Carlos Molina (36) trabaja en una estación de servicio. Todos los días llega con una sonrisa porque allí se siente seguro. Cuidado. No es para menos. La empresa donde trabaja hace 8 años lo ayudó a salir del borde del abismo y quedarse del lado de la vida. Carlos era adicto a la cocaína y a la marihuana.
Hace 10 años, aproximadamente, Carlos trabajaba en otra estación de servicio y una vez a la semana, conversaba con un empleado de YPF quien le hablaba maravillas sobre ese aspecto: que lo cuidaban, estaban atentos a sus necesidades y le ofrecían seguridad. Y él se preguntaba ¿por qué esas cosas a mí no me pasan? “Este chico pasaba una vez por semana y yo le iba preguntando un montón de cosas”, cuenta sobre esa etapa.
Hasta que llegó un momento en que sufrió un incidente con un cliente mientras estaba trabajando. “Llegó con una oblea de gas vencida, quería que le cargara igual… la cuestión es que me noqueó de una piña. Ahí me enojé, dije esto no es para mí y como estaba trabajando por agencia fui y le dije ‘si no es para YPF no me llames para ningún lado’.
— Cuando te dieron la trompada ¿nadie te respaldó?
— No. Todo lo contrario. Como que la culpa la tenía yo. A esa persona, que venía, le tenía que cargar igual
— Aunque tuviese la oblea vencida
— No les importaba. Yo entré con ganas de hacer bien las cosas. Como se entra a un trabajo, con un montón de ilusiones.
Así, desanimado, Carlos renunció a su trabajo. Explicó en la agencia lo que había sucedido y lo entendieron. A los tres días, recibió el llamado más esperado. “Era para hacerme los estudios para entrar a YPF y me puse a llorar, contento, se lo conté a todos”, recuerda con felicidad.
Hoy la historia es distinta. Carlos sabe que por más que un cliente llegue nervioso, y aún así cuando en el peor de los casos lo insulten, está tranquilo porque dice que sus superiores responden por él. “Atrás mío está mi encargada, mi jefe, o viene el encargado y me dice Carlitos, anda para allá y sigue con el cliente. Y esas cosas no pasan en todos lados”, asegura el vendedor de playa.
Además de sentirse protegido, Carlos destaca los valores que le transmiten en lo cotidiano. El trato humano. “Ellos me ayudaron. Yo hace mucho tiempo estaba mal. Era adicto a la cocaína, a la marihuana y a todo lo que se me cruzaba prácticamente. No te voy a mentir”, asegura.
— ¿Qué te había llevado a consumir?
— Lo pensé muchas veces y lo analicé. Y me pregunté en qué momento me pasó. Yo siempre busqué sentirme parte de algo, de un grupo más que nada. Siempre fui una persona solitaria y no encajaba en ningún lado. Había muchas personas que querían estar conmigo, formar grupo pero no me sentía identificado y me fui relacionando con gente de consumo, sin querer, sin pensarlo, para pertenecer a ese grupo. Que en ese momento me parecían los piolas, porque los que estudiaban, los que trabajaban y hacían las cosas bien me parecían los bobos. Los que se drogaban, andaban de gira, me parecían los pibes piolas.
Durante esa etapa de su vida, en el grupo de los “piolas” cuenta el playero que probó de esto y de lo otro. “Lo peor es tener plata y facilidad. Tenés a disposición un montón de gente que quiere el mal para vos”, en esta situación perdió personas cercanas que consumían con él. Mientras todo eso ocurría, Carlos no sentía nada. Estaba anestesiado en “cuerpo, alma y mente”, destaca.
Sin darse cuenta, se encontró consumiendo mucho en situaciones importantes en su vida, de las buenas y dramáticas y sin capacidad de reacción. Tenía el nuevo trabajo que tanto quería, se había ido a vivir con su mujer y a su padre lo habían internado con un diagnóstico de cáncer. Todo al mismo tiempo.
“Muchos no lo saben y se van a enterar ahora pero a mí papá no lo velamos. No lo quise velar porque esa misma noche estuve en consumo”, relata con angustia.
Mientras trabajaba en la playa vio una sombra gigante que se le acercaba. Era su jefe, Sebastián. Fue lo abrazó y le dijo: “Ya está Charlie, vine para ayudarte”. Y sintió que él lo sabía todo y no sintió vergüenza que supiera que era un adicto. Detrás de él llegó Ana, la encargada.
“En ese momento me dejé de esconder. Me puse a llorar. Y Seba me explicó después que en YPF hay un programa de adicciones donde me iba a ayudar. Y yo quería salir”, recuerda.
Al principio no fue fácil y con el ingreso al programa de rehabilitación, Carlos recibió una noticia que lo conmovió. Volvía a sentir. Su mujer estaba embarazada. De esa manera experimentó que había alguien más importante que todo en la vida, la llegada de su hijo Becker.
Un psicólogo del programa le propuso que hablara con la verdad a los seres queridos, y contarles la razón de sus ausencias y mentiras. Y habló con su hermana Patricia que no entendía nada de lo que estaba sucediendo. “Porque hay algo que hacemos los adictos que es mentir súper bien, hacerles creer a los seres queridos, justamente porque nos aman, que está todo bien y no pasa nada. Nunca se dan cuenta. Contárselo a mi hermana fue uno de los momentos más difíciles de mi vida”, asegura. Ella lo abrazó llorando y jamás le reprochó nada. Su hermano mayor también lo acompañó, igual que su cuñada.
Su gran preocupación era perder el trabajo, ahora que todos conocían su adicción. Pero le dijeron desde el área de Recursos Humanos de la empresa: “Vos hacé el tratamiento y quedate tranquilo que el laburo lo tenés. El 60 % del tratamiento fue ese”, revela. Carlos ya tenía la motivación de la llegada de su hijo, ahora solo faltaba que le dijeran qué era lo que tenía que hacer.
Desde otro lugar, el empleado de YPF hoy brinda consejos para aquellos que tienen algún familiar con problemas de adicción. Uno es que recomienda recurrir a un psicólogo, porque asegura haber visto muchos familiares con intenciones de ayudar y terminaron perjudicando a ese ser querido. Dice que se pone en juego la vergüenza desde un lado y desde el otro. Y que reconocer el problema es una parte fundamental del camino de salida.
“Aceptar que sos adicto. Sabés las veces que dije yo ‘mañana no tomo más’ Mañana no hago más nada. Yo puedo solo. Sí, al día siguiente no hacía nada pero al otro día me compraba el doble”, recuerda.
Las veces que se quedó en el lugar de trabajo más horas que las 8 de su contrato. “Vos sos pelotudo que te quedás acá”, le decían. Pero no le importa. Muchas veces entraba antes de hora a la estación de servicio, a veces se duchaba y se quedaba durmiendo. “Era el único lugar donde no consumía. Me sentía protegido. Me siento protegido”. Y esa es la razón por la que siempre va a trabajar con una sonrisa.
Carlos, que es vendedor, se siente afortunado por sus logros dentro de YPF. Y cuenta que compiten en un concurso interno llamado Grand Prix, donde se compite por la venta de nafta, de GNC, que ya llevan ganado tres veces con su equipo.
Hace unos días, por llegar a la final como uno de los mejores vendedores lo premiaron con una camiseta de la selección autografiada por Messi.
Para él es muy importante que la empresa reconozca su esfuerzo. Y el día de mañana, cuando su hijo le pregunte por la camiseta, le contará todo lo que hizo para conseguirla. Y hoy solo piensa en ser el padre que siempre soñó para su hijo.
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