“El tirano ha muerto”: el bombardeo para matar a Perón en Plaza de Mayo y un saldo atroz de víctimas

El 16 de junio de 1955 militares que conspiraban contra el gobierno peronista bombardearon la Casa Rosada con el propósito de eliminar al presidente. Muchas de las bombas cayeron en los alrededores de la sede de gobierno, provocando la muerte de inocentes que circulaban por el lugar. La demencial acción disparó otra similar: la quema de iglesias en el centro porteño.

Para 1955, Juan Domingo Perón estaba enfrentado con la Iglesia, y muchos militares conspiraban para derrocarlo.

El plan era matar al presidente Juan Domingo Perón, bombardeando la Casa Rosada. Hacía dos años que esa idea estaba en la cabeza de los conspiradores, que incluía a militares de las distintas armas y a civiles de los principales partidos políticos. La acción debía ser un miércoles, día en que semana de por medio el primer mandatario se reunía con sus colaboradores más cercanos.

Particularmente, la marina y Perón nunca se llevaron bien, a tal punto que cuando el contraalmirante Alberto Teisaire fue electo vicepresidente en 1954, no fue votado en ninguna de las bases navales, lo que sorprendió al propio presidente.

Además, desde comienzos de 1954 la relación entre el gobierno y la Iglesia comenzó a desgastarse hasta llegar a un punto donde no había lugar para la reconciliación.

En un demencial ataque, aviones bombardearon la Casa Rosada para matar al presidente quien, alertado, hacía rato que estaba refugiado en la sede del Ejército.

Para 1955 no había vuelta atrás y decidieron conspirar. Entre ellos, los capitanes de fragata Aldo Molinari, Francisco Manrique, Antonio Rivolta, Néstor Noriega y Jorge Bassi, y el capitán de navío Jorge Perren. El almirante Aníbal Olivieri era el ministro de Marina desde 1951 e historiadores remarcan que conocía los planes pero no hizo nada para detenerlos. Tres generales se comprometieron: Pedro Aramburu, Fortunato Giovannoni y León Justo Bengoa. La lista continuaba.

Se relacionaron con sus colegas de otras fuerzas y con civiles, entre ellos los radicales Miguel Angel Zavala Ortiz y Julio Duró Ameghino, los conservadores Adolfo Vicchi y José Aguirre Cámara y el socialista Francisco Pérez Leirós, entre otros.

Automóvil incendiándose en la esquina de Paseo Colón y Alsina. Adelante, una persona herida. Fotografía incluida en el expediente judicial.

El plan golpista incluía bombardear la Casa de Gobierno para eliminar a Perón; una vez terminado el bombardeo, comandos civiles al mando del ex capitán Walter Viader -que había participado del alzamiento de 1951- se adueñarían de Plaza de Mayo y ocuparían una radio para emitir la proclama revolucionaria. “Argentinos, escuchad este anuncio del cielo volcado por fin sobre la tierra argentina. El tirano ha muerto. Nuestra patria, desde hoy, es libre. Dios sea loado”, decía.

Paralelamente, infantes de marina serían los encargados de tomar la sede de gobierno. Mientras la tercera división de Ejército se dirigiría desde Paraná a Buenos Aires, la flota de mar haría lo propio para apoyar las acciones.

Parte de la Casa de Gobierno donde impactó una de las 29 bombas que arrojaron desde los aviones. Fuente Archivos Abiertos - Ministerio de Defensa.

Había complotados de todas las armas y varios civiles. En caso de éxito, una junta militar tomaría el poder, que también sería integrada por el radical Zavala Ortiz, el conservador Vicchi y el socialista Ghioldi.

Los planes conspirativos llegaron a oídos del gobierno el jueves 13 de junio y se decidió adelantar el golpe. La oportunidad la tendrían el 16 cuando se haría un desfile en desagravio al general José de San Martín por los hechos ocurridos el 11 durante la conmemoración del Corpus Christi, una celebración religiosa que se había transformado en un clamor opositor al gobierno. Manos anónimas habían quemado una bandera argentina que flameaba en uno de los mástiles del Congreso, habían ocurrido desmanes en la catedral y los sentimientos a favor y en contra estaban en carne viva.

Algunos curiosos quedaron en los alrededores, amparados en las entradas de los edificios. Foto Revista Esto Es, noviembre 1955.

