Pocas horas antes de su muerte, Juan Domingo Perón parecía recuperado. Las perspectivas clínicas eran mejores. La mucama española Rosario Alvarez Espinosa, que lo acompañaba desde hacía casi quince años, escribió en su diario personal.
“El lunes 1º de julio Isabelita llamó a una reunión de gabinete de ministros. Y Perón le dijo ‘¿justo hoy tiene que ser…?’. Yo estaba al lado. Después se levantó de la cama y se sentó en un sillón”.
A las diez de la mañana comenzó la reunión de gabinete. A las 10.25 se escucharon corridas en el primer piso de la residencia. El General se había descompuesto.
La mucama escribió en su diario:
“De golpe, Perón empezó a perder el aire, tenía la boca abierta y una gobernanta empezó a abanicarlo. Estaba con convulsiones en el sillón y dijo ‘me voy, me voy’ y cayó para el suelo de costado”.
Rosario Álvarez Espinosa conoció al general Perón cuando él se instaló como huésped en el hotel El Pinar de Torremolinos, España, una mañana del 30 de enero de 1960. Ella era la señora de la limpieza. A esas alturas, el expresidente llevaba casi cinco años recorriendo Sudamérica y el Caribe en busca de asilo político. Ese día, Perón alquiló una casa frente al mar, mientras esperaba que el generalísimo Francisco Franco le permitiera residir en Madrid.
Había llegado junto a Canela y Finola, sus dos perritos caniche, y su novia, Isabel Martínez, que entonces era una bailarina treinta años más joven que había conocido en Panamá.
En la Semana Santa de 1960, Perón quiso llevar a su Rosario a vivir a Madrid. A pesar de sus 37 años, ella no contaba con la autorización de sus padres. El líder exiliado se acercó a la imprenta de su hermano, en Antequera, para persuadirlo. La madre tenía dudas. “Va a estar muy lejos de su familia”. “Su familia somos nosotros”, le respondió Perón con una sonrisa que la emocionó.
El curso de una vida doméstica que suponía sin sobresaltos cambió de rumbo, de repente. Rosario vivió todos los avatares del matrimonio Perón: participó del casamiento de la pareja en noviembre de 1961, organizado en secreto. Diez años más tarde, le tocó recibir el cuerpo embalsamado de Eva Perón, que había permanecido secuestrado 16 años. También asistió al general Perón cuando agonizaba en su lecho presidencial en julio de 1974, y tres años más tarde salvó a Isabel Perón del suicidio cuando estaba detenida en una base naval.
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En la residencia de Puerta de Hierro, Madrid, mientras limpiaba la casa, Rosario se acostumbró a escuchar la voz de Perón grabando en un magnetófono su mensaje a los trabajadores en la soledad de su estudio. Le vio hacer gárgaras con emulsiones desinfectantes después de las comidas, perseguir a los patos en el parque y pedir cigarrillos a escondidas a la guardia que custodiaba su casa. También presenció la llegada de José López Rega, el sargento de policía retirado que Isabel trajo como secretario personal a Puerta de Hierro luego de una gira por Argentina, a mediados de 1966.
“López pasaba muchas horas encerrado en la habitación con Isabel. Siempre decían: ‘Tenemos que trabajar muchísimo por el movimiento peronista. Vamos a arreglar esto o lo otro’. Perón no les decía nada. Les tendría mucha confianza o no le importaba. Pero después él la llamaba desde el comedor: ‘Isabelita, bajá que hay una película muy bonita’, y al rato ella bajaba”, recordó Rosario en entrevista con el autor de este artículo.
En septiembre de 1971, el exilio de Perón era una presión política cada vez más insostenible para los militares. Le propusieron un acuerdo. Uno de los puntos incluía la restitución del cadáver de su segunda esposa, Evita.
