“Yo ya era raro de antes, así que nos juntamos con Enrique Pichón Rivière y nos hicimos amigos enseguida. Estuve diez años al lado de Pichón. Cuando nos conocimos reforcé mis partes más insólitas y de trabajos alternativos, de formas fuera del sistema académico. Pichón me nombró “médico de almas”. Él consideró que yo podía trabajar curando gente”. Así hablaba Alfredo Moffatt de uno de sus maestros, el referente de la Psicología Social, reconocido incluso en el exterior.
El fundador de la Escuela Nacional de Psicología Social Argentina recordaba esos momentos frente a quien escribe esta nota el 8 de enero de 2005. El hombre de barba blanca, cabello cano y pantalón dos talles más grandes hablaba frente a una cocina destartalada. En un jarro de aluminio había calentado dos salchichas mientras preparaba un mate cocido en un tazón esmaltado descascarado. Era su desayuno habitual. Acompañaba los embutidos con tres galletitas de agua untadas con mostaza. Minutos después emprendería una de sus tareas más valiosas y dolorosas: acompañar a los sobrevivientes, víctimas y familiares de la tragedia del boliche República de Cromañon, el incnedio en el que murieron 194 jóvenes durante un recital de Callejeros, el 30 de diciembre de 2004. Moffatt, en colaboración con sus alumnos y asistentes quería contenerlos a todos. Una tarea titánica. Era un quijote, el se definía como “un pesimista esperanzado”.
el domingo por la mañana, y a consecuencia de una neumonía bilateral, falleció uno de los mayores referentes de la psicología social de nuestro país, dejando tras de sí un legado invaluable y una enseñanza de vida que muy pocos lograrán repetir. “Trabajé con pobres, con locos, con chicos, adentro del país, afuera del país”, decía Moffat. “Me desgasté, trabajé demasiado. Entonces lo que quiero hacer ahora es que eso sirva para que otros sigan aliviando el dolor de los que no tienen terapia, el dolor de los que están desamparados”, reflexionaría años más tarde.
Moffatt nació el 12 de enero de 1934 en el hospital Rivadavia de la Capital Federal. Fue criado hasta los cuatro por su familia materna alemana. Eran inmigrantes que llegaron a Comodoro Rivadavia a fines de la Primera Guerra Mundial y comenzaron a ganarse la vida desde abajo. Con lágrimas en sus ojos, en algunas de sus clases, acompañado por Diego Nacarada, uno de sus discípulos, también psicólogo social, solía recordar que de su madre recibió “el mandato de vencer las dificultades, ya que ella venía de la guerra y llegó a la Argentina con sólo 12 años”. De su familia paterna, en cambio, afirmaba que “heredé la distancia inglesa, que me sirve para preservarme en la terapia con situaciones límite”. Y agregaba: “Viví tantos años e hice tantas cosas que me parece que hubiera nacido en el 1800... Tengo miedo de irme y que se pierda la experiencia de una persona que durante más de cincuenta años estuvo trabajando con el dolor psicológico de los que más sufren”, decía.
“Por suerte tuve tiempo de acompañarlo hasta el final, de desearle un buen viaje a ese otro plano dónde seguramente se encontrará con Vicente Zito Lema; Pichón y tantos otros que pelearon realmente por un mundo más justo. Moffatt fue uno de los tipos más coherentes y consecuentes que conocí”, dice a Infobae con voz quebrada Diego Nacarada, continuador de los talleres de Cooperanza en el Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda, en la Ciudad de Buenos Aires.
“Alfredo fue un bordero. Anduvo siempre entre los bordes, entre los marginales, en esos lugares dónde el saber académico a veces no llega porque se olvida del saber y la cultura popular y Alfredo Moffatt supo dialogar entre el saber popular y la academia. El siempre intentó bajar a los niveles mas accesibles para el pueblo”, destaca Nacarada también uno de los fundadores de “Espiral Mambo”.
Moffatt también acompañó a sol y sombra a las víctimas de la tragedia de Once, el tren siniestrado en esa estación terminal que se cobró la vida de 52 personas, una por nacer, y 789 resultaron heridas el el 22 de febrero de 2012.
“Estamos tristes ante tu partida. Y agradecidos por haberte conocido y compartido experiencias y aprendizajes infinitos, a los que tu generosidad siempre nos abrió la puerta. Maestro, buscador incansable de lo reparatorio, exploraste los rincones de la vida cotidiana, peleaste desde la panza del monstruo manicomial y nos invitaste siempre a multiplicar la salud mental, recuperarla, reinventarla, sin plata y sin permiso, entre todos y como se pueda. ¡Gracias Alfredo! ¡Hasta siempre! Espira Mambo te celebra”, lo recordaron desde ese espacio social compuesto por ex alumnos y colaboradores de Moffatt, entre otros.
En uno de sus libros, Terapia de Crisis, la emergencia psicológica, Moffatt señala que “cuando falla el mecanismo que transforma la pérdida en recuerdo se instala el fantasma de la depresión”. En ese notable escrito, el maestro de la psicología social afirma: “El depresivo se vincula con un fantasma que es alguien que está y no está. Como queda abrazado a lo perdido y pierde los brazos para vincularse con personas reales, vive en el pasado. Las causas pueden ser de dos tipos: una por pérdida traumática (orfandad, pérdidas importantes que no tuvieron proceso de duelo, que no pudieron llorarse y compartirse) y la otra es por no haber tenido un hogar donde se le enseñara el deseo, la exploración del mundo, sólo aprendió la desesperanza, son familias grises, escuelas de frustración. El diálogo es interior y tiene como argumento el reproche o la culpa. El mundo le es ajeno y lejano, su percepción es endoperceptiva (está dirigida hacia adentro)”.
Diego Nacarada recuerda que “entre los años 1982 y 1983 con el advenimiento de la democracia, sin plata y sin permiso, Moffatt fundó una mutual de ayuda psicológica alternativa ubicada en el barrio porteño de Almagro. En esta organización trabajaron solidariamente cientos de psicólogos sociales y psicólogos clínicos. También escritores y artistas coordinando diversos Talleres de expresión”. “Esa fue una experiencia humana de solidaridad y de búsqueda; el pasaje de lo solitario a lo solidario”. agrega.
De esa manera, en el último adiós, recordaban a Moffatt quienes tomaron de él lo más valioso de una persona, el dar todo por el otro sin esperar recibir nada. “Alfredo. además de un maestro, fue un compañero de vida. ¨Porque siempre militó por la solidaridad. Fue generoso. Una de estas personas que siempre trabajan con los excluidos de los excluidos, con los que nadie quiere trabajar y que son negados, como los locos y los pobres en el territorio, poniendo el cuerpo todo el tiempo”, describía Nacarada.
Alfredo Moffatt deja un lugar que quizás nadie logre ocupar, o al menos no como lo hizo él.
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