Ni sus desalmados asesinos deben recordar lo que hicieron, o lo qué pasó, con su víctima.
Es una teoría. De las tantas, algunas inverosímiles, que acompañan a uno de los misterios más indestructibles de la historia criminal argentina.
Un misterio que cubre el asesinato de Oriel Briant, la profesora de inglés asesinada el 13 de julio de 1984. La encontraron con 37 puñaladas y tres tiros.
Pasaron 39 años y cada vez que se escribe sobre el caso es como si fuera una repetición de sucesos ya conocidos que sin embargo logran algo curioso: ensanchan el enigma como si fueran pistas nuevas.
En el caso se habló de una secta, de la sombra de los criminales de la dictadura militar, de que formó parte de un grupo de perversos que filmaban crímenes como si fueran escenas de ficción. O que Federico Pippo, su ex marido, la mató porque la odiaba y por cuestiones económicas.
Por eso la sospecha más firme es que el presunto asesino fue Pippo, pero lo detuvieron y al tiempo quedó libre. Murió el 6 de junio de 2009, a los 68 años. Sus hijos creían en su inocencia.
La última especie de revelación llegó por una versión que el escritor, crítico literario y periodista Omar Genovese, que ha investigado sobre el caso, publicó en las redes como comentario al posteo de la nota.
Escribe Genovese:
“Federico Pippo, como estudiante en la Universidad Nacional de La Plata, en Letras, era informante de un Grupo de Tareas. Todos sus compañeros tenían la plena sospecha de lo que después se confirmó: lo premiaron con el grado de comisario por sus servicios prestados. Y lo de filmar snuff, ya viene de los centros clandestinos. En el ambiente del cine, allá por 1982, circulaba la fuerte versión de que vinieron del exterior a filmar las torturas y demás barbaries que ocurrían con los detenidos para venderlas en el oscuro mercado porno estadounidense y europeo. Como la génesis siniestra de lo que después se acrecentó con los terroristas, los carteles de la droga, al fin y los nuevos medios tecnológicos del terror”.
Cada vez que se publica una nota sobre el caso -en este caso la referencia es lo que salió en Infobae- aparecen algunos mensajes al Facebook del autor, que también llevan la atmósfera del misterio.
Uno de ellos, hace un año, venía de una cuenta fake que decía:
“Usted escribió sobre el caso Oriel. ¿Vio lo que publicó La Razón? Kelly tenía ese dato y era real. Hablaba incluso de quien la había filmado. Se hacía llamar Raúl. Esto es un tema de espionaje. Yo pude hablar con ese Raúl. Murió hace un años. Si le interesa paseme su teléfono y lo llamo y le cuento toda la historia”, dijo el misterioso mensajero. Dudé un día en pasarle mi teléfono. Por seguridad. Me llegó un mensaje. “Veo que no quiere reunirse. Adiós”.
Le pasé el número pero no llegó a verlo porque apareció la leyenda “no visto”. Y a las pocas horas borró la cuenta de Facebook.
Recibí otros mensajes en otros años, cuando escribí sobre el caso. Pero ni los reproduzco porque hablaban de hipótesis ya conocidas hasta el hartazgo.
Todo en este caso sorprendería hasta el mismo David Lynch, autor de películas en las que un misterio que no se sabe misterio, y donde nada tiene explicación y se oculta la verdad o las verdades porque no hay una sola, según él, termina por atrapar el espectador. Todo puede ser posible. Desde la nada.
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“La torturaron -aporta Genovese- en el haras de la familia en Lobos. Se supone que gente muy cercana a ella (no quiero dar nombres por obvias cuestiones judiciales y no sería serio) blanqueaba dinero que el Grupo de Tareas para el que colaboraba Pippo saqueaba a familias que desaparecía, un método repetido en la dictadura que siguió aun en los inicios de la democracia, en las sombras. Incluyendo secuestros extorsivos, y aquellos que tenían como único fin robar tenían vía libre para hacer lo que quisieran, donde entraba un Grupo de Tareas era verdadera zona liberada, ninguna fuerza de seguridad se metía, era el pacto de impunidad para desaparecer”.
Según su investigación, Pippo hizo dinero de esa forma, con el botín de guerra. Para el periodista -cuya versión en su momento fue la hipótesis -al final diluida- que tenían un grupo de pesquisas. Pero otros de sus colegas criminalísticos preferían ignorarlas.
