner se exhibe su rifle y otras pertenencias. Y su tumba, que comparte con dos de sus amigos, Tom O’Folliard y Charlie Bowdre, muertos por Garrett en diciembre de 1880, es una atracción turística porque, por más que digan, fue el pistolero más famoso del lejano oeste.
Fuente: Billy el Niño. Una vida breve y violenta, de Robert M. Utley.
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