“Perón no lo esperaba. Y aparecieron unos señores italianos en un coche particular. El cuerpo estaba en una caja de madera, y adentro había otra de zinc. Perón intentó abrirla y en su desesperación se cortó las manos. Empezaron a sangrarle. Evita estaba amarilla. Parecía que la hubieran quemado. Con Isabelita la cambiamos de ropa, le colocamos un vestido nuevo, la peinamos y la colocamos en una mesa con una sábana blanca, en el primer piso. Perón visitaba el cuerpo todos los días. Pasaba mucho tiempo junto a ella. Me impresionaba verlos juntos. Yo le ponía flores todos los días y le pedía a Evita que el General pudiera regresar a Argentina. Se lo merecía”.
Problemas cardíacos
Perón volvió a Argentina después de diecisiete años de exilio y a fines en junio de 1973 tuvo una alteración cardiaca y fue obligado a una convalecencia de diez días, que en público se enmascaró como “una fuerte gripe” por el cambio de clima.
Los médicos le recomendaban reposo. A medida que su salud se deterioraba, iba avanzando hacia el poder. En octubre de 1973 fue elegido presidente. Rosario Álvarez se instaló en la residencia de Olivos. Al poco tiempo, una llamada telefónica la conmovió. “El 22 de enero llamó mi hermano y me dijo que mi madre había fallecido. Yo no tenía consuelo. Me pasaba el día llorando. Y el General me consoló: ‘No estás sola, nos tenés a nosotros’. Eso me dio mucho ánimo. Ya nunca más me sentí desamparada’.
El 12 de junio fue la última vez que Perón habló desde el balcón de la Casa Rosada.
Por la mañana, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, había amenazado en forma implícita con su renuncia a la Presidencia por las críticas de la prensa ante el creciente desabastecimiento de productos, que sólo podían encontrarse a un precio mayor en el “mercado negro”. López Rega, en su intento de sumar dramatismo político a la amenaza de Perón, avisó que, en ese caso, él e Isabel también se irían del país.
Perón dijo que sabía que su regreso implicaba un proceso difícil y peligroso pero que no podía rehuir de esa responsabilidad frente al pueblo. “Yo vine al país para unir y no para fomentar la desunión de los argentinos. (…) Yo vine para ayudar a reconstruir el hombre argentino, destruido por largos años de sometimiento político, económico y social. Pero hay pequeñas sectas, perfectamente identificadas, con las que hasta el momento fuimos tolerantes, que se empeñan en obstruir nuestro proceso; son los que están saboteando nuestra independencia y nuestra independencia política exterior; son quienes intentan socavar las bases del acuerdo social, forjado para lanzar la Reconstrucción Nacional […] Creo que ha llegado la hora de reflexionar acerca de lo que está pasando en el país y depurar de malezas este proceso porque, de lo contrario, pueden esperarse horas muy aciagas para el porvenir de la República”.
Apenas se conocieron las palabras de Perón, la CGT convocó a los trabajadores a movilizarse a la Plaza de Mayo para confortarlo y demostrarle su lealtad. La Plaza se llenó.
Por la tarde, cuando salió al balcón de la Casa de Gobierno -lo haría por última vez en su vida-, reivindicó todas las políticas que había imaginado que podría aplicar para su tercera presidencia: la liberación nacional, el pacto social, el proyecto nacional y el programa de reconstrucción democrática.
“Compañeros: retempla mi espíritu. Estoy en presencia de este pueblo que toma en sus manos la responsabilidad de defender a la Patria. Creo, también, que ha llegado la hora de que pongamos las cosas en claro. Estamos luchando por superar lo que nos han dejado en la República, y en esa lucha no debe faltar un solo argentino que tenga el corazón bien templado. Sabemos que tenemos enemigos que han comenzado a mostrar sus uñas. Pero, también sabemos que tenemos a nuestro lado al pueblo, y cuando éste se decide a la lucha, suele ser invencible”
En ese discurso dejo una frase para su legado histórico: “Yo me llevo en mis oído la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”.
Fue un discurso en el que Perón exhibió su frustración política a casi un año de retorno al país.
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En sus últimos meses el Presidente casi no salía de la residencia de Olivos y atendía sólo por algunas horas al día las cuestiones de Estado. En los momentos en que no permanecía acostado en su cama jugueteando con los caniches, le gustaba vestir el uniforme de general, o ponerse alguno de sus trajes blancos y salir a caminar por el parque de la residencia.
Ahora, en junio de 1974, a nueve meses de su tercer gobierno, la democracia se iba consumiendo día tras día por la violencia política desatada en el interior del peronismo y la represión ilegal instrumentada desde el Estado que él mismo conducía. Las instituciones tenían cada vez menos peso y las fuerzas políticas cada vez menos incidencia en la vida del país.
Su vida también se estaba consumiendo.
Esas tardes no existía para él mayor placer que conversar con los soldados rasos, contarles anécdotas de su vida militar, y disfrutaba con ellos del sabor de un asado, una copa o el último cigarrillo, mientras la custodia del ministro López Rega retozaba dentro de sus autos Torino Grand Routier negros con comunicación policial, o tomaban las armas para afinar la puntería en el polígono de tiro de la quinta.
A principios de junio de 1974, Perón viajó al Paraguay. Estaba enfermo y pálido, con ojeras marcadas, pero también emocionado al recordar en la misma cañonera “Humaitá” los primeros días de su desdicha en el exilio, luego de que la Revolución Libertadora lo despojara del poder en 1955. Permaneció en cubierta, bajo una implacable lluvia. Al regresar a Buenos Aires almorzó en un restaurante de la Costanera, expuesto al viento que subía desde el Río de la Plata. Se recluyó en Olivos. Desde hacía días que ya no recibía a nadie.
La agonía final
Ese mes, en reunión de gabinete, se decidió que todo lo que tuviera que firmar Perón se lo entregaran a Isabel o López Rega, y que no fuese molestado por los ministros por temas que pudieran alterar su ánimo.
Perón estaba cuidado por un equipo de emergencias, integrado por médicos residentes del Hospital Italiano, que habían logrado instalarse en la planta baja de la residencia, en los últimos meses, pese a la desconfianza que generaba en el ministro de Bienestar Social.
López Rega, a su modo, también quería protegerlo: había instalado un micrófono en la mesa de luz del General, que estaba conectado a su habitación del primer piso, y cuando escuchaba sus quejidos, aparecía de inmediato. Sus diagnósticos vinculaban la aparición de los males a la posición de los astros.
El 15 de junio, López Rega e Isabel iniciaron una gira por España, Suiza e Italia. Fueron condecorados por el Generalísimo Franco en el Palacio de las Cortes; en Ginebra, la vicepresidenta expuso en la Organización Internacional del Trabajo (OIT); en el Vaticano los recibió el Sumo Pontífice, Paulo VI. Pero mientras los partes médicos que divulgaba la Secretaría de Prensa y Difusión encubrían la gravedad del cuadro -mencionaban una “bronquitis”- el 18 de junio Perón sufrió un pequeño infarto.
Dos días después, López Rega suspendió su gira con Isabel y volvió al país. Según la evaluación de la embajada norteamericana, en un documento desclasificado enviado al Departamento de Estado, López Rega volvió para proteger “sus flancos políticos”. Temía que en una reunión de gabinete se decidiera la creación de un Comité Nacional de Seguridad, con participación de las Fuerzas Armadas. A su regreso, el proyecto quedó paralizado. Isabel permaneció en Europa por cuestiones de protocolo. Prensa y Difusión, en tanto, aseguraba que Perón presidía reuniones de gabinete, pero no permitía el ingreso de fotógrafos.
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La embajada norteamericana seguía minuto a minuto la evolución de la enfermedad de Perón. El día 24 de junio, cuando supo que Perón había cancelado a último momento la audiencia con el canciller australiano, sospechó que podría haber algo más que un fuerte resfrío. Al día siguiente ya sabían que el problema era más serio. Enviaron un cable a Washington:
“Viejas fuentes de la embajada con estrechas conexiones al círculo íntimo de Perón nos han admitido que Perón está de hecho bastante enfermo. Ha habido complicaciones respiratorias. Mientras la prensa indica que presidió reuniones de gabinete por dos horas, solamente lo hizo por quince minutos. El gobierno desea no alarmar al público. Está ocultando el hecho en su totalidad”.
El 26 de junio Perón tuvo un dolor anginoso precordial. Los medicamentos ya no bastaban para modificarle la arritmia. Dos días después, por la tarde, llegó Isabel. Prensa y Difusión anunció que Perón no realizaría tareas oficiales. Al anochecer, sus doctores informaron que desde hacía doce días el Presidente tenía una broncopatía infecciosa que repercutía sobre una antigua afección circulatoria central. Le recomendaron reposo absoluto. Por la noche Isabel le mostró las fotos del viaje a Europa.
Rosario había acompañado la gira de Isabel y López Rega por Suiza, Italia, el Vaticano y España y registró en su cuaderno las alternativas que se sucedían en torno a Perón.
“El General estaba muy resfriado y volamos a Buenos Aires. Llegamos el viernes 27. Perón me preguntó por mi familia. La verdad es que lo encontré un poco decaído. Siempre que tomaba un catarro no permanecía en cama más de tres días. El domingo 30 empeoró mucho. Yo le pedí a Dios que me quitase a mí la vida y se la alargase a él para que pudiera continuar su obra”.
Según el testimonio de los médicos Pedro Cossio y Carlos Seara, quienes atendieron a Perón en el último año de su vida, el 28 de junio al mediodía, “me llamó la atención que la frecuencia cardíaca se elevara a 78 por minuto, comenzaron a observarse algunos cambios en el electrocardiograma. Esperé diez minutos y subió a 83. Decidí entrar a verlo, ya tenia de base una ligera agitación. Diez minutos después Perón nos dijo ‘me estoy ahogando cada vez más’”. En el libro, “Perón. Testimonios médicos y vivencias (1973-1974)”, los médicos relatan que comenzaron a administrarle medicación endovenosa y empezó a sentirse mejor.
El sábado 29 de junio, por la mañana, Perón delegó el mando presidencial en su esposa. Firmó desde la cama. Esa mañana intentó sentarse en el sillón para ver los pájaros desde la ventana, pero se sintió mareado y enseguida volvió al lecho.
En el atardecer del domingo 30, los médicos conservaban un mediano optimismo. Prensa y Difusión redactó un comunicado: Perón había experimentado una sensible mejoría en su cuadro clínico en las últimas horas. Continuaba en reposo. A la madrugada del lunes, Perón no encontraba la posición adecuada en la cama. No podía conciliar el sueño. A las 3.30, en el monitor del aparato médico se detectaron extrasístoles ventriculares. Pero a la mañana, a las 8, las perspectivas parecían mejores.
El General parecía recuperado. Fue allí que la mucama Rosario escribió:
“El lunes 1 de julio Isabelita llamó a una reunión de gabinete de ministros. Y Perón le dijo ‘¿justo hoy tiene que ser…?’. Yo estaba al lado. Después se levantó de la cama y se sentó en un sillón”.
A las 10 de la mañana empezó la reunión de gabinete. A las 10.15, apareció el padre Héctor Ponzio en el dormitorio de Perón. Era el capellán del Regimiento de Granaderos, que oficiaba las misas los domingos en la capilla de la residencia. Ponzio le dio la extremaunción.
Según el libro “Perón. Testimonios médicos y vivencias (1973-1974)”: “…Tres y a veces cuatro pares de ojos vigilaban el monitoreo telemétrico de Perón, que ya mostraba ostensibles signos, aún mayores que en los días previos, de severo daño miocárdico. De pronto, a las 10.20 de la mañana una exclamación, un grito vino del hall donde estaba Perón. En el monitoreo telemétrico observamos un cuadro de fibrilación ventricular, seguido de un paro cardíaco, que coincidió con el grito e la enfermera que estaba de guardia”.
Se escucharon corridas en el primer piso. Bajaron a buscar al doctor Jorge Taiana, ministro de Educación y médico de Perón, en la Sala de Acuerdos de la residencia. El General se había descompuesto. La reunión se interrumpió a los gritos. Todos los ministros quedaron paralizados. López Rega subió hacia el dormitorio de Perón.
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Fue cuando la mucama escribió en su diario:
“De golpe, Perón empezó a perder el aire, tenía la boca abierta y una gobernanta empezó a abanicarlo. Estaba con convulsiones en el sillón y dijo ‘me voy, me voy’ y cayó para el suelo de costado”.
Era un paro cardíaco. Todo el equipo médico empezó a trabajar. Perón fue puesto en torso desnudo, le dieron medicación, le hicieron respiración artificial, le dieron un masaje cardíaco enérgico, rítmico. Isabel lo miraba compungida. El general ya no tenía irrigación cerebral ni reflejos pupilares.
“El monitor que mostraba el corazón de Perón se iba apagando, apagando, apagando, hasta que llegó al último puntito”, escribió la mucama.
“Pusimos a Perón en el piso y comenzamos a efectuarle respiración boca a boca, en los primeros segundos, y masaje cardiaco externo. Aproximadamente dos minutos después del paro, estaba ya intubado, para tener una vía aérea permeable con el objeto de poder efectuar respiración asistida a través del tubo endotraqueal. Continuaron las maniobras de resucitación, que consisten también en comenzar a aplicar drogas cardiotónicas. Éramos ocho personas para masajear y ademas del doctor D’Angelo, quienes fuimos los únicos médicos que intervenimos en las maniobras de resucitación”, se relata en el libro citado.
En ese momento López Rega llamó a uno de los médicos y lo llevó a una habitación contigua, le puso una mano en el hombro y le dijo: “Si lo sacás te hago conde”.
Las maniobras de resucitación duraron casi tres horas. “La escena era impresionante y con tanto tiempo en tareas de reanimación, lo que reinaba era un desorden de gasas, catéteres. Me reincorporé y les dije: ‘Me parece que tenemos que terminar aquí, ya no va más…'”, se lee en el libro de Cossio y Seara. Y se fijaron la hora: eran las 13.15.
Según el relato del doctor Taiana, en “El último Perón”, en ese momento López Rega lo tomó de los tobillos. Entrecerró los ojos y, con pronunciación monótona y ritmo constante, balbuceó unos mantras, en su intento de alcanzar armonía con lo Divino. Hasta que gritó:
—¡No te vayas, Faraón! —al tiempo que sacudía las piernas muertas del General.
Al cabo de febriles intentos por volverlo a la vida, se resignó:
—El Gran Faraón no responde a mis esfuerzos por retenerlo acá en la Tierra. Debo desistir.
Sin embargo el libro “Perón. Testimonios médicos y vivencias (1973-1974)” indica que nada de esto ocurrió. “Lo único que percibí que en ambientes cercanos adonde estábamos practicando las maniobras de resucitación se quemaba incienso que dan ese olor característico”.
El padre Ponzio comenzó a rezar un Padre Nuestro. A las dos y cuarto de la tarde, las emisoras de radio y televisión transmitieron el videotape grabado en el que Isabel anunciaba la muerte del Presidente. Dos horas más tarde, López Rega tomaría la cadena nacional para confirmar la noticia.
* Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA), autor del libro “López Rega, el peronismo y la Triple A”.
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