Cierra Genovese:
“Lo del espionaje y demás fue para empiojar la causa, la misma Justicia que investigó estaba comprometida con las desapariciones y hábeas corpus que negó. Además eso implicó a otras áreas judiciales, registro de propiedades, escribanos, etcétera, elementos fundamentales para quedarse con propiedades de todo tipo falsificando escrituras”.
Lo del video fue publicado por La Razón el 29 de agosto de 1985. Ese día tituló: “El film del crimen de la profesora Briant, que contiene sádicas y aberrantes escenas, se habría rodado en una estancia bonaeranse”.
La nota fue firmada por el polémico Guillermo Patricio Kelly, que solía ir a Tiempo Nuevo, de Bernardo Neustadt, y a los almuerzos de Mirtha Legrand a exponer sus denuncias, muchas de las cuales eran desacreditas o sin sustento. No es un juicio de valor, sino datos de la realidad.
Kelly se basó en la denuncia que hizo un hombre de nacionalidad alemana que vivía en la Argentina y decía que Oriel fue secuestrada y filmada y que esa película pornográfica fue vendida por un millón de dólares a un enigmático personaje que vivía en una mansión de Chicago.
“En el rodaje habrían intervenido entre doce y quince artistas sexuales. El rapto y la puesta en escena costó 80 mil dólares. Se filmaron escenas de sexo en medio de un ritual satánico”, escribió Kelly.
Los investigadores llegaron hasta Charles Ray, un as en robar fichas en los casinos de Montecarlo, que habría sido el nexo con los rufianes que compraron el supuesto video.
Eso no es todo. El 1 de enero de 1985 un avión se estrelló contra la nevada ladera del Pico Illimani, a unos 80 kilómetros de La Paz. El denunciante, que a esa altura era considerado un demente por los pesquisas, aseguró que una de las pasajeras llevaba el video pornográfico. Y que por orden de alguien poderoso, se contrató a una decena de escaladores expertos para que llegaran antes que los peritos oficiales y pudieran rescatar la cinta. Pero esta pista, más cercana a una historia inverosímil de ciencia ficción que a la realidad, se desvaneció con el tiempo.
Pero resurge cuando se cumple un año del crimen.
Uno de los hombres fuertes del caso, que formó parte del equipo judicial que investigó y se jubiló hace 10 años, le mandó el miércoles 10 un escueto mensaje a Infobae por WhatsAap ante la consulta para que opine de la causa: “Mire, es difícil comprender el interés periodistico (no hablo de lo humano y del dolor de sus familiares o la sensibilidad ante ese horror). Pero yo hice todo lo que pude y más. Y no pudimos resolverlo. No puedo hablar de teorías. Si tengo mi sospecha pero no la diré y le pido que no me mencione en su artículo. Pero le digo que le va a ser dificultoso, y no es menester que me inmiscuya en su respetada profesión, lograr escribir algo distinto a lo que se publica año a año. Le envío un cordial saludo y lamento no poder ayudarlo”.
Hasta los familiares de Oriel, que no quieren hablar con la prensa y el dolor los persigue hasta hoy, creen que nunca se sabrá quiénes la mataron y qué ocurrió. Si bien tienen sospechas. Pero las sospechas no son certezas. Son sólo una débil sombra que no logra opacar la impunidad.
Aurelia Oriel Catalina Briant, docente muy querida por sus alumnos, era de una familia de clase acomodada y tenía cuatro hijos.
El crimen atroz
El 13 de julio de 1984, a la altura del kilómetro 75 de la ruta 2, Oriel fue encontrada asesinada de 37 puñaladas en el cuerpo y tres balazos en la cara. La descuartizaron y nunca se supo la verdad.
Los forenses hablaron de la “furia destructiva” del asesino, que había mutilado la cara, los pechos, el vientre, las piernas y la vagina de Oriel.
El informe de los peritos indicó que se trató de una muerte por apuñalamiento, previa larga tortura y con particular ensañamiento en el aparato genital.
Fueron 3 disparos calibre 32 –uno en la cola y dos en la cara, según la investigación del legendario periodista policial Enrique Sdrech– y 37 puñaladas.
Tres días antes del macabro hallazgo, un vecino que pasó por la puerta donde ella vivía escuchó el llanto desgarrador de un niño que pedía por su madre. Era Christopher, por entonces de tres años, que vestía piyama y decía que su mamá no había vuelto de hacer los mandados.
Ese fue el comienzo –o el final– de la historia: Oriel había sido secuestrada cuando dormía y el niño había quedado solo.
Sus otros tres hijos –Martina, Tomás y Julián– habían pasado la noche con su padre, Federico Pippo. Oriel se había separado de ese hombre al que había conocido en la Facultad: ella estudiaba profesorado de inglés y él estudiaba letras. Además de dar clases de Literatura, él era policía bonaerense y fue cesanteado después del asesinato. Lo detuvieron dos veces, pero salió en libertad por falta de pruebas. No llegó a estar un año detenido. En una de sus salidas criticó a la Justicia y dijo: “Creo en Dios”.
Al igual que el hombre de la justicia que le dijo a Infobae que no tenía nada que aportar, Bruno Casteller, quien fue el fiscal del caso, no tiene demasiadas esperanzas de que se descubra la verdad.
Y le pregunta al cronista:
-¿Sigue interesando en el caso? Me sorprende que se mantenga el interés por el femicidio de Oriel. No porque lo considere un hecho menor, sino por los años transcurridos.
-¿Cómo llega a la causa?
-Tomé el caso al reintegrarme después de varios días que la investigación estaba iniciada.
Se cometieron errores muy grandes desde que encuentran el cuerpo.
-¿Qué tipo de errores?
-Sobre todo la preservación de la escena del crimen. En este caso ingresaron un montón de personas, se pisoteó todo lo que eran pruebas que eran fundamentales y no fue posible lograrlas después como las marcas de las ruedas del móvil que trasladó el cuerpo a ese lugar. La investigación en esa época estaba a cargo del juez, no como ahora en manos del fiscal.
-¿Eso fue decisivo para que no se llegue a los culpables?
-Durante todo el trámite de la causa traté de lograr superar los defectos de la investigación pero no lo conseguí. Muchas medidas pedidas por mí no fueron concedidas por el juez y apeladas tampoco por la Cámara. Fueron varias pero una de ellas es la comparencia del amigo de Pippo que logró un permiso para salir del país y no volver nunca más.
El enigma llamado Charly
El ex fiscal se refiere a Charly, un discípulo y amigo de Pippo, que era profesor de Literatura.
Pippo lo elogiaba delante de sus otros alumnos, por su belleza griega capaz de ser admirada por las deidades egipcias, según contó un testigo de las clases.
Pippo estaba a cargo de la cátedra de Literatura Española de la Universidad de La Plata. Ahí hablaba de Cervantes y García Lorca, entre otros. También admiraba a Keats, Shakespeare, Ibsen y Borges, aunque no formaban parte de su cátedra.
Cuando Oriel estaba embarazada de cuatro meses de su último hijo, Pippo viajó con Charly a Europa durante un mes. Los rumores de una posible relación entre profesor y alumno ocuparon espacio en los medios.
Cuando le tocó declarar ante el juez Julio Desiderio Burlando (padre del famoso penalista Fernando Burlando), Charly declaró que una vez Federico le había dicho que estaba harto de Oriel. Charly fue detenido y cuando lo trasladaban en patrullero, una mujer se le acercó y le gritó “¡asesino degenerado!”
-La voy a liquidar, contraté gente para que haga el trabajo- le habría Pippo dicho según Charly. Burlando ordenó la detención de Pippo. Aunque después en el careo con Pippo, se desdijo.
Una de las hipótesis era que Pippo se había enamorado de Charly y juntos habían tramado el asesinato. Es más, Sdrech cita en su libro un escrito de uno de los peritos que intervino en el caso. Por entonces se incurría en una aberración: considerar a la homosexualidad como un factor desencadenante para matar o provocar una reacción funesta.
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“El autor del homicidio -escribió el perito- es un ser sexualmente reprimido, que un día da rienda suelta a sus represiones y se vuelve altamente peligroso. La señora Briant fue objeto de su odio ancestral a la mujer por parte del sujeto que vio en ella a todas las mujeres y desató su salvajismo como una forma de vengarse. El ensañamiento con la zona genital de la profesora refuerza sus características homosexuales del matador. Para un homosexual, la visión de los genitales femeninos produce horror y reactiva en él el temor infantil a la castración”.
Casteller recuerda: “Sobre el hecho podría haberse logrado establecer pruebas que posibilitaran una base para fundar la acusación. Incluso no permitieron que se hicieran algunas medidas y se me intimó a expediente en la causa. Sin las pruebas suficientes resolví no acusar y pedí el sobreseimiento para Pippo. Está decisión fue avalada por el Fiscal de Cámara que en esa época obligaba al juez a cerrar el caso. A pesar de la conformidad del Fiscal de Cámara el Procurador de la Suprema Corte provincial dictó una resolución que ponía en duda mí actuación. Yo ante esto me presenté ante la Suprema Corte pidiendo se me sometiera a juicio político por mí actuacion y la Corte desechó mí pedido”.
Casteller admite que el caso “provocó toda clase de supuestos”, desde filmaciones, películas y otras publicaciones que “provocaron el fracaso sobre la base de que Pippo fuera acusado”.
Julián Pippo, uno de sus hijos, sólo quiso dar una entrevista. A Chiche Gelblung.
“Mi papá no fue el asesino. Me lo enloquecieron, pobre. Se dijeron muchas cosas, que mi mamá era subversiva, que era informante, creo que nunca se va a saber quién la mató. Para mí fue un crimen político. La tragedia nos destrozó”.
Julián tenía seis años cuando asesinaron a su madre y según él dormía con su padre cuando ocurrió el hecho.
“Para nosotros era el culpable, pero las actas y otros procedimientos se hicieron mal y eso llevó a la nulidad”, dijo una fuente que participó en el expediente.
El caso conmocionó al país. Uno de los periodistas que más lo siguió fue José de Zer, de Nuevediario. Entrevistó a Denisse, la hermana de Oriel.
“No tomaba drogas ni pastillas. Siento que esto es un problema de venganza por el ensañamiento contra su cuerpo. Es un psicópata sexual el que la mató. Ella era sumamente ingenua, cuando la vida la golpeaba siempre buscaba otra oportunidad. Yo le decía: ‘nunca vas a crecer’”.
De Zer consiguió entrar en la casa de Oriel, que estaba separada de Pippo.
-Se habla de un pacto de sangre de los Pippo -se animó a preguntar De Zer cuando entrevistó al supuesto asesino.
-¿Pacto de sangre de los Pippo? No somos una familia por múltiples razones. Nos queremos mucho, pero no estamos muy unidos.
Luego se refirió al crimen de su mujer como un “momento en el que ocurren los hechos que nos tienen acá reunidos”. No se mostró dolido ni nervioso, como si estuviera ante sus alumnos de Literatura.
“Oriel había sido una hermosa mujer, plena de vitalidad y sensualidad. A su atracción física se sumaban su ternura y una simpatía sin rodeos, por lo que aún a sus 37 años, despertaba la admiración de muchos hombres quienes la consideraban maravillosa”.
Eso escribió Sdrech, que siguió el caso para Clarín. Entrevistó a más de 50 personas vinculadas al caso. Hasta publicó un libro, 37 puñaladas para Oriel Briant.
El primer detenido fue un vidriero que había comenzado a salir con Oriel. Cuando lo fue a buscar la policía, intentó matarse con un cuchillo que –misteriosamente– apareció en la guantera de su auto. Sobrevivió. Lo liberaron y murió cuatro años después del hecho. “El chacal homicida fue detenido e intentó matarse con cuchillo”, tituló Crónica sobre ese episodio, aunque el hombre no tenía nada que ver con el asesinato.
La secta Moon
Mientras Burlando sostenía que el asesino había sido Pippo, otras líneas investigativas resultaron insólitas. Una hablaba de que Pippo y Charly pertenecían a la Secta Moon. Una testigo, de hecho, declaró que Pippo hacía vestir a Oriel con túnica y que la hacía fumar de una boquilla larga y dorada, además de pedirle que se dejara el pelo largo. “Parecía una sacerdotisa”. Esa pista se reforzaba con los rituales sexuales y sangrientos de las sectas. Hasta se habló de las similitudes con el crimen de Sharon Tate, asesinada por el clan Manson en 1969.
Mientras el juez Burlando sospechaba de Pippo, otras insólitas líneas de la investigación apuntaban a sectas, mafia italiana y hasta ajuste de cuentas por “la pesada” de la dictadura militar.
Otros pesquisas se refirieron al factor Malvinas. Aunque se estaba en democracia, se sabía que los padres de Oriel eran ingleses y habían trabajado en la embajada británica. Charly también se había desempeñado en esa sede diplomática. Hasta se sospechó que Oriel podía haber sido espía y por eso la mataron. Se dijo, y se publicó y figuró en el expediente, que Briant era una informante de los ingleses durante la Guerra. “La venganza de la que hablan los hijos y habló Pippo a sus allegados es que los espías argentinos la sentenciaron a muerte. Y que una vez terminada la guerra la iban a matar. Y los antecedentes de violencia que tenía Pippo en perjuicio de Oriel, les vinieron bien para incriminarlo”.
Otra pista se refirió a la posibilidad de que Pippo trabajara para un comisario de activa participación en la dictadura militar y Oriel hubiera sido asesinada por presuntos contactos con Montoneros. También se habló de la mafia italiana. Y del origen siciliano de los Pippo, que eran definidos por la prensa como un clan o “La pesada de los Pippo”. Incluso se habló de un castillo en Lobos donde había muñecos diabólicos y supuestamente se hacían sacrificios de animales. Llegó a hablarse de una siniestra conspiración de los Illuminati.
Una información obtenida por Julián Axat refiere que Pippo fue discípulo de Carlos Disandro, y tuvo alguna participación en las formaciones del CNU, la Concentración Nacional Universitaria una temible organización terrorista ultraderechista. Su vínculo, se cree, era el Indio Castillo y Juan José Pomares. En ese marco, se la una oscura coincidencia: el asesinato, en 1975, de una bella mujer como Oriel Briant: María Luisa Corica.
El femicido, ¿la hipótesis más firme?
Lo más concreto en la causa fueron las denuncias previas que Oriel hizo en la comisaria de City Bell contra Pippo por violencia de género. “Un día me llamó y me dijo: ‘Vení rápido porque Federico me está matando a golpes’”, declaró la madre de la víctima. En diciembre de 1980, según consta en otra denuncia, Oriel salió de su casa gritando que su marido la había perseguido con un cuchillo.
La relación entre los dos había terminado. Antes de separarse, dormían en cuartos separados. Él no no le quería dar un centavo, ni siquiera para comprar alimentos o para sus hijos. Ni siquiera quería pagar la luz. Decía que no la usaba, que no veía televisión y que por la noche leía a la luz de una vela.
En el expediente figuraba que cuatro testigos habían declarado otros episodios de violencia. En uno de ellos, Pippo habría dicho: “Que esta no se haga la loca porque tengo gente de la Policía que la va a hacer reventar”.
“La voy a matar a patadas”, “Si tengo un cuchillo, se lo clavo mil veces”. Esas eran otras de las frases que habría pronunciado el sospechoso. Otra testigo dijo que Oriel le había contado que la había amenazado con un cuchillo para violarla. Otra, que tenía moretones en los brazos porque Pippo le pegaba y hasta llegó a amenazarla con una cuchilla delante de sus hijos.
Hasta un vidente, Guillermo, declaró a la prensa que la madre de Pippo consultaba brujos y curanderos para hacerle daño a Oriel. “La odiaba. Le encontraron fotos de Oriel pinchadas. Y una vez me dijo a mí, durante una consulta, que su hijo a veces desvariaba y que quería matar a todos”.
Un dato clave reactivó la causa y llevó otra vez a Pippo a la cárcel. Los muebles de Oriel, que habían desaparecido, fueron encontrados en el stud del primo de Pippo. Federico fue detenido junto a su hermano Esteban, su primo y su madre. “Esteban y Angélica aparecieron en mi stud en un Renault 12 en el que iba una mujer rubia, vestida en camisón y medio dopada. Les pedí que se fueran”, declaró el primo de Pippo. Pero a los pocos días se desdijo.
Por entonces, una testigo fue amenazada por dos presuntos linyeras que le golpearon la puerta con la excusa de buscar ropa y comida pero en realidad le apuntaron con dos armas.
Los Pippo pasaron un año en prisión, pero fueron absueltos porque los testigos se rectificaban y las pruebas de desvanecían.
“El juez se maneja con el dicen que dijo que le dijeron”, sentenció Pippo en una entrevista que le dio a José de Zer.
Los hijos de Oriel y Federico sufrieron el infierno en carne propia. Primero, el crimen de su madre. Luego, la detención del padre. Christopher vio cómo se llevaban secuestrada a su madre. Y también vio cómo la Policía se llevaba a su padre. “No me dejes, papito”, dijo llorando.
“Yo no la maté, pero no importa lo que piensen. Se habló demasiado ya, todo porque era una Briant, por supuesto. Te aseguro que si era una Pérez no se hablaba nada”, dijo Pippo, poco antes de morir, sin abrir la puerta, al periodista Facundo Bañez, del diario El Día de La Plata.
Lo descubrió cuando se enteró que se había vuelto un vagabundo que salía a la calle sucio y con harapos. Insultaba a la gente. Se metía entre los autos.
Pero nunca dejó de decir esa frase a la que se aferró cuando era el villano de esta historia y en sus días finales, cuando ya ni recordaba una palabra escrita por Shakespeare, de quien podía citar largos párrafos de memoria.
Esa frase la decía como si fuese su salvación:
-Creo en Dios.
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