En la provincia de Salta, a 4100 metros de altura, se encuentra Olacapato, una pequeña localidad del departamento de Los Andes. La población ronda los 250 habitantes, pero cuando los visitan trabajadores golondrina alcanzan las 300 personas. La actividad minera es la principal fuente de trabajo, pero la comunidad también se caracteriza por el espíritu emprendedor, y por eso hace 50 años empezaron a construir los primeros hospedajes y comedores para quienes están de paso. Aunque no hay turismo, han recibido a geólogos y empleados de distintas partes del mundo, con la hospitalidad y el don de gente que los define. En diálogo con Infobae, el testimonio de Juanito Quipildor, actual delegado municipal e hijo de uno de los fundadores del pueblo, y de Ema Choque, que brinda alojamiento y servicio de catering, tal como hacía su madre cuando ella era chica.
La entrada es por la ruta 51, en dirección a Abra de los Chorrillos, pero quienes viven allí aseguran que rara vez ingresa algún turista. “No entran, pasan para Tolar Grande o en verano para Chile -el Paso Internacional Sico está a 50 kilómetros-, salvo algunos ciclistas que han llegado, pero eso pasa como máximo cuatro veces en el año”, cuenta Ema, que brinda todos sus conocimientos desde el corazón. “Yo no quiero perderme de mi pueblo, siempre estoy en las reuniones de la comunidad, las asambleas, reuniones de capacitación de mesa de trabajo; me gusta estar para aprender, seguir adelante y sobre todo quiero que nuestro pueblo siga creciendo en todo”, expresa.
Con emoción revela que en los últimos años lograron varios progresos, y hoy tienen todos los servicios básicos: gas natural, electricidad, internet, y agua corriente. “Antes teníamos solo 12 horas de luz, ahora tenemos las 24 horas, y todas las casas tienen conectividad, aunque algunas veces por el viento no anda tan bien, pero así es la fuerza de la naturaleza, y tenemos la escuela, la iglesia, nuestra plaza, está completito ahora”, comenta. Por las bajas temperaturas, que en estos días invernales es de -5° centígrados por las noches, e incluso más bajas, los alumnos están de vacaciones. “Los chicos van a estudiar a la mañana hasta las tres de la tarde, pero el ciclo lectivo es de septiembre a mayo, por el viento y la helada, que no se aguanta el frío”, indica.
Te puede interesar: El pequeño pueblo que convoca a unas 20.000 personas cada año con la Fiesta del Mondongo y la Torta Frita
Ema llegó a Olacapato junto a sus padres cuando era una niña, y heredó el legado de su madre, que ya partió de este mundo. “Mi mamá era de Cachi, pero vino aquí porque mi papá trabajaba en el ferrocarril, que hoy todavía están las vías rumbo a Socompa, y cuando éramos chicos se separaron y mi padre se fue, dejando a mi mamá sola con mis cinco hermanos”, relata. En medio de la necesidad surgió el emprendimiento que medio siglo después conserva la misma esencia. “A ella se le ocurrió usar una pieza como hospedaje, y siempre hacía de comer, empanaditas, rosquetes, para los trabajadores mineros, y así siguió hasta que se compró su casita, y más adelante empezó con el servicio de catering”, narra.
En temporadas de mucho trabajo pone una larga mesa en el comedor y los clientes degustan sus especialidades, que le dicen “alimentan alma y espíritu”: estofados, locro, empanadas, pan casero y anchi de postre. Su día comienza a las 4 de la mañana, para tener listas las viandas que pasan a buscar los empleados de las minas, y hasta las 8 de la noche no para, porque también recibe otra tanda de gente para la cena. Su marido y uno de sus hijos también son mineros, y reconoce que dependen de la actividad para que la localidad crezca, pero cuando surgen desacuerdos, en el pueblo el respeto por la Tierra y la Pachamama está por encima de todo.
“Hay gente que puede estar disconforme con algunas grandes empresas, más cuando nos dejan de lado, porque son nuestras tierras las que están usando, y nos piden permiso para usarlas, a nosotros, los originarios, se las brindamos, y colaboramos. Siempre y cuando sea responsable, se respeten nuestras creencias y no contaminen, porque aquí ni siquiera usamos descartables para la comida. No queremos perjudicar el medio ambiente ni de nuestra provincia ni de la Nación”, sentencia. Es la única de su familia que eligió quedarse en Olacapato, para no abandonar la herencia, y aunque implica mucho sacrificio, en cada frase denota la felicidad que siente al repuntar la vivienda que dejó su mamá.
