A 160 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires se encuentra la pequeña localidad de Ernestina, en el partido bonaerense de 25 de Mayo. La estación ferroviaria del pueblo lleva el mismo nombre, pero el tren ya no pasa. Esa es solo una de las razones por las que la despoblación fue aumentando en las últimas décadas hasta reducirse a los 150 habitantes. Cada uno de ellos atesora los momentos de la historia que resguardan sus edificios y la mística de sus calles. En diálogo con Infobae, Fernando Terrizzano, el médico del pueblo que asistió desde fracturas hasta partos de los bisnietos de sus vecinos, revela algunas anécdotas de su vida allí; además de los testimonios de Guillermo Picaporte Cavallero, el primer y único delegado municipal del lugar hasta el momento, y del actor Sergio Pasta Dioguardi, que se desempeña como Director de Turismo.
A una hora de viaje desde el centro de Lobos, el partido vecino, la postal que recibe a los visitantes es la de un boulevard de dos cuadras, con 12 palmeras Phoenix Canariensis distribuidas en hilera. Fueron traídas desde las Islas Canarias a fines del siglo XIX, en la misma época en que se plantaban en la Plaza de Mayo, y a los lados las acompañan varios naranjos. Los altos árboles dan cuenta del tiempo que ha pasado desde ese entonces: la fundación oficial fue en 1896, año en que pasó por primera vez el ferrocarril para llevar los granos al puerto, pero casi medio siglo antes ya había llegado la familia Keen, que por cinco generaciones convirtió las 10.000 hectáreas que recibió en una de las pujantes sedes del modelo agroexportador.
La localidad lleva el nombre de la esposa del fundador, Ernestina Gándara Casares de Keen, y es el mismo con el que bautizaron la estación del ramal del Ferrocarril Roca que unía la estación Empalme Lobos y Carhué, que en las épocas de las locomotoras a vapor era un punto de parada obligatoria para repostar agua. En sus mejores épocas había hasta cinco servicios por día que arribaban a la localidad. “Estas tierras fueron entregadas bajo el sistema de enfiteusis al doctor Keen; los documentos hallados datan de 1830, pero la familia vino un poco antes”, asegura Terrizzano, que es cirujano retirado, ejerció hasta hace dos décadas, y pasó toda su vida en Ernestina junto a su compañera, pediatra de profesión, que falleció hace dos años y fue su esposa durante más de 55 años.
Su tono al hablar, la gran cantidad de fechas que relata cual cronología de documental le hicieron ganarse el título de “historiador” en el pueblo, pero él asegura ser “un eterno aprendiz”. Escribe poemas, pinta, da una vuelta a caballo alguna que otra vez, pero no se considera graduado en nada. “Solamente cuento la historia de mi vida, que a mis 87 años tengo algunas cosas que contar, pero todos los títulos me quedan grandes porque siempre se sigue aprendiendo”, asegura. Explica que el origen del apellido “Keen” tiene varias versiones, y la más comentada es que eran irlandeses y lo transformaron para que sonara más inglés.
“Así pudieron llegar a la Argentina, fueron comerciantes que en Buenos Aires tenían propiedades, y les entregaron estos terrenos, que originalmente eran 50 kilómetros porque al otro lado del Río Salado no había puente, así que era tierra de nadie”, detalla. Y agrega: “Había presencia de boroanos, una etnia cruza con los araucanos que posteriormente se autodenominaron mapuches, que quiere decir ‘gente de la tierra’”. Se fue transformando en una zona productiva y la inmigración jugó un rol importante a la hora de cultivar de forma más racional.
“Ya se había formado la Confederación y después del acuerdo 1853 que comenzó la República como tal, hubo gran inmigración de Europa después de la sucesivas guerras, muchos italianos, españoles y algunos vascos, que venía uno de la familia y veía que alquilando 30 hectáreas podía comer y vivir todos los días, lo que fue generando poco a poco la clase de los arrendatarios, también conocidos como chacareros”, narra el médico. Los grandes terratenientes alquilaban los campos, los contratos eran muy estrictos, y la explotación agrícola fue creciendo. Nada más ni nada menos, se avecinaban los tiempos de “Argentina como granero del mundo”, al mismo ritmo de la proliferación del ganado vacuno.
“El gran adelanto fue entre 1876 y 1878 cuando llegó el alambrado y el molino de viento, porque el agua era una asunto muy importante, y antes de eso se distribuían en los campos los llamados ‘rincones’, una especie de grandes islotes rodeados por ríos, para mantener la hacienda más o menos controlada y acomodada; y después cuando llega la refrigeración, porque antes se exportaba la carne de dos formas: el charque, que era la carne salada y picada a la intemperie, o el tasajo, salada en cajones”, distingue. La aparición de los frigoríficos representó la posibilidad de exportar toneladas de carne, cuero y grasa, y según Terrizzano fue en ese contexto que tuvieron lugar los años dorados de Ernestina, cuando comenzaron llamativas construcciones sobre la Avenida San Martín, la principal.
“En esa época el centro del mundo en cuanto a cultura era Francia, entonces muchos de los grandes estancieros pasaban temporadas en París y cuando volvían transformaban sus estancias y las renovaban con el estilo de chateau francés, a diferencia de la típica estancia criolla, que era muy sencilla, bajita, y con puertas muy fuertes”, comenta, y añade que también hubo algunos inspirados en arquitectura de tipo normando e inglesa, de mayor tamaño. La población aumentaba y llegó a alcanzar los 2000 habitantes, además de inaugurarse el Teatro Argentino, que además de obras y proyecciones, también era sede de los actos patrios del Colegio Enrique A. Keen.
El teatro: de lleno a vacío
Terrizzano revela que el doctor Keen tuvo nueve hijos, y dividió el territorio en parcelas de 1000 hectáreas para cada uno. “Surgió el turismo de estancia, la que lleva el nombre de Estancia Ernestina todavía está, mientras que muchas fueron cayéndose por la imposibilidad de mantenerlas”, se lamenta. En este punto de la historia, se suma él mismo como habitante de la localidad. “Mi padre llegó acá en 1925, siendo un médico muy joven que venía a reemplazar a uno de los yernos de Keen, pensó que se iba a quedar dos semanas, pero el doctor falleció y se quedó más de 40 años”, confiesa. Durante su infancia no había luz en la casa, y se las ingeniaban para encender 15 lamparitas de 32 volts con un motor con baterías, mientras que las heladeras eran con barra de hielo, después a kerosene, luego a garrafa y finalmente una cooperativa cercana electrificó toda la zona. “Prácticamente todos los elementos básicos había, inclusive comercios de cereales y remates de ferias de animales”, recuerda.
Iba a comprar a un almacén de ramos generales, y también pasaba por una panadería en la que llegaron a consumir hasta cuatro bolsas de harina por día, con un reparto de hasta 15 kilómetros a la redonda. “Había una carnicería, un correo que funcionaba con el tren; hubo dos idóneos de farmacia que atendían, y teníamos teléfono con telefonista, a manija con clavija en la central, que funcionaba de 7 de la mañana a 10 de la noche”, rememora. Cuando iba a la escuela primaria, allá por la década del ‘40, había dos escuelas.
“Uno era el colegio de monjas, que había sido antes ‘El Prado Argentino’, un lugar de esparcimiento, y la familia Keen lo donó a la Congregación de las hermanas de San José, cuya sede central estaba en Lyon, Francia; se fundó en 1938 y duró hasta 1992, que cerró por falta de matrícula”, indica. “Tenían 60 pupilos y otro poco de alumnos externos en sus mejores épocas. Al lado estaba el colegio estatal -que hoy sigue funcionando- con otros 30 o 40 chicos más, cuando ahora apenas se llega a 12 chicos, y un jardín con otros siete niños, porque el desarraigo y la baja de la natalidad influyen”, señala.
Por el teatro siente especial nostalgia, porque conserva un libro de actas donde se registró la actividad desde 1925 hasta 1938. “Tiene una rotonda, una pista cubierta, 200 butacas de madera, numeradas con fila, un entrepiso para proyectar, boletería, fosa para la orquesta y siete telones que se fueron deteriorando; pero ahí se hacían las fiestas del colegio religioso y cada tanto había obras de tipo gauchesco sobre distintos pueblos, que se transmitían por radio, venían una o dos veces por año con dos funciones en el día a sala llena, y también venían a dar cine una vez por mes”, enumera.
En varias oportunidades el Club Atlético Ernestina alquilaba el lugar, se corrían las butacas y se hacían los grandes bailes. “Quedó anotado todo: salía cinco pesos la entrada al salón cerrado y tres pesos a la pista de afuera, el detalle de las licitaciones para la compra de lanza perfumes, papel picado, serpentina, en las actas que son una reliquia que me regaló uno de los descendientes de los Keen”, sostiene. Lo invade una profunda tristeza cuando lo ve cerrado, y sueña con que lo restauren. “Se usó poco porque no era rentable, así que evidentemente quedó muy grande el teatro para lo que era el pueblo”, expresa.
Frente a la poca información publicada sobre el estado actual del teatro, el Director de Turismo del partido de 25 de mayo, Pasta Dioguardi, atiende el llamado de Infobae y brinda datos sobre el proyecto, que en caso de concretarse, despertaría gran interés y esperanza. Por su vocación actoral asegura que la recuperación del teatro es uno de sus objetivos. Cabe recordar que fue quien interpretó a Martín Venegas, líder de la Brigada B de Los Simuladores, y nunca se bajó de las tablas ni dejó de lado la actuación. Supo combinar sus dos facetas cuando decidió hacer un cambio de vida hace siete años y mudarse a la ciudad natal de su esposa.
“Ahora mis hijos se están criando en 25 de mayo, tal como se crió mi señora, y yo también crecí alejado de las grandes urbes, en Unquillo, en las Sierras de Córdoba, y queríamos que tengan una vida tranquila, con otros valores que por ahí a veces se pierden, y así llegamos para acá”, explica. Casi dos años después el intendente Hernán Ralinqueo lo convocó para el cargo en que se desempeña actualmente, y comenzó la gestión. “El Teatro Argentina era de una congregación religiosa, y ni bien nos enteramos de que las hermanas se iban a desprender de la propiedad, como el municipio no lo pudo comprar tuvimos que buscar un inversor que tuviera una visión cultural, y no que se hiciera una casa ahí; dándole la posibilidad de usarlo para determinados eventos. Recientemente se vendió a un privado con la condición de que haga un comodato con el municipio para ponerlo en valor nuevamente”, afirma.
“Estamos tratando de llevar a cabo ese convenio porque hay un subsidio de la provincia de Buenos Aires, que viene de Nación, que se llama 50 destinos, son cincuenta destinos de todo el país a los que ayudan para promocionar el turismo, y Ernestina quedó seleccionado con la propuesta de poner en valor el teatro, y una vez que se firme llegará el dinero para empezar a recuperarlo, que se realicen eventos culturales, festivales, y encuentros que le van a dar una vida muy importante a la localidad”, revela. El predio del antiguo “Prado Argentino” se vendió en su totalidad, con el excolegio de monjas incluido, pero la primera etapa incluye solamente el teatro, y a futuro los gigantescos patios de la escuela podrían convertirse en un centro cultural y social.
Anticipa que se vendrán más buenas noticias para la localidad que pese al descenso de población sí es una de las paradas elegidas por los turistas locales para pasar fines de semana largo en el Camping Ernestina. “Otro proyecto que está aprobado es la puesta en valor de la estación del ferrocarril, hacer una plaza recreativa ahí hasta la vera del río y hacer un paseo, una especie de Costanera para fomentar el turismo porque Ernestina está a punto de ser declarada ‘pueblo turístico’, al ingresar al programa de la provincia de Buenos Aires de pueblos turísticos, y eso también le va a dar más empuje”, remarca Dioguardi.
La visita del príncipe de Gales
Una de las historias de las que también hay varias versiones es sobre la realeza británica. El Director de Turismo asegura que “el 90% del pueblo afirma que en 1925 el entonces príncipe de Gales, Eduardo VIII -el mismo que tendría un breve reinado porque luego abdicó en favor de su hermano- se detuvo en Ernestina durante unas horas en la estancia de los Keen”. Hay consenso sobre el hecho de que en vísperas de la ilustre visita se acondicionó la calle principal con brea y alquitrán desde la estación del tren, donde comienzan las dos cuadras del pintoresco boulevard.
Como prueba de aquella odisea, debajo de la tierra asoman algunos restos del pavimento. Hay quienes sostienen que el futuro rey bajó y caminó por las calles frente a la mirada atónita de los habitantes, observó la Capilla Nuestra Señora De Luján, una iglesia neogótica con hermosos vitrales y techo bañados en bronce que está en buenas condiciones hasta la actualidad, cuenta con un cuidador y se puede ingresar para conocerla por dentro. Sin embargo, Terrizzano es más escéptico al respecto, y cree que puede tratarse de una anécdota que se fue tergiversando con los años.
Te puede interesar: Cómo es el suntuoso palacio francés escondido en el corazón de la provincia de Buenos Aires
Coincide en que hay registros de que el príncipe se dirigía en tren a la Estancia Huetel de Concepción Unzué de Casares, que también se encuentra en el partido de 25 de Mayo, pero no concuerda con la versión de que bajó del vagón. “Sí mandó una foto montado en un caballo dentro de la estancia para saludar al Doctor Keen”, asegura. Para Dioguardi no hay duda de que Ernestina tiene un aire de “pueblo de realeza” porque alguna vez estuvo en la hoja de ruta de un miembro de la corona británica, y así haya sido un paso fugaz, su posible tour por la Avenida San Martín sigue resonando como una de las perlitas del lugar.
Guillermo Cavallero, apodado Picaporte desde que era chico, y excamionero, es el delegado municipal de la localidad. “Soy el primero de la historia porque antes había un coordinador, y la verdad es que me enamoré de Ernestina”, dice con alegría. Vive en Norberto de la Riestra, a 20 kilómetros, pero asegura que va muy seguido para realizar las distintas tareas y charlar con los vecinos. Es otro de los convencidos de que por ese mismo tramo que él recorre, alguna vez caminó el hijo mayor de los duques de York.
El éxodo
“Cuando se fue terminando el pueblo con mi señora ya teníamos nuestros hijos, tuvimos cinco en total, y nos fuimos a trabajar a Lobos, pero siempre seguimos viviendo acá, mientras la gente se seguía yendo. Fui médico de todo un poco: de arreglar huesos, partos, hasta operar una peritonitis”, cuenta el doctor Terrizzano, quien actualmente vive en la que era la antigua sala de primeros auxilio de Ernestina, una propiedad que ya tiene 103 años.
En distintas localidades de la Argentina se escuchan frases como “pueblo sin tren, pueblo que muere”, y en contraposición está quien piensa “ramal que paró, pueblo que no cerró”. Para Fernando se trató de una combinación de factores, y lo enmarca dentro de un problema mundial. “Dicen que cuando se terminó el ferrocarril, se terminaron los pueblos, que en nuestro caso claro que influyó, pero no fue la única gran causal”, asegura. Lo atribuye al contexto socioeconómico de las tareas rurales, a la poca rentabilidad de los campos, y a los cambios en los hábitos de consumo. “Cuando los chacareros empezaron a vender, los que lograron juntar varias propiedades para tener una nueva actividad económica; hubo chacareros que se agrandaron, y surgió una nueva clase, los contratistas”, resume.
Las nuevas tecnologías de maquinaria que abarataba los costos, como una sembradora de última generación, implicaba otra forma de trabajar. “Necesitan hacer entre 3000 y 4000 hectáreas para amortizar el gasto de, o sea una campaña completa, y Empezaron a chocar posiciones ideológica que explican por qué los campos se han ido vaciando. Si bien da muchas fuentes de trabajo, cada vez son para personas más capacitadas y especializadas que sepan usar los programas de la maquinaria”, explica.
“La realidad de Ernestina es la de muchos lugares, porque muchos habitantes buscan vivir en las ciudades medianas o grandes, ya sea para tener otras comodidades, opciones recreativas, formarse, o para buscar una salida laboral, y lo llamativo es que cuando llegan a la tercera edad buscan salir de las grandes ciudades; es un ida y vuelta que ocurre en todo el mundo por cambios sociológicos que influyen”, postula el doctor del pueblo, que también tiene un lugar de encuentro con amigos, que se llama La Pulpería del Dotor. “Ahí estaban los consultorios externos del hospital hace muchos años, pero en un momento mi padre se iba a ir de Ernestina, subdividió eso y lo vendió, pero después no se fue, y cuando yo lo heredé logré recuperarlo y como me acordaba del frente original, lo reconstruí, y no es un comercio, sino punto de reunión, donde cada tanto invito al pueblo para charlar, y he hecho algunas exposiciones de pinturas”, detalla.
Te puede interesar: El pueblo que nació por el sueño de un médico visionario y la clave por la que logró duplicar sus habitantes
Aunque ya hace 20 años que no ejerce en el campo de la medicina, cuenta que cada tanto todavía lo consultan vecinos que fueron sus pacientes. “Si tienen que operarse de algo me vienen a preguntar qué me parece, y si les dan una receta me preguntan: ‘¿Lo tomo o no lo tomo? ¿Le parece que me va a hacer bien?’; y hace poco también me sorprendí cuando muchacho que estaba de paso me saludó y me dijo: ‘Doctor, usted hace 30 años le hizo la cesárea a mi señora, y acá tiene a mi hijo, de 30 años, usted lo salvó'”, revela. Al día de la fecha hay una sala de primeros auxilios donde atiende un enfermero por las mañanas y el médico de un pueblo vecino se acerca entre dos o tres veces por semana.
En noviembre se cumplirán 127 años desde la fundación de Ernestina, y el delegado Cavallero cuenta que el aniversario suele coincidir con uno de los momentos más exigentes de la campaña rural de la región. “En la cooperadora de la Sociedad de Fomento son personas grandes, que a la par de su labor ahí trabajan en el campo, porque el pueblo mantiene una economía agrícola ganadera y avícola, por lo que realmente cuando hacemos la fiesta de celebración nos esforzamos a full, hacemos un asado con toda la gente en la calle, porque hoy no contamos con otro espacio como locación”, manifiesta. Y recuerda que poco después de jurar para comenzar la gestión, comenzó la organización del regreso de los corsos, y como todavía se podía usar el patio del colegio de monjas, hicieron un gran despliegue en la pista cubierta.
“Me llenó mucho a nivel humano y no me lo olvido más, porque la gente lloraba y me decía: ‘Picaporte, hace 50 años que había un baile en el pueblo’”, revela. Como también asisten de localidades vecinas, la primera vez acudieron 1800 personas, el segundo 2600 y al último 3500. “Después por la pandemia no se hizo, pero siempre está en los planes retorno de esa actividad”, proyecta. Cuenta que actualmente en la posta de primeros auxilios una sala lleva el nombre del doctor Terrizzano, y la otra el de su esposa.
El hijo de uno de los primeros médicos del pueblo que siguió sus pasos con la misma profesión, se siente querido por todos los vecinos, y esa calidez es una de las razones por las que sigue eligiendo quedarse en Ernestina. “Gracias a Dios vivo en paz, solamente extraño mucho a mi mujer, mi compañera durante toda la vida, madre de mis cinco hijos; tenemos quince nietos, de los cuales dos están en el extranjero y otro más que se va pronto también, y esas cosas duelen, pero el país está así y muchos de los chicos que tienen formación lamentablemente se van”. Sin perder la fe, agrega: “Ojalá vuelvan, no sé si alcanzaré a ver el retorno, pero ojalá regresen”.
“Me doy cuenta que podría vivir en cualquier otro lado, pero como dice el refrán del paisano: ‘Me gusta el aire de aquí’”, sentencia. Para quien desee visitar la localidad, se encuentra a 80 kilómetros de la ciudad de cabecera -25 de Mayo-, y para emprender el viaje desde la capital porteña hay dos opciones, según el clima. Inicia en la autopista Ezeiza-Cañuelas, continúa por la ruta 205, y cuando no llueve, después de pasar Roque Pérez a mano derecha se toma la ruta 30 y desde ese punto se divisan los carteles que indican cuánto tramo falta para la bajada al Complejo Ernestina. En días de lluvia se recomienda seguir diez kilómetros más por la ruta 30, hasta visualizar un cruce y paso nivel, y empalmar con la Ruta 40 a la derecha, ya que el acceso a Pedernales es de asfalto, y desde ese punto son siete kilómetros de tierra hasta el destino.
No parece casualidad que el nombre Ernestina, de origen germano, signifique “la que tiene voluntad y siempre vence”, asociado a la tenacidad y la fortaleza de resistir las tempestades. El documental La Gente del Río, dirigido por Martín Benchimol y Pablo Aparo, fue grabado allí, participaron los vecinos y con sus testimonios construyeron un relato de suspenso y elementos de ficción. Estrenado en 2013, dura una hora, y se puede ver de manera gratuita en la plataforma virtual de Cine AR. En una de las escenas una de las lugareñas lee un poema -de quien no aclaran la autoría- para honrar sus raíces: “Mi pueblo tan querido es humilde, es tranquilo, tiene un carisma especial; seguro esa noble dama que le regaló su nombre también le entregó su alma y así se quiso quedar”.
“Hay muchos, muchos recuerdos, en este, mi pueblito sin igual. Personas, lugares, momentos, imposibles de detallar, todos están en mi corazón. Merecen ese lugar. Ernestina, quizás porque el frío asfalto a tus calles no llegó es que no piensan en tu progreso y te quitan en tu valor, pues yo, prefiero tus calles, con la tibieza de su arenal, porque tú Ernestina, tienes valor por toda tu paz”, culmina la prosa que representa el sentimiento de todos los habitantes del lugar.
Seguir leyendo: