El último viaje del tranvía que cayó al Riachuelo y el chico que murió aferrado a su sándwich de milanesa

El accidente ocurrió el 12 de julio de 1930. El motorman no advirtió que el puente estaba levantado para dar paso a un barco. La mayoría de los pasajeros fallecieron. Se denunciaron fallas técnicas del vehículo y los familiares de las víctimas debieron esperar años para cobrar la indemnización

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El tranvía de la línea 105 transitaba por distintas localidades del conurbano, Avellaneda, Lanús, Lomas de Zamora y Temperley (Revista Caras y Caretas)
El tranvía de la línea 105 transitaba por distintas localidades del conurbano, Avellaneda, Lanús, Lomas de Zamora y Temperley (Revista Caras y Caretas)

El tranvía de la línea 105 unía Temperley con Plaza Constitución. Pertenecía a la Compañía de Tranvías Eléctricos del Sur. De capitales británicos, su trayecto lo completaba en una hora y 19 minutos, el doble de lo que demoraba el ferrocarril del Sud. Cuando proyectó llegar hasta la ciudad de Buenos Aires, el fuerte lobby de las otras empresas lo obligaron a construir su propio puente para cruzar el Riachuelo. Así nació el 30 de julio de 1908 el Bosch, un puente metálico, que se levantaba para dejar paso a las embarcaciones. Solo lo usaba esta empresa, que había colocado una senda peatonal para que los vecinos de ambas orillas pudieran atravesarlo.

Esa fría mañana del sábado 12 de julio de 1930 el interno 75 se dirigía a la Capital Federal. Era conducido por el motorman Juan Vescio, un italiano de 31 años, casado, con tres hijos, otro en camino, que vivía en Gerli. Hacía un par de meses que había sido contratado y éste era uno de sus primeros viajes como conductor. Lo asistía el guarda Ángel Rodríguez.

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El transporte, pintado de su rojo granate característico, iba repleto de pasajeros; su capacidad era de 36 asientos, más los que iban parados. Sólo unos pocos valientes, desafiando el intenso frío, viajaban en el estribo. Eran, en su gran mayoría, trabajadores que vivían en el conurbano y que se dirigían a las fábricas y frigoríficos del sur de la Ciudad.

El motorman y el guarda. Todo indica que no vio las señales que indicaba que el puente estaba levantado (Revista Caras y Caretas)
El motorman y el guarda. Todo indica que no vio las señales que indicaba que el puente estaba levantado (Revista Caras y Caretas)

Antes de llegar al puente ya tenía la capacidad completa, por eso Vescio había decidido no detenerse en las últimas paradas antes de cruzar a la Capital Federal.

Había una tenue llovizna.

Con el correr de los años, en la entrada al puente se le había incorporado diversas medidas de seguridad, como una señal sonora y luces rojas, accionadas desde la garita ubicada del lado de la ciudad de Buenos Aires, que advertían que el puente estaba levantado.

Maniobras para quitar el tranvía de las aguas del Riachuelo (Asociación Amigos del Tranvía)
Maniobras para quitar el tranvía de las aguas del Riachuelo (Asociación Amigos del Tranvía)

Al momento que debía pasar el tranvía, la luz roja encendida indicaba que el puente estaba levantado; le daba paso a la chata petrolera “Itaca II”.

El responsable de la garita, Manuel Rodríguez vio como el tranvía se acercaba a una velocidad inusual. Intuyó que no frenaría y, en medio de sus gritos y advertencias que el conductor no percibió -los testigos que vieron su rostro segundos antes del accidente notaron una expresión serena- presenció cómo caía al Riachuelo.

En los alrededores del puente se congregaron familiares de las víctimas y curiosos (Revista Caras y Caretas)
En los alrededores del puente se congregaron familiares de las víctimas y curiosos (Revista Caras y Caretas)

Dos o tres personas, que iban colgadas del estribo, alcanzaron a tirarse al pavimento segundos antes.

Algunos de los transeúntes que vieron la escena, se arrojaron a las aguas, para tratar de auxiliar a los pasajeros. El tranvía quedó clavado en el fondo del Riachuelo, y sólo sobresalía su parte trasera.

Hubo 56 o 58 muertos, nunca dieron con la cifra exacta. Los sobrevivientes fueron cinco: cuatro hombres y una mujer, Gabina Carrera. El último cuerpo rescatado por los bomberos fue el del motorman.

Leonardo Puma, la víctima más joven (Revista Caras y Caretas)
Leonardo Puma, la víctima más joven (Revista Caras y Caretas)

Los cuerpos fueron llevados a la morgue que funcionaba en la isla Demarchi, frente a Dársena Sur. Al tranvía lo sacaron del agua al día siguiente. Las pericias determinarían que el acelerador estaba trabado, aunque los frenos estaban muy desgastados.

El lugar se convirtió en un hervidero de funcionarios, de periodistas y de curiosos. Se acercaron José Luis Cantilo, intendente de la ciudad de Buenos Aires; el jefe de Policía, coronel Juan José Graneros; el ministro de gobierno bonaerense, Luis Rodríguez Yrigoyen -sobrino del presidente- y el intendente de Avellaneda, Alberto Barceló, entre otros.

Entre los periodistas que fueron a cubrir el hecho, se encontraba el poeta Raúl González Tuñón, que entonces trabajaba en el diario Crítica. Cuando su director, Natalio Botana leyó lo que había escrito, ordenó publicarlo en la quinta edición de ese día. El texto era el siguiente:

El sándwich de milanesa. Uno de los cadáveres extraídos era el de un chiquilín como de 14 años de edad. Obrerito joven, la muerte lo sorprendió tiritando de frío en un rincón del tranvía. Nadie lo reconoció en el momento de ser sacado de las aguas. ¡Quién sabe si ese chiquilín no tiene más familia que una abuelita vieja, a la que debe mantener con sus pobres jornales!

“Cuando levantaron ese cuerpecito liviano, llamó la atención lo abultado de uno de los bolsillos de su saco. Ese bulto resultó ser un sándwich. Un pan francés abierto en dos, llevando adentro una milanesa, seguramente sobra de la comida del día anterior. Ese sándwich era el único almuerzo de la infeliz criatura. Cuando se lo sacaron del bolsillo, ese sándwich, último sándwich de quién sabe cuántas jornadas de hambre, tuvo el prestigio de arrancar más de una lágrima”.

El rescate de los cuerpos de las víctimas corrió por cuenta de los bomberos y la policía (Asociación Amigos del Tranvía)
El rescate de los cuerpos de las víctimas corrió por cuenta de los bomberos y la policía (Asociación Amigos del Tranvía)

El chico se llamaba Leonardo Puma, y fue la víctima más joven.

La revista Caras y Caretas, del 19 y 26 de julio realizó una completa cobertura fotográfica: “Siniestra trampa de la muerte, el puente tranviario que cruza las aguas cenagosas e abrió como una cauce hambrienta devorando más de cincuenta vidas encadenadas en la espantosa angustia”.

Ese mismo sábado, en la catedral de Avellaneda, se ofició una misa en memoria de las víctimas. Asistieron el presidente Hipólito Yrigoyen, su vicepresidente y el intendente Barceló. Rápidamente se organizaron colectas para auxiliar a los huérfanos y viudas que quedaron desamparadas.

La esposa y los hijos del motorman Vescio, un italiano que hacía poco se desempeñaba como motorman (Revista Caras y Caretas)
La esposa y los hijos del motorman Vescio, un italiano que hacía poco se desempeñaba como motorman (Revista Caras y Caretas)

Las indemnizaciones a las familias tardarían más de diez años en ser pagadas.

A la autopsia practicada a Vescio, no le encontraron restos de alcohol, y se determinó que había muerto ahogado como el resto del pasaje. El juez federal Jantus liberó al encargado de la garita, a quien había detenido preventivamente.

El presidente Hipólito Yrigoyen, en la misa celebrada en la Catedral metropolitana (Revista Caras y Caretas)
El presidente Hipólito Yrigoyen, en la misa celebrada en la Catedral metropolitana (Revista Caras y Caretas)

Al tranvía le reemplazaron los motores eléctricos, le cambiaron el número de interno -275 por el 75 original- y volvió a circular hasta la década del 40, siempre por el Puente Bosch, donde la tragedia se había desatado una fría mañana de invierno en las oscuras aguas del Riachuelo.

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