“Espero que me recuerden como un médico rural”: los doce años en un pueblo de La Pampa que marcaron la vida de Favaloro

Llegó en mayo de 1950 y emigró en 1962. En sus doce años en Jacinto Arauz aprendió “el profundo sentido social de la vida” y entendió que “sin compromiso social, mejor no vivir”. Su historia y legado en un humilde pueblo de la pampa húmeda, donde pidió, en su carta final, que sean esparcidas sus cenizas

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Un joven René Favaloro en
Un joven René Favaloro en su consultorio. Pasó de atender en el pequeño pueblo de Jacinto Aráuz a crear el bypass en un centro de excelencia médica en Cleveland

Jacinto Arauz es un pueblo del departamento de Hucal de la provincia de La Pampa, recostado a la vera de la Ruta Nacional 35, ubicado 178 kilómetros al sudeste de Santa Rosa y al margen del límite provincial con Buenos Aires. Allí viven cerca de 2.500 personas, según un cálculo entre cifras oficiales desfasadas y presunciones habitacionales más actuales. Hace setenta y un años, cuando la luz eléctrica era limitada, cuando las calles no vestían asfalto, cuando los teléfonos eran artefactos demasiado modernos, René Gerónimo Favaloro se convirtió en uno más. Vivió doce años. Volvió siempre. Y allí descansa: antes de morir, por expreso pedido en una de sus cartas, pidió que sus cenizas fueran arrojadas en los campos sureños del pueblito donde forjó su espíritu.

Nacido el 12 de julio de 1923, criado en el barrio el Mondongo de La Plata, que debe su nombre al origen de su población: la leyenda dice que los trabajadores de los frigoríficos de la zona cobraban parte de su sueldo con distintos cortes de carne, entre ellos uno llamado mondongo, su padre era ebanista, su madre modista, hizo la educación primaria en la humilde Escuela 45 y la secundaria en el prestigioso Colegio Nacional de La Plata. Presagio del destino, vivía a sólo una cuadra del Hospital Policlínico. Ya desde los cuatro años decía que su sueño era ser doctor, doctor como su tío.

Desde los diez años, en sus vacaciones escolares se convertía en obrero cuando su padre le enseñaba y lo guiaba en el oficio de carpintería. Años más tarde diría en uno de sus libros: “Cuando escuchaba al profesor (Federico) Christmann decir que para ser un buen cirujano había que ser un buen carpintero yo pensaba que había realizado mi aprendizaje en aquel viejo taller”. De su madre mamó el esfuerzo y la tenacidad. De su abuela, el amor por la tierra y distinguir la belleza hasta en una “pobre rama seca”. De su tío, en el consultorio y las visitas domiciliarias, la vocación médica. Estudió medicina en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata y en tercer año comenzó con el período de residencias en el Hospital Policlínico, donde tejió un vínculo fraternal con los pacientes, la mayoría en condiciones de vulnerabilidad social.

René Favaloro, de niño
René Favaloro, de niño

Su preparación profesional en el centro de salud que recibía casos complicados de casi toda la provincia de Buenos Aires, según consigna la biografía de su fundación, duró dos años. Se recibió en 1949: el curso normal de su carrera lo orientaba hacia el Policlínico, donde habían trabajado sus profesores universitarios. Se abrió una vacante para médico auxiliar: se postuló y quedó en carácter de interno. Cuando quisieron confirmarlo, su destino confrontó contra su honestidad. Una tarjeta con sus datos tenía como última condición firmar su aprobación del gobierno de turno. Interpretaría ese requisito como humillante y desleal a sus principios y convicciones democráticas.

En 1949 llegó una carta de su tío Arturo Cándido Favaloro, residente de Jacinto Arauz. René tenía 26 años y un círculo íntimo constituido en La Plata. Su tío le contó que el doctor Dardo Rachou Vega, el único médico del pueblo, tenía cáncer de pulmón y debía internarse en Buenos Aires para realizar el tratamiento. Le propuso un reemplazo temporario de menos de tres meses: la experiencia y la extensión del compromiso lo terminaron convenciendo. Llegó a Jacinto Aráuz en mayo de 1950. Se fue doce años después. Rachou murió a los pocos meses de su internación, cuando su relevo ya se había involucrado en las peripecias de un punto recóndito del mapa. “La vida de los pobladores era muy dura. Los caminos eran intransitables los días de lluvia; el calor, el viento y la arenisca eran insoportables en verano y el frío de las noches de invierno no perdonaba ni al cuerpo más resistente. Comenzó a interesarse por cada uno de sus pacientes, en los que procuraba ver su alma. De esa forma pudo llegar a conocer la causa profunda de sus padecimientos”, relata la Fundación Favaloro.

Estuvo en el pueblo pampeano
Estuvo en el pueblo pampeano de 1950 a 1962. Su hermano Juan José se unió al proyecto y juntos realizaron importantes logros como la reducción de la mortalidad infantil y la desnutrición

“En el atardecer del 25 de mayo de 1950, en la estación Constitución tomé el tren que me llevaría a Bahía Blanca, primera etapa de mi viaje hacia La Pampa. Viajaba sin camarote (…) Llevaba puesto un saco de lanilla que hasta hacía muy poco había sido cruzado. Las manos habilidosas de mi madre lo habían renovado, transformándolo en derecho con dos botones. Una bufanda de lana, tejida como regalo de viaje por mi novia, recubría mi cuello y mi pecho. Me acurruqué en mi asiento y, apenas recorridos los primeros kilómetros, traté de descansar después de tantas tensiones vividas en los últimos días preparatorios del viaje. Seguía confundido y las ideas iban y venían en desorden”, narró en el libro Recuerdos de un médico rural que escribiría años después.

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María Antonia Delgado, su esposa durante cinco décadas, la acompañó en su travesía pampeana. Se instalaron en una vieja casona. “En ella empezamos a organizar éso que llamamos clínica y que, en verdad era sólo un centro asistencial adecuado a las necesidades de la zona…”, escribió el médico en sus memorias. “Tenía el proyecto sencillo de vivir ahí con Antonia y construir su familia. Y a la vez, siempre vio más allá: se dio cuenta enseguida de que la dinámica de funcionamiento de los médicos rurales que visitaban a los pacientes casa por casa era equivocada, y rápidamente empieza a pensar en armar una clínica. Pero nadie daba dos mangos por una clínica en ese pueblito, entonces lo que hace es convencer a los evangelistas, la Iglesia, las comadronas y los chacareros de la zona de que iban a ser mejor tratados en un solo lugar bien equipado”, relata el periodista platense Pablo Morosi, autor de la biografía El gran operador.

Juan José, su hermano también médico, se integró a su causa dos años después. Juntos fundaron un centro asistencial y elevaron el nivel social y educacional de la región. Lo asumieron como un desafío. Trabajaron incansablemente. Doce horas por día para comprar un equipo de rayos X: “Todo lo que ganábamos, lo invertíamos para agrandar y mejorar la clínica. Jamás compramos una sóla hectárea de campo en Jacinto Arauz”.

Una postal de los hermanos
Una postal de los hermanos Favaloro en la clínica que crearon en Jacinto Arauz. René llegó cuando tenía 26 años en 1950, su hermano arribó dos años después

Convocaron a maestros, empleados, madres, padres y representantes de las iglesias para promover un cambio de paradigma en conciencia sanitaria: enseñaron pautas de salud y prevención. La sala de primeros auxilios inaugurada en 1940 se transformó en una clínica con 23 camas, una sala de cirugía y un banco de sangre viviente con donantes a disposición. El resultado: una reducción notable de la mortalidad infantil, la desnutrición y las infecciones en los partos.

En su libro Recuerdos de un médico rural, publicado en 1980, el célebre cirujano argentino recordó: “Jacinto Arauz tenía solamente unas diez manzanas desparramadas a lo largo de las vías. Es la primera población en territorio pampeano yendo por la ruta 35. Una zona difícil, donde todo había sido conseguido con esfuerzo. Servía para demostrar cómo el hombre, con esfuerzo, puede desarrollarse y contribuir al engrandecimiento de nuestra patria”.

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“Estuve doce años como médico rural en Jacinto Arauz, La Pampa, donde aprendí el profundo sentido social de la vida. Sin compromiso social, mejor no vivir”, dijo en diálogo con la Revista Gente en 1999, un año antes de que se suicidara de un disparo al corazón, el 29 de julio de 2000, angustiado por la falta de respuestas de las autoridades y agobiado por la crisis de su fundación. Por aquellos años, Favaloro reflexionó sobre su paso por el pueblito pampeano. Creía que se había desempeñado con honestidad y ética profesional porque, tal como absorbió en su formación académica, “el acto médico debe estar rodeado de dignidad, igualdad, piedad cristiana, sacrificio, abnegación y renunciamiento”.

Jacinto Aráuz tiene 131 años
Jacinto Aráuz tiene 131 años de historia: se fundó el 6 de abril de 1889. Se ubica a pocos kilómetros de la Ruta Nacional 35 y de la frontera con la provincia de Buenos Aires. Según el Censo de 2010, su población era inferior a 2.600 personas

En 1962, decidió continuar su camino. Se había interesado en los avances de las intervenciones cardiovasculares. Había procurado estar informado con las publicaciones de Dwight Harken, Alfred Blalock, Holder Crafoord y Clarence Walton Lillehei, quienes influenciaron en su decisión de especializarse en cirugía cardiovascular, según especificó el cirujano Ernesto Weinschelbaum en la revista Argentina de Cirugía Cardiovascular. Pero su entusiasmo por la cirugía torácica no comulgaba con su trabajo devoto en Jacinto Aráuz. Maduró la idea de una especialización en el exterior: quería involucrarse en la revolución de la medicina cardiovascular. Un profesor de la Universidad de La Plata le recomendó perfeccionarse en la Cleveland Clinic. El final de la historia es harto conocido: el 9 de mayo de 1967 René Favaloro operaría a una mujer de 51 años con la técnica de bypass, una bisagra en la cardiología global.

En su carta de despedida, la que escribió antes de terminar con su vida, perduraban en la gratitud de su memoria sus años como médico rural en el desierto pampeano. “Me consuela el haber atendido a mis pacientes sin distinción de ninguna naturaleza. Mis colaboradores saben de mi inclinación por los pobres, que viene de mis lejanos años en Jacinto Arauz”. “Estoy tranquilo -avisó-. Alguna vez en un acto académico en USA se me presentó como a un hombre bueno que sigue siendo un médico rural. Perdónenme, pero creo que es cierto. Espero que me recuerden así”.

En el pueblo de la pampa húmeda, hoy se levanta un museo creado en honor al prohombre que transformó la medicina cardiovascular en el mundo, luego de haber iniciado su carrera profesional en un paraje desolado del centro del territorio argentino. El museo se montó en la vieja estación ferroviaria, el punto de partida del circuito turístico “Tras los pasos del médico rural” que incluye paradas como la Clínica Médico Quirúrgica, primera institución fundada por Favaloro; la casa del doctor Dardo Rachou Vega, donde se instaló el primer consultorio del destacado médico; la Farmacia de Juan Munuce, boticario y bioquímico que fundó junto al médico rural el primer banco viviente de sangre; y su primera casa propia. “Somos un pueblito chiquito, perdido en la zona marginal de La Pampa, y si salimos en los diarios fue porque nevó. Pero todo el mundo lo conoce porque es el pueblo donde vivió Favaloro por casi doce años”, resumió en diálogo con el portal bahiense La Nueva el doctor Juan Carlos Zabala, heredero de la clínica que fundó el médico platense.

Este miércoles 12 de julio
Este miércoles 12 de julio a las once de la mañana se realiza en Jacinto Arauz un acto en homenaje al centenario de vida de René Favaloro en frente al monumento erigido en su memoria. Enfrente de la estación, donde hoy funciona un museo, un mural con la cara del médico

Zabala contó infidencias de sus encuentros. Una vez fue con un paciente a verlo en las oficinas de su fundación: “Estuvimos como una hora hablando sobre Jacinto Aráuz. Con una memoria prodigiosa, nos preguntaba por la gente que había conocido, de los zapallos que cultivaba en el patio de la clínica, de las carneadas, de la cantidad de salitre que había que ponerle a los chorizos para que se conserven y no sean tóxicos. Mientras tanto, en la sala de espera había un importante senador de la Nación esperándolo”. Cuando se despidió, le dijo que lo envidiaba porque tenía la posibilidad de estar y vivir en Jacinto Arauz.

Hoy, el pueblo abraza a Favaloro en el día de su centenario. Es una devolución de favores. En 1989, Favaloro visitó el pueblo en el marco del centenario. Se abrazó emocionado con ex pacientes y se negó a entrar a la clínica porque no quería que su amor lo traicionara. Vivió once años más después de ese día. Ya estaba cansado de luchar “galopando contra el viento como decía Don Ata”, según escribió en su carta de adiós, aquella misiva final que cerró con un pedido irrevocable: “Una vez más reitero la obligación de cremarme inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes cercanos a Jacinto Arauz, allá en La Pampa”.

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