La localidad de Naicó es la más pequeña de la provincia de La Pampa en cuanto a población: según la Secretaría de Turismo, solo hay 8 habitantes que permanecen allí, lo que se traduce en no más de tres familias. En tiempos donde todavía pasaba el ferrocarril, y previo a que se produzcan varios cambios sociales y económicos, vivían más de 600 personas. Algunos incluso arriesgan la cifra de 1000, porque incluyen a los trabajadores golondrina, principalmente hacheros que realizaban la explotación manual del caldén. Hubo varias oleadas de éxodos que dejaron como recuerdo algunas instituciones en pie, y otras que conservan sus paredes semiderruidas como vestigio de los centros de reunión del lugar que alguna vez fue “dos pueblos en uno”, tal como cuentan quienes reconstruyeron la historia.
A 647 kilómetros de Buenos Aires se encuentra lo que algunos viajeros definen como “pueblo fantasma”, mientras que otros prefieren llamarlo “pueblo con misterio”, y así lo explica Adriana Romero, Secretaria de Turismo de La Pampa. “Nos gusta más decirlo así porque es una manera de transformar la curiosidad en interés, de preguntarse qué pasó y qué enseñanza nos puede dejar una vez que conozcamos las respuestas de los procesos históricos que se fueron dando, y los testimonios de los vecinos que colaboraron con información sobre cómo era la vida ahí”, comenta en diálogo con Infobae.
Hace varios años el ingeniero agrónomo Eduardo Haene realizó un guion interpretativo -basado en textos de estudio de reconocidos profesionales y en los aportes de exhabitantes- para contar lo que sucedió. Con ese material se hizo la cartelería que se incorporó en los puntos de interés, y le brinda a los visitantes la posibilidad de conocer la historia de la localidad.
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Aunque hay varias versiones, la más comentada indica que Naicó (nau ko) significa “agua o manantial que baja” en mapuche, y ya era conocida como tal en 1882. Está ubicada a 45 km al sur de Santa Rosa, en el departamento Toay, municipio de Ataliva Roca, y se accede por la ruta 35 hacia el sur; se desvía a la derecha en el mojón 297 y tras 14 kilómetros de tierra, se llega a destino.
Se considera que hubo ocupación humana durante los últimos 3000 años, primero habitado por cazadores del Holoceno tardío y luego por ranqueles y mapuches. Episodios y escenas de la llamada Campaña del Desierto, también tuvieron lugar en el territorio, cuando a fines del siglo XIX se desplazó a los pueblos originarios y comenzó la actividad agrícola, que perduraría varias décadas. La ubicación geográfica, en pleno corazón del bosque de caldenes, despertó la inmigración de hacheros del norte argentino que supieron que se necesitaban trabajadoras para deforestar, y también de europeos que fueron convocados para formar colonias agrícolas.
El caldén, árbol nativo endémico del centro argentino, está presente en el escudo de La Pampa, y según los registros de aquellos tiempos, donde la madera se transportada de a toneladas, se realizó una sobreexplotación de los recursos. Producto de una disminución que creció a ritmo acelerado sin el cuidado del medio ambiente, esa misma área actualmente forma parte de las especies autóctonas protegidas. “Los pioneros que se establecieron ahí no sabían de la existencia de un manantial, no tenían la información ni las herramientas tecnológicas que se tiene ahora, por lo que se generó una tala masiva y cuando empezaron a agotar reservas, problemas con la provisión de agua y el caldén empezó a ser reemplazado por otros materiales, como el parqué, dejó de haber tanta demanda y los trabajadores fueron buscando otros lugares para ganarse la vida”, explica Romero.
En 1912 se fundó como colonia agrícola, pero sus orígenes se remontan aún más atrás en la línea de tiempo. Durante la campaña de Julio Argentino Roca, Enrique Godoy se desempeñó como teniente coronel y en 1879 recibió órdenes de ocupar Naicó. Tomó posesión de las tierras, que en gran parte fue vendida a extranjeros y latifundistas de Buenos Aires. En 1897 llegó por primera vez el ferrocarril, y en simultáneo se constituyó el primer núcleo poblacional y comenzó la construcción de casas de comercio, como fondas, almacén de ramos generales, panadería y herrerías.
Luego aparece en la historia Fortunato Anzoátegui, vasco llegado a Uruguay en 1903 y luego residente en Buenos Aires, que adquirió tierras hacia 1910 e impulsó la explotación forestal en zonas cercanas a la estación ferroviaria. También se le atribuye la llegada de 70 familias de colonos rusos, que se convirtieron en una primera ola de habitantes, y el 28 de mayo de 1911 fundó el pueblo Ministro Lobos, en honor al ministro de agricultura del presidente Roque Sáenz Peña, Eleodoro Lobos. De ese dato nace la idea de que convivieron dos localidades en una, ya que el nombre con el que se referían al lugar en ese entonces era “Ministro Lobos Estación Naicó”.
“Entre 1932 y 1949 Naicó estaba dividido en dos pueblos: Ministro Lobos, donde se ubicaba la comisaría y la escuela; y por la Avenida Libertador se llegaba a Naicó, que era en la estación”, contó uno de los vecinos que participó de la recopilación de información que realizó la Secretaría de Turismo. El pueblo tomó forma de letra “T”, y comenzaron los reclamos por la apertura de calles, porque los grandes propietarios se negaban a dejar espacio para los caminos vecinales y eso perjudicaba el traslado de productos hasta los vagones. El 1° de junio de 1911 se inauguró la Escuela N° 80, además de una estafeta postal, destacamento policial y más adelante un juzgado de paz, por lo que a cuatro años de su fundación, los habitantes ya contaban con organismos oficiales y servicios.
Como había una corta distancia hasta la Estancia San Huberto -que hoy forma parte del caso histórico de la Reserva Provincial Parque Luro- era común que arribaran representantes de la oligarquía porteña y visitantes extranjeros en vagones especiales, e incluso alguna vez el vagón presidencial. En el primer cuarto del siglo XIX llegaron a La Pampa muchos hacheros desde San Luis, Santiago del Estero y Corrientes, además de braceros y obreros encargados de extender el tendido de la red ferroviaria para transportar la producción del campo hacia los puertos de Buenos Aires y Bahía Blanca. Sin embargo, aunque la demanda laboral era mucha, quedaron huellas de las indignantes condiciones de trabajo.
“Hoy consideramos a Naicó un sitio patrimonial de mucho interés y también de reconocimiento. En la estación uno de los galpones cerca del ferrocarril está escrita en una pared la leyenda ‘Apoye el segundo plan quinquenal’, un rasgo que denota hasta dónde hubo historia allí, y por otro lado sabemos que la situación era de extremo sacrificio, porque el trabajo del hachero es muy duro, y ellos se merecen que se los recuerde; hubo una enorme laboriosidad”, recalca Romero.
Los registros de aquellos tiempos indican que las jornadas no tenían límite de horario, el trato de los patrones y capataces era muy estricto, con maltrato en muchos casos, y el pago era por tonelada extraída. Incluso afirman que las básculas estaban preparadas para acusar un peso menor al real, por lo que los hacheros sufrían engaños cuando debían cobrar por su trabajo. Aunque no se encontraron registros de sindicatos, había una agrupación libertaria conocida como “Hacia la emancipación”. El contexto de la Segunda Guerra Mundial también exacerbó la producción de carbón, con lo que se conocía como “leña campana”, porque al hachar el caldén suena como una campana, es dura y resistente, además de que se realizaba de manera manual con hachas, picos y palas, sin ningún tipo de maquinaria.
Fueron muchos los motivos por los que comenzó un proceso de despoblación de varias etapas, atravesadas por los períodos de sequías, la búsqueda de mejores oportunidades, y la baja de la rentabilidad de la producción. “Lo que agravó la situación fue el cierre de la estación, que desde fines de la década del ‘40 redujo la frecuencia hasta su cierre definitivo más adelante -el último tren habría pasado en 1976- y coincidió con la mejora del sistema rutero, y los cambios en los medios de transporte, con los autos en auge”, sostiene la secretaria de turismo, quien confiesa que siente “especial cariño” por las pequeñas localidades, y empatiza con el temor al olvido, o peor aún, el abandono.
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“Hace 20 años hice un viaje con mis sobrinos a varios de estos pueblos, y al ver que ya no había nadie sentimos una emoción muy fuerte, porque parecía como si de repente se hubieran ido todos a la vez, y aunque ahora sé que no fue así y que hubo un proceso largo, sigo creyendo que es un sitio de los primeros pobladores que debemos considerar importante para la memoria, un lugar histórico y cultural de la Nación”, resalta. Cuando llegan turistas la oficina de la secretaría en la capital pampeana, en búsqueda de información de posibles paseos, asegura que este tipo de destinos despiertan una convocatoria cada vez más grande.
“Son muy requeridos, y generan mucho interés por sus misterios, y porque el patrimonio tiene también un correlato con lo intangible, a veces a veces tenemos que interpretar el patrimonio con lo que ya no está. Cuando uno ve que la escuela de la infancia ya no está como cuando uno era chico, se produce una sensación de pérdida; todos tenemos arraigo con algo, y la responsabilidad de conservar el legado es un esfuerzo más que necesario”, sentencia.
Caída y resurrección
El cierre del ferrocarril generó la segunda ola importante de emigración, hasta llegar al despoblamiento de la localidad. Pero la comunidad que vivió allí dio batalla durante décadas con distintas iniciativas, y hay pruebas documentales de los folletos de la cooperadora de la escuela, que hacía almuerzos populares, organizaban matinés, y todos los eventos posibles para reunir dinero y mantener los servicios vigentes. Colectas para conseguir una máquina de escribir para el destacamento policial o un auto para la patrulla, fueron algunos de los intentos para seguir en pie.
Ciertas tradiciones como la misa cada 15 días con un cura que iba especialmente para la ocasión, y llevar ramos de margaritas al cementerio en el Día de los Muertos, también forjaron la identidad del lugar hasta sus últimos días de actividad social. Después de que las calles se vaciaran, los edificios sufrieron el impacto de temporales, vandalismo, robos y usurpaciones que llevaron al paisaje al panorama actual, donde las ruinas evocan silencio y la detención del tiempo.
“Hoy todavía está la estación de tren con sus columnas originales de 1800, donde pusimos dos sanitarios, desmalezamos y pusimos cartelería; luego un puesto de la policía rural de La Pampa; y a 100 metros estamos realizando una obra, que ya está en construcción, de lo que va a ser una posible proveeduría, un salón de usos múltiples, para que los fines de semana se realice la venta de elementos para picnics, y un puesto para que la Secretaría de Turismo pueda brindar mapas con información al turista”, anticipa Romero.
A la hora de una cifra sobre la población actual, cuenta que en el censo de 2010 quedaron registrados 5 habitantes en el padrón, pero en la última década se sumaron algunas personas, como el matrimonio de emprendedores que administra el único hospedaje de la localidad, el Hostal Naicó. “Ellos abrieron en 2018, hicieron una tarea grandiosa de reconversión del terreno que era un antiguo hostal de cazadores y empezaron a desarrollarlo como estancia rural, con todo el encanto que tiene la zona de infinitas llanuras, vistas panorámicas del monte de caldén, sumado a otros puntos de interés como Puente Negro y el cerro de la Virgen del Valle”, describe.
“Hoy no hay más de 8 habitantes, porque entre la comisaría, el hotel y los únicos dos habitantes autóctonos que permanecen ahí, no son más de tres familias”, asegura. Sin embargo, los fines de semana puede haber hasta 50 personas recorriendo, y eso se debe al turismo, tanto de cercanía como de otros lugares. Jésica y Marcelo Altube, son los dueños del establecimiento, y también hablaron con Infobae sobre la localidad que supo conquistarlos y brindarles una oportunidad de trabajo impensada.
“Yo trabajaba en un comercio detrás de un mostrador y mi marido como plomero, gasista matriculado y refrigeración, pero de pronto vimos en Internet que pusieron a la venta una propiedad a 40 minutos de la capital, y yo vi las fotos y dije: ‘Imposible, ni en mis sueños vamos a poder comprar algo así'”, reconoce Jésica. Su esposo empezó a averiguar las posibles condiciones, y supo quién estaba realizando la venta a través de un amigo, tuvo varias reuniones con el propietario y llegó a un acuerdo de pago que representaba una posibilidad única que no dejaron pasar.
“Llegamos en julio de 2017, y empezamos con el trabajo de limpieza y mantenimiento, porque el único servicio que teníamos era luz, había estado abandonado casi 10 años, no sabíamos nada de hotelería ni mucho menos de un emprendimiento gastronómico de turismo rural, por lo que pensábamos que iba a ser más bien una casa de campo familiar”, comenta. En noviembre de ese mismo año llegaron 12 hombres a caballo que les preguntaron si podían dormir ahí, que con tan solo camas y baños ellos estarían felices de pasar la noche.
“Cuando dejábamos la tranquera sin candado al día siguiente había gente con reposeras tomando mate, queriendo hacer un asado, porque era su salida de fin de semana y pensaban que no había nadie, así que nos dimos cuenta de que había una necesidad de tener un lugar de recreación, y como a mí me gusta mucho cocinar hoy soy la encargada de todos los platos caseros que ofrecemos”, revela. Las especialidades son: cabrito a las finas hierbas, jamón de cordero, empanadas, cordero al disco, y picadas con carnes silvestres como ciervo y jabalí. Dentro de los postres se destaca el flan, hecho con la leche de las vacas que ordeñan ahí, y los huevos que recolectan por la mañana.
“En invierno pasan en auto a comprar mis tortas fritas, gran parte de la gente de Santa Rosa y de los pueblitos cercanos, ya saben que todos los domingos tenemos chocolate con tortas fritas y vienen a buscarlas”, cuenta. El 14 de febrero de 2018 hicieron la inauguración, abrieron sus redes sociales, y gracias al boca a boca de los mismos vecinos tuvieron muy buenos resultados. “Tenemos cuatro habitaciones y la capacidad máxima es de 17 personas en el hospedaje, pero también hacemos paquetes de día de campo, para que puedan venir a desayunar, almorzar, pasar el día desde la mañana hasta el anochecer”, detalla.
Otras alternativas que están teniendo gran aceptación son los eventos como cumpleaños, casamientos y capacitaciones laborales de empresas que realizan retiros, o safaris fotográficos. Para los más chicos está la oportunidad de tener contacto con la naturaleza, la granja, alimentar a los animales, y en días calurosos pasar la tarde en la pileta, con noches estrelladas que sorprenden. El matrimonio cuenta que se capacitó para ofrecer excursiones y Jésica es una de las guías autorizadas por la Secretaría de Turismo para realizar caminatas guiadas en Naicó, que duran una hora y media.
”Logramos poner internet, que es nuestro único medio de comunicación porque la señal de teléfono no es muy buena, y fuimos sumando servicios, como el traslado ida y vuelta de los huéspedes, que los vamos a buscar al aeropuerto o a la terminal; las excursiones en nuestros vehículos al Cerro de la Virgen, Puente Negro, la Reserva Provincial Parque Luro”, enumera. Con asombro confiesa que durante la pandemia de coronavirus, si bien estuvieron cuatro meses cerrados, tuvieron un auge impensado de demanda que se tradujo en recomendaciones que no se detienen ni siquiera en la actualidad.
“Ni bien volvimos a abrir tuvimos el hostal lleno, todo el mundo se acercaba a conocer el lugar, a pasar un fin de semana y cuando levantaron el cierre de la provincia empezó a llegar gente de provincias vecinas, así que fue cuando más trabajamos y cuando más nos conoció la gente”, explica. Y agrega: “Como todas nuestras actividades eran al aire libre y siempre trabajamos con grupos reducidos, había menor riesgo de contagio y de hecho nunca tuvimos Covid ni mi marido ni yo, ni tampoco las chicas que trabajaron con nosotros”.
Sobre el futuro de Naicó, al llevar las riendas del único complejo hotelero del lugar, imaginan que el turismo seguirá siendo el pilar que sostenga la localidad que se vuelve cada vez más pequeña en cantidad de habitantes permanentes. “Poblar nuevamente sería muy complicado porque acá haces una perforación y el agua es salada, no hay cómo abastecer un pueblo. Antiguamente se usaban los aljibes, la gente cuidaba muchísimo el agua y tenían un molino ubicado en un campo que hoy en día es privado, así que le da agua solo a la policía y a la estación del ferrocarril”, comenta.
En otras localidades vecinas, como Quehué, que se encuentra a 25 kilómetros, o Ataliva Roca, imaginan que el crecimiento poblacional seguirá su curso porque cada vez llegan más rostros nuevos que eligen edificar allí sus hogares. “Hay infraestructura, servicios, y es más viable que en esos lugares, que también son muy pintorescos y muy tranquilos, llegue cada vez más gente, pero acá, en nuestro querido Naicó lo veo muy difícil; por el momento tenemos que ser responsables, respetuosos y cuidar la valiosa zona de ruinas, que resguarda mucha historia argentina”, concluye.
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