Al mediodía una formación de aviones Gloster Meteor de la Fuerza Aérea debían sobrevolar la catedral metropolitana en honor del Libertador y de Perón, que observaría todo desde los balcones de la Casa Rosada. En simultáneo, de la base aeronaval Comandante Espora despegarían aviones Catalina. Para no levantar sospechas, el capitán de corbeta Enrique García Mansilla dijo que se dirigía a Bariloche a participar de un simulacro de bombardeo.

Todos los aviones llevarían bombas para matar al presidente.

Pero las cosas no saldrían según lo planeado. El general Justo León Bengoa no pudo viajar a Paraná a sublevar al Tercer Cuerpo, por no haberle avisado a tiempo. Además, el día no era el indicado para volar. Espesas nubes protegían la plaza de Mayo y alrededores. Los pilotos debían buscar un hueco para no errar a la hora de arrojar las bombas. Como el gobierno estaba al tanto de los planes, rodearon la Escuela de Mecánica de la Armada, cortándole a los golpistas un apoyo fundamental.

Autos y trolebuses dañados sobre la avenida Paseo Colón. Foto Archivo General de la Nación.

A las 8 y media de la mañana una compañía de infantes de marina entró al ministerio de Marina, en el edificio que actualmente ocupa la Prefectura. Una hora después, los aviones sobrevolaban el río. Eran 20 aviones North American de entrenamiento, comandados por el capitán de corbeta Santiago Sabarots y media docena de Beechcraft AT 11, de bombardeo liviano, al mando del capitán de fragata Néstor Noriega. Nueve C-47 llevaron de Punta Indio a Ezeiza a infantes de marina, bombas y proyectiles.

Mientras tanto Perón, que ese día había llegado a las 6:15, cerca de las 9 y media abandonó la Casa Rosada porque sabía la que se venía. Solo fue prevenida la guardia de Granaderos. Antes había recibido al embajador norteamericano y al ministro de Ejército. A ambos les anticipó lo que sucedería y les ofreció refugio.

Mientras tanto, en la plaza se juntaba gente para ver el desfile, había fotógrafos y hasta una cámara de filmación.

La hora del ataque se acercaba y no había noticia de los aviones. A las 12:40 la primera bomba destruyó el jardín de invierno de la casa de gobierno, afectó a la cocina y mató a dos ordenanzas. A las apuradas unos 400 empleados y algunos periodistas, a los que se le cayó encima el cielorraso de la sala de prensa, se dirigieron a los sótanos, esperando lo peor.

Las veredas de la plaza de Mayo temblaron. La gente en medio de gritos y llantos, comenzó a huir despavorida en todas direcciones. Algunos se pegaban contra las paredes de los edificios.

El ruido de la primera explosión hizo que los infantes de marina saliesen a la calle para tomar la Rosada. Pero fueron frenados por los disparos hechos desde las azoteas cercanas por efectivos de granaderos.

Perón le dio la orden al general Lucero de reprimir.

Los infantes de marina lograron tomar la estación YPF que estaba en camino de Gobierno, pero fueron atacados por detrás por cuatro tanques Sherman y cinco piezas de artillería liviana. Los alrededores de gobierno se habían transformado en un campo de batalla.

Salvo los aviones Catalina y los comandados por García Mansilla, Buteler y Vélez, el resto de las máquinas arrojaron sus bombas. No todas dieron en el edificio, muchas cayeron en la plaza y en las calles adyacentes, provocando terror y pánico, más aún cuando algunos aviones pasaban ametrallando.

Interior de la iglesia de San Ignacio, luego del incendio y de los saqueos.

Una bomba dio de pleno en un trolebús matando a todos sus ocupantes. Otras quedaron sobre el pavimento sin detonar, ya que los aviones las habían arrojado a muy baja altura, por la nubosidad reinante.

Los aviones navales se dirigieron a Ezeiza a cargar combustible. En el trayecto, un North American fue derribado por un avión leal y su piloto fue capturado; otro alcanzó a aterrizar en Ezeiza.

Al caos reinante se sumaron un contingente reclutado por los gremialistas Augusto Vandor, Eustaquio Tolosa, Rafael Colace y Héctor Tristán, que llegaron en camiones. Iban a defender la Casa de Gobierno. “¡La CGT los llama a defender a su líder!” decía la consigna. Muchos se acercaron pensando que habían matado al presidente. Cuando éste se enteró, dio la orden de que los obreros abandonasen la plaza para que la masacre no fuera mayor.