“Son muchos recuerdos lindos, muchas anécdotas, hemos recibido gente de todo el mundo: chinos, japoneses, italianos, alemanes, mucha gente de Hungría, y es un día a día, porque vienen geólogos para estudiar el suelo, después empieza la exploración, el campamento, y después otra vez Olacapato queda en silencio”, expresa conmovida. Algunos proyectos duran seis meses, con muchos rostros nuevos que pasan por el hospedaje Ema Choque y su comedor, al que llamó “La Estrella”, y cuando concluyen, comienza la incertidumbre de cuándo llegará la próxima temporada.
Te puede interesar: Naicó, un pueblo de 8 habitantes, historias misteriosas y fines de semana llenos de turistas
“En este último tiempo están viniendo más seguido, pero en pandemia estuvimos sin trabajo, sin nada. Por eso yo aplico lo que me aconsejó una vez un geólogo, que si quiero ser emprendedora no tengo que gastar en lo que no me va a hacer falta, y tengo que dedicarme a mejorar lo mío cuando tengo ingresos, para ofrecer cada vez un mejor servicio; y así hago, siempre con algún arreglito”, cuenta. La otra guía infalible son las palabras de su madre, que siempre le dijo que hay dos valores que deben ser intocables: la voluntad y la honestidad.
“Sin eso no se construye la confianza, y ella siempre nos decía que no hay pobreza mientras uno mantenga eso y encare el trabajo con muchas ganas”, manifiesta. La capital salteña está a cuatro horas de viaje, y suele ir seguido porque también tiene familia ahí. “A los pocos días extraño Olacapato y quiero volver porque me gusta estar en el hospedaje, pero cuando uno llega a cierta edad, a veces ordenan los hijos”, cuenta, y entre risas dice que “ya no es una jovencita”. Tiene 63 años, pero asegura que aunque el tiempo avance, hay deseos que la van a acompañar toda la vida. “Yo le digo a mis hijos que tienen que estudiar algo que les guste, y también algo beneficioso para nuestro pueblo, para que la gente no se vaya del todo y queden siempre personas, porque es lindo retribuir al lugar del que uno es”, sostiene.
La vida en las alturas
“Aquí estamos haciendo patria en este lugarcito, que dicen es el más alto de la Argentina, y vivimos el día a día tranquilos, con mucha humildad, con mucha sinceridad, y mucho respeto”, asegura Juanito, delegado de la localidad, nacido y criado en Olacapato. Una vez más, la colaboración es el eje de la charla, atento a toda información que pueda brindar. “Siempre colaboramos con la gente que viene a trabajar, todos son bienvenidos porque sabemos que quien viene necesita llevar el sostén a la casa, que detrás hay un chico que mantener, una familia, un hijo que estudia, y siempre estamos dispuestos a dar una mano porque todos nos merecemos una vida digna”, resalta.
Una vez un amigo le comentó que hay otra localidad en la provincia de Jujuy que también está a más de 4100 metros sobre el nivel del mar, pero confiesa que como hay muy pocos registros al respecto, no hubo quien profundice esa afirmación. Se trata de Nuevo Pirquitas, que pertenece al departamento jujeño de Rinconada, y que también es un poblado minero, pero con otras características históricas, donde la población tuvo distintas etapas, en base a la actividad de la mina que lleva el nombre del lugar. “Puede ser que haya más localidades, pero hasta el momento Olacapato suele ser conocido como el pueblo más alto de nuestro país”, expresa, y lo asocia a la condición de que estuvo permanentemente habitado, de forma ininterrumpida desde su fundación, y además tuvo la estación del ferrocarril, lo que le brindó más conexión con otros sitios cercanos.
Ubicados a 60 kilómetros de San Antonio de los Cobres, los rodea un cordón montañoso y cerros de más de 5000 metros de altura, en plena puna salteña. El té de coca y también de pupusa, un arbusto pequeño que crece entre las piedras, son los aliados para combatir el mal de altura. Las casas hechas con ladrillos de adobe forman parte del paisaje, y el clima árido representa algunos desafíos. “En este clima invernal el agua se congela, pero hemos ido mejorando, porque hasta 2015 el agua llegaba por la cañería del ferrocarril, y teníamos problemas el óxido, pero hicimos tres kilómetros de caños de PVC, un toma de agua nueva, y ahora llega a todo el pueblo”, indica.
Desde hace 30 años Juanito trabaja en la central eléctrica, y sus vecinos lo eligieron para que fuese delegado, los mismos que homenajearon a su padre al ponerle su nombre a la plaza central. “Mi padre trabajó en la minería, y fue uno de los fundadores del pueblo junto a otras siete personas que hicieron la primaria, el puesto sanitario, la iglesia, la escuela de manualidades, todo ad honorem, y como queríamos rendirles tributo hicimos una encuesta cuando íbamos a inaugurar la plaza, y la gente eligió que se llame Tata Gorgo, como le decían a mi papá, que se llamaba Gorgonio Quipildor”, explica.
Su padre fue receptor municipal de Olacapato por varios años, y siempre le decía que “no quería que el pueblo quede tirado”, y le pedía que cuando él faltara, siguiera con esa misión. “Al principio, cuando era más joven a mí me gustaban mucho los vehículos, la ruta, otro tipo de vida, pero después entendí lo que me quiso decir, y soy su hijo, así que seguí su consejo, y conozco el departamento entero”, revela. Desde que empezó en su rol se propuso varias metas que se fueron cumpliendo con la ayuda de la comunidad: consiguieron un tractor para hacer la recolección de basura, que antes se hacía en un carrito; construyeron un centro digital para que los más chicos puedan tener un punto con internet para hacer sus tareas; sumaron un playón deportivo con baños calefaccionados y duchas; e inauguraron la primera plaza central.
“Ahora estamos planeando hacer un cerramiento para que los chicos puedan utilizar la cancha de fútbol las 24 horas, resguardándose de las condiciones climáticas”, proyecta. Juanito tiene dos trabajos, porque sigue firme en la central eléctrica, y a la par cumple su función municipal. Aunque su jornada comienza a las 6 de la mañana y termina a las 2 de la madrugada muchas veces, asegura que “lo hace con mucha felicidad”, y detrás de su devoción hay también una sincera muestra de gratitud para quienes lo contuvieron en un momento desgarrador de su vida.
“Siempre escucho los problemas de la gente muy tranquilo, porque cuando me cuentan algo de su vida cotidiana entiendo que buscan soluciones, que si me piden algo es porque lo necesitan, y uno tiene que ofrecer buena voluntad, porque al que está en el piso no lo podés patear; es como cuando sos chango, primero aprendés a caminar, después andás solo y después ya corrés y no te alcanzan”, asegura con convicción.
“Dar y ofrecer”, esa es siempre su respuesta. “Nunca se sabe cuándo vas a ser vos quien necesite, la vida da muchas vueltas y cuando te toca pasar algo malo, es la única forma de que alguien también colabore con vos, y hemos pasado en 2012 una tragedia grande”, revela. Y confiesa: “Tuvimos una crecida de ríos que se metió en el pueblo, se llevó varias casas y yo perdí a mi hija, que estaba embarazada y a tres de mis nietos; yo todo esas cosas las pasé, las sentí, y sé lo que es perder a un ser querido, o a tres al mismo tiempo, lo que es perder una familia; aquí me contuvieron, me ayudaron, y yo no puedo hacer más que devolverles eso”.
“Son mis ángeles en el cielo, es como si la tuviera al lado a mi hija todo el tiempo guiándome, me dan valor, me ayudan todos los días, y lo que pasó nos hizo más fuertes, nos enseñó que la naturaleza cuando quiere despertar, se despierta y hay que estar atentos para evitar todo lo que se pueda; por eso hemos hecho la barrera y nunca más sucedió”, agrega con una actitud que conmueve. Al mirar al cielo, dice que es como si pudiera acariciar las nubes, y se refugia en el sentimiento de que de verdad esta “más cerca de ellos”, por vivir en las alturas. Al igual que Ema, que tomó el legado de su madre, él también le hace honor a los valores de su papá. “Nadie te puede quitar dar por el otro, que es algo muy lindo, y lo que yo quiero es que los demás estén bien, porque cuando sea así, yo voy a estar mucho mejor”, sentencia.
Tiempos dorados
Hasta la década del ‘90 había una estación de tren del Ferrocarril General Belgrano, que llegaba a la localidad, y para Juanito el tren representa recuerdos de tiempos de oportunidades. “Como a la mayoría de los pueblos alejados de la zona céntrica, nos resolvía mucho y nos servía porque el tren recorría desde Salta capital hasta Socompa, salía a las 15 de Salta y llegaba a las 11 de la mañana a Socompa; ahí hacían cambio de personal y volvía a salir a la capital, pero cerró y quedamos todos a la deriva”, se lamenta.
Las vías donde antes veían pasar hasta 70 vagones, hoy están en completo desuso. “Hasta traían encomiendas, venía un revistero a vender revistas y los chicos esperaban con ansias ver cuáles traía porque algunas venían con sorpresas, con algún juguete, y era una novedad para nosotros”, rememora. La secuencia que se le viene a la mente es el momento en que arribaba un tren al que le decían “cooperativa”, que traía mercadería económica cada 15 días, con variedad de verduras que muchos aprovechaban a comprar.
“Mi padre era muy humilde, trabajaba como peón general y ganaba muy poco, éramos varios hermanos y no nos alcanzaba, entonces cuando tenía 13 años llevaba una carretilla, me ofrecía a cargarle a la gente, y era una changuita por la que me pagaban algo de plata, o sino me daban un poco de zanahoria, de papa, carne, que nos servía para la semana”, recuerda. Todas esas vivencias las fue volcando en otra de sus facetas, la de compositor musical, y fue escribiendo temas sobre su vida en Olapacato.
“Tenía un grupo que se llamaba El Capricho, y hay un tema que se llama ‘Callecita polvorienta’, porque aquí todos los días corre viento en las calles, y tengo un hijo y un nieto que son músicos también; empezaron a los 9 años y hoy están en los festivales tocando en Salta”, dice con orgullo. Con la misma emoción cuenta que otros artistas de renombre han tocado sus canciones, y son instantes que se guarda en el corazón. “Ver que me saludan, que se acuerden de uno, es algo hermoso”, celebra. La alegría también está presente en épocas de Carnaval, donde visitan San Antonio de los Cobres, ciudad cabecera del departamento de Los Andes.
“Cuando vamos no quieren que nos regresemos porque nos encanta alegrar a otros, somos muy divertidos, y se sorprenden cuando nos conocen”, asegura. Otra de las tradiciones que practican es la de darle de comer a la Tierra todos los 1° de agosto, Día de la Pachamama. “No puede faltar la mazorca, las papas andinas, zapallo, carne seca, las bebidas, y para los invitados se sirven empanadas y locro; todo el pueblo va a un lugar que consideramos sagrado, que queda a tres kilómetros y le llaman ‘la piedra de Goyo’, por el abuelo de piedra”, detalla.
Cada 1° de noviembre preparan una mesa con ofrendas para los difuntos, y es otro de los rituales que realizan todos los años. “Es el recuerdo de las almitas, donde nos visitan nuestros seres queridos, que son creencias que nos enseñaron los antepasados y las seguimos aplicando; celebramos también el 8 de diciembre el Día de la Virgen, y el viernes santo salimos al campo, rezamos, y no comemos carne”, comenta. Para el Día del Niño le sirven un chocolate caliente a los más chicos, arman juegos infantiles, peloteros, y llegan payasos que animan la jornada, para que pasen un momento divertido, además de sorprenderlos con los juguetes que van recolectando a lo largo del año con donaciones y compras.
“Estamos todos los días remando y poniendo el pecho para salir adelante”, resume. En este sentido, al igual que la dueña de uno de los primeros hospedajes de Olacapato, coincide en que la actividad minera es muy importante para la localidad. “Pretendemos que la minería no nos perjudique, sino que nos beneficie, y realmente nos brindan puestos de trabajo al incorporar mano de obra local, pero también queremos que sea controlada, que juntos crezcamos, porque si la minería crece, nosotros también vamos a tener un mejor vivir. Hoy es la única opción laboral, porque hay poco ganado, no hay mucha siembra, y de eso no se puede vivir”, argumenta Juanito.
Hay más proyectos en marcha para su pueblo natal: la potabilización plena del agua, que baja directamente de la Quebrada y desean curarla de forma definitiva, implementar una red cloacal, y la mejora del centro vecinal para que tenga calefacción. “Entre el Gobierno, las empresas y los pueblos originarios, que colaboran mucho, siempre estamos trabajando, porque la única manera de crecer es agarrar este carro y avanzar entre todos en una sola dirección”, insiste. Eso no es todo, porque a la hora de soñar siempre hay lugar para más.
“Antes de la pandemia estábamos trabajando en ofrecer una opción turística, porque tenemos al sur de Olacapato el cerro de Queva -también conocido como El Nevado de Quewar o de Quevar, un volcán inactivo que está cubierto de nieve gran parte del año, que contiene un pequeño glaciar dentro del cráter-, y ahora que se está normalizando estamos retomando la idea. Y también pensamos que sería buenísimo fabricar agua mineral con el nombre de aquí, porque tenemos muy buena agua”, asegura.
Aunque la información es escasa sobre el significado de “Olacapato”, una de las versiones indica que podría proceder de la lengua cunza o atacameña, y hacer referencia a la voz kavatur, que se traduce en dos palabras: “grande” y “crecer”. Sin dudas, nació con esa impronta, y aunque años atrás no contaban ni con la mitad de los recursos que tienen actualmente, siguen trabajando en conjunto a paso firme, guiados por la solidaridad, el esfuerzo, y el aprendizaje para lograr todo lo que se proponen.
Seguir leyendo: