La explosiva relación entre peronismo e iglesia: odios, violencia y quema de una bandera el día de Corpus Christi

El 11 de junio de 1955 tuvo lugar la tradicional festividad religiosa que se transformó en una manifestación opositora al gobierno peronista. En un espiral de odio de ambas partes, una bandera argentina prendida fuego fue tomada como una afrenta por la Casa Rosada, mientras los manifestantes aseguraron que había sido una maniobra oficial para inculparlos

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Otros tiempos. El presidente Perón
Otros tiempos. El presidente Perón y el cardenal Copello en 1949, cuando nadie imaginaba la tormenta que se desataría años después

La primera vez que un presidente no asistió al tradicional Te Deum por el 25 de mayo en la Catedral fue en 1955. A esa altura la relación entre Juan Domingo Perón y la Iglesia estaba definitivamente quebrada. Y ninguno estaba dispuesto a dar el brazo a torcer.

Hasta 1954 la convivencia entre el gobierno peronista y la jerarquía de la Iglesia Católica transitaban por carriles normales, hasta que se disparó un proceso que hizo estallar ese vínculo por los aires, y todo por un pastor. Durante mayo y junio de ese año, en el estadio de Atlanta concurrieron, a millares, enfermos y lisiados para ser “curados milagrosamente” con oraciones por el pastor evangelista Theodore Hicks. Lo conflictivo era que lo hacía con la autorización del presidente, con quien el llamado “hermano Tommy” se había entrevistado el 17 de marzo.

Los diarios lo apodaron “el mago de Atlanta” quien multiplicaba las curaciones en vivo y en directo en el estadio y en ciudades del interior.

25 de mayo de 1954:
25 de mayo de 1954: el último Te Deum al que asistió Perón en la Catedral metropolitana, acompañado por todo su gabinete (Fotografía Revista Esto Es, noviembre 1955)

La jerarquía católica se indignó, habló de “competencia desleal con la religión del Estado”. En una pastoral, el obispo de San Luis destacó que el artículo 77 de la Constitución Nacional disponía que para ser Presidente había que pertenecer a la religión católica, apostólica y romana, y además recordó el sostenimiento de esa religión por parte del Estado. Sin decirlo, llamaba al gobierno a defender a la iglesia.

La Rosada no dijo nada, pero recogió el guante, y se desencadenaría un violento proceso que terminaría con la aprobación de un voluminoso paquete de medidas, a contramano de la iglesia.

En un discurso pronunciado el 10 de noviembre de 1954, Perón acusó a algunos sacerdotes y laicos católicos de participar en actividades antiperonistas. En el acto del 17 de octubre había denunciado la existencia de “emboscados” y de “disfrazados de peronistas”, haciendo referencia a los católicos que militaban en sindicatos y a los afiliados del Partido Demócrata Cristiano, fundado en junio de ese año.

Un país partido al medio.
Un país partido al medio. Manifestantes peronistas marchan, algunos con ropas de sacerdotes (Fotografía Revista Esto es, noviembre de 1955)

En septiembre, la Unión de Estudiantes Secundarios, que en un acto en Córdoba por el día del maestro no juntó más de mil personas, contrastó con las cien mil personas que se dieron cita al desfile de carrozas organizado por la Acción Católica, en el día de la primavera. El gobierno lo tomó como un desafío.

Perón -que denunciaba la existencia de “malos sacerdotes”- fue pidiendo muestras de fidelidad y compromiso al gobierno que no eran correspondidos por las autoridades eclesiásticas.

El duro embate oficial incluyó un paro general de tres horas, sumado al ataque de la prensa oficialista. Para el 25 de noviembre armaron un acto en el Luna Park para denunciar infiltrados clericales en los sindicatos.

Hubo propaganda callejera, donde grupos de militantes vociferaban “Haga patria, mate a un cura”, “Perón sí, curas no”.

Perón observa la bandera argentina
Perón observa la bandera argentina que terminó quemada la noche del 11 de junio de 1955 (Fotografía Los Panfletos. Su aporte a la Revolución Libertadora, editorial Itinerarium)

Lo que vino fue peor. Detuvieron a muchos sacerdotes y dejaron de ser feriados las festividades del Corpus Christi, la Asunción de la Virgen, la Concepción Inmaculada, el Día de todos los Santos y el Día de Reyes. Se salvaron la Navidad y el Viernes Santo.

El 30 de septiembre, los legisladores oficialistas propusieron equiparar los derechos de los hijos legítimos y los ilegítimos. Los diputados opositores no entendían nada: ellos habían sido los abanderados de reformas laicas que habían sido resistidas por sus colegas peronistas. El oficialismo denunció que la iglesia se había aprovechado de las ventajas obtenidas del gobierno para hacer antiperonismo.

Por 121 votos contra 12 Diputados aprobó un proyecto de reforma constitucional de separación de la Iglesia del Estado, que al día siguiente fue votado por unanimidad en el Senado. Perón aseguró que ese era un “clamor del pueblo” y que él hacía lo que el pueblo indicaba.

Los manifestantes habían asido una
Los manifestantes habían asido una bandera del Vaticano a la enseña nacional, en uno de los mástiles laterales del Congreso (Fotografía Revista Eso Es, noviembre 1955)

En el mismo sentido, se derogaron las exenciones de impuestos que gozaban las instituciones religiosas. También se derogó la ley 12.978 de enseñanza religiosa, se cerraron establecimientos y muchos docentes se quedaron en la calle. Además, el 14 de diciembre de 1954 el Congreso votó la ley de divorcio.

La oposición se hizo sentir: hubo una multitud el día 8 de diciembre, día de la Virgen, que el gobierno intentó minimizar organizando una recepción al boxeador Pascual Pérez, el primer campeón mundial que tuvo nuestro país, corona obtenida en Japón.

Iba a llegar el 7 pero lo obligaron a hacer tiempo en Montevideo para que hiciera su entrada triunfal a Buenos Aires el 8. No juntaron más de 500 personas frente a la Confederación de Deportes.

En la noche del 30 de diciembre de 1954 se dispuso la apertura de prostíbulos a través del decreto 22.532, se establecían las famosas “zonas rojas” y se creó el sindicato de meretrices.

“Y, ¿qué tal andan las cosas? ¿Les parece que habrá mucha gente el sábado en la procesión?”, se preguntaron un grupo de jóvenes el 8 de junio de 1955 a la noche, reunidos en la confitería Opera, como lo describió Florencio Arnaudo, dirigente de la Acción Católica. “Hay que ser católico deveras para ir el 11 a Plaza de Mayo. Nadie tiene ganas de que lo echen del empleo. A mí se me ocurre que mucha gente no va a haber”.

El demencial bombardeo a Plaza
El demencial bombardeo a Plaza de Mayo del 16 de junio tuvo como represalia la quema de iglesias. En esta fotografía se ven destrozos en el templo de San Ignacio

Se estaban refiriendo al Corpus Christi, una importante festividad en la liturgia católica. Tenía sus orígenes en la última cena de Jesús junto a sus doce discípulos, durante la noche del Jueves Santo. Jesucristo convirtió el pan en la representación de su cuerpo y el vino, que representaba su sangre. Era tradición celebrar una misa en la Catedral y luego se armaba una procesión alrededor de la Plaza de Mayo.

Las autoridades eclesiásticas habían gestionado los permisos para el jueves 9 de junio, pero decidieron correrla para el sábado 11, que se había declarado feriado, así podrían reunir más gente.

Ese jueves, en las oficinas del ministerio del interior, su titular Angel Borlenghi, acompañado por el canciller Jerónimo Remorino y el jefe de la policía Miguel Gamboa les comunicó a monseñor Manuel Tato y el diácono asesor Ramón Novoa que el permiso del gobierno era para el 9 y no para el 11.

Pero la maquinaria que había puesto en marcha los militantes católicos no podía pararse. Hubo volanteadas por la ciudad e incluso en los cines, en los que se arrojaron volantes cuando las luces se encendían. Decían: “¡Argentinos! El sábado 11 de junio, a las 15,30, el pueblo demostrará en la Procesión del Corpus, su fe inquebrantable EN DIOS y refirmará su confianza en el porvenir cristiano DE LA PATRIA. Concurra con sus familiares a Plaza de Mayo. ¡NO FALTE! ¡VIVA CRISTO REY!”

Las autoridades eclesiásticas anunciaron que la procesión, programada al aire libre, se haría dentro de la Catedral, mientras que el gobierno organizaba reeditar, en el Luna Park, la bienvenida que le habían dado a Pascualito Pérez.

Durante el papado de Juan
Durante el papado de Juan XXIII, la Iglesia le levantó la excomunión a Perón (AP)

La noche del 10 Perón dio un discurso, aconsejando a la gente ir del “trabajo a casa y de la casa al trabajo”, que los jefes de manzana mantuvieran la vigilancia y estar en coordinación con la policía y los comandos tácticos. “Por cada hombre que puedan poner nuestros enemigos, nosotros pondremos diez”.

Para el primer mandatario, todo estaba orquestado por la oposición que ponía en la primera línea a la iglesia.

El viernes 10 el gobierno decidió sacar de la calle a la policía para el día siguiente.

El 11, a las tres de la tarde, se celebró la misa en la Catedral. Afuera, una plaza de Mayo colmada, la gente gritaba “Libertad”. Adentro, monseñor Tato pidió “rogar por todos los que han dado tan ejemplares muestras de fe católica”. Al final se cantó el himno y desde los balcones de la Curia Metropolitana saludaron a la gente los obispos Tato y Antonio Rocca. Los prelados le mandaban un claro mensaje al gobierno.

Desde Avenida de Mayo la gente fue en procesión hasta el Congreso, agitando pañuelos blancos. En las escalinatas del palacio legislativo, militantes de la Acción Católica gritaban contra el gobierno. Alguien izó en el mástil lateral una bandera argentina y otra del Vaticano. También pintaron en la pared la leyenda “Cristo Rey”.

Luego, la columna se disolvió. Llamó la atención que esa noche que muchos de los despachos de la Casa Rosada estaban iluminados y en su frente estaban estacionados varios automóviles oficiales.

La sorpresa vino al día siguiente cuando el ministro Borlenghi denunció que mientras se izaba la bandera papal, se quemaba una argentina.

Se culpaba “a la oligarquía” de la rotura de cristales del frente de los edificios de los diarios La Prensa -en poder de la CGT- y del ultra oficialista Democracia. “Traición. Quemaron la Bandera de la Patria e izaron en el Congreso la del Estado del Vaticano. Grupos clericales, conducidos por curas de sotana, agraviaron a Evita, vociferaron contra la CGT y la UES. Balearon a Democracia y La Prensa perpetrando a su paso una serie de graves desmanes”, se leían en los diarios.

Se hizo circular una fotografía de Perón contemplando la bandera argentina quemada.

A las dos de la tarde, grupos de militantes se concentraron frente a la Catedral, quienes comenzaron a gritar “traidores”, “vendepatrias”, “oligarcas” y “chupacirios”.

Un grupo de católicos se alineó en las escalinatas de la catedral, con la intención de impedir el ingreso de los manifestantes, quienes gritaban, pero no avanzaban. Cuando empezaron a volar pedazos de cascotes, los católicos se refugiaron dentro, cerraron las puertas y las trabaron con muebles. Rompieron candelabros y bancos para usarlos como garrotes.

Tomás Casares, ministro de la Corte Suprema, que estaba en la Catedral, llamó al regimiento de infantería pero, en su lugar, llegó la policía, que se llevó detenidos a los propios católicos que buscaban defenderse. Accedieron a liberar a las mujeres, pero a los hombres los subieron a camiones celulares y los trasladaron al departamento de policía. Algunos alcanzaron a escapar por una puerta secreta que comunicaba a la Curia.

La maquinaria oficial echó a rodar la versión de que querían quemar la catedral y echarle la culpa a los militantes peronistas. Hablaban de “un plan funesto urdido por los falsos profetas de sotana”.

A esa altura, las cárceles habían comenzado a llenarse con curas, que eran delatados cuando daban el sermón, y con militantes de la Acción Católica.

El 14 la policía detuvo a Tato, Novoa y a los padres Aguirre y Azpiazu. El abogado que los acompañaba también fue detenido e incomunicado. Tato y Novoa fueron subidos a camionetas y escoltados por la policía los llevaron a Ezeiza. A Novoa le impidieron despedirse de su madre anciana. Los subieron a un avión de Aerolíneas Argentinas, que despegó con destino a Roma.

Los prelados contaron a las autoridades vaticanas con lujo de detalles los sucesos de los últimos días, y el Papa comunicó el día 16 que Perón era excomulgado. En el decreto se sostenía que los derechos de la iglesia habían sido atropellados, que se había usado la violencia contra representantes de la iglesia. Extendía la excomunión a “los cómplices necesarios, los que indujeron a la perpetración, han incurrido en la excomunión especialmente reservada a la Santa Sede…”

La historia tuvo un cierre nueve años después. “Temiendo haber incurrido en la excomunión, speciali modi, reservada conforme a la declaración de la Santa Congregación Consistorial del 16 de junio de 1955, sinceramente arrepentido, pide, por lo menos ad cuatelam, la absolución”. Así le escribía Juan Domingo Perón, desde su exilio de Madrid en 1963, al Papa Juan XXIII, quien accedió al pedido. El obispo de Madrid tuvo el encargo de otorgarle la absolución. Por las dudas, la Iglesia recomendó entonces mantener la mayor reserva, “a fin de evitar que dicha gracia pueda tener indeseadas repercusiones”.

Perón y la Iglesia habían hecho las paces.

(Fuentes: El año en que quemaron las iglesias, de Florencio José Arnaudo; La Revolución del 55, de Isidoro Ruiz Moreno; Los panfletos. Su aporte a la Revolución Libertadora; Revista Esto Es, noviembre 1955)

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