Yiya Murano quedó catapultada en la oscuridad de la fama criminal como una asesina.
Pero podría haber sido una escritora, al menos desde sus ideas y pensamientos: sabía cómo generar suspenso en sus declaraciones, lo que debía callar, cómo decir lo que podía. Sus recursos eran más de ficción que las de una persona que clama por su inocencia. Una inocencia que fabricó con mentiras. Uno de sus trucos era aparecer en algunas entrevistas con un sobre en papel madera lacrado. Y proclamaba, mientras lo movía aparatosamente:
-Acá está toda la verdad. Nadie la sabrá.
Cuando algún periodista insistía para que develara el contenido, pedía dinero. Una vez, refiere la leyenda, una cronista aprovechó un descuido y abrió el sobre mientras ella saludaba a una persona que le había pedido un autógrafo. La sorpresa, o no tanto, terminó con el artificio de la anciana que era capaz de llorar sin lágrimas, otro de sus recursos: el sobre estaba vacío.
Otra de sus trampas era decir que no había envenenado a sus tres amigas. Con ese llanto fabricado, obscenamente mal actuado, decía:
-He matado a dos personas.
Y después develaba el misterio: no había misterio. Pero decía:
-He matado a mis padres, que no pudieron soportar mi injusta detención y eso les rompió el corazón.
Le gustaba jugar el enigma. Al pasar revelaba que había sido amante de un presidente, que las víctimas habían sido envenenadas por una mafia de usureros.
Como lectora de Agatha Christie, la “reina del crimen”, parecía saber cómo construir una trama o un suspenso. Y no por nada la escritora era experta en venenos. La mayoría de las víctimas que aparecieron en sus novelas era asesinada por sustancias tóxicas. Es más, en un caso de envenenamiento en la década de 1970 en Reino Unido, a falta de literatura científica, los patólogos consultaron uno de sus libros. El asesino era Graham Young.
Pero la tristemente célebre envenenadora de Montserrat, llamada María de las Mercedes Bernardina Bolla Aponte de Murano, se llevó varios secretos a la tumba. A nueve años de su muerte (tenía 84) en un geriátrico de Belgrano, donde en sus últimos tres años no reconocía a nadie, ni siquiera a ella misma, surgen más revelaciones. “Una fuente del caso me dijo que Yiya había envenenado a diez personas”, dijo el legendario periodista Enrique Sdrech tiempo antes de morir.
El caso
Yiya envenenó con té y masitas finas a sus amigas Nilda Gamba, Lelia Formisano de Ayala y su prima Carmen Zulema del Giorgio Venturini. Los crímenes ocurrieron entre el 11 de febrero y el 24 de marzo de 1979.
Yiya las mató para no saldar una deuda que tenía con ellas, pero un pagaré encontrado a su nombre en la casa de una de las víctimas alertó a sus familiares. Y las sospechas apuntaron a Murano, que hasta sus últimos años negó haber sido la culpable.
Los sabuesos cerraron el círculo cuando confirmaron que la usurera Yiya les debía plata por un negocio que les había propuesto, pero que en definitiva era una estafa. Yiya las conocía en la intimidad: eran sus grandes amigas. Al final, terminaría quedándose con el último suspiro de esa intimidad: la muerte.
Las mató con cianuro, ese veneno cuyo olor y sabor comparan con las almendras negras. Yiya las cuidaba hasta en su agonía. Y era la que más lloraba en los velorios: aunque lo hacía sin lágrimas.
La detuvieron el 27 de abril de 1979.
Fue liberada el 20 de noviembre 1995 por una reducción de la pena y por el “dos por uno”. Un año después fue la columnista de moda del programa La Hoguera. Y hasta fue invitada a los almuerzos de Mirtha Legrand, a quien le ofreció masitas con té.
A Sdrech tampoco le quedaba claro algo: “¿De dónde obtenía la asesina el veneno alcalino? Es algo que no se expende en cualquier lado. Es así que la División Homicidios puso a trabajar a varias comisiones en las droguerías, laboratorios o veterinarias de Capital Federal y del Gran Buenos Aires. ‘La receta o el documento firmado por el médico que utilizó Yiya para llevar a cabo su obra maestra del terror. Necesariamente un profesional tuvo que haberle firmado la receta’”, opinó uno de los investigadores.
Pero nunca se llegó a ese dato. Se siguió esa pista, pero no hubo nada revelador.
Yiya negó que las muertes hubiesen ocurrido por envenenamiento. “A una de ellas le hicieron respiración boca a boca ni bien le dio el paro cardíaco, si tenía cianuro el médico se habría muerto”, se defendía Murano.
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Infobae revela los tres asesinatos que podría haber cometido Yiya Murano. Uno de ellos causa escalofríos. Su hijo Martín Murano, autor de un gran libro sobre la relación con su madre. “Me quiso matar cuando yo tenía diez años. Vi que le puso un líquido de un frasquito que ocultó. Me iba a dar el pedazo de torta pero a último momento no me lo dio. No se arrepintió, simplemente no se animó a dármela, que es muy distinto”, reveló Martín Murano.
Los otros dos crímenes que supuestamente planeó fueron los de su último marido, Julio Banín, ex corrector del diario La Opinión, ya fallecido, que había quedado ciego y conoció a Yiya en un colectivo, y su hija Julia Banín.
Hace cuatro años Infobae sacó a la luz la denuncia mediática de Julia, su hijastra. Contó que Yiya intentó envenenar a su padre Julio y a ella. “Creemos que le puso veneno para ratas a los fideos”, dijo la joven. Además reveló que la envenenadora les robó los ahorros a su esposo. “Guardaba la plata en una caja. Ella reemplazó los billetes por diarios recortados”, denunció.
Sdrech no es el único que cree que cometió más crímenes. Hasta su hijo Martín lo sospecha.
Los policias y agentes judiciales que participaron de la pesquisa estaban convencidos de que la mujer no actuó sola. Sospechaban de un médico que habría actuado de cómplice o de un hombre que consiguió que un médico consiguiera los frascos de cianuro que ella utilizó para cometer el triple crimen.
Es más: hubo un sospechoso. Un amante de la asesina. Los testigos también se refirieron a un hombre que fue visto correr por las escaleras desde la casa de una de las víctimas.
Un investigador creía que tuvo de cómplice a algunos de sus amantes. Pero los que dieron testimonio dijeron no conocer a la envenenadora, que se jactaba de haberse acostado con más de 250 hombres.
“Y algunos de ellos con mucho poder. Otros con dinero. Famosos. Políticos. Empresarios. Deportistas. El marido de mi hermana. Todo. Pero no lo puedo decir. La verdad está acá, y si alguien no pone la biyuya me llevaré todo a la tumba”, decía.
Y se llevó todo bajo tierra. De ella sólo queda el recuerdo de su maldad, sus risas y su llanto inventado. Su fama maldita detrás de los tres asesinatos que cometió como si fuese un personaje de Agatha Christie.
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