Ana Avellaneda, una abogada catamarqueña (50) soñaba con tener una familia tradicional, como la que ella conoció desde chica. Una familia unida. Con sus cuatro hermanos tiene un lazo “impresionante”.
“Empecé el camino de la adopción en 2011. Soy soltera, tuve novios, nunca me casé y siempre quise formar una familia”, explica la mujer que trabaja en la Auditoría General de la Nación y vive en el barrio de Coghlan.
Para Ana fue natural pensar en la adopción para convertirse en madre. Es algo natural en su familia, su hogar. Su tía es adoptada, y su hermana adoptó. Nunca pensó en otra opción, en tratamientos de fertilidad u otros procedimientos, incluso cuando estuvo en pareja y no quedaba embarazada. Y cuando estuvo sola tampoco pensó en un donante para lograr su embarazo. “Nunca se me ocurrió, no me hallaba con algo así, cómo explicarle a mi hijo su origen”, explicó.
Y se inscribió en Catamarca como postulante, donde su hermana había adoptado. “Quería que fuera del interior, que tuviera que ver con mis orígenes”, dice la mujer que pronuncia las erres como la “y” aunque lleve un poco más de 20 años en la ciudad de Buenos Aires.
Una vez que se registró, comenzó la espera. Una espera muy larga, demasiado, porque nunca la llamaron. Pero Ana Avellaneda no perdió nunca las esperanzas de ser mamá. “Con el paso del tiempo lo que hice fue prepararme. Hice una espera activa. Empecé a ir a talleres de adopción en CABA”, recuerda. Si en 2011 puso un tope de niño de 8 años como máximo para adoptar, en 2014 lo amplió a 11. “Iba extendiendo. El hijo crecía a la par”, argumentó.
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“Nunca me llamaron. Hice un camino desde la fe bastante profundo. Tenía la convicción tremenda de que tal vez no era mi momento y tenía que esperarlo”, explicó Ana que es muy creyente. Y se dijo: “Él sabrá lo que es, el tiempo, el momento y me entregué”. En el mientras tanto, se dedicó a empaparse de la temática de adopción, asistiendo a talleres, viendo películas. Cree que es posible que no la llamaran desde el juzgado por ser soltera, pero asegura que no era algo que la torturara. “Va a ser cuando tenga que ser y la verdad es que fue perfecto”, expresó a Infobae con la satisfacción del deseo cumplido.
Cuenta Ana que su plan A de tener una familia normal y tradicional fue algo que soñó, pidió y rezó. Pero un amigo le dijo “Será que estás pidiendo mal. Hay que pedir bien las cosas”. Y ahí Ana lo hizo diferente: “voy a pedir una familia en Dios, así lo decía porque no sé ni siquiera si está bien conjugado. Es lo que me salía y así empecé a pedir, voy a pedir una familia en Dios, como una familia buena, como una familia como la Sagrada Familia, como una familia con valores, quiero una familia en Dios. Y la esperé y me tranquilicé”, se remonta a fines de 2016.
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Ana se sentó a esperar, con fe, pero no de brazos cruzados. Indagó hasta que llegó a tener conocimiento de que existen convocatorias públicas, de las que ella no tenía la más remota idea. “Eso lo aprendí en los talleres”, subraya. Las convocatorias públicas son para postulantes para guarda o adopción. “Y me metí en la página del Poder Judicial. Y doy con un largo listado en el que están los chicos que serían vulgarmente llamados los inadoptables, que serían aquellos que pasaron muchos años sin tener la posiblidad de que un matrimonio o persona sola reuniera los requisitos. Y ahí llegó a este listado y las tres primeras me acuerdo que eran nenas Y yo quería una nena. Siempre tenía esa cosa de querer peinarlas. Eran dos de 13 y una de 15. Y pienso, esto es una señal, las tres eran de Salta y me encantaba. Era la onda que yo quería, del interior. Cerré los ojos, junté las manos y dije Dios, tengo que ir por una, porque yo soy consciente de mis límites, no puedo ir por más que una”, recuerda. Y volvió a rezar: “María, acá no me dejes porque yo quiero ser mamá y quiero ser la mamá de la nena que me está esperando. Yo quiero que esa nena tenga la mamá que necesita y quiero estar a la altura de las circunstancias”. Y sintió que debía ser la nena más grande a quien elegiría.
En el momento que vuelve a leer la ficha para mandar un mail, relee con detenimiento y observa un pedido de la adolescente: quería una mamá sola (una madre monoparental). “Listo, ya está. Era ella”, se remonta a ese momento.
Desde luego, esta vez se comunicaron con Ana. Viajó a Salta por primera vez, pero sabía que en la primera visita no la conocería. Que debía aprobar los exámenes psicológicos. En su segundo viaje, pudo ver a Cayetana, a quien no conocía ni por foto.
“Ella sabía que yo iba a ir a supuestamente como a las 8, creo que le dijeron y yo en realidad iba a las 10 de la mañana y ella se levantó a las 6 para bañarse y estar impecable. Imagínate de 6 a 10, 4 horas para ella fue eterno y pensaba que yo me había arrepentido. Cada vez que me cuenta eso me parte el alma. Yo estaba firme como rulo de estatua. Me acompañó la gente de la Secretaría tutelar que son divinos”, contó sobre ese día tan importante en su vida. Se estaba convirtiendo en mamá.
Cuando llegó al hogar hacía mucho calor. Pleno diciembre en Salta, para darse una idea. Las ventanas estaban abiertas y se vía un hall y a Cayetana que decía ‘Ahí viene!’ y se le balanceaba todo el cabello para un lado y para el otro, porque lo tenía muy largo. Ana ya la había identificado entre las chicas, porque ya habían intercambiado fotos. De Ana pensaban que era una “abogada hippie” por un morral que había llevado de Catamarca, pero dice que ella nada que ver. Le gustan las “pilchas”. Que ahora comparte con su hija.
La abogada catarmaqueña destaca que las vinculaciones con los chicos más grandes son más cortas. Ellos deciden enseguida si la persona les gusta o no. “A Cayetana la conocí el 5 de diciembre y el 12 firmé la guarda”, precisa. Mientras que la adopción fue firmada el 18 de diciembre de 2017.
Hoy madre e hija viven juntas en Coghlan. Cayetana estudia programación en la Universidad de Belgrano. Y además, es scout. En su llegada a Buenos Aires hizo algo que a ella le interesaba mucho. Volver a encontrarse con sus hermanos menores, que están acá. “Caye tiene una personalidad fuerte, es valiente, se sabe defender, es respetuosa, lo que más destaco es que es fuerte por todo su pasado, podría haberse quedado en lugar de víctima, pero no”. Desde los 6 años estuvo en un hogar esperando una familia y recién fue adoptada a los 16, la edad en que llegó a la casa de Ana. “Cuando vino a Buenos Aires le puso garra todo, a la escuela, a viajar en subte y en colectivo”, expresa. Ana no puede sentirse más orgullosa de su hija. “Es hermosa”.
Hace pocos días, la historia de Ana fue difunda por el colectivo Adopten niñes grandes, si bien no lo integra. Este grupo, muy fuerte en Twitter (@AdopcionNG), impulsa la adopción de chicos de más de 8 años que buscan una familia y sus casos suelen ser tan conmovedores como inspiradores.
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