“Un asqueroso entregador lo vendió como a un cerdo”: testimonio inédito sobre el fusilamiento del general Valle

El 12 de junio de 1956, tras el conato de golpe contra la Revolución Libertadora, fue ejecutado bajo la Ley Marcial que había impuesto el gobierno de facto de Aramburu. El impactante relato del entonces capitán de navío Paco Manrique, testigo directo de los hechos, sobre el hombre que traicionó al líder de los rebeldes, cómo se entregó y la ejecución en la antigua prisión de la avenida Las Heras

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Isaac Rojas y Pero Eugenio
Isaac Rojas y Pero Eugenio Aramburu dictaron la Ley Marcial que permitía fusilar a los rebeldes

En la noche del sábado 9 de junio de 1956 el vicepresidente de facto de la Nación y Comandante de Operaciones Navales, almirante Isaac Francisco Rojas, se encontraba plácidamente sentado en su palco del Teatro Colón. Estaba acompañado por su esposa, el matrimonio Galli y el capitán de fragata José María Rubio y su esposa. Observaban en profundo silencio la obra de ballet “El espectro de la Rosa”, musicalizada por Karl María Von Weber. En un momento, cuando el bailarín saltaba por la ventana y daba leves pasos alrededor de la primera figura femenina, que se mostraba dormida, y depositaba una rosa en su regazo, al marino lo interrumpió un ordenanza para informarle que tenía una urgente llamada telefónica.

Salió del salón, tomó el teléfono e inmediatamente reconoció la voz del jefe de Inteligencia de la Armada, el capitán de navío Mario Robbio Pacheco, que lo informaba: “Señor almirante, están ocurriendo algunos sucesos”. Rojas entendió que debía abandonar el teatro y dirigirse al Ministerio de Marina. En realidad, Rojas y el gobierno que presidía el teniente general Pedro Eugenio Aramburu sospechaba que se gestaba un conato contra el gobierno de facto de la “Revolución Libertadora” que había desalojado al presidente constitucional, teniente general Juan Domingo Perón, en septiembre de 1955.

Cuando llegó a la sede naval lo estaban esperando, entre otros, Robbio Pacheco y el capitán de navío Francisco Guillermo “Paco” Manrique, jefe de la Casa Militar de la Presidencia de la Nación. Tras los saludos de estilo, Manrique le dijo que se debían activar “los instrumentos legales para sofocar una contrarrevolución” que se encontraban guardados en la Casa de Gobierno.

Una vez que llegaron a Balcarce 50 se dirigieron a la caja fuerte donde estaban depositados los tres decretos que el general Aramburu dejó firmados antes de partir a Rosario, Santa Fe, para el caso de que sucediera algo. A través de ellos se disponía el Estado de Sitio, el decreto de Ley Marcial y el que establecía las reglas para los tribunales castrenses que habrían de juzgar a los detenidos.

Francisco Manrique antes de ser
Francisco Manrique antes de ser periodista y político

El vicepresidente fue a la central de comunicaciones y se comunicó con Aramburu que en ese momento volvía en barco desde Rosario. Lo hizo pasar al buque de guerra Drummont –que lo escoltaba- y lo informó de los acontecimientos. Luego de escuchar, Aramburu lo instruyó:

—Rojas ponga en marcha la Ley Marcial y los demás decretos ya firmados.

—Señor Presidente -respondió el almirante- quédese tranquilo que ya está todo hecho y controlado.

Uno de los relatos más completos de lo sucedido lo dio el periodista Salvador Ferla, en su libro “Mártires y verdugos” donde resume que el golpe se hizo (e intentó) en varios lugares de la Argentina con oficiales, suboficiales y civiles que se movilizaron tras conocerse una proclama que para algunos la habían escrito el general (R) Juan José Valle con el poeta Leopoldo Marechal, el creador de “Adán Buenosayres”. Como señala Ferla, la planificación era conocida por los diferentes servicios de Inteligencia del Estado. Tras un comienzo medianamente exitoso en alguna guarnición el complot fracasa rotundamente. No logra prolongarse más que unas pocas horas. “Es una rebelión de subalternos” dirá Arturo Ossorio Arana, Ministro del Ejército.

"Usted tendrá la satisfacción de
"Usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado", le escribió Valle a Aramburu pocas horas antes de ser ejecutado

Para el historiador estadounidense Robert A. Potash el hecho militar expresaba “en esencia un movimiento militar que trató de sacar partido del resentimiento de muchos oficiales y suboficiales en retiro así como de la intranquilidad reinante entre el personal en servicio activo… el movimiento no logró la aprobación personal de Juan Perón”, exiliado en Panamá.

“El fracaso de la asonada del 10 de junio de 1956 –le dice Perón a John William Cooke—ha sido la consecuencia del criterio militar del cuartelazo. Los dirigentes de ese movimiento han procedido hasta con ingenuidad. Lástima grande es que hayan comprometido inútilmente la vida de muchos de nuestros hombres, en una acción que, de antemano, podía predecirse como un fracaso.”

Fracasado el golpe y tras la detención de militares y civiles se aplica lo determinado en la Ley Marcial, los fusilamientos. “No se fusila para reprimir –escribirá Ferla—se fusila para castigar”. Engendrar temor en prevención de otras posibles sublevaciones. Si antes del 9 de junio existía una profunda fisura en la sociedad argentina, tras los fusilamientos se produjo un abismo insondable entre peronistas y antiperonistas. “Se acabó la leche de la clemencia” exclamará Américo Ghioldi, un dirigente socialista y miembro de la Junta Consultiva Nacional, cuyos hermanos Rodolfo José y Orestes Ghioldi, eran de los tantos dirigentes comunistas que arroparon la Libertadora. Para el dirigente conservador Emilio Hardoy “el gobierno provisional aplicó la ley marcial con fusilamientos que, en el caso de civiles revolucionarios de José León Suárez, no tiene justificación ni moral ni jurídica”.

Mientras se sucedían las detenciones y algunos se refugiaban en lugares secretos o pedían refugio diplomático, la gran pregunta fue: ¿Donde está el jefe de la asonada, el general de división Juan José Valle? Aquí entramos en el archivo personal del capitán de navío Francisco Guillermo Manrique que luego de varios lustros relató su situación durante el 9 de junio de 1956 y días posteriores. En este documento inédito que revelamos comienza aclarando: “Siempre guardé silencio con referencia al fusilamiento del general Valle. Y eso que me insultaron, de arriba abajo, durante muchos años. Pero esta vez quiero poner las cosas en su lugar para que mi testimonio, absolutamente veraz, sea recogido por los que, algún día, sin apasionamientos, intenten develar el misterio del desconcierto argentino.”

El general Tanco logró escapar
El general Tanco logró escapar

A continuación Manrique transcribe el texto de su carta al almirante Teodoro Hartung del viernes 22 de junio de 1956, entregada en propias manos el domingo 24 de junio, sobre su actuación en esas horas y agrega: “Pero tras la carta corresponde continuar la historia si es que quiero aportar más datos a los analistas de mañana”.

“Buenos Aires, 22 de junio de 1956.

Señor Almirante Teodoro Hartung

Ministerio de Marina/Capital Federal

Estimado Señor:

Me ha pedido usted que haga un relato de los hechos que llevaron a la detención del general Valle con el objeto de que en el Ministerio se recopilen para que sirvan para una futura apreciación histórica. Ayer me insistió en que lo hiciera, pero debo confesarle que este suceso en el que me tocó intervenir me produce náuseas. De ahí que trataré de ser lo más objetivo, sin agregarle apreciaciones mías -lo intentaré- para que sus historiadores saquen de allí las conclusiones que correspondan con toda la frescura mental que les deseo”.

“Caso del general de división Raúl Tanco: Me enteré de que había sido localizado en la Embajada de Haití cuando el general Quaranta, jefe de la S.I.D.E. entró en mi despacho reclamando ver al presidente (el general Tanco había entrado a la embajada de Haití disfrazado de mujer en compañía de dos señoras). Minutos después informaba que, en realidad, no se trataba de una Embajada sino de una casa particular que usaba el Embajador. Aramburu le ordenó hacerse de correcta información. Volvió a mi despacho junto con otros oficiales y usaron mis teléfonos. Y desde allí se decidió -esto no lo sabía Aramburu- que se procedería a detenerlo porque parece que la casa esa, embajada o no, no tenía bandera haitiana. Cuando se fueron vi a Aramburu, informándole que se cometería una barbaridad y que nadie en el mundo entendería ese asalto a una embajada, con bandera o sin bandera. Aramburu compartió mi opinión y me dio orden de hablar con Ossorio Arana para frenar este episodio que de todas maneras se efectuó, con detalles que usted conoce y que no hablan bien de esta Revolución. Ossorio Arana intervino y esa misma noche el general Tanco estaba seguro, con la decisión oficial de que saliera para México. Los hechos fueron vertiginosos”.

El ex presidente Perón y
El ex presidente Perón y el general Tanco se encuentran en Caracas en 1958

El almirante Rojas recordaría en sus Memorias que el general Quaranta llegó al departamento señalado, pidió hablar con el embajador haitiano y la mujer de color que lo atendió le dijo: “Señor general yo soy la embajadora…” a lo que el militar respondió: “Qué vas a ser vos la embajadora, negra de mierda” al tiempo que le pegó un manotazo. A continuación Quaranta “lo sacó a Tanco a los empujones”. Como toda evaluación Rojas dijo que el militar de la Libertadora era “muy impulsivo y desubicado”.

El 10 de junio Aramburu llegó a Buenos Aires y firmó los decretos –Estado de Sitio y Ley Marcial- que se estaban aplicando, durante una reunión con la Junta Militar, integrada por Ossorio Arana, Hartung y el brigadier Krause.

Valle fue fusilado en la
Valle fue fusilado en la antigua prisión de la avenida Las Heras el 12 de junio de 1956

Sigue Manrique en su informe:

“Caso del general de división Juan José Valle: He relatado el caso anterior porque hacía al clima que yo y todos vivíamos. La cuestión es que regresé a mi casa muy tarde. Serían las dos de la mañana. Y sobre mi mesa de luz había un mensaje, un papelito, con letra de mi mujer, que decía: ‘Paco: Te llamó un Sr. (Andrés) Gabrielli que dice que ha sido amigo de tu papá. Está con un problema grave y desea que lo llames a cualquier hora’. Mi primera reacción fue dejarlo para el día siguiente. Estaba destrozado, y aplastado. Y fue mi mujer la que me hizo entrar en razones cuando me informó que realmente el hombre parecía muy preocupado y lleno de urgencia. Marqué entonces su número y me atendieron enseguida. Quiero ser de lo más minucioso con esto. Repitió que quería verme y al darle yo cita para el día siguiente, me pidió, en memoria de mi padre, que nos viéramos enseguida. Con la memoria de mi padre me echaron en un balde de m... Lo cité entonces para concurrir en media hora a mi escritorio de la Casa Militar. Me vestí y me largué, intrigado. Media hora después me encontré con él… Empezó hablando maravillas de mi familia, para terminar (empezar) expresando que quería hablar con Rojas porque el general Valle le habría creado un gran problema a él y a un grupo de amigos a quienes ‘había traicionado’. Le recuerdo que ese día había salido en los diarios un comunicado de la Junta recordando las “culpabilidades de los cómplices”.

“Rojas estaba durmiendo. Como yo en un principio, opinó que la reunión se efectuase al día siguiente, pero ante la insistencia nerviosa, casi desesperada, de Gabrielli, me pidió que lo llevase a su casa. Cargué al fulano en mi auto, y manejando yo, fui a la casa de la calle Austria. Rojas nos recibió enseguida, de bata y pijama. Gabrielli entonces explicó que sus razones eran poderosísimas porque... y le soltó toda clase de acusaciones a Valle, para explicar, finalmente, que estaba escondido en un departamento suyo irregular, pidiendo que lo fuesen a detener. La cara de Rojas era una mezcla de sueño, asco e indignación. Explotó en un momento y le dijo en la cara: ‘¡Usted lo está entregando!’. Y Gabrielli, trastornado, no se dio por aludido continuando su explicación de que Valle era un cualquier cosa que se había propuesto hundir a sus amigos y que si no se le detenía, las derivaciones serían muy graves. Rojas entonces sacó una solución arriesgada pero acorde con su conciencia, entre la responsabilidad de ser parte de la cabeza de gobierno y la náusea que producía el entregador: ‘Si tiene teléfono, llámelo y dígale que dentro de media hora llegará la policía porque ha sido localizado’. (Andrés) Gabrielli aceptó. Estaba tremendamente nervioso. Rojas lo llevó a la pieza de al lado y volvió conmigo al living. Cuando nos quedamos solos, me dijo: ‘Este asqueroso lo está vendiendo como a un cerdo. Pero así, con este aviso, es posible cortar una porquería, aunque mañana yo sea mal interpretado. Usted sígale el tren y dentro de una hora hablaré con el general Quaranta’. Volví a subir a Gabrielli en mi auto y me pidió que lo llevase al Círculo Italiano. Era una noche helada y ya serían las tres o cuatro de la madrugada. Al llegar al Círculo me pidió que esperase un segundo y, efectivamente, regresó casi instantáneamente con dos personas, una de las cuales, luego supe, era el coronel (Federico) Gentilhuomo (sic). Les dijo en mi presencia y como para que lo oyera, y como para que los demás me tomasen de testigo: ‘He arreglado todo. Valle se podrá rajar’. Yo corregí: ‘Será detenido antes de una hora’. Los dos señores del Círculo no abrieron su boca y volvieron, al parecer, según Gabrielli, a continuar su partida de pocker”.

La ley marcial impuesta por
La ley marcial impuesta por el gobierno de facto

“Había ya, entre pitos y flautas, pasado una hora o más. Gabrielli me pidió que lo llevase a la calle Corrientes al 4.000. Lo hice. Al llegar allí, bajamos. Me dijo: ‘Aquí está el departamento mío que ocupó Valle, aprovechándose de la amistad. Ya debe haberse ido’. Lo acompañé a un tercer piso, al fondo. Abrió con su llave. Yo quedé afuera. Escuche: ‘Juancho. Está todo arreglado. He venido con Manrique’. Al ser nombrado, entré. Estaba Valle, en pijamas, apuntándome con una Colt. Yo estaba desarmado. Le dije: ‘No tengo armas. Este señor lo ha entregado’. Valle lo miró a Gabrielli y le dijo: ‘Andáte afuera’. Nos quedamos solos y cerró la puerta”.

“Nos sentamos. Y me preguntó qué había pasado. ‘Le advierto -le dije- que yo no lo vengo a detener. No es mi misión. Pero será detenido en cualquier momento porque ya Rojas debe haber informado al general Quaranta’. Me dijo: ‘Yo no voy a escapar, voy a entregarme. Le pido que me deje escribir unas cartas’. Estuvimos solos mucho tiempo. Puede ser una hora o tres, no podría precisarlo. Escribió lo menos cinco cartas y me las dio para que las leyese. Me negué. Me pidió que las entregase al día siguiente: ‘Si han fusilado gente, a mí me deben fusilar también. He sido el jefe y acepto mi responsabilidad total’”,

Los titulares de los diarios
Los titulares de los diarios de la época

“Finalmente me dio una carta que debía yo entregarle al coronel Gentilhuomo (sic) con destino a Perón. Me pidió que la leyera. Le pregunté qué iba a hacer. Me respondió: ‘No quiero que me detenga la Policía. Me iré con Ud. para que me detenga el Ejército, al que pertenezco’. Llamó a Gabrielli y le entregó las cartas, excepto la dirigida a Perón, que yo guardé en el bolsillo interno de mi sobretodo. Bajamos, ya casi habiendo salido el sol, por lo menos despuntaba, llegamos a la Casa de Gobierno. No se había escapado porque no había querido. Es decir, realmente había decidido entregarse. Cuando entramos a mi despacho, él mismo me pidió que lo comunicara con Quaranta: ‘Habla Valle. ¿Cómo te va? Estoy en el escritorio del Jefe de la Casa Militar. Con Manrique. Vení a buscarme’. Seguimos conversando. Se alegró por la suerte de Tanco. Llegó Quaranta y se fueron juntos. A las diez de la mañana la Junta Militar se reunía. La reunión fue corta. Y Valle fue fusilado en la antigua prisión de la avenida Las Heras al día siguiente (12 de junio de 1956). Esta es toda la sucesión de hechos que conozco. La carta a Gentilhuomo, para Perón, la entregué yo como Valle me pidió”.

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