En una segunda ola de bombas, fueron blanco el edificio de la CGT, la Policía Federal y el edificio de Obras Públicas, ubicado en el medio de la avenida Nueve de Julio, que fue ametrallado. Desde las azoteas de los edificios de los alrededores de la plaza, civiles disparaban contra los aviones.

Un avión atacó la residencia presidencial que se levantaba donde hoy está la Biblioteca Nacional porque se presumía que Perón podría estar allí. Una bomba cayó en el pasto y no explotó, otra impactó en las escalinatas de Gelly y Obes matando a un barrendero y una tercera sobre Pueyrredón, en el que falleció un chico de 15 años y un hombre que estaba en su auto.

Además, hubo aviones que trataron de frenar la columna de efectivos del Regimiento 3 de La Tablada que se desplazaban por avenida Crovara.

Una tercera oleada volvió sobre la Casa Rosada, la sede del Ejército, el ministerio de Hacienda y el Banco Hipotecario. Fue la última ya que viraron en dirección a Uruguay.

A las cinco de la tarde, en Ezeiza se supo que tropas leales se acercaban para reprimir. Todos los complotados, tanto militares como civiles, subieron en un C-47, sabiendo que todo estaba perdido. Además, un tanque había abierto tremendo boquete en el segundo piso del edificio del ministerio de Marina, destrozando la sala de almirantes. Los marinos colgaron una bandera blanca. El ejército ocupó el edificio.

La Casa Rosada había recibido 29 bombas y seis no habían detonado.

El contralmirante Samuel Toranzo Calderón asumió la responsabilidad del golpe. El comandante de infantería de marina, vicealmirante Benjamín Gargiulo, si bien no había tenido participación en los hechos, se suicidó.

El golpe dejó un saldo de alrededor 200 muertos y 900 heridos. La mayoría de ellos fueron llevados a la Asistencia Pública y al Hospital Argerich.

A las dos de la tarde se escuchó por Radio del Estado un mensaje del presidente: “Algunos disturbios se han producido como consecuencia de la sublevación de una parte de la Aviación de la Marina. Las tropas del Ejército accionan contra probables focos de alteración del orden. La Aviación Militar ha derribado un avión y tres han sido obligados a aterrizar. La situación tiende a normalizarse. El resto del país, tranquilo. Fuerzas del Ejército, de la Aviación, firmes en el cumplimiento de su deber”.

A las cinco volvió a hablar para comunicar que, si bien quedaban focos mínimos, la situación había sido dominada.

La iglesia de San Nicolás de Bari, sobre la avenida Santa Fe. Luego de incendiarla, fue saqueada. Foto Revista Esto Es, noviembre 1955.

La locura continuaría. Esa misma tarde, mientras recogían los cuerpos que habían quedado en la calle, piquetes de incendiarios fueron a las iglesias. Comenzaron con la Curia metropolitana, al lado de la Catedral. El lugar fue saqueado, los muebles y papeles arrojados a calle, y todo prendido fuego, ante la mirada pasiva del cuerpo de bomberos. Las llamas destruyeron el archivo colonial.

En Alsina y Defensa se reunió otro grupo, que se dirigió a Santo Domingo, pero la acción del jefe de la dotación de bomberos que estaba en el lugar, impidió el incendio. Pero Oscar Benzi, jefe de bomberos se enteró, mandó quitar las banderas que habían sido capturadas durante las invasiones inglesas, e hizo quemar el templo. Las llamas llegaban al techo.

Luego le tocó a San Francisco, pero no pudieron entrar pero sí a la capilla de San Roque, la que ardió durante ocho horas. Los vidrios de las ventanas fueron rotos a tiros, y de autos acercaban damajuanas con combustible.

También quemaron San Nicolás de Bari, a la que luego saquearon. Fueron a San Francisco, que corrió idéntica suerte, así como San Miguel, La Merced, San Juan y El Socorro. También hubo incendios y en el interior y agresiones a clérigos.

Los militares que huyeron al Uruguay fueron dados de baja, aunque los reincorporaron cuando Perón fue derrocado. En total buscaron refugio en el país vecino 122 personas, entre civiles y militares.

El 17 se declaró el estado de sitio y el lunes 20 se trabajó. Hubo un acto de desagravio a la bandera en Plaza de Mayo y se anunció la supresión del Comando General de Infantería de Marina y del Comando de Aviación Naval. Las dependencias de Casa Rosada afectadas por las bombas reabrieron el 27 y dos días después se levantó el estadio de sitio en un país irremediablemente partido al medio.

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