Lo malo del helicóptero es que le han hecho mala fama. Pasa sólo en la Argentina, donde se han convertido en símbolo de quien huye del poder, o es desalojado de él, que no es lo mismo, por la terraza de la Casa Rosada. El tiempo y sus mudanzas, el estado añoso de los techos del palacio de Gobierno que Sarmiento hizo pintar de un rosado pálido bien diferente al que conocemos, hicieron que lo que fue helipuerto de la Rosada se tornara frágil, mirame y no me toques y peligroso cuando, en diciembre de 2001, el presidente Fernando de la Rúa entró de mala manera en el turbión de la historia.
Ahora, el helicóptero presidencial tiene pista de aterrizaje propio, callejera, frente a la entrada de la Casa Rosada que da a la calle Rivadavia, lleva el nombre del teniente Roberto Mario Fiorito, héroe de Malvinas que murió en combate el 9 de abril de 1982 al sureste de la Isla Soledad. Los tiempos cambian. La mala fama del helicóptero está alimentada por los ánimos golpistas, o destituyentes, palabra otrora en boga y olvidada en estos años en los que al Presidente lo llamaron okupa, borracho y mequetrefe, entre otras cosas. A quienes adhieren al golpismo, la cultura popular tribunera los hace socios del “Club del helicóptero”. Según quién revise el carnet, hay socios buenos y malos en ese club de la deshonra.
Hace muchos años, una delegación de compatriotas irlandeses fue a revelarle a Bernard Shaw cuánto habían padecido. Y Shaw les contestó con una frase extraordinaria: “Ser maltratado no es ningún mérito”. Parábolas aparte, fue en verdad De la Rúa quien dejó grabada en el imaginario popular la relación helicóptero-huida. No es muy justo. Puede que De la Rúa sea el más recordado, pero no fue el primero. Y no todos quienes usaron un helicóptero en la Rosada, o en sus adyacencias, lo hicieron para huir.
Original, lo que se dice original, fue el presidente americano Dwight “Ike” Eisenhower quien, el 12 de julio de 1957, hace hoy sesenta y seis años, se convirtió en el primer presidente o jefe de Estado del mundo en treparse a un helicóptero para hacer viajes oficiales. Ese es un mérito. Ese bicharraco feote, de grandes aspas en el techo, con una especie de ventilador modesto en la cola, ni siquiera había sido un vehículo de combate en la Segunda Guerra Mundial. En el desembarco en Normandía se usaron planeadores para filtrar a los primeros paracaidistas detrás de las líneas alemanas. Los primeros aparatos militares experimentales con tecnología avanzada fueron probados recién en 1947 y sí se usaron mucho en una guerra, la de Corea, entre 1950 y 1953, como transporte de tropa y como naves de combate. La Guerra de Vietnam los consagró.
Fue Eisenhower, un general de cinco estrellas, que había sido jefe supremo de las tropas aliadas en la invasión a Europa en junio de 1944, quien le propuso al Servicio Secreto usar una de esas máquinas en viajes cortos y oficiales. El Servicio Secreto casi besa al presidente en la frente, amplia y despejada, y dio el sí de inmediato: era un medio de transporte seguro, rápido y eficiente, y una alternativa fantástica a las siempre riesgosas caravanas de limusinas y coches de custodia de los traslados terrestres. La primera de aquellas naves a las que se trepó Eisenhower se parecía bastante a una cáscara de nuez. Volaba, eso sí, pero parecía de juguete.
De inmediato, las fuerzas armadas estadounidenses designaron para el traslado del presidente al escuadrón HMX-1 “Nighthawks” (Halcones de la noche), que en principio estuvo al mando del Ejército y la Infantería de Marina. Recién en 1976 el cuerpo de Marines, de la Armada, se hizo cargo de todas las operaciones del helicóptero. De tal forma, si el avión presidencial de Estados Unidos es conocido como “Air Force One”, el helicóptero que traslada al presidente en ejercicio es conocido como “Marine One”. Joe Biden acaba de llegar a Gran Bretaña en el Air Force One, y usó un “Marine One” para llegar a Londres.
Durante su segundo mandato, Eisenhower usó un Bell UH-13-L “Sioux” para volar desde la Casa Blanca hasta su residencia en Camp David, la ya legendaria finca de descanso de los presidentes americanos. A propósito, Camp David se llama así en honor del nieto de Eisenhower, David, que nació el 31 de marzo de 1948, tiene setenta y cinco años, y está casado con Julie Nixon, hija de Richard Nixon que antes de ser presidente de Estados Unidos en 1969, fue vice de Eisenhower en los años 50.
Eisenhower también usó a menudo el helicóptero presidencial para visitar su granja de Gettysburg, Pennsylvania. En tiempos un poco más modernos, la flota presidencial fue dotada de un moderno Sikorsky VH-3D, conocido como “Sea King”, (Rey del Mar), que también llegó a usar Eisenhower. No hay un “Marine One”. Son varios, siempre a disposición del escuadrón presidencial, vuelan siempre desde y hacia el jardín sur de la Casa Blanca y, en los últimos años, también viajan un par de ellos en un avión de transporte militar que acompaña las giras presidenciales al exterior junto al poderoso auto blindado conocido como “The beast” (La Bestia).
Después del 11 de setiembre de 2001, tras el ataque a las Torres Gemelas, uno o dos helicópteros señuelos viajan cerca del aparato que conduce al presidente. En total son veinte helicópteros, “Sea King y el UH-60 “Blackhawk” (Halcón Negro), los que están disponibles para uso del presidente de Estados Unidos. Lo dicho, los tiempos cambian.
El helicóptero presidencial volvía loco al pequeño John-John Kennedy, que tenía dos años y corría casi al encuentro de la aeronave cada vez que su padre llegaba en una de ellas a la Casa Blanca. Al hijo de Kennedy también le gustaba saludar con la venia al helicóptero presidencial. Pero era zurdo, de modo que llevaba a su frente la mano izquierda. Fue Clinton Hill, un agente del servicio secreto asignado a Jacqueline Kennedy y a la familia presidencial, quien le enseñó a saludar con la mano derecha, como lo inmortalizó la famosa foto en la que saluda al ataúd de su padre en Washington. El agente Hill es quien, en Dallas, trepó al Lincoln presidencial que llevaba al presidente herido de muerte para proteger la vida de su mujer.
Richard Nixon usó muchas veces el helicóptero presidencial, pero la foto más famosa lo muestra, ya renunciado, (fue el primer presidente estadounidense en renunciar y hasta ahora el único), al pie de la aeronave, con los brazos en alto y los dedos en V, mientras el nuevo ocupante de la Casa Blanca, Gerald Ford, soporta la fantochada con estoicismo. Nixon no huyó en helicóptero de la Casa Blanca, pero casi. Ya no era presidente cuando abordó el “Marine One” que también lo llevó al turbión de la historia.
George Bush padre llegó a la Argentina en diciembre de 1990, apenas sofocados los disparos del último alzamiento carapintada y usó un “Marine One” para trasladarse desde Ezeiza hasta la plataforma militar del Aeroparque, donde fue recibido por Carlos Menem. Los memoriosos recuerdan que del primero de los helicópteros bajó un “doble” de Bush, que había decidido visitar al país aún en plena rebelión carapintada.
Una escena famosa que involucra a un helicóptero presidencial estadounidense tuvo como protagonista a Barack Obama. Las imágenes muestran al entonces presidente caminar reconcentrado por el jardín sur de la Casa Blanca, trepar la escalerilla de la nave sin contestar el saludo militar del infante de marina parado al costado izquierdo de la trompa. Obama entra en la aeronave y segundos después baja y estrecha la mano del sorprendido “marine”.
En la Argentina el uso del helicóptero presidencial se hizo algo habitual durante la dictadura de la Revolución Argentina que encabezó Juan Carlos Onganía, en 1966. Fue usado en general para trayectos cortos entre Campo de Mayo y la Casa de Gobierno o el Campo de Polo. Onganía, que recién instalado en la Rosada llegó a la Exposición Rural en una librea tirada por caballos, con lacayos uniformados y de galera, a la usanza inglesa, no desdeñó del todo el modernismo que implicaba el uso del helicóptero. Su gestión, que estaba planificada para durar dos décadas y duró cuatro años, arrasó con la Universidad de Buenos Aires, congeló los salarios y devaluó el peso, al que le quitó dos ceros, prohibió obras como el ballet El mandarín maravilloso, basado en una pieza de Bela Bartok, La consagración de la Primavera, de Igor Stravinsky, la ópera argentina Bomarzo, de Alberto Ginastera y Manuel Mujica Láinez, que había sido estrenada con gran éxito en Washington y cayó sobre películas célebres como Blow Up, de Michelangelo Antonioni sobre un cuento de Julio Cortázar. No siempre los tiempos cambian.
El 25 de mayo de 1973, el día de la asunción al gobierno de Héctor Cámpora y del regreso del peronismo al poder después de años de proscripción y del exilio de su líder, Juan Perón, dos miembros de la entonces junta militar saliente, el almirante Pedro Gnavi y el brigadier Carlos Rey, usaron el helicóptero presidencial y el helipuerto de la Rosada para huir de un turbión peronista que colmaba la Plaza y rodeaba la Casa de Gobierno, rebautizada entonces como “Casa Montonera”: ambos temían por sus vidas. El tercer miembro de la junta y presidente de facto, general Alejandro Lanusse, también debe haber temido por su vida. Pero decidió salir a pie: “Yo no me estoy escapando de nadie”, dijo. Fueron aquellos dos jefes militares los que inauguraron la tendencia del poder a escapar en helicóptero de la Casa de Gobierno. Ya no eran “el poder”, es verdad, pero lo representaban.
El otro helicóptero famoso, y el primero en ser fotografiado en el momento histórico, es el que se llevó de la Casa Rosada a Isabel Perón, en los primeros minutos del 24 de marzo de 1976. Pero la viuda de Perón no escapaba, no huía del poder, no lo abandonaba. Por el contrario, estaba a punto de ser secuestrada por los complotados militares, detenida en la base militar de Aeroparque, derrocada y llevada presa a la residencia del Mesidor, en Neuquén. Aquella imagen casi borrosa del helicóptero de la Fuerza Aérea, que después de alzar vuelo gira hacia la derecha casi con torpeza, inauguraba la etapa más oscura de la historia contemporánea de la Argentina.
Después fue De la Rúa el hombre del helicóptero, en los trágicos días de diciembre de 2001. Aquel gobierno de la Alianza había empezado a desbarrancar tras el escándalo de las coimas en el Senado por la reforma a la Ley Laboral, y por la renuncia del vicepresidente Carlos Álvarez. De la Alianza no quedaba ya ni rastros cuando el “corralito” impuesto por Domingo Cavallo desató el vendaval de la ira popular. Cinco muertos cerca de la Plaza de Mayo, veintiocho en total en todo el país y una huída hacia delante de De la Rúa al decretar el Estado de Sitio, apresuraron su caída.
Para entonces, 19 de diciembre, el helipuerto de la Rosada se caía a pedazos, había serias dudas de que la estructura del techo del que fue alguna vez el Fuerte de Buenos Aires, soportara el peso de un helicóptero sin derrumbarse. De la Rúa pudo irse en auto, pero le aconsejaron que no: quedaría expuesto a los manifestantes que rodeaban la Casa de Gobierno. También pudo optar por hacer descender al helicóptero en una explanada cercana a la entrada de la Rosada por la calle Rivadavia, cerca del actual helipuerto y no muy lejos del sitio donde Juan de Garay fundó esta ciudad. Pero alguien convenció al presidente, o a la Casa Militar encargada de su custodia, de que llegar hasta allí también era peligroso. Es la Casa Militar la que decide entonces usar el helicóptero blanco que ya es leyenda; no se va a posar en los techos endebles, no va a detener su marcha. De la Rúa es entonces llevado a la carrera, casi en vilo, un zafarrancho veloz, urgente, enloquecido, casi clandestino: la máquina alzó vuelo y fue historia.
El 1 de agosto de 2003, el entonces presidente Néstor Kirchner se llevó flor de susto a bordo de un helicóptero que no era de la flota presidencial, sino de la gobernación de Salta a cargo de Juan Carlos Romero. El presidente y varios funcionarios habían participado de una ceremonia en Jujuy y al despegar desde Posta de los Hornillos a San Salvador de Jujuy, tal vez por exceso de carga, la máquina cayó como una piedra sobre el lecho de un río seco. Siete meses después, y ahora sí con un helicóptero de la flota presidencial, el mismo que se había llevado a De la Rúa de la Rosada, Kirchner y su comitiva estuvieron al borde del desastre en Mendoza. La máquina no alcanzó a despegar, si bien no hubo riesgo de caída porque no se elevó más que dos metros, el vaivén llevó al helicóptero muy cerca de un barranco.
Cristina Fernández usó un helicóptero para despedirse de una multitud que, el 9 de diciembre de 2015, fue a escuchar su último discurso como presidente. Ya había decidido no entregar el poder al presidente entrante, Mauricio Macri. No podrá decirse que la ex presidente huyó para no entregar el poder, paro al menos encarnó una salida muy poco elegante, que vistió con una infantil metáfora que cifraba el final de su mandato: “No puedo hablar mucho porque a las doce me convierto en calabaza”.
A las 0:36 del 10 de diciembre, la hoy vicepresidente trepó a un helicóptero estacionado en un helipuerto improvisado, que hoy es el real, vecino a la Rosada. La máquina sobrevoló la Plaza de Mayo antes de perderse en la noche.
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