Carlos Eduardo Robledo Puch tiene miedo de morirse.
Cree que puede pasar en cualquier momento. Soñó con su muerte en una celda más de una vez. La sintió cerca, casi adentro suyo. Como si al matar se hubiese matado a sí mismo. Como su propio asesino.
Es más, se lo contó a uno de sus compañeros de pabellón de la Unidad Penal Número 26 de La Plata: “Ya estoy muerto”.
Como su estado de ánimo es fluctuante porque la Justicia no define su situación, por momentos recupera la esperanza y dice: “La libertad sería mi resurrección”.
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El famoso asesino, que lleva 51 años preso por haber matado, entre 1971 y 1972 a 11 personas, se aferra a la batalla titánica que encabezó su abogado Jorge Alfonso, el que más le duró en los últimos 20 años. No es un elogio al penalista. Es un dato. Quizá termina por ser el peor defensor que tuvo o el mejor. Tampoco se trata de eso. Sino de la tenacidad de su defendido por salir de la cárcel. Pasó más años adentro (51) que afuera (20).
“Confío plenamente en usted, y sé que está probablemente ante algo imposible”, le dijo Robledo a Alfonso.
Al Ángel Negro le gusta que su abogado no sólo esté enfocado a fondo en el caso sino que tenga un rol mediático. Suele estar en varios canales hablando de hechos policiales, incluso de la situación de Robledo.
Alfonso está dispuesto a llegar ante organismos internacionales para que el asesino que mató como si fuera un juego de niños recupere su libertad.
A los otros abogados Puch los echó o se fueron porque se frustraron. A esta altura dice que sufre como una doble cadena perpetua.
A Robledo le cuesta caminar, comer y se ahoga seguido por el Epoc o su asma avanzada. Y en mayo de 2019 estuvo internado por una neumonía bilateral. Por eso fue trasladado de Sierra Chica a La Plata.
Mas allá de que Alfonso había conseguido que una persona fuera la garantía para la libertad del famoso asesino, el Ministerio Público Fiscal de San Isidro presentó un escrito en el que refiere: “Consta la especifica inconveniencia e inviabilidad de otorgarle la prisión domiciliaria y la libertad condicional, ya que existen elementos en el legajo que evitan considerar que se encuentre en condiciones de usufructuarlas”.
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Alfonso respondió que las actas a las que hace referencia la Fiscalía “mencionan un notable cambio en la evaluación de Robledo Puch”.
Y afirma que su conducta es calificada de ejemplar 10, que cumple “a rajatablas los deberes, obligaciones y órdenes que le imparten las autoridades del establecimiento carcelario”.
Puch asiste a la capilla del penal, lee la Biblia y según su abogado “acata las órdenes impartidas por sus superiores, y el trato con el resto de los internos es cordial y afable con sus congéneres”.
También refiere que la última sanción que recibió Robledo es de 1993 en la Unidad Penal Número 2 de Sierra Chica.
La Justicia de San Isidro en más de una oportunidad buscó argumentos para impedir que saliera en libertad. Hace unos años se basó en el hecho de que Robledo no estudiaba. Ahora dijeron que no trabaja. “El mismo Robledo Puch menciona padecer de EPOC, asma bronquial severa, cuatro hernias inguinales y bilateral, problemas de próstata, de visión y artritis en las manos. Su respiración es muy dificultosa, en algunas oportunidades se queda sin aire, casi no puede ingerir alimentos y se siente muy mal”, escribió en la presentación Alfonso.
La Fiscalía también cuestionó el vínculo de la mujer que está dispuesta a poner su casa y su nombre en una documentación como garante del Ángel. Alfonso lo refuto: “Ella ha ido a verlo, y si no fue más veces es porque en el establecimiento carcelario a Carlos le ha sido complicado poder recuperarse de sus problemas clínicos. El encierro ha agravado su salud. El medio siglo que lleva encerrado le impide hacer actividades. Es como un muerto civil sin precedentes”.
Desde ya, este artículo no es un alegato en favor de Robledo Puch. De hecho, en una nota anterior Infobae reveló el terror que tienen familiares de algunas de sus víctimas en el caso de que el asesino de los rizos dorados recupere la libertad. Y en otra crónica se publicó lo que reveló Raffo a este cronista: “Robledo me dijo que mató a 20, pero eso no tuvo valor judicial”.
Pero algo es cierto. Robledo ya superó el récord de años detenido de Charles Manson, el hombre que lideró un clan que asesinó salvajemente a la actriz Sharon Tate, embarazada de 8 meses, y a cuatro personas más. Manson murió cuando llevaba 46 años de encierro. Y Puccio y 8 de los 12 Apóstoles de Sierra Chica (los del motín sangriento de la Semana Santa de 1996), tenían una condena a perpetua y sin embargo salieron. No les exigieron, como a Robledo, que estudiaran ni rigurosas pericias. Puccio de hecho no se arrepentía de nada. “No me arrepiento de haber secuestrado a esa vieja (Nélida) Bollini de Prado, era una basura de persona”. Y sin embargo salió. Si Robledo llegara a decir algo así (de hecho le piden un arrepentimiento), no le darían la libertad, argumentan quienes defienden su libertad.
Esos son los 15 extraños episodios que “favorecen” a Robledo, quien mientras estuvo detenido pasaron dos dictaduras y quince presidentes, según quienes bregan por su libertad.
Pena agotada y ley Videla
“La pena está agotada. Porque el artículo 55 del Código Penal dice que una persona por más que hubiera concurso de delito, no puede estar más de 50 años detenido. Él hace 51 que está detenido. Y segundo, cuando tuvo perpetua, la ley de 1980 fue firmada por el genocida (Jorge Rafael) Videla. Le otorgó el máximo a los 25 años y Robledo es como que hubiera cumplido dos cadenas perpetuas. El tema es que no está determinado el fin de la pena, por el hecho de que tiene la reclusión por tiempo indeterminado. E una aberración y viola todas las leyes locales y los tratados internacionales a los que la Argentina está adherida”, dice su abogado.
¿Confesó bajo torturas?
Robledo confesó cada uno de sus asesinatos, pero lo hizo después de que lo encerraran en un cuarto oscuro y secreto de la comisaría 1ª de Tigre (seis años después ese lugar funcionó como centro clandestino de detención en plena dictadura militar) bajo, según sus denuncias, torturas con picana eléctrica, desnudo, con el pelo largo y los ojos abiertos, atado con los brazos en cruz a una escalera fría. Esa noche, diría tiempo más tarde, se sintió un Cristo crucificado. Aunque era más que nada un Ángel Caído. Un Ángel Negro.
—Siempre quisieron matarme. Sé muchas cosas. Mi causa fue armada por dinero. Tenían que encontrar un culpable a toda costa. Confesé que había matado a todas esas personas porque habían amenazado con asesinar a mis pobres padres, y me torturaron, pero fueron peores los tormentos psicológicos.
Eso me dijo Robledo en 2008.
Tiempo después, diez años antes de su muerte, el prestigioso forense Osvaldo Raffo -que examinó a Robledo 27 veces y dictaminó que era un psicópata perverso- me reveló:
—A ese pibe lo torturaron largo y tendido. Yo estaba en ese lugar, pero no vi nada. Pobrecito. Pero más allá de eso, los crímenes los cometió él. No sé si once. Quizá menos, o quizá muchos más.
Que Raffo lo hubiera confirmado es casi oficial. Conocía a quienes lo picanearon. Porque Robledo no quería hablar. (Aclaración: esto lo publiqué también cuando el prestigioso Raffo estaba con vida. Raffo siempre fue con la verdad, al menos en los años que lo traté y por sus pericias, buscó eso).
Expediente quemado
Otro episodio, y por eso el juicio tardó ocho años en hacerse, es que se prendió fuego parte de su expediente. Eso ocasionó que el juicio se hiciera 8 años después de los asesinatos. Su abogado, Eduardo Gutiérrez, además fue desaparecido (asesinado) por la dictadura militar que dio el golpe en 1976. Defendía a presos políticos.
Insólito: la noticia tardía de su detención
Cinco días después de esas sesiones secretas de presuntas torturas, informaron del arresto a la prensa. ¿Fue porque confesó después de los vejámenes? Al día siguiente de la caída de Robledo, sólo el diario Crónica informó sobre la detención: siempre tenía las primicias policiales antes que nadie. Pero en el breve artículo no dio el nombre del asesino: “Pese al hermetismo de la Sección Robos y Hurtos de la Policía de la provincia de Buenos Aires, estamos en condiciones de adelantar que detuvieron a un personaje de sombrío historial. El despreciable sujeto con sus correrías delictivas sembró a su paso sangre inocente. Lo encontraron en su guarida. Degradantes correrías ha cometido quien prefirió el horrible camino del crimen a la verde y honesta conciencia”.
Los otros diarios publicaron el hecho cinco días después del arresto. La demora no tuvo una explicación: ¿los investigadores no quisieron anunciar la detención hasta lograr la confesión del asesino? Durante los días de silencio, Robledo Puch afirma que lo torturaron. Es válido decir algo: esto no quiere decir que es inocente. Pero no había pruebas para incriminarle todos los crímenes. Y en esa época, y años antes también, la tortura era algo habitual para lograr que un acusado confiese. Sea culpable o inocente.
“Conejillo de Indias” y lobotomía
En 1980 quisieron someterlo como un conejillo de Indias a experimentos de dudosa efectividad. Una mañana, el neurocirujano Raúl Matera —amigo y colaborador de Juan Domingo Perón— recibió a Robledo, que estaba custodiado por dos guardias, en su consultorio. Al principio se mostró cordial y comprensivo: le preguntó cómo lo trataban los otros detenidos, lo revisó superficialmente (le tomó la presión y le auscultó el corazón) y luego reveló sus intenciones:
—Robledo, creo que usted necesita un tratamiento especial —sugirió Matera.
—No hace falta doctor, estoy sanito.
—Creo que no me entiende. Le estoy hablando de algo revolucionario. Si usted me autoriza, empezamos con los estudios cuanto antes.
Matera quería someterlo a una lobotomía frontal, una polémica y revolucionaria operación de cerebro implementada por primera vez en 1935 por el Premio Nobel portugués António Egas Moniz. El primer paciente que pasó por esa intervención fue un chimpancé, que murió después de la operación. Con esa técnica, que ya no se aplica porque resultó un fracaso (los operados quedaban zombis o más violentos que antes), los científicos pretendían neutralizar las conductas violentas de psicópatas, criminales, depresivos y dementes. En otras palabras, buscaban extraer el mal a punta de bisturí.
—A Robledo nadie le toca el cerebro —le contestó Robledo Puch a Matera. Por entonces hablaba de sí mismo en tercera persona. El cirujano no insistió.
Este dato fue confirmado por Raffo, contado por Robledo y figura en la prensa de entonces y es mencionado en un escrito en el expediente reconstruido.
El plan para matarlo
En las últimas tres décadas intentaron asesinarlo varias veces. Uno de los policías que participó de su detención en 1972 reveló que tenían la orden de fusilarlo y plantarle un arma para simular un enfrentamiento; no lo hicieron porque, cuando lo encontraron, estaba con su madre y el plan debía ejecutarse sin testigos.
La condena por su presunta condición sexual
—¿Usted es homosexual? —le preguntó el forense Osvaldo Raffo en las pericias.
—De ninguna manera —respondió Robledo enojado—, eso es un invento. Salí con chicas circunstancialmente. A mi novia la amo, no le contesté las cartas porque la sigo queriendo y por cobardía nunca le toqué un pelo. Personalmente soy muy posesivo.
En el informe, que refleja la maestría de Raffo, escribió esta frase reprobable. Pero hay que poner en contexto, y eso no justifica que sea denigrante esa opinión, pero en una época la criminología no sólo pensaba que los feos eran delincuentes y los lindos no sino que la homosexualidad podia ser una enfermedad o una “desviación” para cometer delitos.
Conclusión de Raffo:
* Niega firmemente la homosexualidad, aunque como interno está alojado en un pabellón que los agrupa.
* En su historia vital, las amistades femeninas son excluyentes, las preponderantes son las masculinas; hay hacia el sexo opuesto, más que frialdad indiferente, una aversión activa.
* Tan pervertido es el homosexual como el Don Juan, el sádico como el masoquista.
* La homosexualidad se presume pero no puede probarse.
* En cuanto si el encausado tiene desviaciones sexuales, podemos decir que el sadismo sí ha existido, y ésta es una forma de desviación sexual, que se manifiesta frecuentemente en la personalidad perversa.
La prensa fue en esa sintonía.
Pocos días después, cuando lo trasladaban para hacer la reconstrucción de los crímenes, un grupo de personas intentó lincharlo. “La sombra del paredón de fusilamiento para el monstruo con cara de niño”, tituló la revista Así, que ese día agotó la tirada.
Crónica le dio al caso hasta seis páginas por día. “Sádico asesino ultimó a 11 personas”, fue el título de la nota principal. La edición vespertina tituló: “Monstruo humano mató a 11 personas”. Una frase discriminadora que publicó un cronista en ese histórico diario decía: “Sumaría a sus tareas criminales otra no menos deleznable”, en referencia a su presunta condición sexual. “Durante la reconstrucción de sus crímenes, el joven asesino evidenció síntomas feminoides. Llamó la atención, tanto del periodismo como de los presentes, la frecuencia con que la fiera se recogía el cabello, de modo muy similar al que utilizan las mujeres”,
Creadores de un estilo, los periodistas de policiales de ese diario no ahorraron adjetivos para definir a Robledo Puch. Lo llamaron siniestro personaje, despiadado asesino, chacal, fiera humana, asesino pelirrojo, niño muerte, ignominioso Puch, muñeco maldito, carita de ángel, monstruo perverso, gato rojo, tuerca malvado, el maleante del pelo ensortijado, canalla inmoral, asesino unisex.
Pena de muerte
Por entonces, la justicia analizó aplicarle la pena de muerte, instaurada en 1971 por la dictadura de Onganía, aunque sólo estaba permitida para secuestros seguidos de muerte o atentados contra transportes y dependencias militares.
¿Fuga planeada?
Poco más de un año después de su detención, el 7 de junio de 1973, Robledo Puch se escapó de la Unidad Penal Número 9 de La Plata saltando un muro con una soga anudada, esquivó las ráfagas de ametralladora de los guardias que quisieron frustrar su huida. El hecho fue extraño porque su cómplice decidió no escapar con él y esa fuga perjudicó a los presos políticos que iban a gozar de liberaciones por un armisticio. “Soy Robledo Puch, no me maten”, suplicó cuando lo recapturaron casi tres días después.
¿Fue una fuga armada para perjudicarlo? ¿Por qué su cómplice, cuyo nombre se mantiene en reserva, no se fue con él? Ese escape le costó caro.
La teoría no investigada
Robledo acusó de los crímenes a sus cómplices. Sobre todo a Jorge Ibáñez, quien fue el que violó a dos mujeres. También dicho por Raffo. Robledo arma una banda con su amigo y nunca se investigó el rol del padre de Ibáñez, que tenía antecedentes e incluso un pedido de captura de interpol. Figura en el expediante pero al pasar.
Extraño método
“Cuando tuve que comparecer ante un juez por la fuga, en privado, en su oficina, tomó el expediente de mi causa y me mostró las fotos de los cadáveres de los homicidios. Algunas víctimas estaban entre charcos de sangre, como los que aparecían en la revista Así. Mientras me miraba, su señoría simulaba poner cara de terror. ‘¿Las habías visto?, ¿te las habían mostrado?’, me preguntó. Le dije la verdad: ‘No, nunca, es la primera vez que las veo’... Mi causa está afectada de oscuridad. No se conocen los verdaderos asesinos”.
Venganza
Cuando cayó en la cárcel tras fugarse, a Robledo -de 21 años- le decían Monono. Así llaman al que es lindo y corre riesgo de caer en las garras de los peores canallas. “Parece Marilyn Monroe”, llegó a decir uno de los detectives que lo detuvo.
Dijo el Gordo Luis Valor, ex líder de la superbanda que robaba bancos y blindados.
—A él se la tenían jurada por la fuga. Muchos presos no se lo perdonaron porque eso perjudicó un beneficio que se venía para una gran cantidad de muchachos. Una especie de Amnistía. Lo llevaron al patio, debajo de una escalera, y le pegaron con todo. Le hicieron otras cosas más, que son terribles. Me dio pena ese muchacho. Decía que solo había cometido tres asesinatos, que los demás se lo habían metido de prepo. Siempre le creí.
Algo parecido opina Rubén Alberto de la Torre, uno de los líderes de la banda que protagonizó el cinematográfico robo en el Banco Río de San Isidro, ocurrido el 13 de enero de 2006.
—A Robledo lo conocí en el penal de Villa Devoto. Le hicieron la vida imposible. La cana lo quemó con la picana, y los presos lo maltrataron. Era de clase alta, rubiecito, había leído mucho. Eso muchos no lo perdonan. Sufrió el infierno en la Tierra.
Sobrevivió a motines
Robledo sobrevivió a más de diez motines, entre ellos el peor levantamiento presidiario de la historia: un grupo de presos, llamados los Doce Apóstoles, durante la Semana Santa de 1996 tomó como rehenes a los guardias y a una jueza e incineró en el horno de la panadería a ocho detenidos acusados de violación. Con los restos de uno rellenaron empanadas; con la cabeza de otro hicieron unos pases de fútbol en el patio. Mientras ocurría la masacre, Robledo
Puch se refugió en la parroquia de la prisión con una Biblia en la mano.
La Justicia lo quiere adentro, ¿eternamente?
“Jamás firmaré la libertad porque es un peligro para la sociedad”, dijo hace unos 15 años el camarista de San Isidro Duilio Cámpora: “Robledo Puch no trabaja, no estudia pese a que su coeficiente intelectual supera la media carcelaria y no tiene vínculos extramuros”. Los camaristas actuales parecen pensar lo mismo: no quieren que salga. Es un peso muy grande, para ellos, liberarlo. Es más una cuestión social que judicial. “No debería salir más que nada por una cuestión social”, dijo un cura de San Nicolás, adonde se decía que podía llegar Robledo. Robledo le pidió al ex capellán de Sierra Chica, Peter Olivier, alojamiento por si algún día llegara a salir libre. Olivier, que acostumbraba a recibir a ex detenidos y darles comida y cama (vivía con la puerta abierta cerca de la cárcel), le respondió: “Si me ven caminando con usted, qué va a pensar la gente. Que es la reencarnación de Satanás. Usted sabe: pueblo chico, infierno grande”.
Las pericias
Las pericias practicadas por el Gabinete Psicológico del Servicio Penitenciario Bonaerense le fueron desfavorables en años anteriores, cuando debía pasar por ese proceso para ver si estaba apto para reinsertarse en la sociedad.
“Quiero matar a Cristina”, respondió una vez ante las psicólogas. “Voy a suceder a Perón”, manifestó en otra oportunidad. “Cuando me tocó examinarlo me pareció alguien derrotado por el sistema, vuelto loco por el sistema. Recuerdo que me regaló un osito y dibujos. Y me dijo que sólo quería salir para ver un poco el cielo”, dijo a Infobae una de las peritos que la examinó, cuyo nombre se mantiene en reserva.
Otro dato: alguien que trabajaba en uno de los juzgados, ya renunciado, también llegó a creer en la posible inocencia de Robledo, en al menos, que él no había matado a tantas personas. “Es difícil probarlo, pero algo me hace ruido”, dijo.
Después de 51 años preso, ninguno de los camaristas está dispuesto a firmar su libertad. Ni antes ni ahora.
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