Rocío Suliban (32), de Bahía Blanca fue vendedora ambulante durante mucho tiempo. Junto con su madre ofrecían ropa puerta a puerta: femenina, masculina, lencería. Así se ganaba la vida su madre desde que ella tenía dos años, pero hoy las vidas de ambas mujeres cambiaron. Rocío es supervisora en un oleoducto de YPF en Puerto Rosales y le contó a República Zeta cómo logró salir adelante con el apoyo incondicional de su mamá. Y cómo se propuso retruibuirle todo lo que le dio. “No me alcanzaría una vida”, dice.
Al principio, con su mamá, hacían largas caminatas para vender la mercadería, y fue gracias a un trabajo que Rocío tuvo en Sacoa, un local de juegos electrónicos, que pudieron empezar a movilizarse en auto. “Ahora no puedo, por YPF pero de vez en cuando la acompaño”.
—¿Cómo fue ese traspaso de ser vendedora ambulante a trabajar en YPF? ¿Estabas estudiando en simultáneo mientras vendías con tu mamá?
— No. Yo trabajé durante tres años en Sacoa y a veces tenía otro trabajo en el shopping, que después dejé. Siempre trabajé mucho. Es una realidad. Y a veces, iba a vender con mamá. Una vez nos encontramos una señora que me dice de la carrera que yo estudio, que es la Tecnicatura en operación industrial, que dan en Bahía Blanca.
— ¿Y por qué esa carrera?
— Por una salida económica y porque no me gusta vender. Lo hice siempre y lo hago re bien porque mi mamá me lo dice (se ríe). La verdad es que no me gusta. Siempre quería otra cosa porque la veo a mi mamá que es muy cansador. Nunca tenía una estabilidad siendo vendedora.
Cuenta Rocío que su madre siempre les inculcó a ella y a sus hermanos el estudio. ¡Si no íbamos al colegio “Agarrate Catalina”! Cree que era “tremenda” con ese tema para que no fueran vendedores como ella. Rocío siente que ella y gran parte de sus logros se deben a los valores que transmitió su madre, como la honestidad, ser una buena persona, algo que siempre persigue, más allá de los errores que pueda cometer. “Mi mamá es muy buena persona. Es mi ídola”, dice con profunda emoción.
Esa mujer que se habían cruzado en la calle les había mencionado esa carrera y a Rocío le germinó esa idea transformadora. Y conversó con su madre para ver si le podía hacer “el aguante” para estudiar durante la semana y que ella trabajaría los fines de semana. Y su mamá le dijo que sí. Y el aguante de madre duró dos años y medio. Rocío renunció a la casa de los juegos y se concentró en su carrera. En su futuro.
Cuando ya estaba lista para hacer una pasantía en una empresa, se encontró en medio del parate de la pandemia. Le faltaba medio año para recibirse y cumplió la meta, sin embargo, tuvo que salir a ganarse el sustento con otro trabajo, porque no podían siquiera salir a vender ropa. “Trabajé en delivery entre 12 y 14 horas. Se ganaba muy buena plata. Su hermana también tenía un sueldo y entre todos atravesaron la pandemia sin mayores inconvenientes. La familia de Rocío es muy unida. Tiene una hermana y un hermano y dos sobrinos. También le da mucha importancia a sus amigos, “su fortaleza”.
Todo parecía encaminado, más allá de la interrupción de los planes de la pandemia. Pero todo se complicó en un segundo. Mientras hacía delivery, una mujer que iba a doblar no la vio y la atropelló. “Yo estaba a la derecha y me chocó, se me quebraron muchos ligamentos del pie. Tuve dos operaciones en ese interin y estuve 8 meses sin caminar, que fue lo peor que me pudo pasar”, explica. Ese período, sin poder trabajar, ni moverse, lo superó, con ayuda de su madre, siempre presente y su actual pareja.
“Con el problema de la pierna estaba tan mal, que pensé que nunca iba a conseguir trabajo”, recuerda. Le costaba caminar, rengueaba bastante y le dolía. Pero su suerte cambió, aunque tiene claro que la gran transformación que tuvo en su vida se debió a todo lo que hizo para que eso sucediera.
En el momento que recibe lo que llama la “llamada mágica” estaba vendiendo junto a su mamá.
— ¿Cómo fue?
— No me lo olvido más. Me llama el que es actualmente mi jefe Cristian, que en este momento era un compañero de la tecnicatura. Estudiaba años atrás. Lo conocía de pasada. ‘Qué raro, Cristian’, pensé, porque no me llamaba nunca. Y me pidió una entrevista para YPF. Ay, no, con mi mamá estábamos..., porque estaba con ella.
— ¿Por qué se acordó de vos?
— Le habrá preguntado a su mujer a quién podía tomar de la tecnicatura, porque era mi profesora en ese momento. Y calculo que ahí me recomendó. Yo también me preguntaba lo mismo por qué Cristian se acordó de mí. No lo podía creer. Era como un sueño. Fue un momento muy lindo de felicidad.
Y Rocío mencionó algo que había mantenido intacto, a pesar de todas las adversidades y contratiempos, que es la esperanza. “La tuve porque es mi primer trabajo industrial y pude avanzar y llegar donde estoy”, explica la supervisora de oleoductos.
La entrevista tuvo lugar “en una estación de servicio de la contra”. Tomaron un café. El puesto que le ofrecían era inspectora de camiones. Cristian le explicó qué tenía que hacer, cuáles eran sus deberes, funciones. “Y le dije que sí. Me hice los estudios médicos. Y quedé. Creo que hasta que no entré a YPF no caí. Recién cuando fui y me dieron la ropa”, expresa.
Además del esfuerzo, que fue determinante para llegar a ese puesto, Rocío también cree que tuvo un poco de suerte. “Todo combinado”, pero llega a la conclusión de que siempre hay que tener constancia y estar decidido con lo que uno quiere, que siempre llega.
Hoy Rocío es supervisora de un oleoducto. Lleva el control de la calidad, el análisis volumétrico, y controlar que esté todo bien en el oleoducto, por donde pasa el petróleo.
Con el nuevo uniforme, la bahiense empezó a construir su futuro y se encontró en medio de un mundo masculino. “Fui la primera mujer en incorporarse en ese área. Ahora hay otra inspectora de camiones que quedó en mi lugar”, relata. Dice que la experiencia fue muy positiva porque los hombres del equipo siempre fueron muy respetuosos con ella y siempre los trató como personas, sin importar el género. “Los traté de igual a igual y no es por hacerme la agrandada pero los choferes me quieren mucho”. Sobre su lugar, en un puesto jerárquico, dice que siempre trata de escuchar y que saca partido de esa parte empática femenina, de estar en los detalles, que a ellos los ayuda. “Me llevaba bien con todos. No me puedo quejar”, afirma.
Después de su llegada entraron también dos mujeres choferes por lo que fueron incorporados en el área baños y duchas para el personal femenino. “Al principio las hacíamos bañar en nuestras oficinas. Pero quedaba lejos de la parte de los camiones. Así que fueron agregando cosas y fue cambiando todo”, relata. Y agrega: “las charlas de ellos son distintas y estando una mujer se tienen que cuidar un poco, por ahí. La verdad es que mis compañeros son una masa y mi jefe también. Estoy contenta donde estoy, por suerte”.
Rocío espera seguir creciendo, aprendiendo, aunque le cueste. Eso no representa un problema para ella cuando se pone un objetivo. “Soy muy dura para estudiar, me cuesta muchísimo y por eso tenía que estudiar como 12 horas”, revela. Dice que cuando entró a esa carrera, en busca de una estabilidad económica, porque sabía que trabajar en un industria daba mucha plata, no sabía ni de que se trataba. Pero “hoy puedo decir que la carrera que elegí me encanta”, dice la joven que se propuso aprender algo desde cero, donde todo era nuevo para ella. “Me costó mucho más que a los demás, pero lo logré y no lo puedo creer. Es un sueño todo”, confiesa. Ahora sigue estudiando para obtener una diplomatura en logística y gestión de la cadena de suministros, de un año de duración. Y ya piensa en una licenciatura cuando le den los tiempos.
Con YPF también pudo hacer la pasantía que había quedado interrumpida por la pandemia. Hizo un trabajo práctico y le firmaron las horas, de manera que pudo completar la carrera. Al recibir el título, su madre, que dice “que no llora fácil por la vida dura que llevó” estaba tan emocionada como ella. “Cuando nos entregaron el título fue una emoción incomparable”, lo dice en plural como un acto fallido, sin embargo, quiere destacar que sin el apoyo de su madre para estudiar no lo hubiese logrado sola.
“Nunca hay que bajar los brazos. Siempre se puede. Aunque uno toque fondo, se puede salir”, alienta la supervisora de la petrolera a aquellos que sienten que quieran cambiar su realidad. “Se logra con constancia, esfuerzo, perseverancia. Y el que puede y tiene la posibilidad que estudie, porque eso no te lo va a sacar nadie”, dice inspirada en lo que también le dice su jefe sobre los títulos.
—¿Cuál fue el primer gustito que te diste con tu primer sueldo?
— Poder pagar toda mi cuenta del día sin pedirle a mi mamá, eso fue lo primordial, sin sacar plata de la venta y ahora el mayor logro que pudimos hacer fue ponerle una tienda a mi mamá. Es todo de mi pareja, mío y de mi mamá. Lo pusimos hace poquito. Hace dos o tres semanas. Y espero que mi mamá pueda salir de la calle y estar tranquila ahí.
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