Argentina también tiene su “Titanic”. Un barco enorme hundido en el Canal de Beagle, frente a las costas de Ushuaia. Se trata del Monte Cervantes, un buque de pasajeros, que también tiene historias de heroismos en el salvataje de los naúfragos.
El entrerriano Carlos Ladislao Bustos tenía el agua por la cintura. Sin preocuparse por su seguridad, ayudaba a los pasajeros a subir a los botes salvavidas. Era fotógrafo en la revista Caras y Caretas desde su creación en 1898 y quiso el destino que fuera uno de los pasajeros del buque Monte Cervantes, herido de muerte luego de embestir una roca sumergida en el Canal del Beagle.
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La tarde del miércoles 22 de enero de 1930, a la par que asistía a los pasajeros, especialmente mujeres y niños, tomó fotografías que con el tiempo cobraron un alto valor histórico. Son las que ilustran esta nota.
Viaje a la cubierta del Cervantes
Más de 90 años después del hundimiento del Monte Cervantes se anunció una expedición para recorrer sus cubiertas en el fondo del Canal de Beagle, en las aguas heladas del sur argentino.
El mes que viene, entre el 15 y el 16 de julio, se hará el descenso con buzos y robots hasta los restos del buque. La expedición será liderada por el ingeniero argentino Carlos Pane junto a un grupo de alumnos universitarios. El objetivo es revelar el patrimonio del fondo del mar argentino.
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El Monte Cervantes fue construido en el astillero alemán Blohm und Voss y había sido botado el 25 de agosto de 1927. Pesaba 13.600 toneladas y tenía casi 160 metros de eslora. Había sido pensado tanto para el transporte de inmigrantes de Europa a América como para viajes turísticos. Podía transportar dos mil pasajeros en dos clases, y su dotación era de 300 tripulantes. Pertenecía a la empresa Sociedad Hamburgo Sudamericana.
Los buzos se sumergirán en el agua helada en pleno invierno austral para intentar llegar hasta donde se encuentran las cabinas de la embarcación, a unos 40 metros de profundidad. Buscarán registrar imágenes de la lámpara de navegación, un enorme artefacto (del tamaño de una heladera) que se usaba para mostrar la posición del barco. Una especie de faro del buque para evitar choques con otras embarcaciones.
“La idea original era rescatarla y llevarla al Museo del Fin del Mundo, pero los arqueólogos submarinos nos dicen que conllevaría mucho riesgo de que se deshaga, así que solo vamos a filmarla”, explicó Pane en diálogo con la agencia Télam.
Los restos del barco se partieron luego de un intento de reflotarlo en 1954. Las cabinas quedaron a 40 metros de profundidad, mientras que el casco principal cayeron hasta los 140 metros de la cuenca marina austral.
Cómo fue el accidente
Antes de su naufragio, la corta vida del Monte Cervantes acumulaba antecedentes no demasiado halagüeños. Mientras terminaban los trabajos antes de botarlo, sufrió un incendio. Y el 25 de enero de 1928 chocó contra un témpano en el Artico y pudo ser salvado gracias a la presencia de un rompehielos ruso, que lo asistió.
Se lo promocionó como buque turístico, con tarifas populares. A las diez de la mañana del 15 de enero de 1930 zarpó, con 1117 pasajeros a bordo, de dársena A del puerto de Buenos Aires. Su recorrido comprendía Puerto Madryn, Punta Arenas, Ushuaia y de ahí el regreso. Su capitán era Teodoro Dreyer, un alemán nacido el 2 de diciembre de 1874, casado y con dos hijas. Era un marino con experiencia en navegar los fiordos nórdicos, pero no en los canales fueguinos. Para ello, contaba con la asistencia del práctico Rodolfo Hepe, que estaba familiarizado con la zona.
El 22, luego de unas quince horas de escala, dejó Ushuaia y en lugar de tomar por la ruta acostumbrada fue por un paso no recomendado. En ese momento, la mayoría de los pasajeros estaban en cubierta, maravillados por el paisaje. Se veía recortado el faro de Les Eclaireurs, que desde 1920 funcionaba en medio de una serie de islotes, en el noreste en el Canal de Beagle.
Se había alejado unas siete millas de Ushuaia cuando a las 12:45 chocó contra una roca sumergida, que no aparecía en las cartas náuticas, y abrió un rumbo de agua en la proa. El barco comenzó a inundarse. El barco, algo inclinado, quedó varado con las hélices fuera del agua.
Dreyer ordenó abandonar el barco. Cada uno de los pasajeros, con su chaleco salvavidas colocado, fueron subiendo a los 30 botes. Gracias a la señal de auxilio que había emitido el capitán, los asistió el transporte Vicente Fidel López y la lancha Godoy, que cumplía funciones para el presidio de Ushuaia. La evacuación se realizó en una hora.
Los pasajeros fueron llevados a la Estancia Remolino, propiedad del pastor anglicano John Lawrence y de ahí los trasladaron a la ciudad.
La ciudad se vio conmocionada por el hecho. Su población no llegaba al millar de habitantes. Los pasajeros se alojaron en casas particulares, en cuarteles y en instalaciones del presidio. Muchos fueron alimentados con la comida que consumían los penados.
Al día siguiente la tripulación del barco se ocupó de llevar el equipaje a tierra. En la cubierta se destacaba la figura del capitán Dreyer coordinando las tareas.
El 24 el Monte Cervantes se inclinó y se hundió parcialmente.
Varias historias rodean al destino final de Dreyer. Una versión cuenta que se vistió con su uniforme de gala, con sus medallas, y decidió hundirse con el barco. Un oficial de una de las embarcaciones que participaron del rescate, lo instó a abandonar la nave, pero no quiso. Cuando el barco se sacudió, dos de los oficiales que lo acompañaban alcanzaron a saltar por la borda. Otros aseguran que se ató al timón y otra versión más inverosímil sostiene que alcanzó la isla Navarino y nunca más se lo vio. Lo cierto es que su esposa ofreció una recompensa por quienes pudieran aportas datos acerca de su paradero.
Porque el cuerpo del capitán nunca apareció.
El 28 de enero los pasajeros emprendieron el regreso a Buenos Aires en el Monte Sarmiento.
A partir de 1943 la empresa Salvamar, de Leopoldo Simoncini, se propuso reflotarlo. Con mucho esfuerzo, se recuperaron los motores, se quitaron las chimeneas y los mástiles, a fin de alivianarlo. Con flotadores colocados en sus laterales, el proyecto era liberarlo de la varadura y llevarlo a Ushuaia. Hubo un intento fallido el 20 de julio de 1954, pero el 6 de octubre de ese año se logró destrabarlo. Lamentablemente, ya rumbo a Ushuaia, cuando lo remolcaban, uno de los flotadores y una soga se desprendieron, escoró a estribor y se hundió a una profundidad de 100 metros.
El fotógrafo Bustos dejó registrado tanto el rescate como la llegada de los pasajeros a Buenos Aires. Había nacido en Gualeguay en 1877 y desde 1895 vivía en San Nicolás de los Arroyos, donde su padre era el encargado del Correo. Era, además, artista plástico y participó del tercer viaje de la Fragata Sarmiento, entre 1902 y 1903. Murió en San Nicolás un año después del naufragio.
No hace muchos años que entregaron al Museo del Fin del Mundo algunos elementos del buque, que estaban en poder de Leopoldo Simoncini. Dos fuentes ensaladeras, dos platos hondos soperos de loza blanca, una taza de loza blanca con un molusco incrustado, un chop o una jarra cervecera, también con un molusco y una tuerca de bronce de 14 centímetros de diámetro que perteneció a una de las hélices del buque fueron entregados al Museo.
Hay una calle en Ushuaia que recuerda al capitán Dreyer. Es una corta arteria entre Hipólito Bouchard y gobernador Manuel Fernández Valdez, homenaje a ese marino sobre el que no hay certezas cómo murió, pero que sí decidió desaparecer con su buque, en las heladas aguas fueguinas.
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