René Gerónimo Favaloro vivió 77 años. Este miércoles 12 de julio hubiera cumplido un centenario de vida. Sobrevive en su obra, en lo que inventó, en los que fomentó, en los que salvó, en los corazones que laten por un bypass, en el pequeño pueblo Jacinto Arauz, en la fundación que lleva su apellido y subsiste gracias a su muerte, en la herencia de su gesta, en el legado que asumieron sus familiares. En la carta donde anunció su trágico final, escrita a las 14:30 del 29 de julio de 2000, horas antes de matarse de un disparo al corazón, le pidió a sus colaboradores, a sus amigos pero particularmente a sus sobrinos que recuerden que llegó con vida a los 77 años: “No aflojen -les pidió-, tienen la obligación de seguir luchando por lo menos hasta alcanzar la misma edad, que no es poco”.
Laura tiene cuarenta años y dice que René era su abuelo. Él decía que ella era su sobrina. Pero la ramificación del árbol genealógico acredita otro nexo: ella es hija de Roberto, uno de los cuatro sobrinos de René. El vínculo familiar correcto sería sobrina-nieta, y como ella hay otros diez. Pero médica y cardióloga como ella, ningún otro. También trabaja en la Fundación: ocupa el cargo de co-directora ejecutiva del Hospital Universitario Fundación Favaloro. Describe al fundador del establecimiento como un médico rural y un gran cirujano, como el creador de una técnica que ayudó a prolongar la vida de las personas en todo el mundo. Describe a su abuelo como cariñoso, sensible, solidario, humilde, gran cocinero, familiero.
Te puede interesar: Favaloro: sus 24 horas antes de morir, pedidos de auxilio sin respuesta y una bala en el corazón
Todos los fines de semana él iba a su casa. La rutina empezaba temprano: consistía en un desayuno generoso con medialunas de grasa y de manteca, con sanguchitos de miga, que servían para amenizar el momento en el que se compartían anécdotas, historias, en el que se transmitían valores solapados. Solían dibujar juntos, contó Laura en una entrevista con Telefé. Solían viajar juntos a La Plata para visitar a su bisabuela en un Peugeot 505 de color azul. “Íbamos con mi hermana a su casa, pasábamos las tardes y a veces nos quedábamos a dormir: veíamos películas, nos cocinaba, le encantaba cocinar, como todos los descendientes de italianos que saben lo que es el buen gusto por la comida. Hacía unos ravioles caseros riquísimos”, reparó.
Pablo Morosi, autor de la biografía El gran operador y tal vez el periodista que más ahondó en la epopeya de su vida y la tragedia de su muerte, cuenta que René siempre lamentó que la mujer que lo acompañó durante casi cinco décadas de vida, María Antonia Delgado, no pudiera tener hijos. Nunca hubo una confirmación de su entorno familiar de la infertilidad de su esposa: es una verdad tácita que asumen sus familiares más directos sin haberlo sincerado. No tuvo hijos Favaloro, pero formó una familia con su hermano Juan José, sus cuatro sobrinos, sus once sobrinos-nietos. Y todos iban de vacaciones juntos: un familión a la italiana. Laura entiende que, para él, la prioridad eran los suyos, su gente: un vicio de los inmigrantes, padres de dos hijos que estudiaron medicina en una casa trabajadora de clase media, la consagración del orgullo de época “m’hijo el doctor”.
Y sabe que era un apasionado por la historia argentina, un admirador de José de San Martín y de Simón Bolívar, un ferviente defensor de la educación, un amante de la tierra y de la horticultura por transferencia de su abuela Cesárea, un cultor de la cocina de pastas como buen descendiente de italianos, un fanático del fútbol -y de Gimnasia y Esgrima de La Plata- como buen argentino. Y dice que le fascinaba interactuar con la gente, relacionarse, mimetizarse entre los comunes. “Íbamos a comer afuera y la gente siempre venía y lo saludaba. Yo era chica pero percibía que René era una persona muy querida por toda la sociedad y no solo su familia”, relató Laura.
Te puede interesar: “Tu no tienes la culpa”: la carta de Favaloro a Diana Truden, su gran amor, y el día que le anticipó el suicidio
Como hija de Roberto, también cardiólogo, también compañero de René en sus proyectos primero en el Sanatorio Güemes y luego en la Fundación Favaloro, Laura se paseaba por los consultorios y las oficinas desde su adolescencia. Durante el verano, fuera del período de clases, rotaba, colaboraba, curioseaba por distintas áreas de la fundación, desde las salas de estar hasta la intimidad de los quirófanos. Solía despertarse temprano para acompañar a su papá y a su (tío) abuelo al hospital. Estaba formando una vocación. Quería ser médica y cardióloga como ellos.
“Cuando le conté que iba a estudiar medicina se emocionó mucho. Fue muy lindo porque estábamos en su oficina, le conté y me dio un corazón que es una pieza artística de acrílico que le había regalado un paciente y que todavía conservo. La obra muestra la anatomía cardíaca y el bypass, que es lo que él desarrolló, lo que revolucionó la cirugía cardiovascular y la cardiología, y me lo dio como presente de bienvenida a la profesión”, expresó.
Estudió en la Universidad de Buenos Aires, hizo una residencia en un hospital municipal. Aprendió de él la sensibilidad, la facilidad de la emoción, la belleza de lo sencillo y cotidiano, el atractivo de las cosas simples. Dice haber heredado su generosidad, le enseñó que genios hay pocos y que nada se consigue sin esfuerzo, y entre el abanico de consejos que le transmitió rescata uno de índole social, aplicable a la medicina: “El nosotros siempre debe estar por delante del yo”.
“Le encantaba estar en familia. Pasamos hermosas charlas en la mesa del domingo. Lo recuerdo trabajando con mucha pasión, cocinando con mucho amor para toda la familia y luchando por la fundación arduamente”, aporta Laura en diálogo con Infobae. Llora cuando escucha su voz, cuando lo escucha emocionarse en sus discursos. A su hijo de cinco años le cuenta que su abuelo, el que suele ver pegado en un mural gigante del barrio de Belgrano, era antes que todo un inventor. “René era un hombre sencillo y quería que lo recordaran como un médico rural -describe Laura-. Nos dejó el legado de sus valores: honestidad, respeto y justicia social”.
No solo creó uno de los 400 inventos más importantes de la historia de la humanidad, sino que es autor de un derrotero de ideologías, de premisas, de criterios éticos. Desde 2002, desde la sanción de la ley 25.598, cada 12 de julio se celebrara, en homenaje al nacimiento del doctor Favaloro, el Día Nacional de la Medicina Social. René decía que la medicina sin humanismo médico no merece ser ejercida, que “sin compromiso social, mejor no vivir”. Un año después de esa declaración, el 29 de julio de 2000 se disparó al corazón para no vivir.
Seguir leyendo: