El lunes 7 de junio de 1982, el presidente Ronald Reagan llegó en visita oficial a Londres, mientras en Buenos Aires se conocían los primeros detalles del viaje que realizaría el Papa Juan Pablo II a partir del viernes 11 de junio. La presencia de Reagan en la capital del Reino Unido fue entendida en Buenos Aires como un espaldarazo a Margaret Thatcher, aunque su agenda estaba marcada con mucha antelación.
El presidente de los EE.UU. venía de participar de la cumbre de Versailles, Francia, con las principales potencias occidentales. De todas maneras, en la Argentina la gran mayoría de la población pensaba que la guerra se iba a ganar.
“Sólo nos queda esperar la derrota de los británicos en las próximas 48 horas”, declaró a la prensa, sin inmutarse, el gobernador de la provincia de Chubut, contralmirante (RE) Niceto Echauri Ayerra. En Puerto Argentino el general Mario Benjamín Menéndez arengó a la tropa: “No sólo debemos derrotarlos, sino que debemos hacerlo de manera tal que su derrota sea tan aplastante que nunca más vuelvan a tener esa atrevida idea de invadir nuestra tierra”.
Se preparaba “la gran batalla”, como afirmaron varios medios argentinos.
Mientras en los distintos ámbitos argentinos se conversaba en voz baja sobre lo que verdaderamente ocurría en las islas y en voz más baja se trataban los rumores de golpe contra el propio teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri, pocos le prestaron la debida atención a un discurso, televisado en directo, de Ronald Reagan ante el Parlamento británico el 8 de junio de 1982. El informe de la Junta Militar, escrito tras el conflicto armado, subrayó, expresamente, el siguiente párrafo: “Tono del discurso fue de llamamiento a las democracias del mundo y en particular al Reino Unido para lanzarse en una cruzada destinada a fortalecer y expandir las formas democráticas de gobierno.”
En el mismo lugar, el presidente de los EE.UU. dijo: “Los jóvenes soldados británicos no están combatiendo por un mero territorio de rocas y tierra, ellos pelean por una causa, por la creencia que la acción armada no debe triunfar y que la gente debe participar en las decisiones del gobierno bajo el imperio de la ley. Si hubiera habido un más firme apoyo por estos principios hace 45 años, quizás nuestra generación no habría sufrido el desangramiento de la Segunda Guerra Mundial”.
Horas más tarde, durante una comida en Downing Street 10, Ronald Reagan fue más explícito en su apoyo a Gran Bretaña: “Permítame decirle que he cruzado el océano con un mensaje: América está con Gran Bretaña”.
Te puede interesar: Infierno en aire y mar: el ataque a Bahía Agradable y la dramática misión de los pilotos que se lanzaron dispuestos a todo
En Londres, en esas mismas horas, el gobierno británico tuvo que reconocer que el martes 8 de junio había sido uno “de los peores días para la flota británica en esta campaña”. En Bluff Cove y Fitz Roy había perdido la fragata HMS Plymouth y el buque HMS Sir Galahad, y el HMS Sir Tristram estaba seriamente dañado. Muchos soldados murieron y muchos más sufrieron serias quemaduras. Se hablaba de que los aviones argentinos Dagger y Skyhawk habían tirado bombas de napalm (bombas incendiarias). Al estallar el barco Sir Galahad, las esquirlas alcanzaron a una gran cantidad de efectivos. Perecieron 51 británicos y 57 fueron seriamente heridos.
El miércoles 9 de junio los matutinos informaban que las fuerzas británicas habían sufrido serios reveses el día anterior en Malvinas, cuando intentaron desembarcar soldados a 30 kilómetros de Puerto Argentino. “[Gran Bretaña] sufrió ayer uno de los peores desastres en una sola jornada”, informó Clarín. Aviones de la Fuerza Aérea hundieron la fragata Plymouth (2.800 toneladas, de 112 metros de eslora y una tripulación de 235 hombres) y dos buques de desembarco quedaron encallados y abandonados en Bahía Agradable. También los aviones ametrallaron a los efectivos que tocaban tierra, destruyendo su material. “Estamos muy fuertes [...] los argentinos debemos sentirnos líderes de Occidente”, dijo el ministro del Interior, Alfredo Saint Jean, durante la ceremonia de posesión del cargo como director general del Archivo General de la Nación de César García Belsunce. “La Argentina está dispuesta a retirar sus efectivos en la medida que Gran Bretaña retire los suyos y asuma el gobierno del archipiélago un delegado administrador de las Naciones Unidas”, dijo Galtieri al Ya de Madrid.
Esa misma jornada se conocía que monseñor Paul Marcinkus, responsable de la seguridad de Juan Pablo II, había llegado a Buenos Aires para ultimar los detalles de la visita papal que comenzaría el viernes 11. En coincidencia, se publicó que el Santo Padre había designado obispo de Mercedes a monseñor Emilio Ogñenovich y el PEN liberó 128 detenidos, bajo el régimen de “libertad vigilada” y la Cámara en lo Contencioso Administrativo ordenó devolverle al sindicalista Lorenzo Miguel sus bienes incautados por la Comisión Nacional de Responsabilidad Patrimonial (CONAREPA).
Durante la tarde del 9, el embajador argentino en EE.UU., Esteban Takacs, fue visitado por Eduardo Hidalgo, ex subsecretario de la Marina durante la administración de Jimmy Carter, quien le relató que en sucesivas reuniones en las que había participado con jefes y funcionarios del Pentágono “se ha venido notando una creciente crítica hacia la acción británica y también a modificar la apreciación sobre el balance militar del conflicto”. Relató que al día siguiente, junto con 10 subsecretarios, participaría de una reunión en el Pentágono para analizar el conflicto de Malvinas. Dijo creer que Gran Bretaña estaba dando datos falsos sobre sus pérdidas en las islas y eso conducirá a “una gran presión sobre el Consejo de Seguridad y particularmente sobre Haig para que se retraiga la cooperación de Estados Unidos. [...] Hidalgo ofreció concertar una entrevista del suscripto (Takacs) con el almirante Hayward. Le manifesté que, en tal caso, comunicaría con el brigadier Peña (agregado de la Fuerza Aérea) y el almirante Franco (agregado de la Armada)”. Todo lo relató “exclusivamente” para el canciller Nicanor Costa Méndez en el cable “S” Nº 1794 del 9 de junio.
El jueves 10, fue el Día de Afirmación de los Derechos Argentinos en las Malvinas y en Buenos Aires se lo celebró con escenas que manifestaban un gran sentimiento patrio y enorme entusiasmo. Quizá fue el gran día de Costa Méndez, el personaje central en los matutinos del viernes 11, en los que aparece sonriente abrazado a Galtieri y apretujado por la multitud.
A las 11 horas dirigió una arenga en el Salón Dorado del Palacio San Martín, rindiendo un homenaje a los argentinos caídos en las islas “por una guerra justa: por la Patria”. Homenajeó a Latinoamérica que se impuso en la OEA en dos oportunidades a los Estados Unidos “condenándolo en este hecho que no tiene ningún vestigio ideológico, que no puede ser enmarcado por nadie de buena fe en el enfrentamiento Este-Oeste”, y finalmente señaló que “a la emocionante y apasionada adhesión de América Latina siguió la no menos emocionante y apasionante adhesión del Tercer Mundo”. Tras sus palabras, hizo leer a su jefe de prensa la declaración final del Movimiento de Países No Alineados aprobada en la Cumbre de La Habana.
A las 18, en la Plaza de Mayo, se encendieron las luces de la fachada del Banco de la Nación Argentina, mientras la multitud ensayaba cánticos contra Gran Bretaña y los Estados Unidos. Con el paso de los minutos, la gente comenzó a corear: “Borombombón, borombombón, salí Galtieri, salí al balcón”. No salió al balcón, pero en la puerta de Balcarce 50, de viva voz, dijo: “Yo siento la palabra del pueblo, al observar esta gente que llegó a la Plaza de Mayo”.
Te puede interesar: Malvinas en primera persona: el corresponsal argentino y sus fotos inéditas de los 74 días de la guerra
Luego, con Costa Méndez y otros funcionarios, se dirigió al centro de la plaza para arriar la bandera nacional. Entre los que estaban ese día en la Casa Rosada, el coronel Bernardo Menéndez era uno de los más activos. Era el segundo hombre en importancia en el Ministerio del Interior. Después del acto en la Plaza de Mayo, Menéndez y Costa Méndez entraron juntos y se pararon en el Patio de las Palmeras de la Casa de Gobierno. Desde hacía un tiempo, el canciller sabía que Menéndez planteaba muchas dudas sobre el manejo diplomático del problema. De allí, entonces, la frase que le dirigió el canciller al coronel Menéndez: “Coronel, yo sé que usted tiene resquemores de cómo se lleva la cuestión de las Malvinas. Yo, como canciller, le digo que esto está controlado y no va a terminar mal”. Faltaban pocas horas para que llegara a Buenos Aires el Papa Juan Pablo II y a Menéndez le tocó organizar su seguridad y otros detalles con monseñor Paul Marcinkus, “el banquero de Dios”, en la sede de la Nunciatura.
Al día siguiente, el viernes 11 a la noche, el gobierno inglés comunicó que había iniciado el ataque final a Puerto Argentino a través de golpes de comando. Las páginas principales de los matutinos del viernes 11 de junio se dedicaron a ensalzar la llegada del “Mensajero de la Paz”, Juan Pablo II, su misa en Palermo y la multitudinaria misa que ofrecería en Luján por la tarde. También haría una visita protocolar a la Junta Militar en el Salón Blanco de la Casa Rosada.
El vespertino La Razón del viernes 11 dedicó casi todas sus páginas a la llegada del Pontífice a Buenos Aires y su visita, revestida con mensajes de paz en tiempos de guerra. El presidente Galtieri lo esperó en Ezeiza y gente de todas las condiciones sociales se volcó a las avenidas para vitorearlo. Pasó por General Paz, 9 de Julio, Rivadavia, Callao, Alvear, Libertador. “En diversos sectores, incluso gubernamentales, existe hoy una mezcla de esperanza y de temor de cara a la influencia que Juan Pablo II pueda ejercer en Buenos Aires, bien como hacedor determinante de una paz poco menos que incondicional —algunos la calificarían de rendición—, bien como una suerte de mediador en nuestro conflicto con Gran Bretaña, que permita una solución honorable para ambas partes. Grupos de la curia y de algunos partidos políticos, como el peronismo, han puesto ya en marcha una campaña titulada ‘viva la paz’”, escribió el periodista Jesús Iglesias Rouco. “La visita relámpago del Papa a Buenos Aires es proféticamente un viaje de paz”, escribió L’Osservatore Romano.
El Santo Padre dio dos misas públicas. Una en Luján en la tarde del mismo día en que arribó y otra al día siguiente, frente al Monumento de los Españoles. Ambas fueron multitudinarias, pero el gobierno, junto con algunos obispos, desalentó la de Luján. “En realidad, lo que aquellos dirigentes han querido poner de manifiesto es que la misa de Palermo, con sus palcos colmados de funcionarios, habría de tener, respecto de la celebrada anteayer, un tinte de mayor compromiso con el nivel gubernativo”, se escribió en La Nación del 13 de junio en su página 8.
El diario Crónica informó: “Si cayera Puerto Argentino, que no caerá, recuerden Dunkerque”, dijo Galtieri a la periodista italiana (que lo maltrató) Oriana Fallaci. Fue una entrevista lamentable (dos meses más tarde me dijo que a la periodista italiana “me la metió Baltierrez”, el Secretario de Prensa).
Preguntado, el 12 de junio sobre la impresión que le había dejado la visita de Su Santidad, el teniente general Galtieri dijo: “Me siento espiritualmente feliz e interpreto que así lo está nuestro pueblo”. Dos meses más tarde, con un lenguaje incomprensible, me diría todo lo contrario: “Es evidente que su presencia, en los momentos trascendentales [viernes y sábado previos a la caída de Puerto Argentino], nos perjudicó”.
Seguir leyendo: