Fue el 9 de julio de 1981, cerca de las doce horas, cuando un auto oficial del que bajó un chofer y llamó a la puerta del edificio de Caracas y Rivadavia, en pleno barrio de Flores, preguntando por la señora Nélida Iris “Cuca” Feola de Demarco. Después de unos minutos apareció la señora y tras un corto saludo subió al vehículo mientras le acomodaban dos valijas de viaje. Paradojas de la época, “Cuca” era buscada por un automóvil oficial para llevarla al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, mientras su marido Aníbal vivía en la clandestinidad desde el 24 de marzo de 1976, escondiéndose de “los chocolatineros” (los militares, como los llamaba en clave) porque lo buscaban sin demasiado rigor.
Aníbal Demarco no era un subversivo, era simplemente un ex director de la Lotería Nacional y ex Ministro de Bienestar Social del gobierno de María Estela “Isabel” Martínez de Perón. Había pasado a la notoriedad porque en un momento de su gestión ministerial había sostenido que era “un león africano sin domar” para defender a Isabel. Después del golpe militar fue incluido en el Acta de Responsabilidad Institucional (que inhibió sus bienes), cambiaba de lugar cada tres meses, se dejó crecer un bigote, y mostraba una cédula de identidad falsa que le dio su amigo Osvaldo “Cacho” Agosto, un ex secretario del metalúrgico José Ignacio Rucci, dirigente peronista asesinado por Montoneros el 25 de septiembre de 1973.
A diferencia de Julio “Iván” Roqué, el asesino del ex secretario general de la CGT, Demarco tenía una conexión con un sector del Ejército. Se explica: era amigo del veterano justicialista teniente coronel (R) Adolfo Phillipeaux, ex Secretario de Deportes de Isabel, quien a su vez era cuñado del teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri. Para los que no recuerdan, Phillipeaux es el que el diario La tarde, dirigido por Héctor Timerman (luego canciller de Cristina Fernández de Kirchner), dirá el 26 de marzo de 1976 que había sido detenido cuando intentaba fugarse a Chile portando armas de guerra y 100 millones de pesos (el dólar paralelo se cotizaba a razón de 35.000 pesos por dólar). Todo falso: era acción psicológica de la inteligencia naval que manejaba el vespertino desde las sombras.
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La señora de Demarco se desplazaba a Ezeiza por pedido de Isabel Perón porque iba a formar parte del grupo que la acompañaría a España cuando el gobierno militar no tuvo otra salida que dejarla libre. Días antes, cuando se sabía que iba a viajar a España, se libró una pugna alrededor de la expresidente constitucional para saber quiénes la acompañarían. Se hizo una lista chica tamizada por “los Tres Mosqueteros”, Ítalo Luder, Ángel Robledo y Manuel Arauz Castex. Finalmente, la delegación que subió en el vuelo 996 de Iberia, que partió a las 18.35, estuvo integrada por Arolinda Bonifatti (que se sentó junto a ella en la fila uno de Primera Clase), Julio Isaac Arriola, Ricardo Fabris, Horacio “Chacho” Bustos, Magdalena Álvarez Seminario, Amelia Álvarez y Nélida “Cuca” Demarco.
La noche anterior, los Tres Mosqueteros, más Arriola y Fabris, cenaron en San Vicente un plato de pescado. En silencio participaron dos oficiales del Ejército, responsables de la seguridad de la Quinta. Todos se miraban con “cara de poker” y ella no largaba prenda, cuando le preguntaban qué iba a hacer de su futuro. Todos sabían que un veto de “la Señora” era casi la muerte política.
Su liberación fue otro signo del agotamiento del denominado Proceso de Reorganización Nacional. Era tan mala la situación política, económica y social de la Argentina que el periodista Hernán Pereyra, columnista de la agencia UPI, escribió en Buenos Aires, el 7 de julio de 1981, que “el fracaso de los cinco años de gobierno militar, entendido como la imposibilidad de que la Argentina crezca económicamente y encuentre un sistema político estable, ha devuelto a Isabel Martínez parte de su prestigio perdido. [...] La situación económica y política del país, signada por una crisis definida como la peor en los últimos 50 años, no parece ser hoy mejor que en 1976, y algunos la definen como peor.”
Isabel Perón fue una de las primeras en ser detenida por el “Operativo Bolsa”, en Aeroparque, la madrugada del 24 de marzo de 1976. La viuda de Juan Domingo Perón fue acusada de distintos delitos que se fueron cayendo, uno a uno, ante diferentes estrados judiciales. Entre otros “delitos” (que a diferencia de hoy mueven a risa) se la acuso por peculado con los fondos reservados.
La carátula era la Nº 16.583, contra “María Estela Martínez de Perón, Julio Carlos González y Luís Miguel Caballero”. El juez Rafael Sarmiento dictó prisión preventiva en abril de 1978 en orden al delito de peculado, malversación de caudales públicos, a través de una sentencia de media carilla, en un expediente plagado de testimonios y abundantes pruebas “condenatorias”.
Entre las tantas “pruebas” están las boletas de compra por parte de la Presidencia de la Nación de “2 almendras peladas de 200 gramos cada una” por 59.90 pesos (10 de abril de 1975); “200 gramos de avellanas a 46 pesos”, en Aromas SA (28 de abril de 1975); “150 gramos de jamón cocido y 150 gramos de jamón crudo (45 pesos)” en la Confitería del Molino (26 de mayo de 1975) y una bolsa de “caramelos especiales” en la Casa Bonafide (16 de junio de 1975). En esta causa Isabel va a salir indemne, aunque todo esto generó con el tiempo el allanamiento a la Quinta 17 de octubre de Madrid, llevada a cabo por el secretario judicial Carlos Suárez Buyo.
Con el paso de los años, primero fue sobreseída el 4 de febrero de 1981 (día del cumpleaños de Isabel) por el juez federal Martín Anzoátegui que fundamentó la revocatoria de la prisión preventiva basándose en los principios de “legalidad” y “reserva” (artículos 18 y 19 de la Constitución Nacional) por cuanto los cargos “no alcanzan a configurar delito alguno del derecho penal por resultar atípicos, y en tal sentido habré de pronunciarme revocando por contrario imperio el auto de prisión preventiva dictado en su contra”.
De todos los cargos que se le hicieron, quedaron firmes las condenas por los cheques de la Cruzada de la Solidaridad (juez federal Norberto Giletta), donde se había cerrado la causa y luego volvió a abrirse, y otra por una donación irregular de un inmueble del Estado (juez federal Pedro Narvaiz). El famoso inmueble había sido confiscado por el Estado a la familia Bemberg durante el gobierno de Perón. El mismo -así consta en el acta a continuación- es donado a la Fundación Eva Perón, varios años antes de 1955. Lo que hizo Isabel fue devolverlo al Estado y donarlo al Partido Justicialista. La causa no cayó en la prescripción porque Giletta la había condenado en la causa de la Cruzada. El juez federal Pedro Narvaiz, sacó la cuenta de la condena por el inmueble, la sumó a la del juez Giletta y consolidó las condenas. Como había cumplido dos tercios de las mismas decretó su excarcelación. El fiscal Julio César Strassera no apeló y por extensión el dictamen benefició a José López Rega, Carlos Villone y al ex asesor José Miguel “Gordo” Vanni.
A decir verdad, ninguno de los jueces que entendieron en la causa reconoció haber sufrido ninguna presión del poder político. Para mandar un mensaje a la sociedad –que era la Justicia la que la excarcelaba- , luego de despistar al periodismo, Narvaiz hizo trasladar a Isabel desde San Vicente en un helicóptero del Ejército que cedió el general Alfredo Saint Jean, en ese momento Secretario General del Ejército, y comparecer a Tribunales en un auto con custodia policial. Cuando llegó al juzgado, antes de tiempo, Narvaiz se encontraba almorzando un poco de jamón y dos huevos duros. “¿Usted almorzó, señora?”, le preguntó el juez. “Sí, doctor”, respondió la expresidente de la Nación. A renglón seguido le comunico cuál era su situación: su liberación. Poco más tarde arribó Manuel Arauz Castex, con quien se retiró en libertad.
Durante mucho tiempo Isabel no tuvo abogado personal. Fue su ex ministro de Bienestar Social, Aníbal Demarco, el que le presentó a Julio Isaac Arriola. Con el paso de los meses el abogado entendió que debía convocar a un peronista para que hiciera de enlace con la prensa y atendiera los pedidos de audiencia a la viuda de Perón.
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La gestión declinante del gobierno militar parecía haber revalorizado el papel de Isabel en la política. Todos querían verla, imploraban por entrevistarla, en especial cuando la establecieron en San Vicente. Por lo tanto, Arriola nombró Ricardo Fabris, un peronista ortodoxo, con un pasado nacionalista (a pesar de que un famoso columnista de un matutino intento emparentarlo con la KGB cuando se sabía que había militado en Tacuara), que había sido Secretario de Cultura del Intendente porteño Leopoldo “Polo” Frenkel y luego Director de Prensa de la Presidencia de la Nación hasta el 24 de marzo de 1976. Aún hoy se recuerda como “tenían que juntar las monedas” para viajar a verla a la Base de Azul, en un Fiat 600, Arriola y Fabris.
Como bien afirmó la historiadora María Sáenz Quesada en su libro “Isabel Perón”, fue la mandataria constitucional que más tiempo sufrió prisión: “cinco años, tres meses y ocho días, del 24 de marzo de 1976 hasta el 9 de julio de 1981″.
Había pasado en ese tiempo por diferentes lugares de detención. Primero en El Messidor, Villa La Angostura, Neuquén. Luego la base naval Juan Bautista Azopardo de Azul, provincia de Buenos Aires y por último en la quinta de San Vicente, propiedad del ex presidente Juan Domingo Perón.
A comienzo de 1981, Isabel dejó de estar a disposición del Poder Ejecutivo Nacional pero continuó recluida en la quinta de San Vicente por razones judiciales. En julio, el juez federal Pedro Narvaiz consolidó las condenas y como había cumplido dos tercios de la misma decretó su excarcelación. El fiscal Julio César Strassera no apeló. Estaba claro que había una decisión política para liberarla. Narvaiz solo le impuso una carga insólita a la libertad condicional de la expresidente: como eligió vivir en Madrid tenía la obligación de presentarse cada dos semanas al Consulado por si existía alguna requisitoria. Era la hora de firmar lo que le pidieran porque lo cierto es que nunca la iban a requerir.
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Una vez instalada en San Vicente, Isabel Perón recibía a poca gente a pesar de los numerosos pedidos. Imaginaba que deseaban quedarse con lo mucho o poco que ella aún representaba. Así nació la idea de que había “un cerco” a su alrededor. “¿Che, ustedes no la estarán entornando a la Señora?”, preguntó un día Lorenzo Miguel. Ningún cerco. Fabris se instaló en San Vicente y cada pedido de audiencia era consultado. Ella hablaba poco, movía la cara como diciendo “no” y sobraban las palabras. Sus hermanos Aracelli y Carlos Ernesto Martínez Cartas no pasaron las vallas de las dos entradas de la quinta. Lorenzo Miguel, Saúl Ubaldini, Roberto García, Carlos Gallo, Deolindo Felipe Bittel y los miembros del Consejo Superior se quedaron afuera como muchos. Para romper “el cerco” la hicieron venir a Pilar Franco que tampoco fue recibida. Ella siempre respondía –así está en los diarios– que sólo iba a dar entrevistas en el exterior.
Para viajar necesitaba un pasaporte y hasta San Vicente fue personal de la Policía Federal para llenar las fichas y sacar las fotos. Su día de partida a Madrid fue el 9 de julio. La noche anterior se hizo la cena con los Tres Mosqueteros, más Arriola y Fabris. Comieron casi en silencio.
Isabel Perón salió de San Vicente a rumbo a Ezeiza en un helicóptero, junto con Arriola y Fabris. Cuando despegó pudo ver a un numeroso grupo que coreaba su nombre como en el pasado. La Fuerza Aérea tenía bajo su jurisdicción el aeropuerto internacional. Horacio Bustos recordó que se había presentado para coordinar la seguridad el brigadier Ataliva Fernández. Fue el jefe aeronáutico el que antes de desplegar a su gente la hizo formar e impartió la siguiente orden: “Escuchen bien, al que la saluda como ‘Presidenta’ le corto las pelotas”.
Las fotos publicadas en los diarios del día siguiente muestran a Isabel con un elegante tapado de piel de zorro, flanqueada por Ricardo Fabris y Bustos. También viajaron varios periodistas pero el primero que pudo entrevistarla fue el ex diplomático Albino Gómez –que ocupaba un asiento (en el A de la 6ª fila de la primera) en nombre de “Clarín.
La llegada a Madrid fue un escándalo. Gritos a favor y en contra. Maltrato al periodismo español, que lo reflejó en sus medios, y corridas que generaron roturas de vidrios. La nota del día fue verlo al ex Secretario General de la CGT, Casildo Herreras, con un ramo de flores en el aeropuerto. Herreras pasaría a la historia con su frase, pronunciada lejos de Buenos Aires, “yo me borré” horas antes del golpe del ‘76.
Del aeropuerto de Barajas se dirigieron al Hotel Ritz cuyos gastos estuvieron a cargo del abogado español Ignacio Collantes, con oficinas en Almagro 31, piso 4º. A la quinta 17 de octubre, donde ella había vivido con Juan Domingo Perón, no se podía ir porque estaba “destrozada” según dijo Fabris a la prensa.
Unas semanas más tarde, el grupo partió de vacaciones a Estepona huyendo de los calores de Madrid. Antes de partir, Fabris le alquiló un departamento en el 4º piso de la calle Moreto 3, cuyo dueño era un señor Oriol. Ella había visto otro en Miguel Ángel nº 15 pero a Isabel le pareció muy “hollywoodense”.
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