Rubén Ceferino Piriz tiene 16 años, vive en una aldea aborigen llamada Guaporaity, en la provincia de Misiones, y su deseo de estudiar en Buenos Aires es tan ferviente que, días atrás, escribió una conmovedora carta a una fundación cuyo destino es alguien que le tienda una mano.
“Me levanto a las 5.30 para ir a la escuela y camino dos horas para llegar a Hipólito Irigoyen. Aprender me resulta fácil, por eso tengo muy buenas notas. Me encanta Biología, Matemática y Química y también los idiomas. En mi comunidad hablamos solamente guaraní, pero sé inglés y portugués, además de castellano”, se presenta, y concluye: “Con una ayuda económica, un padrino o una beca podría cumplir mi sueño: estudiar Bioquímica en Buenos Aires”.
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El sueño de estudiar en Buenos Aires
La carta la recibió la fundación “Mamis Solidarias”, que realiza una gran tarea en Misiones, y que luego compartió con otra entidad llamada Fonbec (Fondo de Becas para Estudiantes), que procura visibilizar la historia de Rubén y de otros tantos estudiantes aborígenes que sueñan con un futuro mejor.
Mejor alumno de quinto año de la secundaria en el Bachillerato Pedagógico N° 2 José Manuel Estrada, a unos ocho kilómetros del hogar que comparte con sus padres, Lina y Ceferino; tres de sus nueve hermanos y un sobrino, Rubén sintetiza su presente con una solemnidad que asombra y con estas palabras: “Amo mi aldea, pero aún encerrado aquí veo que hay un mundo por explorar afuera”.
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Ni él puede explicar cómo y dónde surgió su curiosidad eterna, sus deseos de aprender y de progresar. Sus padres apenas estudiaron la Primaria y ninguno de sus hermanos prosperó fuera de Guaporaity.
“Pero sí alcanzan a darse cuenta de que quieren un futuro para mí. Ellos quieren que estudie”, aclara.
“Amo ir a la escuela, aunque cuando empecé primer año no hablaba castellano. Íbamos con mi primo, pero él quedó en el camino, como sucede con muchos chicos, y lo entiendo. No es fácil, hay que levantarse muy temprano y cumplir un trayecto de casi dos horas a pie. No me quejo, me encanta, me siento animado cuando aprendo cosas nuevas y me ilusiona el solo hecho de pensar en irme a estudiar. Realmente quiero acceder a una carrera, pero también sueño con regresar a trabajar por mi comunidad”, describe, en diálogo con Infobae.
De muy pequeño fue un niño curioso que nació en una casilla de madera, la misma donde hoy vive. Nunca le gustó faltar a la escuela y siempre brilló en el aula. Su método de estudio, cuenta, es infalible: “Tomo las hojas y salgo a caminar mientras leo”.
Atravesar el coronavirus
Claro que el problema se le presentó cuando empezó la cuarentena por el Covid 19. “Nadie en este lugar tenía teléfono y menos Internet para poder asistir a las clases virtuales. Eso es algo que recién logramos hace poco y solo en algunos sectores”, cuenta.
Fue así que tuvo que rendir libres nada menos que las 12 materias del año. “Aprobé todas con el apoyo de las profesoras y pude pasar a tercero. Ahora curso el último año de la secundaria y sieto que esa etapa fue superada”, advierte. Aunque no lo dice, Rubén es el mejor alumno de su clase.
-- Rubén ¿Si obtuvieras un padrino, como deseás, o una ayuda para ir a Buenos Aires, crees que extrañarás esta cultura tan diferente?
--Sí, claro, pero valdría la pena. Porque regresaría y ayudaría a mi familia. Entiendo que este es un lugar donde viven apenas 27 familias con grandes atrasos en cuanto a tecnología, conocimientos, es decir, avances de todo tipo. Recién hace muy poco tenemos wifi y solo en algunos lugares. Ahora mismo estoy hablando desde un lugar muy alejado de mi casa.
--¿Qué hacés en tu comunidad en los ratos libres?
--Tengo poco tiempo libre porque me dan mucha tarea en la escuela. El resto del día debo ayudar en mi casa. Somos muchos en la familia y estamos muy alejados de la zona urbana.
--¿Siempre se comunican en guaraní?
--Sí, porque mis padres casi no hablan castellano.
--¿Desde cuándo sentís esa clara convicción de continuar estudiando?
--Como dije, me anima muchísimo todo lo que hay por descubrir fuera de este lugar que está alejado y, de alguna manera, atrasado. Es un ritmo difícil, antes iba con mi primo, pero no cualquiera puede seguir estudiando en estas condiciones, no es fácil, hay que madrugar mucho, caminar de noche en pleno invierno y, a veces ni tiempo tengo de desayunar porque debo llegar a Hipólito Irigoyen antes de las 7.30.
--¿Si finalmente pudieras iniciar una carrera universitaria, serías el primero de tu familia?
--En realidad sería el primero de Guaporaity. Nadie ha podido avanzar aquí en cuanto a estudios. Por eso mismo mi deseo sería poder regresar con un título algún día a esta tierra.
--¿Qué es lo más difícil de tu vida de estudiante?
--Hoy estoy acostumbrado a las dificultades, a la distancia, a la falta de wifi. No me pesa. Creo que lo más difícil fueron los meses de cuarentena porque quería estudiar y tenía el tiempo, pero no las posibilidades. Por eso me habló una profesora y me propuso rendir las 12 materias. Le dije que sí, que estaba dispuesto, que no quería perder el año. Finalmente, las pude rendir en muy poco tiempo.
--¿Cuál es tu sueño?
--Además de estudiar, que es lo principal, espero conocer algún día el mar y cantar sobre un escenario. Porque amo cantar desde muy niño. Siento que cumplir mis sueños también significaría cumplir los de mi familia.
Historias que se repiten en Misiones
La coordinadora del Fondo de Becas (Fonbec) sede Misiones, Ivana Riveros Da Silva, fue quien dio el primer paso para que la historia de Rubén se visibilizara. Lo hizo cuando tomó contacto con otra fundación llamada Mamis Solidarias.
“Lamentablemente la comunidad aborigen no es tenida en cuenta por el gobierno. Rubén representa apenas una historia, pero estamos abocados a otros estudiantes de nivel secundario y universitario con grandes deseos de progresar. La lista de espera es enorme”, puntualizó la referente de esta fundación que busca, a través de padrinos, que estudiantes de todo el país puedan costear sus estudios y recibir un seguimiento.
Enumeró, por ejemplo, los casos de Juan Acosta y José Fernández dos jóvenes oriundos de la comunidad mbya guaraní Tekoa Arandú, de Pozo Azul, que estudian en Iguazú, a más de 200 kilómetros.
“Actualmente viven en un espacio que les cedió el instituto donde estudian, es un aula que comparten con otros chicos y allí comen, estudian y duermen. Comparten gastos y material de estudio. Hacen un gran sacrificio, duermen en colchones en el piso porque ni siquiera hay camas. Pedimos donaciones de todo tipo, garrafas, frazadas, bolsas de dormir y, por supuesto, alimentos”, sostuvo Ivana.
Al igual que Rubén, Juan y José provienen de familias muy humildes, con familias numerosas que subsisten como pueden, en muchos casos a través de la venta de productos artesanales.
Su rutina es siempre igual: se levantan a las 5 de la mañana, desayunan y asisten a clases hasta el mediodía. “Optaron por realizar sus estudios en el Instituto Superior Indígena Raul Karai Correa porque es bilingüe, allí además de contar con un docente blanco, cuentan con un docente que habla su lengua, el mbya guaraní, por lo tanto, les resulta más fácil comprender y aprender. Además, la misma institución les consiguió el lugar donde quedarse y la carrera que ofrecen allí, Técnico Superior en Turismo Comunitario Indígena, fue diseñada desde la cosmovisión y cultura guaraní originaria”, subraya.
Al ser tanta la distancia de la institución a su casa, permanecen allí toda la semana y regresan a sus casas los fines de semana.
“Pero no siempre logran hacerlo, ya que no cuentan con dinero para el pasaje, fotocopias y materiales necesarios para estudiar, por eso comparten.
Cómo ayudar. Coordinadora Ivana Riveros Da Silva tel 3755508367 / misiones@finbec.org.ar
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