Si hay una palabra para definir a Romina Milicich es resiliencia. Nacida en Las Flores, provincia de Buenos Aires, con 34 años ya enfrentó muchos obstáculos que le puso la vida por delante. Pero, por fortuna, siempre halló contención.
Romina es geoquímica, una profesión poco frecuente. “Siempre lo tengo que explicar. Es una especialidad dentro de las geociencias, que implica estudiar la composición de todos los elementos que involucran la geología, el aire, el agua y en nuestro caso las rocas, el petróleo, estudiar su composición. Es como cuando te vas a hacer un análisis de sangre”, señala.
Cuando en 2007 ingresó a la facultad, en La Plata, su idea era estudiar medicina. Pero en esa época, el ingreso era por un sistema de eliminación. Romina pensó entonces en sus padres, a quienes no les sobraba el dinero. “Para que mis viejos no tuviesen que mantenerme, pagar un alquiler y yo tener que volverme, decidí anotarme en una facultad que no tuviese ingreso eliminatorio. De lo demás, lo que más me gustaba eran las ciencias naturales. Así que me anoté en la Facultad de Ciencias Naturales y Museos acá en La Plata, cuyo primer año es común a varias carreras. Estando ahí, en el curso de ingreso, conocí una profe que era geoquímica y me dijo que eran cuatro o cinco en toda la facultad, y pensé ‘bueno, voy a tener trabajo, si son pocos voy a tener trabajo’, así que por eso lo elegí”.
El ejemplo de sus padres siempre es un norte para Romina. Ellos, que siempre tuvieron que trabajar y no pudieron terminar el secundario, enfocaron todos sus esfuerzos para que ella lo lograra. Y así fue, Romina se convirtió en la primera de su familia en ser universitaria. Sin embargo, no era sencillo. Durante los meses de verano, ella regresaba a Las Flores y ayudaba en el taller de costura de su madre. Pero el destino, y el orgullo con que su familia hablaba de ella, hizo de trampolín.
“Fue muy casual todo, pero siempre de la mano de personas que ayudan a otras personas. En ese momento mi tío trabajaba en la estación de servicio de YPF de Las Flores, sobre la ruta 3. Charlando con su jefe, éste le dijo ‘que bueno su sobrina, ¿eh?’ Mi tío le dijo que estaba estudiando y estaba complicada por la situación económica y que no sabía si iba a poder seguir… Entonces el hombre le prometió que le iba a pasar algún contacto para las becas que da la Fundación YPF”, recuerda.
Las becas consisten en ayudar a los estudiantes económicamente para que puedan completar sus estudios. La postulación puede ser en cualquier momento de la carrera. Lo que YPF tiene en cuenta es el mérito académico y la situación socioeconómica del que la solicita, cuenta. Con esa carta en la mano, Romina aplicó para la beca.
El azar también jugó sus barajas. “Entré por la ventana”, dice Romina. “Cuando llegué había terminado la recepción de las postulaciones un día a las 4 de la tarde y yo fui a las 9 de la mañana del día siguiente. Pero la persona que las recibía acá en el Rectorado en La Plata me habrá visto la cara de ‘por favor’, charlamos un poco de cuál era mi situación y de cuando me había enterado, que había sido dos días antes… Entonces me dijo ‘bueno, deja los papeles que los pongo con la pila de aplicaciones’”.
Luego de varias entrevistas, Romina logró ser aprobada para recibir la beca. Con ella ya no necesitó la ayuda de sus padres para los gastos de estudio y el alquiler en La Plata. “Tuve la posibilidad de enfocarme solo en el estudio”, enfatiza.
Pero poco tiempo antes de terminar la carrera, YPF dejó de ser quien sostenía sus estudios para convertirse en su lugar de trabajo. “También fue una casualidad, porque somos pocos los que estudiamos geoquímica. Gustavo, un químico que ya trabajaba en YPF, buscaba un pasante. Coordinamos una entrevista. Ellos no sabían que era becaria. Me contactaron para empezar un proceso de formación con una persona que tenía un problema de salud, y sabía que más tarde o más temprano lo iba a alejar de su profesión. Él pidió entrenar jóvenes para que pudieran seguir haciendo lo que él hizo toda la vida como geoquímico en YPF. Y fui la primera de cinco que nos formamos con él”.
El futuro parecía correría hacia adelante sin escollos. Pero pronto, Romina supo que debía enfrentar algo tremendo. El 1ero. de mayo de 2017 estaba en su ciudad, Las Flores, aprovechando el feriado largo. De repente sintió un dolor de cabeza terrible. Fue a una guardia, la dejaron en observación, la medicaron y la enviaron a su casa con el diagnóstico de “contractura cervical”. Pero Romina sospechó que había algo más. Viajó a La Plata y durante un mes se sometió a distintos estudios, como resonancia magnética y tomografías. El resultado pareció lapidario: “El diagnóstico fue que tenía una aneurisma cerebral detrás del ojo del lado derecho”.
Ese mismo año tuvo la primera operación cerebral, una intervención muy riesgosa. “Antes de entrar al quirófano, mis papás firmaron un papel que decía que podía salir bien o mal. Yo confiaba en el equipo médico, era la única opción que tenía, no había mucho que pensar”.
Lo que no olvida -y volvió a corroborarlo dos veces más- es el apoyo de su jefe y todo el equipo de YPF. “Me acompañaron súper cerca, estaban muy en contacto con mi familia. Como salió todo bien y la operación se hace de manera endovascular, me recuperé rápido. A los diez días hacía vida normal y volví a trabajar”, cuenta.
Pero la corrección que le practicaron no quedó del todo bien, y los episodios de dolor de cabeza regresaron. Tuvo que avisar en su trabajo que debía operarse nuevamente. “Me llamó el gerente, Carlos, y me dijo ‘mirá, vos no te podés operar una vez al año. Andá, hablalo con el médico y tomate el tiempo necesario, no sólo para atravesar la operación, sino para recuperarte como tenés que hacerlo. ¿Sabés qué importante es estar en un trabajo en el que estás transitando algo tan duro, donde además tenés preocupaciones como ‘voy a perder el trabajo’ o ‘me da miedo decirle a mi jefe que me voy a tener que volver a operar’ y que te digan eso? Es como un alivio, como bueno, tengo esta espalda, tengo este apoyo”, explica agradecida.
Estuvo dos meses de licencia, y cuando parecía que todo lo malo había pasado, recibió una noticia que la paralizó. El momento más duro de su vida: su padre había sido diagnosticado con leucemia. “Es todo muy reciente. Está todo muy a flor de piel, fue hace tres meses. A mi se me desbordó la vida, porque mi papá es la base de la estructura familiar. Cuando ellos vieron que yo estaba estudiando y no me podía mantener volvieron del taller de costura a su primera profesión, que era la panadería. Y de repente, toda esta situación de salud…”.
Y así como llegó el mazazo, también encontró la mano que la sostuvo en el ámbito laboral. “Lo primero que hice fue decirle a mis jefes ‘miren, me está pasando esto… no sé qué hacer, no sé cómo seguir, no se si mañana me puedo conectar, no les puedo decir más que esto’. Y automáticamente ellos me contactaron, me contestaron diciendo, de vuelta, ‘no te preocupes por nada, te vamos a ayudar’. Y mi jefe contactó al referente de Obra Social YPF, con quien tuve comunicación desde el primer momento, una persona que tiene una estructura enorme ocupándose de mi situación como empleada. Mi papá no tenía mi misma obra social, no tenía ningún vínculo con YPF, entonces me sentí muy afortunada de estar trabajando en un lugar que que se ocupe de esas cosas, porque como mi empleador podrían haber dicho ‘tomate la licencia que necesites, nos vemos cuando vuelvas y que te vaya bien’, pero no, dijeron ‘danos todos los datos de tu papá’”, se emociona. Y emociona a todos.
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